Espacios memoriales de la Barcelona contemporánea

Moment de la inauguració del parapet de les executades i executats a Barcelona 1939-1952. © Kathrin Golda-Pongratz

Un monumento en homenaje a los refugiados que llegan a Barcelona, y a aquellos que no lo han conseguido; un grafiti que habla del urbanismo y la autoconstrucción de los barrios más olvidados; una inscripción sobre un muro con los nombres de las víctimas ejecutadas por el franquismo; una cenefa que recuerda, en cuatro idiomas, que esta es una ciudad de paz. Son espacios memoriales de la Barcelona contemporánea que, lejos del monumento tradicional, representan la memoria colectiva y buscan fortalecer la tolerancia y la convivencia.

El rasgo central que diferencia la relación de la ciudad con la historia y con la memoria es que la inscripción de la historia urbana exige la patrimonialización del pasado, mientras que la memoria pide su visualización.

La patrimonialización implica el reconocimiento oficial de la historia de la ciudad, sin que necesariamente intervenga la voluntad colectiva. Se da por sentado que ciertos edificios y monumentos son un legado histórico que hay que preservar. Se vuelven con los años piezas clave de la construcción identitaria de una ciudad, marcas de su particularidad histórica que se corresponden también con la evolución de determinadas estéticas que acaban constituyendo tanto su herencia como su potencial de atracción.

La historia materializada a través del patrimonio es el sello de una ciudad y también su carta de presentación internacional. Recordemos, a este propósito, la campaña “Barcelona, posa’t guapa”, iniciada en 1985 con la finalidad de rehabilitar edificios, y que llegó a un momento culminante en los años noventa cuando la ciudad se preparaba para acoger los Juegos Olímpicos de 1992. La historia de la ciudad también se hace presente a través de monumentos y señalizaciones de tipología diversa que tienen el propósito de recordar acontecimientos o personajes de un pasado que simbólicamente representa la ciudad y, por contigüidad, las personas que viven en ella.

Sin embargo, la ciudad del siglo xxi tiene otro modo de materializar su relación con el pasado. Si algo caracteriza la ciudad contemporánea es la voluntad de inscribir la historia a partir de la memoria, y de iluminar —u oscurecer— sus lugares tomando como base la experiencia colectiva vivida. Memoria, de hecho, que viene a aumentar, corregir y a veces enmendar la historia oficial.

En este sentido, las intervenciones memoriales son portadoras de la complejidad de los tiempos históricos y de su pluralidad. Así pues, se trata de representaciones memoriales que apelan a varios colectivos, contrariamente a las conmemoraciones puntuales y limitadas que propicia el monumento convencional. Se podría decir que el memorial contemporáneo representa la memoria colectiva allí donde el monumento tradicional representa las vicisitudes del héroe nacional o de las gestas nacionales.

La memoria inscrita en la configuración urbana crea, pues, nuevas perspectivas, sugiere nuevos ángulos y, por tanto, nuevas miradas. Los memoriales contemporáneos incitan a la reflexión, a menudo mediante recursos pedagógicos mostrando las ausencias que ha provocado la historia oficial.

No es infrecuente que los memoriales contemporáneos nazcan como resultado de una reivindicación ciudadana recogida oficialmente por la municipalidad o por el Gobierno de la nación. A escala municipal, este sería uno de los objetivos que guiaron la creación del Comisionado de Programas de Memoria del Ayuntamiento de Barcelona, hoy convertido en Concejalía de Memoria Democrática, y es también la misión del Memorial Democrático dependiente de la Generalitat de Cataluña.

La inscripción de la memoria en una topografía urbana permite su conocimiento y quiere garantizar también su transmisión. No podemos dejar de apuntar, a pesar de todo, una voluntad oficial positiva que sustrae de las actuaciones oficiales aquellas memorias que podrían constituir la cara oscura del pasado memorial de la ciudad, es decir, aquellos acontecimientos que representan una responsabilidad colectiva de la ciudad ante las injusticias —pensamos aquí, como paradigma, en el Memorial a los judíos de Europa asesinados en Berlín, aunque es evidente su capacidad limitada para representar el Holocausto—, un tipo de memorial que creemos por ahora ausente en la red urbana de Barcelona.

Dos tipos de memoriales

A grandes rasgos consideraremos aquí dos tipos de memoriales que se han ido desarrollando a lo largo del siglo en Barcelona, teniendo en cuenta, no obstante, que en esta clasificación no hemos ahondado en los matices con tal de simplificarla. Tampoco consideraremos aquí, por motivos de espacio y metodología, los memoriales espontáneos y efímeros que no han llegado a ser oficiales.

Señalamos, por un lado, un tipo de memorial o de acción memorial que tiene como finalidad dar una nueva significación a un acontecimiento histórico concreto, como es el caso del Parapet del Fòrum, de la retirada de la estatua de Antonio López y de la colocación singular de la Stolperstein en homenaje a Lluís Companys. Consideramos también en esta categoría los grafitis de Roc BlackBlock, por los motivos que expondremos más adelante.

El segundo tipo está constituido por los memoriales que conmemoran acontecimientos recientes, de modo que el pasado está en relación continua con el presente. En este grupo tenemos el memorial de las Ramblas en recuerdo del atentado yihadista del 17 de agosto de 2017, y el “Contador de la vergüenza”, que forma parte del memorial en recuerdo de las personas que mueren en el Mediterráneo buscando refugio en sus orillas. Se trata de memoriales que establecen una red simbólica con otros memoriales internacionales.

Podríamos decir, pues, que el memorial contemporáneo, en todas sus modalidades representativas y expresivas —como veremos en el antimonumento, el micromonumento o las intervenciones efímeras, y en las renovaciones semióticas de la placa tradicional—, enmienda la perspectiva de un pasado glorificador de la ciudad.

Aun así, habrá que ver si esta memoria nacida a contrapelo de un uso interesado de la historia no acabará teniendo efectos contrarios a su finalidad, sea por exceso o porque el gesto, en principio renovador y vindicativo, puede acabar provocando una cierta autocomplacencia.

Memorial Som i serem ciutat refugi. © Kathrin Golda-Pongratz Memorial Som i serem ciutat refugi. © Kathrin Golda-Pongratz

Memorial Som i serem ciutat refugi (2016-2021)

Passeig Marítim de la Barceloneta. Playa de Sant Miquel, en la confluencia con la calle de la Mestrança

En septiembre de 2015 el Ayuntamiento de Barcelona llevó a cabo un plan de acogida y atención a los refugiados. Este proyecto, del que el Ayuntamiento ha dado cuenta en el documento Memòria del pla “Barcelona, ciutat refugi 2015-2019”, es un programa complejo y en muchos aspectos exitoso concebido para atender y guiar a los refugiados que llegan a Barcelona en su travesía por el Mediterráneo y otras fronteras, huyendo de conflictos bélicos y económicos.

Uno de los objetivos del plan se centraba en la sensibilización ciudadana para dar a conocer la problemática diversa de los refugiados y activar la solidaridad y las acciones voluntarias. De este objetivo nace, en julio de 2016, el memorial Som i serem ciutat refugi.

El monumento consiste en un ortoedro de hierro oxidado, un estilo bastante recurrente en los memoriales del país, colocado al lado del paseo de madera que transcurre frente a la playa de Sant Miquel, en la Barceloneta. El ortoedro se erige como una columna que tiene grabada en las dos superficies más anchas la frase “No és només un número” en una cara y “No es solo un número” en la otra, en clara alusión al número cambiante que se puede ver en gran formato en la parte superior de la columna. Esta parte constituye el llamado “Contador de la vergüenza”, que recoge en tiempo real el número de personas muertas en el Mediterráneo desde el principio de cada año. Este recuento se realiza a través del Missing Migrants Project de la Organización Internacional para las Migraciones.

El memorial se completa con la reproducción, a cada lado, del manifiesto “Som i serem ciutat refugi”: “No es solo un número. Son personas. El Mediterráneo, punto de encuentro de culturas y civilizaciones, se ha convertido, hoy, en una enorme fosa común para miles de personas sin refugio que buscaban protección. No sabemos sus nombres ni su historia personal, pero sí cuántas son. Queremos contarlas, para rendirles homenaje y para que no las podamos olvidar. Barcelona no se cansará de exigir un pasaje legal y seguro de llegada a Europa y un cambio de rumbo de las políticas de asilo. Somos y seremos ciudad refugio”.

Con este memorial Barcelona se inscribe en la red de ciudades de todo el mundo que claman por el establecimiento de políticas efectivas de asilo. El sitio de colocación del monumento es extremadamente pertinente: no es solo que esté colocado frente al mar, aunque el lugar no es el punto de llegada habitual de refugiados a Barcelona, sino que, además, es un punto altamente frecuentado por turistas y por gente local. En este espacio, punto álgido del ocio, contrasta el memorial con su recuerdo de la existencia de otra realidad en este mismo mar.

Cabe destacar también la proximidad del memorial con la escultura L’estel ferit, conocida popularmente como “Los cubos”, que realizó la artista alemana Rebecca Horn en 1992 en el marco del proyecto de renovación de Barcelona con motivo de los Juegos Olímpicos.

La perspectiva permite ver a la vez el memorial Som i serem ciutat refugi con su contador de víctimas y la escultura de Horn, que recuerda un momento esplendoroso de la ciudad, económicamente y culturalmente. El contraste es conmovedor e invita a la reflexión. El memorial constituye, sin duda, un paréntesis en el transcurso tranquilo de un “día de playa”.

En el momento de su inauguración, el memorial se ganó críticas por parte de muchos grupos del consistorio que alegaban una posible banalización de las víctimas. En cualquier caso, se trata de un memorial en pequeño formato, pero con una carga efectiva y de controversia evidentes. Durante la escritura de este texto, a inicios de mayo del 2021, hemos comprobado con sorpresa que el memorial ha desaparecido, y nadie de la administración nos ha podido dar una explicación. Los vecinos coinciden en que hace “más o menos un mes” que ha desaparecido, y un hombre que construye castillos de arena justo donde se encontraba lamenta no poder dejar una vela como solía hacer, y concluye que su ausencia muestra que, efectivamente, ya no tenemos vergüenza.

La retirada del monument a Antonio López. © Kathrin Golda-Pongratz La retirada del monumento a Antonio López. © Kathrin Golda-Pongratz

La retirada del monumento a Antonio López (2018)

Plaza de Antonio López, s/n

La retirada de la estatua de Antonio López en la plaza homónima abre el debate sobre cómo tratar con el pasado colonial de Barcelona y su repercusión, y provoca, a su vez, una reflexión no menos importante sobre el auge económico de Barcelona a mediados del siglo xix y sobre el desarrollo urbano en general: ¿a costa de quién?, ¿con qué dinero y sobre qué fundamento ético se hicieron las grandes obras de la ciudad, incluyendo partes de la urbanización del Eixample y buena parte de la arquitectura modernista?, ¿qué representa finalmente la figura de Antonio López y López desde una perspectiva contemporánea? López, banquero, empresario, hombre vinculado al negocio del tráfico de esclavos en Cuba, receptor del título de Marqués de Comillas al final de su vida y homenajeado con una escultura dedicada a él un año después de su muerte, en 1884, representa, sin duda, un legado controvertido y disonante.

Quitar la escultura de Antonio López de su pedestal fue una decisión tomada por el Comisionado de Memoria Histórica de la ciudad creado a inicios del primer gobierno municipal de Ada Colau (2015-2019). Se puede entender como un gesto táctico en el contexto de iconoclastia internacional y también nacional, por un lado, y como respuesta a una larga reclamación cívica por parte de asociaciones como SOS Racismo Catalunya o Tanquem els CIE, que consideraron intolerable mantener un monumento y el nombre de una plaza dedicados a un personaje vinculado con el esclavismo. Por otro lado, se buscaba distinguir el gesto de una cierta tradición de eliminación de estatuas, sobre todo franquistas, que se había llevado a cabo en España, sin hacer ruido y en horario nocturno, como si se tratara de hacer los deberes de la memoria democrática, pero sin llamar la atención ni provocar posibles disturbios. La retirada de López fue un acto de intencionada visibilidad, que buscaba atraer la atención y la participación ciudadanas e incluso provocar reacciones: el comisionado Ricard Vinyes, insistiendo en el “derecho a la memoria” opuesto a su deber, apostó por una retirada colectiva de la estatua incómoda, concebida como una fiesta popular en una mañana de sábado con música, fuegos artificiales, circo y chocolatada, una despedida lenta y lúdica. López se fue con una grúa municipal y dejó su pedestal vacío, pero manteniendo las inscripciones originales dedicadas a “A. López i López” de 1884.

Sin embargo, no es la primera vez que se había retirado la estatua: durante la revolución anarquista, en verano de 1936, el monumento fue destruido. La estatua, que ahora se encuentra en los depósitos municipales de la Zona Franca, fue recreada en 1944 durante la dictadura franquista por el escultor Frederic Marès. En 2020, una potente intervención efímera y pedagógica nos recordó este episodio: se recreó, a iniciativa del Observatorio de la Vida Cotidiana, la Fundación Anselmo Lorenzo de Estudios Libertarios y el Ateneu Enciclopèdic Popular, la memoria de la demolición anarquista a través de la colocación temporal de una macrofotografía de la época delante del pedestal sin López y así contextualizó el (doble) vacío. Es potente la presencia de la ausencia y el vacío como una especie de contramonumento al hecho que aún necesita una explicación pertinente del proceso de deconstrucción y deslegitimación in situ.

La persistencia del nombre de López en la plaza tres años después de que se haya retirado la estatua presenta una gran duda. Visibiliza, pues, un conflicto hasta ahora no resuelto en un proceso participativo y su marco normativo: una frustrada multiconsulta que mantiene en stand-by el hecho de cambiar el nombre de López por el de Idrissa Diallo, un joven refugiado africano muerto en el CIE de la Zona Franca en 2012. Vendría a ser un recordatorio permanente de nuestra responsabilidad compartida en una declarada “ciudad refugio” frente a los que llegan “sin papeles”, cuya aceptación es un proceso difícil y, a veces, imposible.

Mural Amb les nostres mans (2019). © Martí Petit Mural Amb les nostres mans (2019). © Martí Petit

Mural Amb les nostres mans (2019)

Plaza del Doctor Matias Guiu, La Teixonera

¿Qué pasa cuando el lenguaje de un arte subversivo y de calle se convierte en el lenguaje oficial municipal? Roc Blackblock es un caso emblemático de un grafitero afín a los movimientos antifascistas, okupas y antisistema que contribuyó a convertir el grafiti y el muralismo en un medio de expresión colectiva en la ciudad. Dice de sí mismo en su página web que “pone a disposición de la comunidad su creatividad y su lenguaje gráfico para convertir los muros en altavoces de la memoria compartida de vecinos, colectivos, comunidades y movimientos sociales”. Esta vocación lo convirtió, bajo el actual gobierno municipal cercano a los movimientos sociales, en un artista que recibe encargos de murales oficiales desde el propio Ayuntamiento.

Uno de estos murales es Amb les nostres mans, realizado en 2019 en el marco de las actuaciones del Plan de Barrios, un programa municipal para revertir las desigualdades entre los barrios mediante la instalación de Mesas de Memoria, entre otros, en Sant Genís dels Agudells y La Teixonera. Se convocó a las vecinas y vecinos de todas las edades, pero especialmente a los mayores, para invitarlos a compartir sus memorias sobre la formación de estos barrios a raíz de la migración a Barcelona en los años cincuenta y sesenta. En el centro de las conversaciones y los testimonios compartidos surgieron los inicios de las barracas, la organización social y una posterior autoconstrucción más sólida que determinó el desarrollo urbano de la ciudad a lo largo del sigo xx. Es la historia mayormente olvidada de estos barrios que también sufrieron el desprestigio y la discriminación. Sin embargo, la organización popular consiguió pasos importantes de mejora, e incluso el urbanismo preolímpico tuvo en consideración los reclamos vecinales en su importante programa de creación de espacios públicos.

Una fotografía compartida en la Mesa de Memoria, referente a la autoconstrucción de la casa número 1 de la calle de Josep Sangenís entre 1960 y 1962, es el motivo del mural encargado a Roc Blackblock y reproducido a finales de 2019 en un medianil muy visible en el barrio, en el lado de la boca de metro. Este grafiti, convertido en una herramienta de las políticas de memoria, representa un reconocimiento del fenómeno de la autoconstrucción de viviendas como un urbanismo desde abajo que hasta hace poco había sido un fenómeno invisibilizado. Amb les nostres mans es, al menos de momento, una obra políticamente correcta, como lo son otras obras del artista dedicadas a la reivindicación de la memoria histórica y antifranquista, y el llamado “derecho a la memoria”.

En este contexto, recientemente se produjo una situación conflictiva cuando un grafiti espontáneo del mismo autor, que representaba al rey emérito al lado de Franco, fue considerado improcedente y fue borrado por las brigadas de limpieza municipal. La alcaldesa Ada Colau sintió la necesidad de disculparse ante una actuación basada en la normativa que regula la eliminación de pintadas de carácter ofensivo, y hasta proporcionó los medios para que se pudiera reinstaurar. Sin duda, una inversión del concepto de street art y su vocación rebelde y subversiva.

Inauguració del parapet de les executades i executats a Barcelona 1939-1952. © Marc Lozano Inauguración del parapeto de las ejecutadas y ejecutados en Barcelona 1939-1952. © Marc Lozano

Parapet de les executades i executats a Barcelona 1939-1952 (2019) y Bosc d’empremtes (projectado para 2021)

Avenida del Camp de la Bota, 25

Avenida de Eduard Maristany

Los años anteriores a la crisis de 2008 estuvieron marcados por una suplantación creciente de conceptos urbanos y fuerzas cívicas en un sentido nuevo: podemos hablar de un urbanismo borrador de huellas que encontró su máxima expresión en el megaproyecto del Fórum Universal de las Culturas de 2004. Fue entonces cuando el artista catalán Francesc Abad presentó su obra documentalista Camp de la Bota, en que hace evidente que este nuevo centro de convenciones y de ocio con esplanadas frente al mar había sido, durante el franquismo, un lugar de ejecuciones al aire libre frente a un parapeto.

Entre 1939 y 1952, más de 1700 personas —concretamente, 1706— perdieron la vida en el lugar donde ahora su existencia está permanentemente negada por una plataforma de asfalto que lo cubre. En 2018, una investigación conjunta del Comisionado de Programas de Memoria y del Museo de Historia de Barcelona reveló que la ubicación real del parapeto de ejecuciones se encuentra actualmente bajo el mar. Un urbanismo arrasador ha dejado el muro en medio del nuevo puerto de yates construido a inicios del siglo xxi.

En 2010 se dio un primer paso importante, impulsado por el Memorial Democrático de Catalunya: aunque un poco distante de las zonas de ocio y poco visible para el paseante, se colocó una placa explicativa de los hechos allí donde entonces se consideraba que había estado situado el muro. En 2015, la creación de una plataforma cívica contribuyó a hacer que el nombre volviera a ser visible en el espacio urbano, y también dignificó el barraquismo de la gente trabajadora de esta periferia urbana que durante décadas se superpuso con la violencia política que representaba el lugar.

El 24 de febrero de 2019, en un acto multitudinario presidido por la alcaldesa de Barcelona y el alcalde de Sant Adrià, se inauguró una primera obra in situ del mismo Francesc Abad que consistía en la inscripción de los nombres de todas las víctimas del franquismo sobre un muro que forma parte de las nuevas arquitecturas del lugar, con una puerta de emergencia situada en el centro, una salida que los fusilados no tenían. La materialidad sobre unos paneles adhesivos que el propio artista llama “efímera” es parte de un gesto hacia la formulación de un espacio de memoria permanente.

El Memorial Democrático ha ido retomando este reto y finalmente el mismo Abad será el encargado de crear un lugar de memoria con el título Bosc d’empremtes, un espacio-parque en la proximidad inmediata del Camp de la Bota, dentro del nuevo campus Diagonal-Besòs de la Universitat Politècnica de Catalunya. El proyecto recurre a las huellas dactilares de los registros de las víctimas mortales que forman parte del trabajo de archivo del artista y a su vez evoca el potentísimo concepto de Walter Benjamin que afirma que la historia no es lineal, sino que hay que construirla desde el presente.

Bosc d’empremtes representa el conjunto de las víctimas como una unidad, tal como hacen los árboles que forman un bosque. Al mismo tiempo, nos habla de la individualidad de cada víctima mortal, con su historia personal, y las circunstancias históricas que le tocó vivir y que incentivaron una posición personal enfrentada con la dictadura de Franco. Nos habla también del vacío y de la huella única que dejó cada una de las personas ejecutadas en el Camp de la Bota. Se trata de un memorial muy local y a la vez muy universal —instalado en un sitio de infraestructuras globalizadas situadas entre Barcelona y Sant Adrià— que cumple con el deber de no olvidar que la máxima crueldad de un régimen llegó a normalizarse en un barrio concreto de la ciudad, y que posteriormente se eliminó su huella en una especie de “pacto de silencio” local para cumplir con lo que la ciudad entendió en su momento que requería el desarrollo urbano.

Memorial Rambla 17/08/2017. © Marc Lozano Memorial Rambla 17/08/2017. © Marc Lozano

Memorial Rambla 17/08/2017 (2019)

Rambla dels Caputxins, 78                  

Los días 19 y 20 de agosto de 2017 una cantidad ingente de personas, de forma espontánea, hizo una ofrenda de flores y objetos varios en el mosaico de Joan Miró en el Pla de l’Os de la Rambla de Barcelona. Aunque este tipo de ofrenda se fue repitiendo en puntos adyacentes, esta resultó ser la central, ya que era el punto donde la furgoneta del terrorista se había detenido finalmente después de su trayectoria mortífera, que ocasionó quince muertos de ocho nacionalidades distintas y más de cien personas heridas de más de treinta y cinco nacionalidades.

Las numerosas notas depositadas como ofrenda manifiestan el deseo de que la ciudad de Barcelona siguiera siendo una ciudad de paz, como así también recalcaron las autoridades municipales y gubernamentales. No hay duda alguna de que estas manifestaciones primeras y la voluntad ciudadana fueron fundamentales al dotar al memorial actual de su configuración.

Ricard Vinyes explica haber visto desde buen principio el valor documental de la gran variedad de objetos depositados como ofrenda, y así fue que el Ayuntamiento hizo saber su voluntad de limpiarlos, conservarlos y documentarlos. Este archivo forma parte del Museo de Historia de Barcelona, proceso que supuso la limpieza, preservación y clasificación disponible en los archivos del museo, y también en formato digital.

Esta catalogación de los objetos ofrecidos dio un valor patrimonial a la reacción de la ciudadanía y también a la de los visitantes de la ciudad —recordemos que era agosto—, una reacción que ya había tenido previamente el Ayuntamiento de París, con la conservación de objetos depositados en varios lugares de la ciudad por el atentado de la sala Bataclan en 2015.

En 2018, desde el Ayuntamiento de Barcelona, a través del Comisionado de Programas de Memoria, se vio la necesidad de construir un recordatorio del atentado cerca del mosaico de Miró. Ricard Vinyes, junto con la Unidad de Atención y Valoración a Afectados por Terrorismo, optó por crear un memorial a partir de las frases dejadas en papeles que se habían ido depositando y que en ese momento ya estaban catalogados. De la selección salió elegida la frase en árabe que da lugar a la cenefa de 12 metros —elaborada con una aleación de metales— que se inicia al pasar el mosaico de Miró viniendo de plaza de Catalunya, y que se repite en tres idiomas, catalán, español e inglés: “Que la paz te cubra, oh, ciudad de paz”. La frase va acompañada del dibujo Barcelona, del artista Frederic Amat, realizado en los momentos posteriores al atentado. También están inscritas la fecha y la hora exactas del atentado: “17.08.2017. 16.50 h”.

La elección de la frase parece privilegiar la continuación del espíritu que imperó en las manifestaciones colectivas después del atentado: disolución o prevención de todo sentimiento de odio y reafirmación de la configuración de Barcelona como ciudad plural y diversa. El elemento que privilegia esta representación viene de la frase en árabe que da origen a la traducción en los otros idiomas. No se trata, pues, estrictamente hablando, de un memorial a las víctimas —las víctimas, contrariamente, están ausentes (se ha optado por eludir su número y nacionalidad, por ejemplo)—, sino de una afirmación ciudadana que también sirve de recordatorio del espíritu cosmopolita en que Barcelona se representa a sí misma.

En cuanto a los elementos semióticos, cabe notar la provisionalidad del emplazamiento de la cenefa con motivo de los trabajos de remodelación que se tienen que llevar a cabo en las Ramblas. Apuntaremos que la cenefa, si estuviese colocada al otro lado de donde está ahora, indicaría la trayectoria efectuada por la furgoneta antes de detenerse definitivamente en el mosaico, lo que conferiría un elemento de dramatismo que el actual memorial parece haber intentado evitar.

Stolperstein a Lluís Companys. © Victor Jimenez Stolperstein a Lluís Companys. © Victor Jimenez

Stolperstein a Lluís Companys (2020)

Plaza de Sant Jaume                

La plaza de Sant Jaume tiene, desde el 15 de octubre de 2020, coincidiendo con el 80.º aniversario del fusilamiento de Lluís Companys, una Stolperstein colocada delante de la Generalitat. La colocación del adoquín fue un acto oficial polémico por las discrepancias políticas y conceptuales entre la Generalitat y el Ayuntamiento. El lugar de la colocación —frente a la sede del Gobierno y no de su casa anterior, a pesar de que la inscripción dice “Aquí vivió MHP Lluís Companys Jover”—, y también la indicación del rol político de Companys en el adoquín, son dos puntos importantes en cuestión.

Los micromonumentos llamados Stolpersteine fueron ideados por el artista alemán Gunter Demnig en los noventa en Alemania como respuesta memorial cívica paralela a las políticas memoriales oficiales de una Alemania reunificada. Tenían como objetivo memorializar el terror del régimen nazi, también ante la imposibilidad de representar adecuadamente el impacto del Holocausto. Estas pequeñas piezas o adoquines se colocan habitualmente frente a la casa de la persona recordada, a iniciativa de la familia o la comunidad de vecinos; marcan el lugar donde fue deportada por el régimen nazi y literalmente extraída de su entorno y de la sociedad. El proyecto de Demnig no implica al Estado ni a la nación y sus instituciones. Aquí surge una primera pregunta: dado que el proyecto es, inicialmente, un gesto memorial que apela radicalmente a una comunidad humana sin fronteras y no a una comunidad o a un discurso nacional, ¿en qué se convierte este gesto en cuanto se institucionaliza?

Originalmente, las colocaciones eran actos de rebeldía, y muchas veces no tenían ni un permiso municipal. Hoy hay iniciativas en muchas ciudades alemanas y europeas, y los municipios normalmente conceden los permisos correspondientes. Con el incremento de solicitudes y las crecientes acciones de colocaciones masivas e institucionalizadas de adoquines, algunos de los principios iniciales del proyecto —que, además, le conferían una fuerza excepcional dentro de los gestos conmemorativos alemanes y europeos— se han ido transformando o diluyendo.

La Generalitat, desde el Memorial Democrático, impulsó la colocación de Stolpersteine en 2018 en homenaje a los republicanos que murieron en Mauthausen, a los catalanes asesinados y a los supervivientes de los campos nazis. Esto se dio en varios municipios, cuando el propio artista amplió el proyecto para incluir las conmemoraciones a otros regímenes y a otras víctimas, como las de la violencia represiva y del franquismo, y llamó a estos adoquines Remembrance Stones. El Ayuntamiento de Barcelona apostó por debatir y establecer criterios sobre su presencia en la ciudad, y para averiguar si había maneras más eficientes de recordar e implicar a la población. En este debate se puso en cuestión la manera de dialogar de los adoquines con la señalización memorial propia de la ciudad, y también se discutió sobre la relación entre el Ayuntamiento y los colectivos impulsores de cada uno de los adoquines memoriales.

Hay que preguntarse, también, si es apropiado incluir la conmemoración de otros regímenes y víctimas de violencia represiva y mezclar códigos semióticos conmemorativos. Finalmente, también hay que preguntarse cómo se podrá mantener el carácter de confrontación silenciosa del transeúnte con el destino de un individuo en un lugar común cuando se politiza y se masifica la conmemoración.

La polémica generada alrededor de las Stolpersteine nos muestra una vez más y con gran claridad que la memoria colectiva, en su deber y en su derecho, nunca es compartida por todos los colectivos de la ciudad, de ninguna ciudad. La conmemoración, no obstante, genera proximidad entre las personas y hace que la ciudad sea más fuerte. Las cuestiones sobre estos memoriales producen debates muy interesantes que promueven que la ciudad se convierta en un espacio de intercambio de ideas y que se fortalezcan la tolerancia y la convivencia.

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