Tecnología y humanidades: un diálogo necesario

Al impacto de la inteligencia artificial lo acompaña una creciente preocupación por los riesgos éticos, sociales y democráticos de un despliegue descontrolado. En este escenario, las humanidades, con su componente de pensamiento crítico y de libertades, deberían ser su base, para asegurar el respeto a los principios éticos más básicos. Sería incomprensible que la IA diera la espalda a esta aspiración de la inteligencia natural que la ha inventado.

La presencia social de la inteligencia artificial (IA) es fuerte y creciente; la presencia social de las humanidades es débil y menguante. Sin embargo, ambas realidades no son directamente homologables: la IA es una tecnología informática y las humanidades son una corriente cultural secular. Pero esto, que relativiza el impacto del contraste, da que pensar en un sentido: si esta corriente cultural, como es el caso, ha sido históricamente uno de los puntales de la educación de nuestra inteligencia natural (IN), es legítimo plantearse dos preguntas: esta tecnología que se ha bautizado como inteligencia —tal vez de forma abusiva—, tan a menudo confrontada con la IN humana para saber cuál “vencerá” en potencia, velocidad y, finalmente, dominio, ¿puede y debe prescindir de ese puntal formativo de nuestra IN?

Las humanidades, que han formateado —valga este término de importación informática— a la⁠ IN ⁠durante siglos, ¿son un impedimento para el despliegue de la IA? O, al contrario, ¿podría la ⁠IA ⁠beneficiarse de una influencia humanística, entendiendo las humanidades como la vertiente educativa del humanismo? ¿O se trata de preguntas banales y la IA ⁠debe hacer su camino sin considerar nada más? Esta puede ser la respuesta “por defecto”, automática o inercial de personas irreflexivas, pero un mínimo de consciencia educativa, cívica, social o ética —todas ellas, al fin y al cabo, vinculadas entre sí por la tradición humanística— nos invita a pensar en ello.

Al impacto creciente de la IA lo acompaña también una creciente preocupación por los riesgos éticos, sociales y democráticos de un despliegue descontrolado; una muestra de ello sería la “Carta de la moratoria”, en la que un millar de científicos ha solicitado una pausa de, al menos, seis meses en su desarrollo, a raíz de la aparatosa difusión del ChatGPT; pero son numerosas las voces, también desde los propios “fabricantes” de IA, que reclaman pausa, reflexión y regularización de unos procedimientos que son invasivos de todos los ámbitos de la vida. En esta situación sería grave e irresponsable no aprovechar el caudal cultural del humanismo, o las humanidades en versión educativa, que son, hasta el momento, depositarias del mejor saber —entendido en sentido plural y evolucionado hasta hoy y no limitado a la base del clasicismo grecolatino— de carácter ético, social y democrático. Prescindir de él sin mayor consideración sería una opción radical de signo (anti)ético, (anti)social y (anti)democrático. Hay que asumir el compromiso de aprovechar los saberes humanísticos, de cultivarlos —también con la ayuda de la IA— y de relacionarlos con el despliegue, la adaptación y la aplicación de esta tecnología.

El humanismo, un saber complejo

Esta reflexión pretende ayudar en el intento. Aunque, para evitar confusiones, tal vez sea necesario realizar una aclaración conceptual sobre el humanismo. El humanismo, base cultural de las humanidades, no es ni una ideología ni todavía menos una religión:⁠ es una corriente de sabiduría o cultura plena, iniciada en la Grecia y la Roma clásicas, revivida en el Renacimiento, reimpulsada en la Ilustración y en renovación permanente: Edgar Morin, Martha Nussbaum, Nuccio Ordine, Joan Fuster o George Steiner, por citar algunos, son humanistas contemporáneos muy diferentes. Es un nervio cultural de nuestras sociedades, que está hecho sobre todo “de fe en la libertad, en la inteligencia, en la virtud de la palabra, en la moralidad y en el compromiso cívico y social”: una síntesis de un viejo filólogo, óptima para comprender el valor y la trascendencia del perfil de nuestro “formateo” intelectual, y estímulo para un diálogo libre y comprometido con una tecnología que se llama inteligente[1].

El saber humanístico vive más en el territorio de los símbolos y los valores que en el de los hechos y las funcionalidades aplicadas. El escriptor brasileño Mario Quintana se atrevió a decir que “los hechos son un aspecto secundario de la realidad”, no porque defendiera prioritariamente los impresentables “hechos alternativos” de estos tiempos de posverdad, sino porque consideraba un aspecto primario o básico de la realidad humana la comprensión, interpretación, contextualización, crítica y valoración de cualquier hecho que, se quiera o no, busca necesariamente un marco o formato en el que pueda satisfacer nuestra necesidad de sentido.

En el fondo, resuena la idea kantiana según la cual el ser racional autónomo —que pretendemos ser— vive “en el reino de las finalidades”; y la IA, como instrumento, por potente, rápido y eficaz que sea, vive en el reino de las herramientas, incapaz —salvo falsificaciones— de producir por sí misma una finalidad digna de este nombre. Y es tan solo en relación con una finalidad u otra elegida libremente que se pueden interpretar y valorar nuestros hechos diarios. Los algoritmos de la IA⁠ no piensan, son pensados. Pues, como ha afirmado Elvira Lindo[2], “el algoritmo son los padres”: no hace nada por sí mismo y, sobre todo, no es mágico, siempre hay detrás unos “padres y madres” que preparan los “regalos” que le atribuimos.

El lenguaje natural, amenazado

Coinciden en sus afirmaciones —en términos diferentes, pero coincidentes en el fondo— dos pensadores tan alejados entre sí como Yuval Noah Harari[3] y Slavoj Žižek: el riesgo de la nueva ola de IA —los chatbots como GPT— es que nos acabe “hackeando” el sistema operativo de la humanidad, que no es otro que la incógnita de sentido que nos proporciona cada lenguaje natural. Una incógnita formada por claves interpretativas, marcos mentales, finalidades y valores, en forma de relatos épicos, religiones, mitos, poesía, novelas, teatralizaciones, ideologías y conceptos similares nos permiten disponer de varias cartografías para el tránsito vital.

Estos chatbots, como generadores de lenguaje sin más base que una potente pero fría combinatoria de infinidad de datos no contrastados, no pueden garantizar la verdad de sus afirmaciones y consideran que su misión no es producir textos verdaderos o fiables, sino ·plausibles·: es decir, simulaciones gratificantes para cada corresponsal que se dirija a ellos. Se difumina la línea entre verdad y falsedad, y el lenguaje se vuelve cada vez más llano, debilitando y pudiendo perder la gran variedad de recursos del lenguaje natural. Dos principales ejemplos: la capacidad metafórica y la irónica. El cultivo y el cuidado del lenguaje natural se encuentran, desde siempre, en la base de las humanidades, que se sienten interpeladas por la amenaza de degradación procedente de la IA.

Reclamo de ética y democracia

Hay que reclamar una relación positiva de la IA con las humanidades por algunas razones más que se detallan a continuación. Cuando llega una nueva tecnología, instaura un nuevo poder que suele estar en pocas manos; más todavía, en el caso de la IA y las pocas grandes tecnológicas. Los fabricantes de IA deberían aprender de las humanidades el riesgo de la hybris o desmesura, capaz de llevar los poderes más férreos a la autodestrucción, como en las tragedias griegas. Sin tanto dramatismo, la IA necesita las humanidades como punto de referencia y gran repositorio de figuras, mitos y relatos de máximo interés humano. En el otro lado, los usuarios de IA necesitamos las humanidades por una razón tan esencial como el mencionado lenguaje natural: la defensa de la libertad, propia de toda la tradición humanística, dado el riesgo de ataque de la IA por la vía de la invasión de la privacidad, por la de la manipulación a partir de la acumulación de datos y por la vía de la desestabilización democrática.

Las humanidades, con su fomento del pensamiento crítico y del espíritu de libertad, son la base necesaria para satisfacer la generalizada y creciente demanda de una IA respetuosa con los principios éticos más básicos; la ética, como filosofía práctica o “saber de la vida” desde el clasicismo griego, no es ni una moda ni una imposición de ninguna autoridad, es el intento de respuesta a la necesidad humana de aprendizaje de una vida en libertad, de una vida buena y feliz.

Sería incomprensible que la IA —nuestra nueva herramienta “inteligente”, aunque sea artificial— diera la espalda a esta aspiración de la IN que la ha inventado. Más todavía si, como sabemos, la ética es condición necesaria no solo para la vida personal, sino también para la colectiva; contra lo que algunos piensan, el compromiso social y político del humanismo es irrenunciable. Y hoy, la amenaza a la democracia —convivencia en libertad— por parte de la IA es algo más que una pesadilla: ya se conocen alteraciones graves en procesos democráticos derivadas de las manipulaciones basadas en IA, como las elecciones que convirtieron a Donald Trump en presidente o como el resultado del referéndum del Brexit.

Una tecnóloga de IA muy respetada, Helga Nowotny[4], defiende ni más ni menos que el cultivo de la sabiduría —concepto de gran eco humanístico— con estas palabras: “Los algoritmos pueden ayudarnos en muchos de los retos que se nos presentan. Pero, si queremos conservar la condición humana con todo lo que ello significa, deberemos aprender a usarlos sabiamente y a cultivar este tipo de sabiduría que el futuro necesita”.

Otro prestigioso tecnólogo, Max Tegmark[5], afirma: “Si miramos lejos, hacia el futuro, hacia los retos relacionados con la IA general sobrehumana, nos conviene adoptar como mínimo unos estándares éticos básicos antes de empezar a inculcar estos estándares a máquinas potentes. […] Nos interesa educar a nuestros jóvenes para que consigan que la tecnología sea sólida y beneficiosa antes de cederle mucho poder”.

¿Podemos dar el nombre de “invitaciones” al llamado “nuevo humanismo tecnológico”? ¿O simplemente al humanismo? ¿O al cultivo de las humanidades? El diálogo necesario entre las habilidades de la nueva tecnología de IA y el poso de saber humano de IN ⁠cabe en cualquiera de estas etiquetas o similares. No debemos preocuparnos, pero sí trabajarlo seriamente. No es ni un reto tecnológico ni un reto humanístico. Es un reto vital y de futuro que necesita todas las formas de inteligencia.

[1] Bellardi, G. Introduzione a Cicerone. Le Orazioni III. Unione Tipografico-Editrice, Torí, p. 35. 1975.

[2] Lindo, E. "El algoritmo son los padres". El País. 2023. http://ow.ly/noCh50OrIQO

[3] Harari, Y. N. 21 lliçons per al segle xxi. Penguin Random House, Barcelona, 2018.

[4] Nowotny, H. La fe en la inteligencia artificial. Los algoritmos predictivos y el futuro de la humanidad. Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2022.

[5]  Tegmark, M. Vida 3.0. Ser humano en la era de la inteligencia artificial. Penguin Random House, Barcelona, 2018.

Libros

  • La intel·ligència (artificial), a la butacaUlises Cortés y Joan Manuel del Pozo. Universitat de Girona, 2021

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