L’Hora del Jazz

Fotos: Ferran Nadeu

Cicle L’Hora del Jazz

Plaça de la Vila de Gràcia (Vila de Gràcia)

Concert de Marco Mezquida i Manel Fortià

Mediodía de resaca y sudor

Una pareja de recién casados ve salir del lavabo del bar Coruba de la plaza de la Vila de Gràcia al pianista Marco Mezquida. En sí, esto no es una gran noticia. Salvo porque es mediodía y anoche lo vieron actuar en La Pedrera. Y porque cruzarse dos veces en veinticuarto horas con este menorquín de 29 años es como encontrarse al Correcaminos en una parada de bus esperando el 39.

En el primer semestre del 2016, Mezquida ha actuado más de cien veces y ha participado en una decena de grabaciones. Y ya tiene conciertos cerrados a un año vista. En Bruselas, Milán y Colonia. En Soria, Cádiz y Santander. En el Jamboree y en el Palau de la Música. Para actuar solo, con el trío de Giulia Valle o con Chicuelo. Entonces, ¿qué hace saliendo de un bar de Gràcia una mañana de domingo? ¿Acaso tiene el día libre?

No. A veinte metros de la puerta del lavabo está el escenario. La Associació de Músics de Jazz i Música Moderna de Catalunya organiza desde hace 26 años el festival L’Hora Del Jazz. Este año, el recorte de la subvención ha limitado su programa a once conciertos. Varios son gratuitos y se celebran cada domingo al mediodía en la plaza de la Vila de Gràcia. A pie del escenario aguarda a Mezquida el contrabajista Manel Fortià, con el que ha grabado el disco ‘My old flame’. Un piano de cola Yamaha ocupa prácticamente la mitad de la modesta tarima. Ya solo falta él.

Sol y sombra

Hay unas doscientas sillas plegables frente al escenario. El público llena el flanco izquierdo, pero en el derecho solo hay un espectador. Si esto fuese un combate de hip-hop, el ganador sería MC Mezquida y MC Fortià no pasaría a la segunda ronda. Pero el motivo de tal desequilibrio es otro. En el flanco derecho el sol pega fuerte y el flanco izquierdo está a la sombra. El dúo plantea un repertorio muy agradable al oído, aunque a menudo sus dedos reclaman vértigo y velocidad. No pueden evitarlo. Es parte del juego.

Los clientes de las terrazas de los bares tal vez no sean conscientes de que están escuchando de fondo a uno de los pianistas de jazz con más futuro del país. El público sentado ante el escenario, sí. Mientras Mezquida y Fortià juguetean sobre una pieza colombiana, un espectador de cuarta fila mueve la cabeza de lado a lado, negando de emoción tantos malabarismos. En la quinta fila, otro joven mueve la cabeza de arriba a abajo, asintiendo de placer. En primera fila hay un matrimonio de unos 80 años. Él es ciego.

Los bancos de la plaza están llenos. Hace una mañana espléndida y los pasajes pianísticos refuerzan la placentera escena. El tráfico rodado es intenso en el centro de la plaza: bicicletas de dos y cuatro ruedas, patinetes, patines… Una mujer acerca la silla de ruedas de su anciana madre a los pies del escenario. Allí Mezquida repiquetea tres campanillas que cuelgan sobre el piano. Fortià friega un racimo de conchas y cascabeles contra las cuerdas del contrabajo. Tintineos y carrasqueos. La música no es fácil o difícil.

Espalda empapada y gafas de sol

El sol asoma por entre los edificios y le come más y más terreno a la sombra. El sol ya inunda el escenario. Mezquida rebusca entre las teclas del piano un sendero distinto mientras trastea también con unos cascabeles. Tiene la espalda empapada en sudor y aún no se ha quitado las gafas de sol. Un padre remoja la cabeza de su hijo en la fuente. Varias señoras le dan duro al abanico. Por ahí pasa un hombre con una camiseta del cantante de salsa Ismael Rivera. Un vecino sale al balcón de un cuarto piso mientras se lava los dientes y se queda ahí encantado. Seis minutos con el cepillo en la boca.

Mientras Mezquida y Fortià reconstruían partituras de Keith Jarrett y para Charlie Haden, el público soberano ha reconstruido también la plaza. Los espectadores más rezagados se han ido llevando las sillas de la grada sol a la grada sombra. Hay más de doscientas personas sentadas a babor. Si esta plaza fuese un barco ya se habría escorado y hundido. En estribor solo hay un espectador. Mientras tanto, el espacio que ya no ocupan las sillas del concierto ni las de las terrazas se ha transformado en una pista circular de patinaje. Niños y niñas dan vueltas y vueltas alrededor de la torre del reloj.

En menos de una hora, han pasado hasta tres camiones de la basura, pero hoy la banda sonora de la plaza la han puesto Mezquida y Fortià. “Es un placer tocar por la mañana con un poco de resaca y sudor”, confiesa el menorquín a su entusiasta y agradecido auditorio. Antes de irse improvisa un ingenioso trabalenguas: “Las distribuidoras distribuyen los discos, pero ni los músicos ni el público sabemos dónde los distribuyen. Hoy tenemos la suerte de que no estén distribuidos. ¡Están todos aquí! ¡Juntos!”. Y señala un tenderete deshidratado que desafía los últimos rayos de sol del verano.

(Publicat el 18 de setembre de 2016)