Festival Càntut

Canciones que cantábamos, cantamos y cantaremos

La cosa empezó a torcerse por culpa del refranero. “Qui canta a la taula i xiula al llit no té el seny complit”, sentenció el castrador de turno. Y poco a poco se fue perdiendo la sana costumbre de compartir canciones en la sobremesa. El sábado se hizo una solemne excepción. Veteranos cantadores y cantadoras de distintas localidades de Girona se reunieron alrededor de una larguísima mesa en el restaurante La Brasa Grillada de Cassà de la Selva. Los convocaba el festival Càntut. Y aún no se había servido el primer aperitivo cuando el más anciano de la tropa, el señor Joan Pinatella, de Banyoles, estableció el listón de la jornada marcándose, a sus 88 años, cinco estrofas del tirón y de memoria.

Aquí no hay prueba de sonido, ni micrófonos, ni escenario ni camerino. Tampoco hay distinción entre intérprete y espectador. Solo una cincuentena de personas sentadas a lo largo de una quilométrica mesa. ¿Y catering? El mismo para todos: ensaladas, croquetas, escalivada y un segundo plato a escoger entre botifarra casera a la brasa y un guisado de dados de sepia con guisantes. Agua y vino, por supuestísimo. Pero tampoco existe protocolo más allá de las presentaciones que oficiarían los folcloristas Ramon Manent y Jaume Arnella.

“Hoy vamos a escuchar canciones que se cantaban, que se cantan y que se cantarán”, suelta Manent con natural solemnidad. Y llegan las croquetas.

Herencias de la abuela

Hay hambre, pero hay más ganas de cantar. “Maria Teresa, de L’Escala, dice que quiere cantar Bon dia, Leonor”, anuncia Arnella. Y la señora Maria Teresa Pellicer, elegantísima y recién salida de la peluquería, se levanta: “Yo tenía diez años cuando murió mi abuela y esta canción me la enseñó ella, así que imaginad qué pronto la aprendí”. Silencio sepulcral. No se mueve ni uno de los 50 tenedores. Tras los entusiastas aplausos, Maria Teresa saca pecho: “¿Alguno la conocía?”, pregunta, segura de haber cantado toda una rareza. “¡Noo!”, responde la mesa. Y se sienta satisfecha. El dinar de cantadors tiene un poco de encuentro de sabios y un poco de partida de póquer.

Arnella es un estupendo maestro de ceremonia. “Ahora, nos tomaremos un minuto para comer”, exclama, ante la avalancha de peticiones para cantar. Pero también es hábil reclamando la atención del resto de comensales: “¡Los de babor y los de estribor, haced el favor!”. Manent también sabe arrancar una canción a quien sea. Si se le resiste alguien, solo ha de preguntarle: “¿Ya no sabes ninguna más?”. Eso es una ofensa. Cualquiera pica. Maria Gironés, otra veterana cantadora, se anima fácil. Su canción, como casi todas, termina con un verso conclusivo e ingenioso que indefectiblemente te arranca una sonrisa.

Versos picantes

El encuentro se adentra en territorio travieso en cuanto toma la palabra Jordi Pi, de Figueres. Oju peligru. Antes de cantar nos informa de su edad, 82 años, y nos pone al día de sus achaques de salud. El señor Pi es un tipo grandullón que baja las escaleras despacio y de espaldas, pero para cantar no necesita red. Interpreta El mico i la mica, una que aprendió cuando recogía aceitunas. Quimeta Borrell, de Cornellà de Terri, se anima con una letra llena de dobles sentidos. Pi contraataca con otra sobre una tal Quimeta a la que le gustaba mucho el fútbol y que conoció a un joven que le metía goles entre las piernas.

Cada vez que alguien acaba una canción surge una conversación sobre sus orígenes. Los abuelos y abuelas se musicotransportan hasta su infancia, un lugar que ya solo existe en su memoria. Se les iluminan las pupilas y, en algún caso, regresan de aquel íntimo pasado con otra canción. Llega a la mesa la botifarra y la sepia, pero también llega Ni la rosa ni el clavell y La nit de Sant Joan. “¡Esta te la grabaré!”, exclama una abuela señalando a Albert Massip, el hombre que está archivando el cancionero oral de Girona en la web Càntut.

Aquí el personal se divide entre los que se mueren de ganas de cantar y los que se mueren de ganas de que les pidan que canten. Entre los segundos está Josep Cruanyes, barítono de Els Pescadors de L’Escala y lo más parecido a un profesional que hay hoy en la mesa. Finalmente, entona con voz engolada Rosó. No viene muy a cuento, pero todos la entoman susurrándola con ojos entornados. Algunos intentan que Pau Benavent, impulsor de las músicas y danzas catalanas de raíz desde el programa de Canal 33 La sonora, también cante algo. Pero el muy joven se escapa a fumar.

Sobremesa ‘all-stars’

Los Sobremesa Allstars están en su salsa. Ya no necesitan que nadie les anime a cantar. Maria Gironés regala la dulce El nen petit con los postres. Jordi Pi sigue en su línea destroyer: “Un dia vaig veure un guardia urbà que amb la punta de la porra arrossegava un aeroplà”, canta. Maria Teresa Pellicer borda otra de sus guasonas interpretaciones y el menudo Joan Pinatella la toma de la mano y exclama: “¡Un diez!”. Maria Teresa, sofocada, reclama al camarero: “¡Chico, tráeme una sacarina!”.

Ya solo queda vino, cafés y algunos licores. Se improvisa una coral de sobremesa al calor de L’emigrant. Llevantina hace que todos golpeen sobre la mesa al ritmo de la sardana. Estando Arnella al mando de la juerga, no pueden faltar Les rondes del vi. La cosa se está yendo de madre. El volumen está fuera ya de toda legalidad. Aquí no instrumentos electrificados, pero este ejército de jubilados cantando a grito pelado desesperaría a cualquier vecino. Al fin y al cabo, esto es un restaurante, no una sala de conciertos. Y sin embargo, todo lo que aquí sucede tiene más chispa que muchos conciertos de jóvenes rockeros.

Son más de las cuatro y hay que ir terminando. Arnella toma la guitarra y anuncia “la canción de la cual toda Catalunya se sabe las tres estrofas”. “¿Els segadors?”, pregunta con trampa. “No”, responde él mismo. Y todos al unísono entonan: “Les nenes maques al dematí, s’alcen i reguen, s’alcen i reguen…”.