Las mujeres jóvenes, entre la desigualdad y el empoderamiento

Il·lustració © Joan Alturo

La gente joven está protagonizando nuevos discursos sobre el género y cuestionando muchas de las discriminaciones y violencias que las generaciones mayores tenían normalizadas. El feminismo es, con el ecologismo, el discurso progresista desde el que mucha gente joven está siendo crítica con el estado actual de las cosas. ¿Qué ha cambiado y qué no en la juventud en cuanto a las desigualdades y las normas de género?

Hay expectativas sociales sobre la igualdad de género que la gente joven ha visto frustradas. La principal, que la educación era la clave para la igualdad a todas las esferas de la vida. Hoy las jóvenes, y ya no es la primera generación, tienen niveles formativos más altos que los jóvenes. Pero sabemos que eso no ha ido aparejado de una transformación equivalente del mercado laboral. Las mujeres jóvenes son el colectivo de edad y género con menos ingresos propios. Además, la desigualdad aumenta cuando el momento del ciclo de vida avanza (también para las más educadas, también para las jóvenes). Pero conviene explorar en qué momento empiezan a aparecer las desigualdades sociales y sobre todo económicas en la vida de las mujeres en un contexto como el actual de igualdad formal.

En la adolescencia ya está presente la violencia machista. En España, una de cada cuatro chicas entre 16 y 19 años que ha tenido pareja en algún momento ha sufrido violencia machista de control en el último año.[1] La población escolar de entre 12 y 18 años ya afirma haber vivido en alguna medida situaciones de violencia sexual (tocamientos, acoso, agresiones). Las chicas ya sufren el doble de veces que los chicos estos episodios y, de hecho, el más habitual, “comentarios molestos o insultantes de tipo sexual” ha sido sufrido por el 6,6 % de los chicos adolescentes y el 18,8 % de las chicas adolescentes en el último año, es decir, tres veces más.[2]

Falta de educación sexoafectiva

La actividad sexual es, en buena parte, la vía de entrada de la violencia machista en la vida de los chicos y las chicas en edades muy tempranas. La edad promedio del inicio de las relaciones sexuales con penetración son los 16,7 años. La pregunta, de difícil respuesta con la información actual, es cuántas de esas relaciones heterosexuales “completas” son abusivas. La falta de educación sexoafectiva deja esta etapa exploratoria en manos del mito del amor romántico: la idea de que somos seres incompletos sin una pareja, que esta —si somos mujeres— merece nuestro sacrificio y que el amor justifica el sufrimiento y los celos. También está presente la pornografía. Los roles tradicionales de género (la iniciativa tiene que ser del hombre), así como el foco en el placer masculino, son normas sociales vigentes entre la población joven. En este sentido, es alarmante saber que los datos recogidos en 2018 entre la población usuaria del Centro Joven de Anticoncepción y las Sexualidades (CJAS) señalan que una de cada tres mujeres menores de 30 años reconoce no poder decidir a la hora de utilizar un método anticonceptivo, y más del 25 % frecuentemente mantiene relaciones sexuales sin quererlas. Por otra parte, las redes son (entre otros) un nuevo medio de cuya violencia todavía no conocemos del todo el alcance. Aparecen nuevas formas de cibercontrol y ciberacoso continuado y otros tipos de violencia que hay que tener presentes y que pueden ser muy graves: sexpreading, sextorsión, ruptura a la francesa (ghosting), ciberacoso pederasta (grooming), etc.


[1] Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad. Macroencuesta de violencia contra la mujer, 2015.

[2] Departamento de Interior. Enquesta de convivència escolar i seguretat a Catalunya. Curso 2017-2018.


[1] Ministeri de Sanitat, Serveis Socials i Igualtat. Macroencuesta de violencia contra la mujer, 2015.

[2] Departament d’Interior. Enquesta de convivència escolar i seguretat a Catalunya. Curs 2017-2018.

Il·lustració © Joan Alturo © Joan Alturo

Por otro lado, en el ámbito educativo la especialización de género no disminuye. Es la llamada segregación horizontal: se produce en la educación y se replica en el mercado laboral. En bachillerato ya existe una mayoría femenina en humanidades y artes, y una masculina en ciencias. En los estudios de grado medio la segregación se extrema: en la familia de imagen personal está matriculado un 92,9 % de mujeres, y en las de textil, confección y piel un 84,8 %. Al otro extremo hallamos más de un 97 % de matriculación masculina en transporte y mantenimiento de vehículos, fabricación mecánica, electricidad y electrónica, instalación y mantenimiento[1]. En la universidad, donde en conjunto predominan las mujeres, encontramos que representan el 73 % entre el alumnado de ciencias de la salud y el 25 % en las carreras técnicas[2]. Esta segregación tiene importantes implicaciones en las condiciones de vida, porque por desgracia el reconocimiento social y económico de las disciplinas “masculinas” es superior al de las “femeninas”, y esto tiene una traducción en las condiciones de trabajo, incluido el salario. Además, no podemos olvidar que el éxito educativo no es igual para todas. La ventaja educativa no se produce de forma homogénea en los diversos colectivos de chicos o de chicas. Un ejemplo lo tenemos en relación con la población migrada. Sabemos que hay un techo de cristal educativo específico para las jóvenes de origen extranjero situado en la educación secundaria postobligatoria y que, al contrario de lo que pasa con la población autóctona, ellos llegan a la universidad con mayor frecuencia que ellas[3].


[1] Departamento de Enseñanza. Matriculacions a cicles formatius de grau mitjà a Catalunya, curso 2015-2016.

[2] Indicadors dona i ciència. Generalitat de Cataluña, curso 2016-2017.

[3] Agencia Catalana de la Juventud (2017). Enquesta a la joventut de Catalunya.

En todo caso, el éxito educativo femenino no está valorado en el mercado laboral como el masculino. Estudiar sirve para todo el mundo, pero no sirve tanto para las chicas como para los chicos. Varios indicadores apuntan en esta dirección. Las mujeres forman hoy el 58 % de personas con estudios superiores, pero solo el 53 % de las personas ocupadas con este nivel de estudios[1]. A pesar de tener mejores resultados académicos, las jóvenes tienen un 13 % menos de trabajo que los chicos, y esta brecha se amplía en el grupo de los directivos, donde ellas son un 38 % menos que ellos. Así pues, podemos decir que el nivel educativo hoy no es el único factor que determina una mejor ocupabilidad: el género también juega su papel.

Más desigualdad en la emancipación

Otro momento clave en la consolidación de la desigualdad es la emancipación. Es en este momento cuando la socialización de género cristaliza en las condiciones de vida de la juventud. Como es sabido, las chicas jóvenes se emancipan antes que los chicos, en parte porque lo hacen en parejas con una diferencia de edad de unos cuatro años. También porque ellas se comportan de manera más homogénea, priorizando la pareja ante otras formas de convivencia que ellos. Además, mientras que los chicos que se emancipan lo hacen casi en la mitad de los casos con ingresos relativamente elevados[2], entre las chicas ese es el caso solo para menos de un tercio. Y a la inversa, si bien solo un 15 % de los emancipados tienen rentas medias-bajas[3], en el caso de las emancipadas este porcentaje sube hasta el 25 %. De hecho, el perfil ocupacional de los chicos emancipados es claramente el de quienes tienen un empleo como actividad principal. Entre ellas, en cambio, los perfiles son más variados y también se emancipan la mayoría que tienen como actividad principal los cuidados, o bien están en el paro o hacen trabajos “no principales”.[4] Es decir: las jóvenes se emancipan en peores condiciones económicas y asumiendo más riesgos. De este modo se ponen unas bases muy peligrosas de desigualdad, que se pueden consolidar en las siguientes etapas del ciclo de vida (en particular con la llegada de los hijos).

Una vez emancipadas, las parejas jóvenes no se reparten de forma igualitaria el trabajo doméstico y de cuidados del hogar. Una de cada cuatro chicas que vive en pareja afirma que realiza en solitario tres o más tareas domésticas “típicamente femeninas”[5], mientras los hombres jóvenes que lo afirman son el 3,7 %. La situación se agrava cuando se produce la maternidad y la paternidad. La población joven que tiene un empleo y no tiene niños ya presenta diferencias en cuanto a su dedicación al ámbito laboral.  Pero la aparición de los hijos resulta un momento crítico para el aumento de las desigualdades. No es sorprendente saber que, al ser madres, las jóvenes que trabajan 40 horas o más a la semana pasan de ser dos tercios a ser menos de la mitad. En los hombres jóvenes la paternidad produce un cambio en sentido contrario: ellos pasan de ser el 75 % a ser el 81 %.


[1] Observatori iQ/empleo a partir de EPA 2016.

[2] Pertenecen al primer quintil de renta de la población juvenil.

[3] Pertenecen al tercer cuartil de renta de la población juvenil.

[4] Todos los datos de este párrafo están extraídos de la Enquesta a la joventut de Catalunya 2017, que recoge información de jóvenes de 15 a 34 años.

[5] Nos referimos a las tareas domésticas tradicionalmente femeninas: poner la lavadora, hacer la compra cotidiana o limpiar el piso, entre otras.

A pesar de todo, los cambios avanzan

A pesar de la persistencia de todas estas formas de desigualdad, no sería justo decir que los y las jóvenes no viven diferente su estatus de género. De hecho, hay un cambio que dura ya hace décadas. En parte, las jóvenes viven una transformación social que se ha estado produciendo en el último lustro: el incremento de la presencia de mujeres en niveles educativos medios y superiores, y también en el mercado de trabajo. La pérdida de algunos valores tradicionales puede estar relacionada con este éxito: solo hay que ver la tendencia del matrimonio religioso, que en los 90 representaba tres de cada cuatro uniones y hoy solo el 10 %.[1]

Además, varios estudios muestran que el aumento del nivel educativo está relacionado con la disminución de la carga de trabajo doméstico de las jóvenes. A pesar de todas las dudas sobre esta transformación (y la persistencia de la desigualdad que hemos señalado más arriba), sí que hay señales de una mayor implicación de los chicos en algunas tareas, en particular en la crianza de los hijos. Sabemos que es la parte más gratificante del trabajo doméstico y de cuidados, pero es trabajo de cuidados, al fin y al cabo.


[1] Idescat.

Pero la principal señal de empoderamiento de las jóvenes proviene de la voz pública que han logrado gracias a las redes sociales, unos discursos relacionados con la emergencia de una nueva oleada feminista protagonizada por ellas. Las mujeres y los hombres jóvenes tienen móvil y usan el ordenador en proporciones similares. Las mujeres (de todas las edades) usamos más las redes sociales que los hombres. Y la voz pública de las mujeres jóvenes se ha amplificado de una manera inesperada a través de estas redes. Experiencias compartidas como el #metoo, #yositecreo, o el más reciente #laculpanoeramia han provocado una concienciación ciudadana que explica en gran medida las movilizaciones masivas del 8M de los dos últimos años. Estas movilizaciones no solo han modificado la agenda política, sino que también se han convertido en un espacio de sororidad y de identificación colectiva de situaciones de violencia y discriminación que hasta ahora eran leídas en clave individual e íntima, pero no social o política.

El empoderamiento de las jóvenes es uno de los hechos políticos más relevantes de los últimos años a escala global. Las feministas de todas las generaciones lo tenemos que celebrar y trabajar para que la nueva oleada no se olvide de la cuestión del reparto de los trabajos y la riqueza. Esa es una reclamación clave para la vida de las mujeres, también de las jóvenes, en un momento de neoliberalismo desbocado. Al mismo tiempo, hay que estar alerta a las reacciones machistas que han despertado las nuevas voces feministas. Son reacciones muy virulentas, con traducción electoral, y que todavía no han mostrado cuáles son sus límites.

El boletín

Suscríbete a nuestro boletín para estar informado de las novedades de Barcelona Metròpolis