Acerca de Zaida Muxí Martínez

Doctora arquitecta

Un futuro diferente es posible

Los cambios de los que surgirán las nuevas ciudades serán feministas porque estarán basados en la vida y no en la producción; en los cuidados y no en la depredación; en la colaboración y el mutuo apoyo y no en la competencia, valores todos defendidos por los feminismos.

Foto: Arianna Giménez

Foto: Arianna Giménez

Nos encontramos inmersos en una época de crisis, que augura grandes cambios y es desde las ciudades desde donde se llevarán a cabo. Diferentes razones dan el protagonismo a las ciudades: la mayoría de la población mundial vive ya, desde 2008, en entornos urbanos; los gobiernos locales sufren y gozan directamente las dificultades y los beneficios de las personas que las habitan, y las ciudades son los sistemas de máxima complejidad, por lo tanto espacios fértiles para ser las incubadoras de los cambios. Y estos cambios serán, sin duda, informados desde los feminismos.

Lo que me lleva a afirmar que los cambios serán feministas es que estarán basados en la vida y no en la producción; en los cuidados y no en la depredación; en la colaboración y el apoyo mutuo y no en la competencia. En definitiva, valores defendidos por los feminismos, como lo hiciera entre 1404 y 1405 Christine de Pizan a través de su libro La ciudad de las damas, en el cual soñó y describió una ciudad que perduraría en el tiempo, en la que reinaría la paz y en la que las mujeres serían tratadas en igualdad.

Las utopías y prácticas feministas a lo largo de los siglos son espejos en los que mirar otra organización posible de nuestra sociedad y, por lo tanto, un futuro diferente. Desde las beguinas medievales y su mundo alternativo al dominante, de sororidad y apoyo, donde vivir al margen de lo reglado para ellas, hasta las casas de madres surgidas a partir de 1980 como espacios para la autoorganización de los cuidados, el apoyo y la formación entre las mujeres de un barrio.1

Los cambios que imagino se verán facilitados por las tecnologías, y transformarán el mundo del trabajo productivo tal como se ha concebido desde la revolución industrial. Las máquinas hasta ahora han servido para producir más, en línea con la competitividad y la productividad entendidas como cantidad, sin tener en cuenta sus efectos colaterales ni futuros. Imagino una sociedad con conciencia de la finitud de los elementos, que tendrá en cuenta el mantenimiento de la vida y de los recursos; por lo tanto, el sistema organizativo tiene que ser necesariamente otro. El sistema depredador patriarcal nos ha llevado a una vía muerta. Por ello, podemos hablar de un futro en que el trabajo será una faceta más, pero no preponderante de nuestras vidas; porque los tiempos de las relaciones, de la política y del compromiso con nuestro entorno natural y social serán los predominantes. Un mundo de tiempos y espacios compartidos y cogestionados, de tiempos y relaciones sociales no mercantilizadas, en que el trabajo remunerado seguirá siendo necesario, pero no la base de nuestra existencia ni de nuestras ciudades. Tal como expresó Marina Garcés en su intervención en el Aula Oberta del Institut d’Humanitats, en octubre de 2016, a propósito del futuro de las humanidades –que no deja de ser una reflexión sobre nuestro futuro como humanidad–: “Lo que está en juego, en definitiva, es qué significa ser humanos, la victoria de ‘lo necesario contra lo imperativo’, es decir, entre la necesidad de vivir comprometidos con el sentido de lo que es ser humanos y el imperativo del proyecto epistemológico del capitalismo”.

El cuidado como prioridad y valor esencial

Las ciudades que me gustaría imaginar para las futuras generaciones tendrían el cuidado como prioridad y valor esencial. Los cuidados en acepciones múltiples, de una misma y de los otros, cuidar y ser cuidada. Ciudades pensadas para las prioridades de la vida y las necesidades diferentes de cada persona, según edades y capacidades. Ciudades que no expulsen, sino que reciban. En las que no haya exclusiones porque todas las personas, desde las diferencias, podremos aportar a una construcción colectiva por un bienestar común.

Llegará un momento en que lo físico de la ciudad, especialmente las estructuras e infraestructuras, ya serán suficientes, o hasta podrán sobrar, y por lo tanto será necesario entretejer y moldear lo existente para las diferentes cotidianeidades. Nuevamente podemos remitirnos a la historia de las aportaciones de las mujeres a las ciudades. La ciudad proyectada como escaparate del poder que olvidaba, y olvida, a sus sectores más débiles representó y representa para muchas mujeres la oportunidad de aportar y trabajar en la mejora y la humanización de los espacios y con las personas olvidadas, de manera copartícipe entre habitantes de los barrios y personas externas; en una transformación social, económica, educativa y espacial.

En esta ciudad futura el vehículo de movilidad individual estaría en desuso, sea cual sea su fuente de energía, ya que el espacio público es compartido, y siendo escaso no se puede entregar a usos individuales desproporcionados. Los transportes públicos de calidad, de varias modalidades, permitirán llegar sin dilación a todos los rincones y la mayoría del espacio público estará a disposición de las personas. Usos aún no desarrollados de la informática aplicada a la movilidad permitirán que esta se ajuste a las necesidades cambiantes de la sociedad, con frecuencias que se modifiquen según las demandas, recorridos alterados para atender afluencias diversas según horarios, etc.

La ciudad futura será querida y cuidada por las personas que la habiten de forma permanente o de paso, y que de manera recíproca se sientan arropadas por ella. Una ciudad de tiempos más lentos, de proximidades; en equilibrio con un entorno natural biodiverso, productivo y reproductivo. Accesible a la naturaleza, que entre para ablandar la dureza pétrea heredada de los siglos xix y xx. Una ciudad que no se expanda al infinito y que se alimente energéticamente del sol y del viento, que recupere y reutilice las aguas de lluvia y residuales.

Una ciudad en la que podamos elegir la manera de vivir el entorno doméstico y cotidiano, con opciones para vidas diferentes, espacios compartidos y colectivos para la nutrición, los mantenimientos diversos y los cuidados. Una ciudad que se adapte a nuestras edades y necesidades.

Seguramente, a quienes conozcan los pensamientos feministas sobre la ciudad todo les sonará muy conocido y ya dicho. Aunque el camino por recorrer sea aún largo, hay en la actualidad indicios de cambio que provienen de las nuevas fuerzas municipalistas, que en el caso de Barcelona son indudablemente feministas y están dando espacio, visibilidad y voz a las personas que quieren imaginar y trabajar para que esta ciudad futura sea cada día más posible.

Nota

1.– Spain, Daphne “La importancia de los espacios de género urbanos en el ámbito público”, en Urbanismo y género: una visión necesaria para todos. Barcelona: Diputació, 2006.