Festival Al Ras

Mollet, capital europea del bluegrass

En la plaza del pueblo hay cuatro bares con sus respectivas terrazas: La Plaça, donde se sirven bocadillos y platos combinados, el Frankfurt Bavarian’s, la Cervecería Hops y la Pizzería d’Herber. Ya ha anochecido, pero ninguna terraza está tan animada como la rampa de entrada al mercado. Una docena de músicos improvisa canciones de bluegrass. Dos o tres tocan banjos. Hay dos mandolinas, varias guitarras acústicas y un dobro. También un violín y un contrabajo. Ah, y dos tipos rasgan sendas tablas de lavar colgadas del cuello.

Podríamos estar Kentucky, pero esto es Mollet del Vallés y la guinda a tan insólita estampa la pone un hombretón barbudo marca el ritmo con dos cucharas. Aquí el que no tiene barbaza lleva pantalón tejano de peto. Y el que no luce sombrero vaquero parece recién llegado de la serrería. Uno de los tipos que frota su tabla de lavar lleva el pelo engominado y repeinado hacia atrás. Su imponente chaquetón negro le da un inquietante aspecto de sepulturero.

Todo el que pasa por la plaza se queda atrapado. No es para menos. Los músicos cantan Sweet little Georgia rose con un acento yanqui masticadísimo. Parecen yanquies de verdad. Alguno lo es. Acuerdan una nueva canción. Será Foggy mountain breakdown. Antes de empezar pactan en qué nota la tocarán. El percusionista de las cucharas está de broma: “Si es en do os puedo seguir. Si es en sol me costará más”. Un hombre de unos 55 años se arranca a bailar. Las tapas metálicas de sus zapatos chasquean sobre las baldosas de la plaza con nervio y gracia. Una niña de seis años con anorak rosa exclama: ‘¡Yiiija!’.

Conforme pasan las horas va sumándose más gente al corro. Ya son más de cincuenta las que les rodean a los músicos y les dan calor con sus aplausos y los flashes de sus móviles. A pocos metros se está formando otro corro, pero todo esto son actividades espontáneas surgidas en paralelo al festival Al Ras. La programación oficial se celebra en el interior del antiguo mercado de Mollet, reconvertido en un estupendo teatro. Y dentro apenas quedan sillas libres, así que cerca de un centenar de personas siguen las actuaciones de pie.

Aquella barbacoa en Gallecs

El festival Al Ras nació a finales de los años 90 en Gallecs. Era una barbacoa veraniega con actuaciones al aire libre. Muchos lo recuerdan con nostalgia. Por ejemplo, Roberto Ruiz Cubero, el mandolinista de Los Hermanos Cubero, que nunca se pierde el evento. Más de 15 años después, Al Ras es una cita clave del calendario bluegrass. Se organiza con cuatro duros y viene gente de toda España y hasta del resto de Europa. Los aficionados a este género de música tradicional estadounidense se organizan sus vacaciones en torno al festival. Es una ocasión de comprobar que no son los únicos locos por el bluegrass.

Este año el festival cuenta con Ron Cody y Jesse Brook. Es un milagro y un cambalache de favores y amistad que estos primeras espadas del bluegrass estadounidense estén en Mollet. Cody duerme en casa de Lluís Gómez, el director del festival, y grabará una colaboración para su próximo disco. Brook, duerme en casa de Roberto a cambio de unas clases de mandolina. Brook no es un cualquiera. Fue mandolinista del año en 2009 y 2015 en los International Bluegrass Music Awards. Una mujer exhibe orgullosa por el recinto la camiseta que le acaba de autografiar Brock. “¡Esto vale dinero!”, exclama.

La entrada al festival es gratuita, pero todo el mundo está atento al pase de la Barcelona Bluegrass Band, el combo liderado por Lluís Gómez, principal impulsor del festival. En la fila ocho hay un tipo con camiseta de Los Suaves. Más atrás, de pie, un joven con rastas. A su lado, una mujer lleva un banjo con un reloj dibujado en el cuerpo circular. El grupo vasco La West Bluegrass Band remata su pase con ‘Great balls of fire’ de Jerry Lee Lewis. Una niña con chupete aplaude con tanta afición que casi pierde el equilibrio.

Más tarde, Cody y Brook arropan la actuación de Caroline Cotter. Su voz dulce y afrutada enmudece hasta a los de la barra. Caroline nació en el estado de Maine, pero habla español. Un solo micrófono les basta a los tres. Caroline, Ron y Jesse se sitúan a un metro del micro y cuando ella canta o ellos abordan un punteo de banjo o mandolina dan un paso al frente y se acercan al micro. Así se interpretaba cuando surgió en los años 40 y así se sigue interpretando.

Una rifa entre amigos

Al Ras es un festival familiar. Unos aficionados vascos al bluegrass que cada año acuden a Mollet se encargan de la venta de discos y camisetas. Es una de las principales fuentes de financiación del festival. Otras son el crowdfunding que recaudó 2.500 euros y la rifa. Una rifa entre amigos. A la joven del banjo-reloj le toca un lote de libros para aprender a tocar. A Nacho, de Madrid, le toca un lote de vinos. “¡A esta también la conocemos! ¡Es Eva!”, exclama Lluís Gómez, ahora encargado de anunciar los números premiados. Eva ha ganado un lote de CDs. Y Josep Lluís, un vecino de Mollet, se lleva una mandolina.

Los italianos Red Wine cierran la velada con su bluegrass modernizado, fresco y ameno. Llevan 38 años en activo. ¡38 años tocando bluegrass desde Génova! En la formación coinciden padre e hijo. Entre el público también hay mucho padre con hijo. Se diría que la música bluegrass no provoca conflictos generacionales. Pocas veces se puede ver en un mismo festival pelos canosos, chupetes y adolescentes con melenas grunge. Y aún menos veces, un director de festival que despida el evento con la siguiente frase: “Antes de que empiece la última actuación os pido que al acabar nos ayudéis a recoger las sillas”.

Son las once de la noche y Lluís Gómez invita a todos los músicos a subir al escenario para una jam final. Hay una treintena de banjos, una decena de mandolinas, cinco o seis violines, los de las tablas de lavar, la del banjo-reloj, Roberto Cubero, el rasta… La familia al completo. La canción de despedida es ‘Will the circle be unbroken?’. El segurata que lleva toda la tarde vigilando que no se supere el aforo de 300 personas inmortaliza la estampa con el móvil. Solo así convencerá a sus compañeros de trabajo de lo que vio el sábado en Mollet.