La ética y la economía de los cuidados

El aumento de la esperanza de vida, los cambios en las pautas reproductivas y la evolución de la estructura familiar han incrementado en nuestro país la demanda de cuidados, y se tendrá que dar respuesta a este hecho. Hacen falta políticas públicas orientadas a crear una nueva economía y una nueva ética de los cuidados y un entorno social, cultural y urbanístico orientado a facilitarlos.

Cuando pensamos en la prosperidad de un país o una ciudad, solemos tomar como elemento de medida el nivel de infraestructuras del que dispone, la eficacia de sus comunicaciones y sus parámetros como la tasa de ocupación o el presupuesto destinado a investigación. Pero para que todo eso pueda funcionar, antes que nada se tienen que garantizar unas estructuras de apoyo y de cuidado que hagan posible que la vida siga adelante. Nada puede funcionar sin el trabajo, a menudo invisible, de las personas que cuidan de los niños y los mayores que no se valen por sí mismos, del hogar y de los bienes inmateriales sin los cuales no podríamos vivir, ni trabajar, ni disfrutar de la prosperidad. 

Durante mucho tiempo las tareas que sostienen la vida han recaído sobre las familias y particularmente sobre las mujeres. Y ahora, cada vez más, sobre trabajadoras del hogar, muchas de ellas inmigrantes, obligadas en muchos casos a ejercer en condiciones precarias e, incluso, de economía sumergida. La crisis de la COVID-19 ha puesto de manifiesto la gran fragilidad de nuestro sistema de atención en la dependencia. La catastrófica gestión inicial de la pandemia en las residencias mostró las carencias de estas instituciones y los peligros de un modelo que de un tiempo a esta parte está demasiado dominado por la lógica mercantil y el ánimo de lucro. Los déficits venían de mucho antes, pero la crisis ha dejado clara la urgencia de revisar todo el sistema de manera que no sean los residentes los que se tengan que adaptar a las necesidades de la organización, sino la organización a los deseos y las necesidades de sus residentes.

El aumento de la esperanza de vida, los cambios en las pautas reproductivas y la evolución de la estructura familiar derivan en un incremento de la demanda de atención que habrá que afrontar. Cuando se pregunta a la ciudadanía dónde quiere vivir en el tramo final de su vida, la mayoría responde que en casa. Para que todo el mundo pueda disfrutar de lo que necesita, harán falta políticas públicas orientadas a crear una nueva economía, una nueva ética de los cuidados y un entorno social, cultural y urbanístico orientado a facilitarlas. Cuidar tiene que ser una responsabilidad de todos. Una ciudad que cuida es la que aplica políticas que permiten a sus habitantes cuidar de sí mismos y de los otros. — Milagros Pérez Oliva

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