¿Un Hermitage en Barcelona?

Imagen virtual del proyecto del Museo Hermitage para Barcelona. © Museo Hermitage Barcelona.

En los últimos años se ha planteado la posibilidad de una franquicia del museo Hermitage en alguna ubicación del Puerto de Barcelona, para instalar de manera permanente una parte de la colección rusa. Teniendo como referencia el impacto económico y turístico del museo Guggenheim en la ciudad de Bilbao, ¿es aconsejable plantear una operación de estas características en la Barcelona de 2020?

“El Guggenheim se ideó como un ornamento para estetizar una ciudad brusca, feísta y en crisis.”
Iñaki Esteban, El efecto Guggenheim

Desde que la Fundación Guggenheim consiguió el acuerdo con el gobierno vasco para instalar una subsede en Bilbao, hace más de veinte años, las franquicias de los grandes museos se han multiplicado asociadas a grandes nombres de la arquitectura internacional, y se ha dado carta de naturaleza a una forma de operar en el marco del patrimonio que ha levantado mucha polvareda entre expertos, museólogos, conservadores y, en general, profesionales del mundo cultural. En 2007, un acuerdo multimillonario entre Francia y los Emiratos Árabes creaba el Louvre de Abu Dhabi, por el cual este emirato pagó 400 millones de euros al país europeo solo por la cesión del nombre de la pinacoteca parisina. Todo esto abrió una gran polémica en Francia, uno de los países con una estructura y tradición museística más consolidada, en el que amplios sectores intelectuales denunciaban el uso del nombre y las colecciones de los grandes museos franceses al grito de “Los museos no están en venta”.

Tras un museo-franquicia siempre opera la misma lógica: un centro de referencia, con almacenes llenos de obras de arte, que busca un ingreso extraordinario cediendo algunas piezas de su colección a otra ciudad que esté dispuesta, con financiación pública o privada, a pagar un precio por exponerlas. El que presta obtiene una financiación extraordinaria, el que recibe dispone de una colección y el prestigio de una institución cultural de referencia. Iñaki Esteban, en el ya clásico El efecto Guggenheim, realiza una disección de los objetivos reales, y desarrolla la idea de ornamento para explicar la función verdadera del edificio icónico de Gehry en medio de la ría de Bilbao. Así, el museo como espacio donde se conserva un patrimonio vinculado al lugar, donde se investiga y se muestra para su contemplación, queda sustituido por un dispositivo que tiene como funciones principales la regeneración urbana, la promoción del turismo y el beneficio económico, y la creación de una marca de modernidad que transforma el imaginario de la ciudad. El Guggenheim se ha convertido en un icono de la capital de Vizcaya, en buena medida el catalizador de la recuperación económica del Bilbao de la década de los noventa, pero a su vez es el símbolo del modelo de política cultural de la última década del siglo xx, en el que el papel de la cultura pierde su sentido intrínseco para convertirse en medio para la transformación económica y urbana de las viejas ciudades industriales.

Un proyecto con muchas dudas

¿Es aconsejable plantear una operación de estas características en la Barcelona del 2020? Ya hace algunos años que sobrevuela la posibilidad de una franquicia del museo Hermitage en alguna ubicación del Puerto de Barcelona. Una empresa local ha llegado a un acuerdo con la gran pinacoteca rusa y con un fondo de inversión que facilitaría la financiación de la operación, para instalar de manera permanente una parte de la colección rusa en nuestra ciudad. El proyecto se ubicaría muy cerca del hotel Vela con la pretensión de atraer a públicos de todo tipo, pero con una atención especial a los miles de cruceristas que desembarcan en la ciudad, muy cerca de la ubicación prevista. El proyecto genera muchas dudas, que se tendrán que ir resolviendo pronto, dado que el Ayuntamiento, a pesar de tratarse de un terreno propiedad del Puerto de Barcelona, se reservó la última palabra en el planeamiento, para pararlo o autorizarlo. Sea como fuere, si tenemos que dedicar un solar público en medio del centro del frente litoral, quizás nos tendríamos que hacer unas cuantas preguntas.

Primera cuestión: ¿se trata de un museo en el sentido clásico del término o es un “ornamento” a la manera del Guggenheim? Seguramente no es ninguna de las dos cosas. Parecía que podía tener éxito como museo cuando Jorge Wagensberg encabezaba la dirección cultural del proyecto y explicaba, con su entusiasmo característico, las bases de una propuesta que giraba alrededor del arte y la condición humana. Ahora, en cambio, después de la muerte prematura del museólogo, el proyecto se ha decantado por la espectacularidad de un edificio singular junto al agua, y firmado por el arquitecto estelar Toyo Ito. Un ornamento, un icono arquitectónico que busca la creación de una imagen a añadir al skyline barcelonés. Pero hay una cosa que no acaba de funcionar: el proyecto se quiere desplegar en un territorio plenamente desarrollado, en el frente litoral barcelonés, y en una ciudad que ya disfruta de un enorme atractivo internacional.

Y de ahí a la segunda cuestión: ¿es el mejor lugar para un proyecto de este tipo? Estas operaciones pueden tener interés para generar nuevas centralidades en entornos en transformación. ¿Es el caso de la plaza de la Rosa dels Vents, al inicio del muelle de Llevant? Además, hay que considerar los problemas de movilidad que pueden afectar a la Barceloneta, uno de los barrios de Barcelona más saturados por la actividad turística. Al litoral barcelonés le conviene más bien equilibrar el uso turístico intensivo con otras actividades más ciudadanas. Precisamente en el área de la nueva bocana está previsto el desarrollo de un polo formativo vinculado a la náutica.

La tercera cuestión hace referencia a un aspecto esencial, su viabilidad económica a medio y largo plazo, más allá de la inversión inicial a cargo de un fondo de inversión. ¿Es imaginable que un museo pueda sostenerse sin apoyo público ni beneficios fiscales para las inversiones privadas, como pasa en el mundo anglosajón? Sería más bien una novedad, porque no hay casos similares en nuestro entorno. Todos los museos privados tienen alguna fundación bancaria o algún tipo de apoyo público que les permite disponer de recursos, más allá de los propios que genera el museo. A pesar de que hoy las instituciones obtienen recursos de las entradas, del alquiler de sus espacios o de los servicios complementarios —como la cafetería o el restaurante—, no tenemos precedentes de que garanticen la sostenibilidad económica y la amortización de una inversión como esta sin una gran empresa o institución pública que comprometa su sostenimiento.

Y, finalmente, el aterrizaje de una nueva institución cultural en un ecosistema urbano tiene que prever las relaciones y las complementariedades con el resto de instituciones similares. ¿Cuál tiene que ser el rol de un Hermitage en Barcelona? ¿Qué relaciones tiene que establecer con el resto de museos de la ciudad y con la vida artística barcelonesa? 

Cultura para transformar

En nuestra ciudad, los grandes cambios generados por los Juegos Olímpicos del 92, con una red de grandes equipaciones, también tenían objetivos de regeneración urbana —el proyecto del Liceu en el Seminari para transformar el Raval es un claro ejemplo de ello—, y contribuyeron a la transformación económica de la vieja ciudad industrial en una urbe orientada a nuevos servicios y al turismo. La reconstrucción del Liceu o el MNAC, la ciudad del teatro con el Lliure de Montjuïc, el Mercat de les Flors y el Institut del Teatre, la creación del MACBA y el CCCB, o el polo de Glòries con el Auditori, el TNC y más adelante el museo del Disseny, respondieron también a objetivos que van más allá de las estrictas necesidades culturales de cada uno de los sectores. El declive de la industria exigía nuevas maneras de generar riqueza, y buscaron nuevas maneras de proyectarse en el mundo. Las diferencias, no obstante, con la operación Guggenheim de Bilbao, son notorias. Más allá de que se buscaran objetivos extraculturales en las diversas inversiones, todas ellas provenían de una relación estrecha con el contexto local. Se puede discutir con razón la obsesión por la piedra, la falta de financiación a la formación, la producción cultural o la desatención al riquísimo ecosistema de iniciativas artísticas y culturales del país, pero en general las grandes infraestructuras resolvieron déficits históricos de sectores artísticos barceloneses como el teatro, el patrimonio, la música…

Hoy Barcelona está en un momento muy diferente. La ciudad cuenta con un ecosistema cultural con instituciones, equipaciones y proyectos de escalas muy diferentes. Museos, auditorios, teatros, fábricas de creación, centros culturales de barrio, bibliotecas, conviven con productoras, editoriales, compañías, festivales de una enorme diversidad. La asignatura de la piedra está bastante resuelta en el término municipal, en todo caso es prioritario imaginar nuevas polaridades a escala metropolitana. Las asignaturas culturales pendientes tienen más a ver con la formación y la promoción de las prácticas artísticas, vinculadas a nuevas trayectorias educativas, y el apoyo a la creación, en cualquier disciplina. Del tiempo de la piedra, a la época de los contenidos. Del mercado cultural, a las prácticas ciudadanas. De la cultura como pretexto, a los derechos culturales. De una centralidad de siempre, a una mirada cada vez más metropolitana. En vez de una ciudad museo, una Barcelona laboratorio. Estas son algunas de las preguntas que plantea esta nueva iniciativa.

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