Auditori de Cornellà

Desenfreno punjabi en la grada

En la entrada del Auditori de Cornellà hay carteles de conciertos ya pasados o futuros de Manel, Sopa de Cabra y Miguel Poveda, pero ninguno informa del que habrá hoy. La gira europea del cantante de la región de Punjab Kulwinder Billa hace su única escala española en esta ciudad del Baix Llobregat después de recalar en media docena de ciudades británicas y alguna escandinava.

Esta zona es un desierto cualquier domingo que no juegue el Espanyol, cuyo estadio queda a una manzana. El auditorio está situado en un polígono industrial a las afueras de Cornellà, allí donde la Ronda de Dalt y la del Litoral convergen y la A2 se abre paso en paralelo al río Llobregat. La parada de metro queda a 20 minutos a pie. Sin embargo, van llegando ciudadanos paquistanís e indios de todas las edades. Un grupo de jóvenes apura sus latas en la esquina. Una familia desembarca de un monovolumen negro: padre, madre, abuelos y tres hijos. Cientos de hombres y muy pocas mujeres esperan la hora de entrar.

Una pequeña multitud se arremolina frente a un inmenso Audi de color crema. En el salpicadero, un póster anuncia el concierto de esta tarde. Sentado al volante, Pakrash Singh Ashta vende las entradas. “No hay taquilla: esto es la taquilla”, explica, sonriente y atareado. Un ayudante comprueba en una libreta las reservas anotadas en bolígrafo. Cada entrada cuesta 25 euros. A Pakrash le faltan manos para sujetar los billetes de 50. No es promotor profesional, sino un pequeño empresario que regenta una tienda de electrónica y que, desde la Asociación Punjabi Virsa Spain, intenta dinamizar la cultura punjabi e india.

Té, samosa y gol gappe

La gira de Kulwinder Billa se enmarca en la celebración del vaisakhi, fecha que marca el inicio del nuevo año para los sijs. Aun así, al tratarse de una estrella del pop punjabi, género muy popular en el sur de Asia, viene público indostaní que no profesa esa religión. El concierto se ha anunciado a través de las redes sociales y con carteles colocados en tiendas de alimentación y templos de toda Barcelona y alrededores. No se avista público de rasgos europeos. Los únicos españoles que hay hoy en la sala son vigilantes, representante del auditorio, los técnicos de sonido y dos mujeres casadas con sendos hombres punjabis.

En el bar del vestíbulo venden té con leche, samosa, jale bi (una masa de pan frito bañada en jarabe de azúcar), gol gappe (nidos de hojaldre rellenos de patata y queso) y palomitas. El vestíbulo es un festival de colores: mujeres con saris naranja, fucsia y verde, hombres con turbantes sijs amarillos y negros, chavales de estética swag, treintañeros con anoraks azul eléctrico… Tras un mostrador, las madres han improvisado un párking para cochecitos de bebés.

Cuando se abren las puertas del auditorio, más de 500 personas ocupan las butacas. Sí, el público debe estar sentado. Es un concierto para todos los públicos y la organización no quiere jaleo. Dos lonas publicitarias flanquean el escenario: una de arroz basmati Heer y otra de tinte para el pelo Bigen. Sale la banda: tres teclistas, batería, dos percusionistas y un corista. Y Rupali, la joven cantante lanzada por Sony India que ejerce de telonera. “¡Hola todos!”, saluda. Serán las únicas palabras en castellano de la tarde. Hoy solo se habla y se canta en punjabi. Rupali es una pop star convencional vestida de hada. Varios hombres filman a Rupali. Varias mujeres filman a sus hijos viendo a Rupali.

Bailar sentado no es bailar

Primeros aullidos en la sala. Nadie se levanta de su butaca. ¿Nadie? En la fila 15 hay movimiento. Aquellos jóvenes que apuraban sus latas en la esquina tienen delante un amplio pasillo para bailar y no piensan desaprovecharlo. Los vigilantes les llaman la atención. Asienten y se sientan, pero no por mucho rato.

Cuando sale el segundo telonero, Sandeep Brar, algunos espectadores se emocionan con sus recitados y aplauden con ojos llorosos. Otros llaman por skype a sus familiares y les retransmiten el concierto por videoconferencia. La fila 15 está ya muy caliente. Uno de los jóvenes toma a un vigilante de la mano y lo anima a bailar. El vigilante se niega, pero no se enfada. Un tipo de unos 60 años con polo negro y cadenón dorado baila con la frente empapada en sudor.

El presentador anuncia una breve pausa y el personal sale al vestíbulo a por más té con leche y samosas. Prakash descansa por fin y puede charlar con su hermano, que vive en Pamplona. Una veintena de espectadores ha venido de Inglaterra. Varios han aprovechado que estaban en Barcelona de despedida de soltero para asistir al concierto. Están especialmente eufóricos, pero, claro, no tanto como el clan de la fila 15, que ha montado un corro en el vestíbulo para lanzar improvisaciones cantadas que siempre acaban en carcajada colectiva.

Trepidante y especiada

Por fin sale el ídolo Kulwinder Billa impecablemente trajeado de blanco. Sin los telenovelescos videoclips ni las coloristas coreografías, su directo pierde algo de vistosidad. Tampoco aporta color esa banda uniformada de negro, pero la música se basta por sí misma: ese ritmo trepidante y sostenido, esas melodías especiadas que te transportan sin remisión al Punjab. Además, el espectáculo está en la grada. El tipo de la frente sudada baila como si estuviese cabalgando un potro salvaje mientras se filma con el móvil. El pasillo de la fila 15 ya es una pista de baile. Cada cual danza en su estilo libre, pero predomina un paso que se podría describir como: señalo el cielo con el dedo de una mano y giro en círculos alrededor de un punto del suelo que señalo con dedo de la otra mano.

El equipo de vigilantes se sabe desbordado. Un chaval acaba de subir al escenario a abrazar a Kulwinder. El brillo de los zapatos del cantante se refleja hasta en la última fila del auditorio. Ahí arriba, lejos del bullicio, dos hombres bailan desenfrenadamente en soledad. El concierto no durará mucho más, pero todos quieren aprovechar hasta el último minuto porque nunca se sabe cuándo volverá a pasar por Catalunya una gira de estrellas del pop punjabi. Una vez más, a los miembros de la asociación les va a tocar poner dinero de su bolsillo.