Meteoro

Fotos: Nando Cruz

Sala Meteoro

Passeig de Montjuïc, 72 (El Poble-sec)

Concerts de The Cavemen i Pizza Ninja Squad

Cavernícolas y ninjas en Montjuïc

Cuando anochece, las calles que rodean la montaña de Montjuïc quedan casi desiertas y buena parte de los coches que circulan son los de las autoescuelas. En el número 72 del paseo de Montjuïc, también están de prácticas. Cuatro hombretones se foguean en la tarima de la sala Meteoro. A veces se les encalla el cambio de marchas, a veces pisan la línea continua, pero su ramoniano empeño de condensar doce canciones en apenas veinte minutos les impide frenar. Si paran será solo un segundo y para gritar: ‘One two three four!’.

Son Pizza Ninja Squad, un grupo barcelonés cuyos miembros, haciendo honor a su nombre, actúan disfrazados de tortugas ninja. Máximo respeto para cualquier ser humano que, sin ser forzado a ello, salga de casa un miércoles por la noche para tocar con leotardos verdes, gabardina y una malla verde que les tape la cara. En cuanto rematan la última canción, ‘Pizza ninja van’, alguien exclama: “Quince minutos de descanso y luego, la siguiente banda. ¡A beber!”. El público, aún aturdido por el subidón ninja, abandona la estancia en dirección a la barra. Está en el pasillo de la entrada, tras esas dos puertas que impiden que el estruendo de los conciertos se propague. Junto al botellero, un ejemplar del cómic ‘Odio’ de Peter Bagge y un póster de un concierto de los Cramps.

Más de cien conciertos en ocho meses

Desde que inició su actividad el pasado enero, Meteoro ya ha acogido más de cien conciertos. Por si alguien no cree lo que acaba de leer: desde que inició su actividad el pasado enero, Meteoro ya ha acogido más de cien conciertos. Su aforo es de 96 espectadores y resulta ideal para propuestas ruidosas: del punk mongoloide a la electrónica industrial. La altura de la habitación impide colgar los altavoces del techo, de modo que el sonido te atiza directamente los oídos y el resto del cuerpo. Dos ventiladores, uno en el escenario y otro al fondo de la sala, ayudan a refrescar el ambiente esta noche aún calurosa de septiembre.

“¡Chicos! ¡Empieza el concierto!”, grita Alba, la madrastra de Meteoro, mientras Lluís, el padrastro, atiende en la barra. Para hacerse oír, Alba abandona un segundo la caja metálica en la que guarda la recaudación del concierto (a siete euros la entrada) y sacude una campana. En el escenario están The Cavemen, cuatro neozelandeses con camisas estampadas, botines de cuero y tejanos levemente acampanados. Ya han tocado en Bilbao, Madrid, Santander, León y Benidorm. Les espera Francia, Bélgica, Alemania, Chequia e Italia. Tienen 28 conciertos en treinta días y buscan sala para las dos noches que les quedan libres.

Como sólo llevan doce noches consecutivas tocando, aún se les ve frescos. Tras la primera canción, el cantante agarra un cartón doblado en forma de carta de restaurante donde tienen anotado el repertorio y declama con acento victoriano: “¿Qué desean de segundo plato los señores?”. Tras anunciar el título del siguiente tema, el bajista responde: “¡Excelente elección, caballero!”. Y descargan otro zurriagazo de punk garajero que apenas dura un minuto. Tras la cuarta canción, el cantante se quita la camisa de rayas atigradas. Lleva un collar de huesos a juego con el cavernícola nombre de la banda y el logo del grupo, una lápida de estética familia Monster, tatuado en el hombro izquierdo.

Los ventiladores han bastado para el concierto de los ninjas, pero con los Cavemen son insuficientes. Tres canciones más y el que se quitará la camiseta será el batería. Luego lo hará el guitarrista y a la media hora los cuatro músicos irán ya a pecho descubierto. El bajista lleva un corazón tatuado a la altura del corazón. En primera fila, cuatro mujeres vacilan a los músicos mientras estos escenifican títulos como ‘I’m a mess’, ‘Lust for evil’ y ‘Seven day’ con todas las posturas rockeras imaginables y los rematan con el dedo señalando al techo.

Un viaje en el tiempo

Si te defines como cavernícola es que no piensas mucho en el futuro. De hecho, la colección de favoritas de los Cavemen parece fijada entre 1964 y 1978: los Sonics, los Stooges, los Cramps, las Shaggs… Cuando al guitarra se le rompe una cuerda, el cantante entona el ‘Ain’t no miracle worker’ del grupo de garaje de los años 60 The Brogues con voz aguardentosa estilo Lemmy de Motörhead. En otro parón, recitará ‘I married a monster from outter space’, de John Cooper Clarke. No, no hay que tomarse muy en serio a un grupo con canciones sobre un Adolf Hitler motero roba-novias. “Qué divertido, ¿no?”, exclama una turista francesa. No ha dicho ‘qué rebelde’, ‘qué obsceno’ o ‘qué contracultural’. Aquí existen unos códigos compartidos. La gente ha venido a divertirse un rato y, ante todo, a viajar en el tiempo. Y los Cavemen también se han declarado fans del falso grupo de heavy cómico Spinal Tap. Se intuye hasta en sus peinados.

El olor a punk cavernícola impregna la estancia poco a poco. Aquí vamos a acabar sudando todos: el tipo de la camiseta de los Misfits, el de la del grupo de rock progresivo Journey y hasta el apuntador. Una mujer de primera fila sube disparada al escenario en dirección al bajista. ¿Lo abrazará? Mmmm… no. Lo esquivará y se colocará delante del ventilador para refrescarse la cara. Unos segundos de aire y de vuelta a la pista de baile. El cantante, empapado en sudor, bajará también a bailar con el público y a compartir sus excedentes de eau de rock. Tras 40 minutos de desenfreno cavernícola, se produce un empate técnico entre asfixia y euforia. El grupo quiere parar, pero otra mujer agarra el micro y grita: “¡Miaaaaau, miaaaaau!”. Y el grupo vuelve a la faena.

A la ducha y a dormir

El público exigirá otro bis antes de dar esta noche de miércoles por amortizada. “¡No nos queda líquido en el cuerpo!”, se excusa la banda. Pero, por supuesto, tocarán una más. A las 10.15 el concierto ya ha acabado; hay que llevarse bien con el vecindario. La estampida de público en busca de bebida y aire fresco incluye a los propios músicos. El guitarrista corre al puesto de venta de discos y, aún sin camiseta, engulle sin respirar una botella de agua de medio litro. En la calle, el bajista ya departe con las espectadoras. Más de uno solo piensa en llegar a casa y darse una ducha. Volver a casa un miércoles y darte una ducha antes de ir a dormir porque vienes de un concierto: ¡qué vivificante sensación!

(Publicat el 30 de setembre de 2018)