Hacia una nueva era sin exclusiones digitales

Los factores de desigualdad de siempre (clase social, edad, género, educación, entorno) determinan no solo el acceso, sino también la capacidad de desenvolverse con plenitud en el mundo digital. Teletrabajo, automatización, participación digital y seguridad son origen de nuevas brechas digitales. Además de acabar con ellas, el reto del futuro será afrontar la desconexión digital, la desintoxicación de las redes o el trato con humanos en lugar de con máquinas.

Una de cada dos personas en España reconoce que le es imposible vivir sin internet... ¿Parece poco o mucho? En nuestro país pasamos más de seis horas al día de conexión. Lo tenemos realmente fácil para estar, literalmente, enganchados. El 80% de las familias tiene ordenador; el 99,5% (¡casi todas!), algún móvil; un 95,9% dispone de conexión fija o móvil[1]. Las cifras arrojan una sensación de normalidad, pero ¿qué pasa con los decimales, con las cifras que completan el porcentaje hasta incluirnos a todos? Es ahí, en esos espacios, donde se abren brechas digitales. En esos huecos, invisibles, casi imperceptibles, se esconden realidades sociales que desequilibran la balanza.

Hay más de 3.000 millones de personas en todo el mundo en desigualdad en el ámbito digital. En países como el nuestro ya no se puede decir que alguien “está conectado” en función exclusivamente de que dispone de acceso a internet. Influyen otros aspectos, así que internet por sí solo no sirve para explicar la brecha digital. Para hablar de conexión tenemos que contemplar otras dimensiones, mejorar el análisis, afinar mejor… Mirar entre las grietas.

Con motivo de la pandemia, hemos vivido más de dos años detrás de pantallas, nos hemos visto obligados a hacerlo. Ha sido una necesidad vivir así: socializar, estudiar, consumir, hacer ejercicio, trabajar. Pero no todo el mundo ha tenido la posibilidad de hacerlo, y es importante analizar esa diferencia. Quien se podía conectar podía adaptar sus rutinas al modo digital, pero otros muchos sobrevivían en analógico. ¿Alguien reparó en todas las personas excluidas socialmente por sus carencias digitales y tecnológicas?

Empezamos a comprender entonces que la experiencia digital no es igual para todos y todas, y que estos desajustes digitales y sociales (la falta de acceso a internet, a una conexión fija o móvil y a los dispositivos electrónicos) heredan los patrones de desigualdad de siempre, los sospechosos habituales: ricos y pobres, mayores y jóvenes, hombres y mujeres, ciudad y campo. La discriminación de base digital hacia colectivos vulnerables, minorías, etc. no ha de entenderse solamente como una cuestión puramente económica, sino también como una limitación psicosocial y política y, en suma, de derechos.

Las brechas que se cierran: acceso, uso y competencias

Siempre hemos entendido la digitalización como algo que tenía que ver con el acceso a la tecnología. En la primera época de internet, tan lejana ya para casi todos, lo que nos hacía estar dentro o fuera de la sociedad digital era tener o no un ordenador. España ha hecho un esfuerzo enorme en los últimos años por democratizar el acceso a la infraestructura digital en todas sus formas; por eso esa brecha es casi inexistente a nivel agregado. En términos específicos, sin embargo, debemos seguir combatiendo las fuentes tradicionales de desigualdad, que afectan a las personas con menores ingresos, menos estudios, mayor edad y habitantes del entorno rural y que los limitan en casi todos los ámbitos vitales.


[1] Observatorio Nacional de Tecnología y Sociedad. Ordenadores y hogares españoles 2022. Ministerio de Asuntos Económicos y Transformación Digital, Madrid, 2022.

Cuando el acceso a internet se amplió a cotas verdaderamente mayoritarias de la sociedad, pasó a importar el uso que se hacía de este y se convirtió en lo que nos mantenía dentro o fuera del espacio digital. La brecha digital, entonces, se pasó a medir mirando quién se conectaba, durante cuánto tiempo y para qué. Según esos cálculos somos un país conectado en el que más de 33 millones de personas usan internet a diario para prácticamente casi todo. Esta tendencia (incluyendo el número de usuarios de WhatsApp, que en España supera los 31 millones) no parece que vaya a cambiar en los próximos años, por lo que habrá que plantear nuevos indicadores para entender la sociedad digital.

No es sencillo medir la conexión significativa que buscamos para detectar las brechas. Estamos hablando de un tema transversal, que se puede analizar desde cualquier óptica: económica, social, competencial, educativa, laboral, territorial y de género. A lo largo de la última década la Comisión Europea ha comenzado a medir estas dimensiones a través de indicadores en el Índice de la Economía y la Sociedad Digital (DESI por sus siglas en inglés), que audita a los estados miembros. A las dimensiones clásicas de acceso y uso a las tecnologías se añaden las relacionadas con el capital humano. Y es aquí donde encontramos la evolución de lo que se entendía como brecha digital: ¿quién dispone de las competencias para desenvolverse con plenitud en la economía digital?

Este cambio de enfoque ha sido de enorme ayuda para identificar las competencias digitales de cada grupo social y para constatar desde hace años que existen pocos especialistas en esta materia (menos del 4%, lo que nos sitúa por debajo de la media europea). Sabemos, por ejemplo, que hay pocas personas estudiando carreras técnicas y que solo el 20% son mujeres. Competir en el mercado laboral digital va a ser complicado con esta brecha de conocimiento a la que se le añade otra escandalosa, la brecha de género.

Estas vulnerabilidades son conocidas desde hace años y España tiene una ambiciosa agenda para reducirlas. En la estrategia España Digital, financiada a través del Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia, se orientan los fondos del programa Next Generation European Union (NGEU). Una de sus metas es la transformación estructural de la economía con un enfoque claro en la mejora de las infraestructuras, las competencias digitales y la cohesión territorial a través de la conectividad.

Tenemos por delante un reto transversal, ya que la desigualdad social está presente en el ámbito digital pongamos el prisma donde lo pongamos. Es prioritario que no quede nadie desconectado en un momento en el que gran parte de nuestra actividad se produce estando conectados. Cuanto más profundicemos en el conocimiento de las brechas, más probabilidades tendremos de cerrarlas.

Las brechas que se abren: teletrabajo, automatización, participación digital, seguridad y de género

En el año 2020 conocimos masivamente el teletrabajo. Tradicionalmente, España ha sido un país que por diferentes motivos no ha tenido incorporada esta modalidad y, sin embargo, con los confinamientos alcanzamos cifras récord. Pero la realidad es que solo una de cada tres personas ocupadas tiene un empleo que le dé la opción de trabajar online. Además, no todas las ocupaciones que podrían llevarlo a cabo tienen luz verde para hacerlo. Sin embargo, sabemos que la sociedad desearía elegir desde dónde trabaja. Una aplastante mayoría (casi el 80%) ha reconocido que preferiría teletrabajar cuatro días o más. Y aquí volvemos a hablar de los enemigos comunes: las personas con estudios e ingresos más altos son las más susceptibles de que se les permita trabajar a distancia. En fin, que el teletrabajo no es para todos. Ni por el tipo de trabajo que se realiza, ni por las competencias que se requieren, ni por el territorio en el que se vive, ni por el acondicionamiento del espacio para ello… Hay personas que, simplemente, no pueden optar al teletrabajo, aunque quieran.

El estado civil o la convivencia con hijos son otros condicionantes que influyen en el acceso al teletrabajo, lo que supone un espacio perfecto para la desigualdad. El teletrabajo es más común entre las personas más jóvenes, las mujeres y aquellos con competencias digitales elevadas. Y no olvidemos que para teletrabajar es necesaria además una conexión de calidad, que no siempre está disponible.

También hay que tener en cuenta que no todos los empleos del tejido productivo del país han hecho o pueden hacer una transición digital. Algunos sectores están lejos de beneficiarse de uno de los aceleradores del proceso de digitalización, que afecta a un gran número de tareas laborales: la inteligencia artificial y la automatización. La OCDE estima que la automatización tendrá influencia sobre el 12% de los empleos que solo requieren educación primaria (56%) y secundaria (43%). A menor nivel de formación e ingresos, mayor porcentaje de aprovechamiento de sus beneficios. Es por ello por lo que cobra especial relevancia disponer de competencias digitales adaptadas al entorno profesional[2].

Algunos estudios recientes asocian la relación entre participación digital y brecha participativa[3]. Esta última se define como el conjunto de desigualdades que genera una distribución irregular de los usos de internet, donde hay que prestar especial atención a la brecha en la participación política. Se puede decir que las desigualdades clásicas vuelven a estar presentes en la participación digital (renta, género, edad…), pero socialmente las consecuencias negativas de la brecha participativa son superiores porque tienen un impacto directo en la democracia.


[2] Velasco, L. “El año en el que nos creímos la digitalización”. Economistas. Revista Colegio de Economistas de Madrid, 2022.

[3] Robles Morales, J. M., Antino, M., De Marco, S. y Lobera, J. A. “The New Frontier of Digital Inequality. The Participatory Divide”. Revista Española de Investigaciones Sociológicas. 156: 97-116. 2016.

Il·lustració. © Laura Wätcher Ilustración. © Laura Wätcher

Una nueva brecha se produce en el ámbito de la seguridad digital o ciberseguridad, en relación con la protección de datos y la privacidad. El nivel de alfabetismo digital va a condicionar nuestra protección en un entorno económico extractivo de datos. Se debe actuar ante un creciente problema de inseguridad en este ámbito (estafas, robo de datos, perfilado, etc.), pero debemos contemplar otras dimensiones más allá de la económica.

Las mujeres, la mitad de la población, pueden llegar a ser más vulnerables online de lo que ya son offline. Su seguridad digital no tiene solo que ver con qu al navegar, operar o comprar se sientan protegidas. También involucra su persona, honor, intimidad y privacidad. El temor a ser víctima de delitos en este ámbito, sumado al hostigamiento sexista que sufren muchas mujeres al compartir sus experiencias y opiniones, puede afectarles a muchos niveles, desde el psicológico hasta el laboral. Además, los ataques en redes pueden llegar a restringir la socialización de las mujeres en igualdad de condiciones y, por tanto, el desarrollo pleno de sus libertades y derechos[4].

Miremos donde miremos, en cualquiera de las dimensiones de las brechas, las mujeres siempre hemos estado en una posición inferior respecto a los hombres. No importa si analizamos las competencias digitales avanzadas o la brecha salarial, la automatización o la violencia digital. Existen estimaciones que cifran la oportunidad de cerrar la brecha digital de género en cerca de 500.000 millones de euros a nivel global. Pero luchar contra esta brecha no es solo un tema económico, se trata de preservar el desarrollo de las personas en una sociedad digitalizada y, por tanto, hablamos de una cuestión democrática[5].


[4] Observatorio Nacional de Tecnología y Sociedad. Brecha digital de género. Ministerio de Asuntos Económicos y Transformación Digital, 2022.

[5] Observatorio Nacional de Tecnología y Sociedad. Brecha digital de género. Ministerio de Asuntos Económicos y Transformación Digital, 2022.

¿Cómo serán las brechas del futuro?

La desconexión digital, la desintoxicación de las redes o el trato con humanos en lugar de con máquinas serán aspectos decisivos en las brechas del futuro. Visto lo visto, parece que no todos podremos desconectar voluntariamente. Estamos en un momento de tal aceleración digital que, precisamente por ello, necesitamos parar y mirar entre líneas. Debemos comprender que la desigualdad digital va más allá de las concepciones simplistas que se centran en el acceso a las tecnologías; que existe una desigualdad latente, transversal, sistémica; que las competencias digitales no han sido repartidas aleatoriamente, sino que son el resultado de condiciones previas; y que hay que atajar esta situación de injusticia social antes de que la realidad algorítmica perpetúe la desigualdad.

Como no hay un uso homogéneo de la tecnología ni una integración de esta por igual en todos los ámbitos públicos y privados, nos toca estar atentos a cómo las diferencias influyen en la composición de las sociedades. Conexión es más que un teléfono: debe primar su valor, que podamos usar internet todos los días con un dispositivo conveniente, con suficientes datos y con una conexión rápida, y, así, usarlo para lo que queramos y no para lo que establecen los roles o estereotipos de una determinada cultura.

Debemos entender y estudiar cómo las personas de distintas características y orígenes incorporan la tecnología a sus vidas, cómo difieren sus competencias y sus contextos digitales y sociales, y cómo se transforman sus procesos vitales dependiendo de todas estas diferencias. Esta información resulta tremendamente útil para construir sociedades digitales justas. Estar conectado se ha convertido en algo mucho más amplio que estar on u off. Parte de la vida se desarrolla en digital y, de esta vida virtual, son excluidos quienes no alcanzan una serie de requisitos mínimos para participar en ella. La clave de las brechas digitales está en encontrar las diferencias entre usuarios, porque lo importante no es la lectura de la información o su interpretación, sino qué hacemos a continuación, es decir, cómo reducimos esas brechas.

Este nuevo tiempo de desigualdad digital es un desafío para todos los actores, incluido el Estado, que tiene ante sí una oportunidad para aumentar la prosperidad. ¿Cómo garantizar el desarrollo tecnológico pleno, independientemente de la capacidad adquisitiva o de la ubicación geográfica de la población? Creando una sociedad digital inclusiva, justa y diversa, donde haya un reparto de poder efectivo para que suponga un avance real en la vida de las personas.

Publicaciones recomendadas

  • ¿Te va a sustituir un algoritmo? El futuro del trabajo en EspañaTurner, 2021

El boletín

Suscríbete a nuestro boletín para estar informado de las novedades de Barcelona Metròpolis