Entre la exclusión política y el protagonismo populista

Il·lustració © Sonia Alins

En los años posteriores a la crisis, la concentración obscena de la riqueza ha creado escenarios cada vez más graves de exclusión y vulnerabilidad social. Esta situación afecta en gran parte a la participación política, que es muy baja entre los socialmente más débiles. Mediante un estudiado discurso populista que apela a la frustración y el resentimiento, la vulnerabilidad puede transformarse en una fuerza social que nos conduzca hacia una política del desprecio.

“Vivimos una época de riqueza y superabundancia y, sin embargo, qué inhóspita es”. Con estas palabras arranca el libro de Rutger Bregman, Utopía para realistas, un texto que nos anima a imaginar un futuro mejor, pero también a reconocer un presente donde coincide un crecimiento de la riqueza obscenamente concentrado con situaciones cada vez más generalizadas de exclusión y vulnerabilidad social. Unas situaciones que se definen de manera poliédrica, pues se nutren de múltiples combinaciones de carencias formativas, laborales, de salud, relacionales, de vivienda, administrativas o familiares. Y también políticas, ya que la exclusión y la vulnerabilidad social también se manifiestan en el terreno de la participación y la incidencia política.

En este artículo queremos reflexionar precisamente sobre la relación entre vulnerabilidad y participación política. Empezaremos mostrando algunas cifras referidas a la exclusión social en una ciudad próspera como Barcelona y, a continuación, nos referiremos, también con datos, a cómo las desigualdades sociales afectan a la participación política. No se trata de una situación peculiar de Barcelona. Tampoco de una constatación sorprendente. Que la participación política es especialmente débil entre aquellos que son socialmente más débiles es una circunstancia muy estudiada y contrastada. Sin embargo, añadiremos una reflexión adicional a esta constatación, interesándonos sobre cómo la vulnerabilidad —y no solo la pobreza y la exclusión— se manifiesta en miedos que, a su vez, condicionan los comportamientos políticos de aquellos que las sufren. Una reflexión que desborda las referencias al caso de Barcelona y que presentaremos de manera más general.

Aumento de la desigualdad y polarización social

Así pues, en primer lugar, usando las cifras que ofrece el mismo Ayuntamiento de Barcelona (2018), la ciudad ha visto como —con algunas oscilaciones— la situación de desigualdad y polarización social ha aumentado desde la crisis financiera de 2008. El índice de Gini, una de las medidas más usadas para calcular la desigualdad social, se situaba en Barcelona en 0,346 en el año 2011. Este índice debe leerse entre el 0, que supondría una igualdad perfecta, y el 1, que reflejaría la máxima desigualdad. También se ha popularizado, a escala de la UE, la tasa AROPE (At Risk of Poverty and Social Exclusion), que en 2011, en el peor momento de la crisis, afectaba al 27,7 % de los barceloneses. En 2016 se había reducido al 16,9 %, pero aún representaba y representa un volumen importante de la ciudadanía. Finalmente, el índice S80/20 en 2011 se situaba en el 6,1; es decir, que las rentas del 20 % de las personas más ricas de Barcelona multiplican por 6,1 las del 20 % más pobres.

Estos datos nos muestran una ciudad que contiene dinámicas de polarización y desigualdad social, las cuales, además, tienen una relevante proyección territorial. Según cálculos del departamento de Investigación y Conocimiento del Área de Derechos Sociales del Ayuntamiento de Barcelona, ​​la diferencia en el valor del Índice Sintético de Desarrollo y Vulnerabilidad Sociales (ISDVS) entre el barrio más acomodado y el más empobrecido de Barcelona supera los 400 puntos, siendo 802 el valor medio para el conjunto de la ciudad de Barcelona. Estas diferencias se calculan tomando en consideración aspectos como la esperanza de vida, el nivel de estudios o la renta familiar disponible.[1] En cada uno de estos ámbitos, las distancias entre la Marina del Prat Vermell y las Tres Torres resultan obscenas: más de 10 años de diferencia con respecto a la esperanza de vida, un acceso a los estudios universitarios que oscila entre el 4,2 % en la Marina y el 51,7 % en las Tres Torres, y una renta familiar disponible que se multiplica prácticamente por 6,5 en el barrio más rico.


[1] Fuente: Estrategia de inclusión y de reducción de las desigualdades sociales de Barcelona, 2017-2027.

http://www.bcn.cat/barcelonainclusiva/ca/2018/6/estrategia_inclusion_201...

En segundo lugar, las cifras también muestran cómo los desequilibrios sociales se convierten en desequilibrios en cuanto a la participación política. Es sabido que los pobres votan menos que los ricos y que, de este modo, ven reducida su capacidad de incidencia política. Las evidencias que avalan estas afirmaciones son bastante conocidas, por lo que nos limitamos a observarlas para el caso de la ciudad de Barcelona. Así, por ejemplo, los porcentajes más altos de abstención en las elecciones municipales los encontramos en barrios socioeconómicamente más desfavorecidos como Ciutat Vella (47,1 %) o Nou Barris (42,2 %), mientras que los porcentajes más bajos aparecen en distritos acomodados como Les Corts (27,7 %) o Sarrià-Sant Gervasi (27,5 %). Las diferencias no son marginales, sino que se sitúan cercanas a los 20 puntos. Esta menor participación se produce en otros tipos de elecciones y, sobre todo, es bastante conocida no solo por los académicos, sino también por los políticos y sus asesores electorales. La incidencia sobre la agenda política parece, pues, sencilla de anticipar: un sesgo en el comportamiento político que no ayudará a priorizar los problemas de las personas en situación de exclusión y vulnerabilidad social.

La debilidad socioeconómica se traduce también en menos predisposición y/o capacidad para ejercer otras formas de participación política. Es más difícil encontrar cifras robustas sobre este tema, pero todos aquellos que se han dedicado a promover procesos de participación (tanto presenciales como virtuales) saben los sesgos que estos generan en cuanto al perfil de los participantes. Concretamente, es sabida la dificultad para incorporar a aquellas personas con más dificultades socioeconómicas. La menor predisposición a participar se explica tanto por carencias formativas como, sobre todo, por la focalización de las preocupaciones en problemas de subsistencia más inmediatos y urgentes. La pobreza no solo explica determinadas carencias objetivas, sino que condiciona nuestra forma de vivir y comportarnos (Mullainathan & Shafir, 2013). Roger Senserrich, en una entrada en el blog Jot-Down, con el provocador título “Ser pobre es una mierda”, lo expresa con crudeza y claridad:

“Alguien en la pobreza tiende a vivir por lo inmediato, por el problema que tiene ahora mismo enfrente. No hace planes sencillamente porque su cerebro no le deja pensar en nada más. (...) Para hacernos una idea, es el equivalente a tener que tomar decisiones tras una noche sin dormir.”

Sin capacidad para hacer planes, para pensar o para tomar decisiones con un mínimo de serenidad, ¿qué tipo de participación política podemos esperar? La exclusión y la vulnerabilidad distorsionan no solo las situaciones objetivas de las personas sino también, desgraciadamente, su capacidad de expresarlas, de compartirlas, de situarlas en la agenda pública y, en definitiva, de buscar las respuestas colectivas que exige la lucha contra la pobreza. Viven, solitariamente, dificultades que solo se entienden en un contexto más amplio, de modo que su fragilidad se multiplica en una lucha claramente asimétrica; una lucha incapaz de ser politizada y de convertirse en colectiva.

A conclusiones similares llegan Ismael Blanco y Oriol Nel·lo (2018) cuando analizan las respuestas que las comunidades, desde los barrios, han sido capaces de articular para responder a la crisis de 2008. Solapando un mapa donde se georreferencian iniciativas de innovación social con otro mapa donde se mide el nivel de riqueza de cada unidad territorial, se observa como las respuestas comunitarias no aparecen ni en los territorios más acomodados (que no las necesitan) ni en los más desfavorecidos (donde faltan capacidades). De nuevo, aquellos que más lo necesitarían no son capaces de articular respuestas comunitarias, de convertir su problema individual e inmediato en un asunto público que hay que abordar a través de políticas públicas.

Il·lustració © Sonia Alins © Sonia Alins

El miedo y la irrupción del populismo

Finalmente, también queremos referirnos a un fenómeno menos conocido: la expansión de nuevas formas de vulnerabilidad social que se extienden hasta abrazarnos a prácticamente todos y que se han convertido en una fuente de incertidumbre sobre el presente y de temor respecto al futuro. El miedo ha entrado en escena; y sus consecuencias políticas pueden ser muy perturbadoras. El miedo ha sido una característica distintiva de lo que José María Lassalle ha llamado un nuevo “proletariado emocional”; aquel segmento social, hoy tan ancho, que se siente frágil y engañado por unas promesas de bienestar que se han esfumado. Personas vulnerables e indignadas que se movilizan políticamente para expresar su malestar y que lo hacen desde una peligrosa combinación de victimismo y resentimiento (Mishra, 2017). Una multitud airada que, ahora sí, a diferencia de lo que sucedía con las personas en situación de exclusión, es capaz de utilizar su influencia política para destruir un sistema que les ha decepcionado. Un colectivo que se moviliza políticamente y que acude a las urnas con ánimo de revancha, con voluntad de destruir el sistema, de escarmentar a los poderosos y de generalizar su profundo malestar. Sus votos, esgrimidos como arma política, alimentan el populismo del siglo xxi:

“El populismo apela al pueblo no como sujeto, sino como víctima. Es el depositario de un derecho de venganza, el que reclaman los humillados y ofendidos por un sistema de castas que ha hecho de la democracia un trampantojo de sí misma.” (Lassalle, 2017: 14)

Los vulnerables se han convertido, de este modo, en la munición política del populismo posmoderno. Un populismo que transforma su indignación colectiva en desprecio hacia las instituciones democráticas liberales y, sobre todo, hacia las élites dirigentes clásicas. La polarización social sirve no ya como inhibidor, sino como enaltecedor político. Una novedad que se está traduciendo en la aparición de una nueva política que explota las emociones, que se aprovecha de las fragilidades y que utiliza a los vulnerables como arma electoral. En la otra cara de la fragilidad social aparecen los liderazgos fuertes y, de este modo, los miedos de los vulnerables encuentran respuestas simples y mágicas por parte de los nuevos populismos.

La vulnerabilidad se ha convertido en conciencia y ha canalizado la movilización política, una movilización organizada a la contra de culpas y culpables, articulada a través de eslóganes populistas y, sobre todo, alimentada por el miedo y la intolerancia. Si ya conocíamos como la exclusión social se traducía en la ausencia y la incapacidad política de los más débiles, ahora sabemos también que la vulnerabilidad puede transformarse en una fuerza política que, dominada por la frustración y el resentimiento, nos conduzca hacia la política del desprecio. Las tentaciones populistas adaptándose a las características de un inquietante inicio de milenio.

Referencias bibliográficas

Ayuntamiento de Barcelona: Secretaría técnica del Acuerdo Ciudadano por una Barcelona Inclusiva, Estrategia de inclusión y de reducción de las desigualdades sociales de Barcelona, 2017-2027. Ayuntamiento de Barcelona, 2018.
Bregman, R., Utopia para realistas. Salamandra, Barcelona, 2017.
Blanco, I. y Nel·lo, O., Barrios y Crisis. Crisis económica, segregación urbana e innovación social en Cataluña. Tirant lo Blanch, Valencia, 2018.
Lassalle, J. M., Contra el populismo. Cartografía de un totalitarismo posmoderno. Debate, Barcelona, 2017.
Mishra, P., La edad de la ira. Una historia del presente. Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2017.
Mullainathan, S. y Shafir, E., Scarcity: The New Science of Having Less and How it Defines Our Lives. "Times Books", Nueva York, 2013.

Publicaciones recomendadas

  • Democràcia local en temps d’incertesa Quim Brugué, Fernando Pindado y Óscar Rebollo. Associació Catalana de Municipis i Comarques, 2015
  • És la política, idiotes!Quim Brugué. Papers amb accent, 2012

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