La sostenibilidad lingüística reconocería el hecho –a menudo ineluctable– del aumento del plurilingüismo y de la intercomunicación, pero a la vez reclamaría las condiciones necesarias para garantizar la continuidad y el desarrollo de los diferentes grupos lingüísticos.
El siglo XXI nos ha llevado a metrópolis polilingües, en que a menudo poblaciones ya bilingüizadas, por el hecho de estar integradas en estados en los que otra lengua es predominante, conviven con numerosas personas de lengua inicial diferente procedentes del mismo territorio estatal y/o de diversos lugares del planeta. En las sociedades más desarrolladas, a eso se añade una tendencia creciente al dominio y al uso de las grandes lenguas internacionales, por la participación de muchas empresas y organizaciones en las redes continentales o globales. Este gran aumento de los contactos lingüísticos constituye un cambio muy importante en los ecosistemas socioculturales territoriales en los que tradicionalmente los distintos grupos humanos habían ido desarrollando sus lenguas. Si no aprendemos a gestionar bien las nuevas situaciones, las evoluciones sociolingüísticas podrían tener efectos futuros no precisamente positivos para la linguodiversidad humana.
La necesidad de intercomprensión en los espacios urbanos y las competencias más disponibles para los individuos tienden a llevar al aumento del uso de las lenguas internacionalmente más extendidas. En el caso de sociedades que tienen ya como propias estas lenguas, la llegada de nuevas poblaciones puede no afectarles demasiado. La situación puede ser diferente en el caso de comunidades lingüísticas medianas, ya caracterizadas por su propia condición como masivamente bilingües o plurilingües. Una llegada muy importante de personas de otros lugares puede aumentar muy sustancialmente el uso de la lengua estatal o internacional que predomine en detrimento de la lengua local.
Este tipo de fenómenos son claramente visibles en el caso catalán, donde el conocimiento de la lengua castellana es general por parte de la población de origen autóctono y es este el código de integración que mayoritariamente desarrollan de forma espontánea –si es que no lo llevaban ya– las poblaciones de inmigración más reciente. La perpetuación de estos hábitos incluso en las generaciones sucesivas no es descartable, pese a que los hijos ya puedan haber nacido en Cataluña y estén escolarizados aquí, debido a las inercias sociolingüísticas instauradas en la sociedad catalana actual y, en especial, en las áreas metropolitanas.
¿Cómo podemos gestionar, desde una actitud de respeto, esta serie de nuevos contactos y a la vez dotar a la lengua local, el catalán, de la función de comunicación intergrupal que asegure su futuro? Quizás hallemos pistas en los principios que la filosofía de la sostenibilidad ha desarrollado para el mantenimiento de la biodiversidad y de un progreso socioeconómico equilibrado. También, así, podríamos postular la fraternidad necesaria entre los miembros de una misma especie, pero culturalmente diversa.
Parafraseando a Ramon Folch en una entrevista sobre la sostenibilidad en general, podríamos decir que la “sostenibilidad lingüística” sería un proceso de transformación gradual del modelo actual de organización lingüística que tendría el objetivo de evitar que la bilingüización o plurilingüización colectiva comportase necesariamente el abandono de las lenguas propias de los distintos grupos culturales. La sostenibilidad lingüística, pues, reconocería el hecho a menudo ineluctable del aumento del plurilingüismo y de la intercomunicación, pero a la vez reclamaría las condiciones necesarias para la continuidad y el pleno desarrollo de los grupos lingüísticos humanos.
Desde este punto de vista, el contacto lingüístico sostenible será aquel que no produzca exposición o uso lingüísticos en una lengua no propia del grupo en un grado o presión tan altos que hagan imposible la continuidad de las lenguas autóctonas. Podríamos afirmar, así, que el carácter sostenible de una bilingüización masiva vendría dado por la comparación entre el grado de valoración y de funciones de la lengua no propia y el de la lengua propia del grupo. Si el primero es menor, el contacto masivo y la bilingüización puede ser sostenible. Si es mayor, la bilingüización probablemente no será sostenible y la lengua propia se irá abandonando y desaparecerá en unas décadas.
Actuar sobre el abandono de las lenguas grupales por parte de sus hablantes bilingüizados o plurilingüizados significa sobre todo llegar a construir contextos en que no desarrollen valoraciones negativas respecto a su código de origen y, en cambio, puedan disponer de funciones útiles y dignificadoras de su lengua y de su grupo. En los casos en que las condiciones demosociolingüísticas hacen que, de manera espontánea y autoorganizada, los hablantes por motivos prácticos vayan dejando de utilizar su código –a menudo de manera inconsciente–, habría que hacerles darse cuenta de sus comportamientos evolutivamente autodestructivos y promover la valoración digna de sus atributos culturales propios.
Es obvio que los poderes públicos desempeñan un papel muy importante en esta consecución de la sostenibilidad lingüística, ya que han de vehicular los discursos positivos; dar ejemplo de las normas de uso más pertinentes; regular lingüísticamente las administraciones, la educación y los servicios públicos, y guiar también las comunicaciones de las organizaciones no oficiales hacia este objetivo. El principio de subsidiariedad lingüística —“todo lo que pueda hacer una lengua local no lo tendría que hacer una más global”– podría ser, entre otros, la base de una distribución equitativa de funciones, que asegurase la lengua local en la comunicación general de la sociedad y a la vez el uso de los otros idiomas en las funciones que cada grupo o persona creyera conveniente.