Chicas de barrio con dos ovarios
Para muchos barceloneses, Bellvitge solo es el barrio del hospital que toma su nombre y el de los descomunales bloques de viviendas del polígono Gornal. O sea lo que hay bajo el hotel Hesperia Tower del restaurante giratorio que ya no gira. Entre tan emblemáticas edificaciones sobrevive un edificio con muchísima más historia. Es la ermita de Santa Maria de Bellvitge, cuya existencia estaba documentada ya en el siglo XVIII. Fuera de horas de visita, una rama de olivo ligada entre los pomos sella la puerta de madera. Donde hay arte, hay arte.
Tanto la ermita como el parque que la rodea podrían no existir hoy. En los años 70, el movimiento vecinal logró frenar la construcción de más colmenas de pisos. Cuatro décadas después, la historia se repite y parte del vecindario se está oponiendo a un nuevo plan urbanístico. La manifestación de protesta que se celebró el sábado por la tarde partía justamente del Parc de Bellvitge, este ídilico espacio verde conquistado a la especulación urbanística de L’Hospitalet del Llobregat, la ciudad con más densidad de población del país.
Son días de fiesta en Bellvitge y por la noche el parque acoge la segunda edición del ‘Festelparc’, unos conciertos organizados por el colectivo Akelharre Jove, el grupo de Grallers de Bellvitge y el de Diables i Diablesses. Ya no se escuchan consignas contra el plan urbanístico, pero varias personas lucen adhesivos con el lema ‘No més blocs’. ‘Festelparc’ se solidariza con esa lucha, pues ya nació con la vocación de romper las inercias propias de tantas fiestas mayores. Una de ellas, esa sumisión al consistorio tan típica de las comisiones de fiestas que reciben generosas subvenciones para sus celebraciones.
Lisístrata junto a la autovía
El rugido de los coches que atraviesan la autovía resuena entre la arboleda, pero afinando el oído se puede escuchar la voz de la rapera Gata Cattana. Otra de las inercias más rancias que pretende romper ‘Festelparc’ es la ausencia de mujeres en los escenarios y el machismo que campa en este tipo de eventos. Desafortunadamente, la cordobesa no está actuando hoy en Bellvitge. Falleció en marzo con 25 años. Lo que suena es su canción ‘Lisístrata’, que sirve como prólogo para la aparición en escena, ahora sí, del grupo madrileño de rap IRA.
El programa de ‘Festelparc’ cumple la paridad, pues actúan dos grupos de mujeres, IRA y Tribade, además de los valencianos Atupa y los madrileños Sons of Aguirre. No obstante, los dos primeros son mucho más que dos grupos de raperas femeninas. “Rap, no rap femenino. ¡Rap! Aunque te joda, pardillo”, cantan IRA, dirigiéndose a los raperillos que las infravaloran. Su estilo es seco y claro y la precisión poética de su ideario feminista es aplastante. Su lenguaje es el rap hardcore y ahí sobran las metáforas. “Cuando te excusas es cuando te acusas”, escupen a los que relativizan la gravedad de la violencia machista.
IRA reivindican a las “niñas de barrio con dos ovarios”, hablan con orgullo de sus madres luchadoras, proponen “metralleta para todo el que te someta”… A cada canción hay más gente. La mitad son mujeres. ‘Festelparc’, como cualquier fiesta mayor, recoge lo que siembra. Sembró rap feminista y el perfil habitualmente masculino del público de los conciertos de rap ha variado. Tenía que ser en Bellvitge, barrio que toma su nombre de una mujer, Amalvigia, una de las primeras pobladoras de la zona. Tenía que ser aquí, a pocos metros de un paso bajo la autovía que, según explica Víctor Gómez, de la asociación Akelharre Jove, registra el número de agresiones sexuales más alto de España.
Elvira, con su registro ronco y lento a lo Jarfaiter, las mata rimando. Sara, Raissa y Carmen tampoco se quedan cortas. Juntas suman una de las puestas en escena más vibrantes que puedan verse hoy en España. Es rap airado. Es rap harto. Y es rap necesario. Canciones como ‘Argumentos’, ‘Soy’ y ‘Mantenlo patriarcal’ deberían incorporarse como material de estudio en las escuelas.
Agresiones y abucheos
El directo de IRA es extraordinario, sí, pero aún más extraordinarias son las dos situaciones que se producirán a continuación, impensables en una fiesta mayor de las de siempre. En cuanto las madrileñas dejan el escenario, sube una chica a leer un comunicado. Relata la agresión que sufrió la noche anterior por parte de un vigilante de la discoteca Aire. Para formalizar su queja debería volver allí, pero tiene miedo y pide al público que la acompañe. No se trata de ir a liarla, sino de arroparla en un lance tan incómodo. Llueven aplausos de solidaridad.
Tras su parlamento, sale a escena Bittah. La rapera de Vallcarca está en plena fase de expansión. Esta tarde actuaba en Hostalric, pero ya está aquí con Tribade, el trío que acaba de formar con Masiva Lulla y Sombra Alor. Aún están en periodo de rodaje, pero las arropa un público muy sensible a sus rimas y a su discurso. Juegan en casa, aunque ya hay algunas abuelas sentadas en los bancos y chavalas del barrio que se dejan llevar por los dejes aflamencados de Sombra Alor. En un impás del concierto, esta se marca un discurso inflamado en el que invita a las mujeres a liberarse de la cobardía y a avanzar líneas.
La segunda escena extraordinaria está en su punto. Unos chavales del barrio se han acercado y mientras Tribade invita al público a repetir sus versos, ellos los repiten también, pero con un tono burlesco. Tal vez hubiesen hecho lo mismo en caso de haber tres raperos en escena. O tal vez, no. El caso es que el público de esta noche no piensa tolerarles ni una. Una parte de las mujeres se les encara y les abuchea. Los gallitos se crecen, pero ellas son más. Vuela alguna lata en dirección a los gallitos. Alguno hincha el pecho en plan ‘cogedme que estoy mu loco’, pero finalmente deciden marcharse por donde han venido.
Tribade refresca el ambiente con el reggaeton lésbico de ‘Heteropero’. Los focos iluminan los bloques de pisos. Abajo, en el parque, sigue la fiesta.