Tras las barricadas de Barcelona

Violencias urbanas

  • Sep 21
  • 14 mins
Il·lustració © Nicolás Aznárez

La quema de contenedores como forma de protesta en las calles de Barcelona, ¿son llamas de revuelta social que evocan el espíritu de la Rosa de Fuego? O, por el contrario, ¿encienden una mecha de nihilismo contra múltiples crisis y son escaparate de un narcisismo calentado en las redes sociales pero impropio de la tradición colectiva de unos movimientos sociales de paz y de barricada?

Una de las fotografías descubiertas en la caja roja del fotoperiodista Antoni Campañà —con exposición reciente en el MNAC y un espléndido libro de imágenes sobre la Guerra Civil— retrata a un grupo de niños con el puño alzado tras una barricada de juguete, en la calle de la Diputació, en agosto de 1936.[1] Para la Barcelona que ha sido noticia últimamente por la quema de contenedores y los enfrentamientos de jóvenes con la policía en protesta por el encarcelamiento del rapero Pablo Hasél o, en otoño de 2019, contra la sentencia del juicio del procés independentista, la foto de Campañà es útil. Da pie a una reflexión sobre el arraigo y las causas de la violencia urbana, con cierto infantilismo revolucionario incluido, en una ciudad que también es exponente de manifestaciones y movimientos sociales de gran madurez política o de infantil ingenuidad pero no necesariamente violentos.

De hecho, algunas de estas manifestaciones, movimientos sociales o revueltas urbanas han tenido el pacifismo o el antimilitarismo por bandera. Eso no otorga certificado de nada, como demuestra la violencia de la Revuelta de las Quintas de Gracia, en 1870, o la Semana Trágica de 1909. Pero en la historia más reciente —y sin remontarnos a 1980, 1990 y 2000, décadas de movimientos contra la OTAN, de objeción de conciencia y de insumisión, y del No a la guerra—, se puede concluir que tanto el movimiento de los “indignados”, que llenó las plazas el 15M, como el amplio movimiento soberanista de la última década han sido ejemplos de civismo. Es un tópico cierto que cientos de miles de personas se han manifestado sin tirar ni un papel al suelo. También lo es que durante este intenso ciclo movimentista —desde el desalojo de la plaza de Catalunya, el 27 de mayo de 2011, hasta la represión contra la consulta por la independencia, el 1 de octubre de 2017, y en acciones vecinales contra los desahucios—, cuando ha habido violencia, normalmente no ha venido por parte de los manifestantes, sino de la policía. Y eso sin entrar en las violencias estructurales.

Eso no quita que la ciudad sea, por definición y en todas partes, sinónimo de conflicto social y político, de bullangas y de barricadas. Del mismo modo que Barcelona, en particular, es referente como ciudad de paz, sin miedo. Quedó patente en la respuesta ciudadana a los atentados yihadistas de agosto de 2017, como ya había quedado claro en las grandes manifestaciones de 1987 contra el atentado de ETA en Hipercor y en el año 2000 contra el asesinato de Ernest Lluch. Estas dos caras de Barcelona, la ciudad de paz y la ciudad de barricada, igual que se la adjetiva de burguesa y revolucionaria a la vez, no son de hace cuatro días.[2] Construida a golpes de gente, la historia contemporánea está llena de ejemplos que ayudan a contextualizar y a dar complejidad y solidez de análisis a una realidad que puede quedar oculta o deformada por la corta memoria, el poco conocimiento en ciencias sociales y las servidumbres de la sociedad líquida y la inmediatez comunicativa.

Barcelona es una ciudad que, cuando últimamente ha vivido episodios de porn riot retransmitidos por televisión y redes sociales, ha desbordado la noción de sociedad del espectáculo acuñada en los años sesenta por Guy Debord. Dado que la historia imprime carácter a cualquier sociedad, no se pueden menospreciar razones sociales y de memoria colectiva o psicología comunitaria en el trasfondo de la quema de contenedores en Barcelona. Ciertamente, la fórmula concreta de protesta urbana no es nueva. Sin embargo, aunque en antropología del espacio urbano está estudiado el componente ritual de protestas que a menudo repiten escenarios y tipología, del análisis comparado histórico y político sobre los episodios recientes se desprenden nuevos elementos. Hay un nihilismo impropio de la tradición barcelonesa que no se puede despachar apelando al tópico manipulado de la conspiración anarquista italiana (por otro lado, una constante con sustrato histórico en las bombas de Orsini del siglo XIX y el atentado del Liceu de 1893). Y además se entrevén elementos nuevos de narcisismo individualista, amplificado por las redes sociales, que no encajan en la tradición colectiva del activismo sociopolítico en Barcelona, sea cual sea su signo ideológico. Por eso cabe discernir bien la mistificación de la barricada.

Sin recurrir ni al tópico de la Rosa de Fuego ni a la mitificada Barcelona resistente de 1714 o revolucionaria de 1936, muchos ejemplos certifican la agitación en las calles de la capital catalana. En una memoria de 1873 sobre las revueltas sociales en España, Friedrich Engels escribió que en Barcelona se contabilizaban “más combates de barricada que en ninguna otra ciudad del mundo”. Un largo siglo después, el 25 de marzo de 2003, el expresidente de Estados Unidos George Bush padre, en referencia a la gran manifestación del No a la guerra celebrada tres días antes en paseo de Gràcia, dijo: “Nadie puede permitir que su política esté determinada por la cantidad de gente que se manifiesta en Barcelona”.[3]


[1] Campañà, Antoni. La capsa vermella, Comanegra, 2019. La edición del libro es de Plàcid Garcia-Planas, Arnau Gonzàlez Vilalta y David Ramos, y la foto citada se encuentra reproducida en la página 76. Garcia-Planas y Gonzàlez Vilalta son comisarios, junto con Toni Monné y Roser Cambray, de la exposición La guerra infinita. Antoni Campañà, programada en el MNAC del 19 de marzo al 18 de julio de 2021.

[2] Dos buenas obras divulgativas que sintetizan y recogen este espíritu son: Huertas, Josep Maria, y Fabre, Jaume. Burgesa i revolucionària. La Barcelona del segle XX, Flor del Vent, 2000. Y, en un formato más visual: Adam, Roger; Antebi, Andrés, y González, Pablo. Cops de gent. Barcelona 1890-2014. Crònica gràfica de les mobilitzacions ciutadanes, Ajuntament de Barcelona, 2016.

[3] Estas referencias y una aproximación al carácter de Barcelona, según definición de Josep Fontana, como sujeto histórico con personalidad propia y propicio a promover cambios, singularmente por la acción de los movimientos sociales, se pueden encontrar y ampliar en: Andreu, Marc. Barris, veïns i democràcia. El moviment ciutadà i la reconstrucció de Barcelona (1968-1986), L’Avenç, 2015.

Al inicio del siglo XXI, con el movimiento altermundista en eclosión, quien llevaba pancartas contra la Europa del capital y la guerra en manifestaciones multitudinarias por el centro de Barcelona era el desaparecido Arcadi Oliveres, y otros hombres y mujeres de su generación. Tenían una sólida formación sociopolítica, pacifista y anticapitalista, no tanto por formación académica o activismo partidista como por el bagaje de años de militancia cristiana, sindical, vecinal o internacionalista. Era gente madura capaz tanto de acompañar una protesta transversal pero eminentemente juvenil y antisistema como de negociar márgenes o pactar desacuerdos con las autoridades gobernativas: alcaldía socialista, Generalitat de Jordi Pujol y Gobierno español de José María Aznar. A pesar de que se sabían referentes, los líderes sociales del carácter de Oliveres no ejercían por ego o individualismo, sino apoyados en la autoridad moral colectiva y el capital democrático acumulado por entidades como Justícia i Pau, la FAVB o la Federació d’ONG. De hecho, eran nexos entre mundos tan alejados como el movimiento okupa y el sindicalismo de CCOO y UGT, la izquierda de siempre y el independentismo incipiente, los inmigrantes sin papeles y los estudiantes de Erasmus.

Marchas altermundistas como la del 15 de marzo de 2002, por la cumbre de la UE en Barcelona, acabaron con incidentes violentos, carreras y represión en las calles. Se culpó de ello a provocadores entre los manifestantes y, sobre todo, a infiltrados policiales. Si ese día no acabó de forma trágica fue porque el presidente de la FAVB, Manel Andreu, y la presidenta de la Federació d’ONG, Gabriela Serra, al timón de la plataforma convocante, negociaron con la Delegación del Gobierno, in situ y entre redadas de antidisturbios y agentes infiltrados, que la policía no hiciera acto de presencia en el concierto de Manu Chao que, en Montjuïc, ponía punto final a la protesta. Un año después, en otro concierto por la paz, en pleno conflicto en Irak y solo cinco días después de que Bush criticara el No a la guerra de Barcelona, Manuel Vázquez Montalbán dijo delante de 30 000 personas: “Somos muchos, tenemos razón, conservemos la fuerza de la palabra. Recordad que Espriu nos dijo que una lengua perseguida puede sobrevivir cuando se refugia en las cosas, es decir, en la realidad”.

En 2019, los actores y las coordenadas eran otros. Y la realidad catalana, barcelonesa y de los movimientos sociales, también. Durante el largo proceso soberanista iniciado en 2010 se fue viendo que la ANC y Òmnium movían masas como nunca antes se había visto en Europa, pero promovían la disonancia cognitiva con la realidad y no actuaban transversalmente, por más apelaciones que hicieran al espíritu de un solo pueblo y a las luchas compartidas. Y cuando el ejemplar pacifismo independentista saltó por los aires, a partir del encarcelamiento y la sentencia de los líderes del procés, ni la ANC y Òmnium ni el independentismo gobernante supieron estar a la altura y canalizar políticamente la indignación. Tampoco el enigmático y original Tsunami Democràtic, plataforma virtual y semiclandestina creada ex professo para coordinar la reacción de protesta a la sentencia, que se esfumó en el trayecto que va de la ocupación del aeropuerto del Prat a la batalla de la plaza de Urquinaona.

Los CDR sí que animaron a la revuelta urbana independentista en el otoño de 2019, pero tampoco fueron capaces de dirigir políticamente lo que terminó en simple nihilismo de quema de contenedores. Esas llamas se reavivaron, en febrero de 2021 y en plena tensión pandémica, por el encarcelamiento del rapero Pablo Hasél. Pero el último episodio de la revuelta urbana en Barcelona, con réplicas en otras localidades catalanas y españolas, se ha dado ya sin ninguna dirección política conocida. Con todo, sectores de la izquierda independentista y grupos autónomos intentaron orientar la protesta con el hashtag “fins que caiguin” [hasta que caigan] y reconducirla con el manifiesto Per la majoria [por la mayoría] (firmado por 250 entidades, pero sin la transversalidad de otras iniciativas), que se presentó el 13 de marzo, en el parque de las Tres Xemeneies, con el apoyo aún de Arcadi Oliveres.

Il·lustració © Nicolás Aznárez © Nicolás Aznárez

En discursos de ese acto (la filósofa Marina Garcés y el secretario general de la CGT, Ermengol Gassiot, entre otros) y en la iconografía del cartelismo y la comunicación por redes sociales de esta revuelta urbana, como en algunos medios, se ha querido conectar la Barcelona actual con la mística de la Rosa de Fuego. “Reconocer que el conflicto existe nos hace estar vivos, nos convierte en una herramienta de lucha y nos permite cambiarlo. Y eso lo vemos en oposición al fascismo, en las llamas, en las barricadas y en los cajeros rotos, que también son nuestra acción colectiva”, dijo Gassiot, entre aplausos, tras referirse a la huelga de la Canadenca de 1919 y a la Comuna de París de 1871.

Pero nada tiene que ver la Barcelona donde hoy queman contenedores con aquella ciudad que Engels situó en 1873 encabezando el ranking de los combates de barricada (y que también era la ciudad de los coros de Clavé, donde la música era otro factor de socialización de la clase obrera). A pesar de gobernar los Comunes, Barcelona tampoco es la Comuna de París (que, por cierto, sorprende que fuese relegada por Barcelona en el ranking de Engels; más aún cuando Karl Marx revisó su intensa historia de barricada escrita por Prosper-Olivier Lissagaray).[1] A los 150 años de la Comuna de París, el historiador Roberto Ceamanos, que la ha estudiado a fondo, dice que “la barricada, símbolo de la resistencia popular, culminó su edad de oro en el episodio de la Comuna”.[2] Esto refuerza académicamente una conclusión a la que ya llegó, por experiencia propia, la periodista y comunista rusa Larisa Reisner, en 1923, en Hamburgo en las barricadas: “La vieja y romántica barricada ya hace tiempo que ha pasado a la historia. Hoy la lucha es distinta”.[3] Aun así, la mística de las barricadas pervive en Barcelona por julio de 1936 y gracias a autores extranjeros como el historiador Chris Ealham[4] o los testimonios de George Orwell, Mary Low, Hans Erich Kaminski o Axel Österberg, que escribió precisamente Tras las barricadas de Barcelona.[5]

La historiografía resolvió hace tiempo la categorización de las insurrecciones y los movimientos de protesta contemporáneos al capitalismo. A las tradicionales revueltas contra las quintas, las carestías o la especulación urbana, que estallaban cuando se vulneraba lo que Edward P. Thompson llamó “economía moral de la multitud”, se añadieron nuevos modelos de protesta que iban desde el ludismo, que destruía las máquinas que dejaban a los trabajadores sin empleo, hasta el cartismo inglés, que reivindicaba democracia política y social. Y a partir de aquí, una amplia muestra: desde la propaganda por el hecho y la gimnasia revolucionaria (muy importante en nuestro anarquismo) hasta las huelgas clásicas (como las de Comisiones Obreras durante los años sesenta y setenta o la de la Canadenca de 1919, que Salvador Seguí supo desconvocar a tiempo para poner en valor el triunfo de la jornada de ocho horas); y desde los boicots a los medios de transporte (como la huelga de tranvías que en 1951 supuso un punto de inflexión en la protesta urbana, obrera y social, en Barcelona) hasta las performances del siglo XXI.

La tipología es variada, pero por mucha ideología o antropología del conflicto urbano que pongamos en el análisis, en historia política de los movimientos sociales no es lo mismo una protesta espontánea o nihilista que una con dirección, organización y objetivos definidos, al margen de su éxito o legitimidad. No se puede olvidar la doble alma de ciudad de paz y de barricada que, bajo formulaciones distintas, se va repitiendo a lo largo de la historia de Barcelona. Pero debe haber rigor en la contextualización y precisión en las analogías. No es lo mismo una bullanga que una revolución, ni una revuelta que unos altercados. Julio de 1909 no significó lo mismo que julio de 1936. No es lo mismo el tipo de huelga de la Canadenca que la de tranvías o la de Nissan. Y el contexto en que surgió el 15M o el que llenó masivamente muchos 11S no es igual una década después.

Siempre se puede jugar a las barricadas, como hacían los niños de la foto de Campañà. Pero también es útil coger otras imágenes para el análisis comparado. Puestos a sugerir algunas, son bastante conocidas las fotos que tomó Manel Armengol y el metraje que Pere Portabella registró, en febrero de 1976, de las manifestaciones unitarias de la Assemblea de Catalunya reclamando libertad, amnistía y estatuto de autonomía. No hay barricadas ni contenedores en llamas, pero sí gente movilizándose en las calles de Barcelona con una clara dirección política de cambio histórico.


[1] Lissagaray, Prosper-Olivier. Historia de la Comuna de París de 1871, Capitán Swing, 2021. Escrita en 1876 por un periodista comunard, es en la introducción de la edición inglesa de 1886, traducida por Eleanor Marx, en la que ella misma dice que su padre “revisó y corrigió exhaustivamente” la obra.

[2] Ceamanos, Roberto. La Comuna de París (1871), Catarata, 2021, p. 166.                           

[3] Reisner, Larisa. Hamburgo en las barricadas y otros textos, Dirección Única, 2017, p. 82. La cita original, mucho más extensa, es una preciosa definición literaria del concepto de barricada a partir del cual vivió y escribió clandestinamente la autora durante la insurrección comunista de Hamburgo en octubre de 1923.

[4] Ealham, Chris. La lucha por Barcelona. Clase, cultura y conflicto 1898-1937, Alianza, 2005. Esta visión de hispanista inglés, bien documentada en fuentes hemerográficas pero un tanto idealizada, merece ser contrastada con el relato de un historiador urbano local con obra tanto o más de referencia basada en otras fuentes primarias: Oyón, José Luis. La quiebra de la ciudad popular. Espacio urbano, inmigración y anarquismo en la Barcelona de entreguerras 1914-1936, Ediciones del Serbal, 2008.

[5] Österberg, Axel. Tras las barricadas de Barcelona, La Linterna Sorda, 2018; Low, Mary. Cuaderno rojo de Barcelona. Agosto-diciembre 1936, Alikornio, 2001; Kaminski, Hans Erich. Los de Barcelona, Parsifal, 2002; Orwell, George. Homenatge a Catalunya, disponible en múltiples ediciones.

Publicacions recomanades

  • Barris, veïns i democràcia. El moviment ciutadà i la reconstrucció de Barcelona. Marc Andreu Acebal. L’Avenç, 2015
  • Les ciutats invisibles. Viatge a la Catalunya metropolitana. Marc Andreu Acebal. L’Avenç, 2016

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