La Taverna del CAT

Fotos: Ferran Sendra

La Taverna del CAT

Travessia de Sant Antoni, 6 (Vila de Gràcia)

Nit de corrandes

¡Los de la barra, que callen!

¿Cómo explicar a los siete chavales que están tirados a la entrada del CAT que hoy actúa en el bar un rapero catalán más viejo que el rap? Desde el móvil de uno suena una rima chuleta: “Dicen que la tienes pequeña / Que tienes los pies planos”. Los chavales ríen, pero si hubiesen cruzado la puerta del Centre Artesà Tradicionarius se habrían llevado una sorpresa mayor.

Josep Casadevall, alias Carolino, se está atizando ese chupito que le permitirá tener la lengua bien suelta. Mientras, el público empieza a cenar. Unos piden patatas estelades: bravas con la bandera indepe dibujada con la salsa. Otros un Som i Serem: bocadillo de pan de pita con tomate, salmón, surimi y mozzarella. Lo más español que hay en el bar del CAT es la revista Hola.

Carolino es un abuelo de Folgueroles que en los años 70 mantuvo vivas las corrandes cuando la práctica de improvisar versos apenas tenía ya adeptos. Con el resurgir de la corranda se ha convertido en una institución, el único heredero conocido de este género oral de tradición centenaria. Hoy muchos jóvenes lo practican. Es la versión más nostrada del hip-hop. Uno de ellos es Christian Simelio, de Sabadell. La velada, además de ser gratuita como todas las que organiza La Taverna del CAT los miércoles, es un ejercicio intergeneracional de transmisión de saber en riguroso directo.

Tararear con la boca llena

Mientras la pareja improvisa versos, con el apoyo instrumental de la violinista Anaïs Falcó y el guitarrista Jordi Fábregas, la gente charla y cena. Cenar no impide tararear estribillos con la boca llena ni aplaudir al ritmo. A diferencia de los conciertos modernos, aquí la participación del público es innegociable. Ni siquiera hay que pedirla. Los hay que asisten al concierto de espaldas al escenario. De espaldas también se entienden los versos y con un poco de suerte evitas ser víctima de las bromas de los improvisadores.

En los versos de actualidad aparecen Cristóbal Montoro, Ada Colau y el partido del Barça de hace media hora. Simelio es tan rápido que cuando cae una copa al suelo, improvisa unos versos para forzar al culpable a pagar una cerveza. Pero las rimas pícaras provocan más carcajadas. Y ahí Carolino no tiene freno. Informa que una mujer de primera fila va “bien servida” sexualmente y que un matrimonio jubilado de otra mesa hoy “practicará un 69”, indaga si la esposa de Fábregas (el director del CAT) usa vaselina y, pasándose dos pueblos, aventura que “pel forat de la Lola passaria una llebre”. ¡Tal cual!

Más allá del humor erótico medieval, improvisar también implica un combate dialéctico. Así se mide el ingenio de cada uno y se garantiza la pervivencia de la tradición. Cuando Simelio acusa a Carolino de orinar en la riera de Folgueroles, este asegura que Verdaguer también lo hacía y que su orín olía a menta. Acto seguido, Simelio apunta que quizá los cangrejos del río escribieron el ‘Canigó’. El freestyle ha entrado en fase psicodélica.

Fuego cruzado

En teoría esto era un duelo entre el joven Simelio y el septuagenario Carolino, pero entre el público también hay jóvenes y jubilados. Los primeros son más y hacen más ruido. Los improvisadores intentan callarlos o avergonzarlos: “Esto parece el mercado de Calaf”, “esto es una granja de gallinas”… Carolino sigue en su línea vacilona, cantando a una camarera que si necesita mandanga, aquí está él. Mientras, Simelio, envalentonado con la cerveza, califica de impertinentes a los charlatanes de la barra.

Se masca la tensión. Los mojitos ya han surtido efecto y, de repente, un espectador alza la voz para replicar a Simelio con una improvisación. Es la recta final de garrotines, género típico de Lleida, y Carolino contraataca al grandullón de la barra. Fuego cruzado. Una amiga del grandullón se anima a responder, también en verso. Ya está. Ya se ha formado una buena tangana de improvisación. La música está viva. De eso se trataba.

Llueve en la calle y los adolescentes raperillos ya se han ido a casa. Pero de la taberna del CAT sale un joven improvisando un garrotín cuyo último verso habla del “rey de los pederastas”. Esto no hay quien lo pare.

(Publicat el 24 d’abril de 2016)