Hacia una cultura de la participación

Retrat d'Anastasia Kavada.

Anastasia Kavada, profesora de Comunicación y Política en la Universidad de Westminster, estudia desde hace años la interacción entre los medios digitales, los movimientos sociales y la participación democrática. El pasado mes de mayo disertó en el Born Centro de Cultura y Memoria de Barcelona junto a Simona Levi y Paula Kuffer sobre la difusión masiva de las fake news y su capacidad para degradar los sistemas democráticos.

Las plataformas de las redes sociales son un reflejo de la condición humana: sirven para manipular elecciones, difundir noticias falsas y favorecer el ascenso del autoritarismo, pero a su vez son una herramienta esencial para los procesos colectivos de organización y para las movilizaciones sociales. En definitiva, proyectan la mejor y la peor cara del ser humano. La línea de investigación de la profesora Anastasia Kavada se centra en el papel de las plataformas digitales en la transformación política, enfatizando especialmente el uso que hacen de ellas los movimientos sociales como Occupy, la Primavera Árabe o los Indignados. En 2007 defendió su tesis doctoral, en la que estudiaba el uso de las listas de correo electrónico y la web por parte de activistas implicados en estos y otros movimientos sociales.

Nuestra percepción de las redes sociales ha dado un vuelco de 180 grados en los últimos años. Durante la campaña electoral que llevó a Donald Trump a la Casa Blanca, en 2016, Twitter y Facebook se presentaban como plataformas neutras de distribución de contenidos. Cuatro años después, ejecutaban una decisión tan trascendente como peligrosa: eliminar la voz del presidente de Estados Unidos después de que este hubiese sembrado dudas sobre el proceso electoral por correo postal y hubiese animado a sus seguidores a manifestarse en el Capitolio mientras el poder legislativo estaba contando los votos para certificar la victoria de Joe Biden en las elecciones presidenciales de 2020. El resultado, por todos conocido, cinco muertes y decenas de heridos, evidenciaba las graves consecuencias de la desinformación en las sociedades democráticas.

¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Dice Anastasia Kavada que, desde 2007, las redes sociales facilitan la diseminación de información falsa por dos motivos. Primero, por el modelo de negocio, ya que estas plataformas necesitan reunir a una gran cantidad de personas para interactuar con los contenidos con el objetivo de recoger datos y vender publicidad (este modelo de negocio lo ha estudiado y descrito en detalle la periodista Marta Peirano en el libro El enemigo conoce el sistema, Debate, 2019). Segundo, porque los algoritmos de personalización sirven para reforzar las creencias propias, lo que nos lleva a aislarnos cada vez más del que piensa diferente y a cerrarnos en nuestra ideología, es decir, a radicalizarnos. El fenómeno lo describió el profesor de Derecho Cass Sunstein en el libro República.com. Internet, democracia y libertad (Paidós, 2003), y lo popularizó el activista Eli Pariser a través de una TED Talk que después tomó forma de libro: El filtro burbuja: cómo la web decide lo que leemos y lo que pensamos (Taurus, 2017).

Propaganda digital

La propaganda digital es el último ingrediente de esta tormenta perfecta. Las plataformas tecnológicas segmentan a los usuarios en función de su patrón de navegabilidad. Así pueden saber si una persona está indecisa entre dos opciones políticas pocos días antes de unas elecciones, y generan contenido publicitario personalizado para decantar su voto hacia una postura determinada. Es lo que pasó, por ejemplo, en el escándalo de Cambridge Analytica. En palabras de uno de los extrabajadores de la consultora política: “Usamos Facebook para acceder a millones de perfiles de usuarios. Y construimos modelos para explotar lo que sabíamos de ellos y apuntar a sus demonios internos. Esta era la base sobre la que se fundó la compañía”. Aunque Cambridge Analytica cerró, hay otras empresas que hoy realizan la misma labor y, según Kavada, operaron en el proceso electoral del referéndum del Brexit, por ejemplo.

¿Cómo combatir la desinformación en las redes sociales? La solución pasa por la regulación de las empresas tecnológicas y la alfabetización digital. A finales del año pasado, Reino Unido, por ejemplo, presentaba un proyecto de ley para regular el contenido ilegal en internet, en el que establecía multas de miles de millones de libras para las plataformas que no asumieran la responsabilidad de eliminar el material de apología del terrorismo y de abuso sexual infantil. Alemania tomaba medidas similares con multas de hasta 20 millones de euros por difundir discursos de odio y Francia apostaba por sancionar a las tecnológicas que permitieran la desinformación durante los procesos electorales. Por otro lado, instituciones públicas trabajan para dar a conocer herramientas y metodologías para que la ciudadanía pueda combatir de manera autónoma la desinformación. La Comisión Europea trabaja estrechamente con las plataformas de redes sociales para animarlas a promocionar fuentes fiables, a invisibilizar los contenidos que no hayan sido verificados y sean falsos o engañosos, y a eliminar los que sean ilícitos. La UNESCO, por su parte, acaba de publicar un manual titulado Journalism, ‘Fake News’ and Disinformation para dar recursos a la ciudadanía para discernir entre información fiable y no fiable, y tener una dieta informativa saludable.

Movilizaciones sociales

Pero no todo es manipulación, desinformación y auge del autoritarismo en las redes sociales. Estas plataformas también contribuyeron en las movilizaciones sociales como Occupy, la Primavera Árabe o los Indignados. Estos proyectos tienen en común tres aspectos clave que habría que recuperar para ordenar el escenario actual de caos informativo. En primer lugar, reclaman acción. “Los ciudadanos no son simplemente receptores de acciones políticas, sino también productores de política. No solo usan internet para consumir información, sino para crearla”, dice Kavada. Segundo, son proyectos que se articulan alrededor del concepto de igualdad, entendiendo que necesitan la implicación de toda la ciudadanía, independientemente de su sexo, género u origen.

“La descentralización de la gobernanza es imprescindible, porque descentralizar es dar voz a la diversidad. No solo los expertos crean conocimiento, sino que el conocimiento lo produce todo el mundo”, añade. Tercero: bien común y cuidados. Se trata de poner la empatía, la solidaridad y el cuidado en el centro. Son movimientos sociales que surgieron para dar respuesta a la devastadora crisis financiera de 2008 y que reaparecen ahora para hacer frente a la actual crisis sanitaria del coronavirus.

La vuelta de tuerca radica en la cultura de la participación. Una vez finalizada su exposición, Kavada calla y se abre el turno de preguntas. Silencio. ¿Cómo educar a la ciudadanía en la participación? “La ciudadanía no participa porque cree que sus aportaciones no son importantes y no se tendrán en cuenta. La centralización de la gobernanza no ha permitido la cultura del debate y ahora hay que hacer pedagogía si queremos mejorar la calidad del sistema democrático”, señala Kavada. “La participación a través de las redes sociales y los medios digitales fue muy importante en la constitución del 15-M”, añade Simona Levi, “pero el sistema se la apropió a su manera. Las instituciones nos proponen hablar, pero no participar. Deberían plantear procesos participativos reales, dotar a la ciudadanía de competencias y exigirle responsabilidades”.

“El problema de la desinformación no se encuentra ni en los medios digitales ni en las plataformas de redes sociales, sino en el poder, en las organizaciones que centralizan lo que debería ser el espacio de todos y de todo”, coinciden ambas expertas. Solo descentralizando la red y promoviendo una cultura de la participación real se puede revertir el problema de la desinformación que actualmente degrada a todos los sistemas democráticos.

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