Póquer en plena sequía
Se abrió la veda de los conciertos tras el último parón decretado por la Generalitat y Anna Andreu estaba más preparada que nadie, dispuestísima a echar a rodar. El martes la cantante de Sant Quirze del Vallès subió al escenario del recinto Fabra i Coats a estrenar el disco que debía haber presentado en mayo. El jueves tenía fecha cerrada en Sant Cugat desde antes de la pandemia; desde antes, incluso, de editar ‘Els mals costums’. El viernes la esperaban en el Teatre La Lliga de Capellades y el domingo, en la Nova Jazz Cava de Terrassa.
El sábado libró porque el Festival de Pop Metafísic se canceló. En caso contrario, hubiese cerrado la semana con repóquer de conciertos. No fue a Solsona y aun así habrá recorrido 250 quilómetros para actuar ante 380 personas. Como una hormiguita, buscando a su público, llegándose hasta él con sus ocho canciones, una app en el móvil para sortear confinamientos perimetrales y toques de queda sin temor a multas y un datáfono por si alguien quisiera comprarle discos y pagar con tarjeta. Ante la mayor crisis jamás imaginada, Andreu ha evidenciado que existen incontables espacios a lo largo y ancho del país.
Otras músicas de cámara
El más menudo de los cuatro escenarios que visitó esta semana fue el de Villa Felisa, finca regia de finales del siglo XIX que hasta hace poco era la comisaría de Sant Cugat. Desde 2016 es la sede del Ateneu Santcugatenc, una entidad sin ánimo de lucro que una vez al mes acoge La Cambra de l’Ateneu, un ciclo de música de cámara en el sentido más amplio, literal y contemporáneo del término. Es decir, no solo programan cuartetos de cuerda barrocos sino todo tipo de músicas que puedan presentarse en una salita si apenas amplificación. Aunque en la sala de actos cabrían unas 50 personas, el aforo del jueves fue de 23.
Andreu y la baterista Marina Arrufat aparecieron vestidas de negro y, sobre aquel telón negro salpicado cariñosamente con una vía láctea de bombillas, dosificaron sin prisa un cancionero vertiginosamente breve. ‘Els mals costums’ es solo pulpa de canción. Una exhibición de austeridad, elipsis, concisión, entonaciones en flor y electricidad temblorosa a la que, en directo, cabe sumar ese festival paralelo de cruces de miradas y sonrisas que se regalan las dos intérpretes. Es un espectáculo en sí mismo que funciona como un juego de espejos. Los versos brillan en sus caras, los acordes se reflejan en las fotografías de bosques expuestas en las paredes y las canciones se expanden por la sala certificando que la técnica no es tan imprescindible cuando sobra la química.
“Publiqué este disco en abril. Parecía la peor fecha del mundo, pero creo que así la gente nos ha podido escuchar de una forma más íntima”, improvisó Andreu. Nunca lo sabremos, pero mientras ampliaba su cancionero con versiones de Anímic, Leonard Cohen y Cálido Home (su anterior grupo), el sentimiento de satisfacción del dúo iba empapando la salita. Marina alzaba las cejas subrayando las inflexiones vocales de Anna. Al final de ‘El que no som’, un joven aplaudió antes de tiempo y Andreu sonrió antes de tiempo. En espacios tan minúsculos, cualquier gesto cobra más potencia. “¿Hace mucho que no ibais a un concierto?”, preguntó ella. “Demasiado”, lamentó una mujer de avanzada edad.
“Sento que s’acaba l’aire”, susurró en la inédita ‘El mur’. Entonces hizo una pausa que duró tres días. Aspiró hondo y soltó: “Però només he despertat”.
Cuando abordó la ‘Canción del jinete’, de Paco Ibáñez, una mujer de la segunda fila ya no pudo contenerse. Se cimbreaba hacia atrás y adelante mientras marcaba el compás golpeándose el muslo con la mano. Fue una de las que cuando, al final del concierto, la cantante preguntó qué canción querrían que repitiese, votó por ‘El mur’. Estrenar una canción y que llame la atención por encima de las conocidas. ¿Qué más podría desea una compositora en crecimiento? Detalles así, cultivados lejos de las grandes fechas, fortalecen una trayectoria.
“Si queréis algún disco o venir a saludar, os esperamos en la paradita. Con toda la seguridad del mundo y con todo el afecto”, precisó Anna mientras se descolgaba la guitarra. Y aquello tampoco pudo sonar más reconfortante.