La extrema derecha y el populismo autoritario, retos para la democracia liberal

Il·lustració © Raquel Marín

La aparición de grupos políticos de extrema derecha o del llamado “populismo autoritario” en Estados Unidos y en algunas partes de Europa parece contradictoria, ya que está surgiendo en las denominadas “democracias consolidadas”. Pero esta irrupción responde a una lógica histórica: aparece en un contexto de crisis económica y de descenso del nivel de vida.

El auge de la extrema derecha o del populismo autoritario en gran parte de los países europeos y en Estados Unidos (por no citar también a India o Brasil) sorprende en parte, pero de alguna forma parece la conclusión lógica de un proceso histórico de progreso discontinuo en “tiempos revueltos”.

Lo que sorprende de la presencia (al parecer indefinida) de grupos políticos de extrema derecha en el sistema político de estos Estados es que se está produciendo en las denominadas “democracias consolidadas”, es decir, Estados que han gozado de un modo de gobernanza democrático durante más de catorce años y que ofrecen ciertas garantías respecto a los derechos y a las libertades fundamentales, incluidos los de las minorías. Desde la Segunda Guerra Mundial, y especialmente desde el fin de la Guerra Fría, muchos autores y comentaristas habían relegado al pasado a los grupos de la ideología que defienden hoy políticos como Orbán en Hungría, Santiago Abascal en España, Matteo Salvini en Italia, Marine Le Pen en Francia o Jair Bolsonaro en Brasil.

Lo cierto es que estos partidos, líderes políticos y movimientos se diferencian en cierta forma de la extrema derecha y de los fascismos del pasado. Es importante remarcar las distinciones y definir el fenómeno ante el que nos encontramos.

Una extrema derecha particular

Aunque se suele hacer referencia al auge de la extrema derecha, en cierto sentido estos partidos políticos y movimientos no siempre proponen políticas tradicionalmente asociadas a la derecha. Algunos de ellos, en su vertiente más populista, presentan políticas económicas redistributivas más típicas de la izquierda que de la política económica conservadora.

Algunos partidos como Agrupación Nacional, liderado por Marine Le Pen en Francia, o el Partido por la Libertad, en Holanda, han asumido una posición de defensa de los derechos de la mujer y de la comunidad LGTBI, argumentos que esgrimen para defender a estos colectivos de la “amenaza del islam” o de los musulmanes.

En Francia, la teoría del grand remplacement, que supone una gran amenaza para la igualdad de género, está muy desarrollada. Esta teoría de la conspiración —que ha hecho mella entre la extrema derecha autoritaria— defiende que la población de Francia (o bien de Europa o del país en cuestión) está siendo progresivamente reemplazada por gentes no europeas (especialmente árabes o musulmanes subsaharianos) por medio de la migración, los cambios demográficos y la caída de la tasa de natalidad con la complicidad de las élites “reemplacistas”.

Otra innovación o elemento distintivo de la extrema derecha de hoy, o de los líderes de estos movimientos en algunos países, es la defensa de la protección del medioambiente y de los territorios. Basta con escuchar el discurso que Marion Maréchal (nieta de Jean- Marie Le Pen y líder intelectual de la extrema derecha francesa) pronunció en octubre de 2019, en el que decía que “la protección del medioambiente es, en esencia, conservadurismo”. Ya se empieza a hablar también de ecofascismo. El terrorista que atentó contra una mezquita en Christchurch, Nueva Zelanda, se calificaba a sí mismo como ecoterrorista. También el homicida del atentado cometido en El Paso, Estados Unidos, contra la comunidad hispana de Texas hizo referencia a la teoría del grand remplacement y a los problemas de recursos limitados que ponen a Estados Unidos bajo presión.

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El populismo autoritario moderno

A parte de su tendencia política ultraconservadora, lo que es indiscutible es que se trata de partidos y movimientos que encajan perfectamente dentro de lo que entendemos por “populismo autoritario”: un “populismo” que, mediante un estilo retórico propio, refleja los principios de primer orden sobre quién debe gobernar, alegando que el poder legítimo recae en “el pueblo” y no en las élites. Se lo considera también “autoritario” porque prioriza la seguridad “dura” para proteger a un grupo definido como “propio” ante las amenazas de un grupo “foráneo” (considerado inferior), así como el cumplimiento de las normas convencionales del grupo y la obediencia leal a los líderes.

Los populistas autoritarios plantean un reto para la democracia liberal. Algunos, como Viktor Orbán, defienden abiertamente una democracia iliberal, una democracia sin derechos. Pero si bien se tornan iliberales, con tendencia a deshumanizar a la población a la que presentan como amenazante (por ejemplo, los comentarios de Rocío Monasterio, de Vox, en los que se refirió a menores no acompañados como “manadas”), la mayoría de las veces promueven el uso de mecanismos puramente democráticos. En ocasiones defienden con fuerza la democracia directa, sin pasar por los límites y los controles que conlleva la democracia representativa.

A diferencia de los movimientos de antaño, según las investigaciones llevadas a cabo por la organización Institute for Strategic Dialogue, en el presente la extrema derecha se coordina internacionalmente. Ha creado un ecosistema internacional (ya no circunscrito solamente a lo nacional) que comparte tácticas y estrategias entre diferentes partidos y movimientos, es sofisticado a nivel tecnológico y recluta a grupos que rompen con las líneas tradicionales de los seguidores de la extrema derecha.

El populismo autoritario toma múltiples formas y se encuentra en distintas fases de desarrollo en cada país. Está más consolidado en Hungría o Turquía —donde se puede hablar ya de una democracia iliberal—, y menos en otros países como Francia, Italia o España, donde hoy en día representa una fuerza importante en el panorama político pero todavía no ha logrado hacerse con el poder. A pesar de las diferencias, no es casualidad que este movimiento esté obteniendo apoyos, pues su auge se da en un contexto global compartido, a pesar de sus diferentes manifestaciones en cada realidad nacional.

Il·lustració © Raquel Marín © Raquel Marín

Ascenso del populismo autoritario

El movimiento populista autoritario se ha desarrollado en un contexto de crisis económica y de descenso del nivel de vida. A pesar de la recuperación (en algunos Estados) tras el crac del 2007, las condiciones de vida anteriores no se han restablecido. Del mismo modo, los avances en la automatización de la industria y el potencial de las nuevas tecnologías como la inteligencia artificial pueden presentar nuevos retos de los que estos actores tal vez se aprovechen. Asimismo, nos encontramos en una época de cambios demográficos importantes: poblaciones envejecidas en países de la Europa continental, un aumento de la multiculturalidad y una mayor visibilidad de los flujos migratorios.

Es también un momento de una profunda crisis de confianza en todas las instituciones políticas y sociales en las que se apoya la democracia liberal. En Europa y Estados Unidos se observan niveles muy bajos de confianza en los gobiernos, en los medios de comunicación y en las empresas, así como un menor compromiso con la democracia como sistema de gobierno. Esta desconfianza surge especialmente en países donde se han vivido años de corrupción que ahora han salido a la luz, aunque la fatiga con respecto a las instituciones y el sentimiento antielitista son factores comunes en todos los países en los que se observa un mayor éxito de la extrema derecha.

A ello cabe añadir la aparición y la preponderancia que hoy en día tienen las redes sociales. Más allá del fenómeno de la intervención exterior en los procesos electorales y de las noticias falsas, los partidos de extrema derecha han demostrado ser altamente competentes en el uso de las redes para promover su mensaje. No ayuda que los algoritmos de plataformas como Facebook exploren las vulnerabilidades psicológicas de los consumidores y contribuyan a la polarización y a la radicalización.

Las tendencias autoritarias: el “Us vs. Them” o tribalismo político

La académica Karen Stenner habla de la dinámica autoritaria desde el punto de vista de la psicología social aplicada a la ciencia política. Desde esta perspectiva, esta dinámica se da cuando la tendencia autoritaria (un rasgo psicológico subyacente presente en un 30 % de la población) se activa en casos de amenaza normativa. Esta amenaza se puede relacionar fácilmente con un ritmo acelerado de cambio como el que vivimos en la actualidad y está ligada a la necesidad cognitiva de unidad e igualdad. Las personas que presentan esta tendencia suelen tener más dificultades ante el cambio y prefieren la homogeneidad; y, al parecer, ahora estamos en un momento en que estas tendencias se han activado, en parte promovidas por los populismos.

Mientras las élites cosmopolitas hablaban de la defunción del Estado nación y de la erosión de las fronteras, olvidaban que las identidades grupales y, primordialmente, la identidad nacional, cumplen una importante función cognitiva al responder a las necesidades de pertenencia a un grupo que se encuentran arraigadas en la psicología de todo ser humano. Los estudios sobre opinión pública llevados a cabo por More in Common en Italia, Grecia, Alemania, Francia, Holanda y Estados Unidos constatan que las personas más proclives a apoyar a los grupos de extrema derecha son aquellas que perciben que su identidad nacional está desapareciendo o que se sienten como extrañas en su propio país.

Los actores de extrema derecha han encontrado en este contexto un terreno extremadamente fértil para retornar a concepciones del Estado nación excluyentes y redefinir el grupo propio, un “nosotros” (in-group) ante un “otros” (out-group) distinto y presentado como amenazador. Ese “otros” lo ha conformado, en la mayoría de los casos, la población migrante. No es de extrañar entonces que los populistas autoritarios sean capaces de instrumentalizar el fenómeno migratorio y la crisis del Mediterráneo (o de la frontera sur, en el caso de Estados Unidos), un recurso que parece caracterizar a todos estos movimientos políticos, quienes encuentran en los migrantes o en las minorías una amenaza contra el orden, la ley y la ejecución de la voluntad del pueblo al que dicen representar.

Los retos para la democracia liberal y la polarización

El populismo autoritario presenta retos reales para la democracia liberal tal como la conocemos. Su auge se da en el mismo momento en el que también han aumentado los delitos de odio. Estos movimientos fomentan y se benefician de la polarización, un fenómeno más patente en Estados Unidos en la actualidad, pero en desarrollo también en Europa. Por ejemplo, en Norteamérica se da la llamada “polarización temática” (issue-based polarization) en la que, ante una multiplicidad de temas —como por ejemplo el aborto, la inmigración o la tenencia de armas—, hay diferentes grupos políticos que reman en la misma dirección; aquellos que defienden la legalización del aborto suelen ser los mismos que apoyan las restricciones sobre la tenencia de armas y una política migratoria liberal.

Además de esta polarización temática, también encontramos la “polarización afectiva”, la cual presenta más retos y es de la que más se benefician los populistas autoritarios. El caso del Brexit resulta un ejemplo claro: en esta cuestión particular, cada grupo ve positivamente al propio y siente animosidad por el “oponente”, al que tiende a caricaturizar e incluso deshumanizar. En Reino Unido, los más partidarios de quedarse en la Unión Europea ven al resto de remainers favorablemente y a los leavers (partidarios del Brexit) desfavorablemente y de forma caricaturesca, y viceversa. No importa que estén de acuerdo en muchas otras cuestiones, lo fundamental es la divergencia en estas identidades que se han formado.

En sociedades polarizadas es más difícil hacer frente a retos colectivos y llegar al compromiso, el cual es clave para el buen funcionamiento de la democracia. Los populistas autoritarios, a través de la polarización, pueden activar a sus bases, atraer a quienes no son sus adeptos y agitar a los que no les apoyan de forma que se radicalicen también hacia el otro extremo. Cuando esto sucede, la verdad y los hechos pierden importancia porque interpretamos la realidad desde el punto de vista de la identidad y de lo que representa para nuestras afiliaciones grupales. La verdad pasa a estar supeditada a lo que conviene al grupo y a la causa. En este punto nos encontramos en muchos países europeos y en Estados Unidos, y este es el reto que debemos afrontar.

 

Referencias bibliográficas

Chatterton Williams, T., “The French Origins of You Will not Replace US’.” The New Yorker, 27 de noviembre de 2017.
Davey, J. y Ebner, J., “The Fringe Insurgency – Connectivity, Convergence and Mainstreaming of the Extreme Right.” Institute for Strategic Dialogue, octubre de 2017.
Duffy, B. et al., “Divided Britain? Polarisation and fragmentation trends in the UK.” King’s College London, septiembre de 2019.
Gardiner, B., “White Supremacy Goes Green.” The New York Times, 28 de febrero de 2020.
More in Common, publicaciones 2017-2020.
Stenner, K., “The Authoritarian Dynamic. Cambridge University Press, Cambridge, Reino Unido, 2005.

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