Tormenta de trombones
El Pati del Districte de Nou Barris no tiene nada que envidiar a la plaza Reial. Ni siquiera las palmeras. Durante un siglo, hasta 1987, formó parte de un inmenso sanatorio, pero hoy es una plaza abierta en la que desembocan varios equipamientos del barrio. No tiene tráfico rodado ni bares con terrazas, sino bancos donde los vecinos pueden sentarse a tomar el fresco… o a escuchar música en directo. Porque, a diferencia de la plaza Reial, aquí el ayuntamiento sí puede programar conciertos sin que se le echen encima los restauradores de la zona.
Tarde de domingo en el Pati del Districte, pues. Ni un turista. De hecho, la tasa turística financia este ciclo ‘L’Estiu, al Pati’ en el que se enmarcan las dos jornadas de músicas afroamericanas comisariadas por el festival Say It Loud. La del sábado acabó mal: tormenta de verano y suspensión de dos de los tres conciertos. La de hoy tendrá idéntico guión, pero distinto desenlace. La lluvia ya ha impedido al grupo infantil Lali BeGood completar su pase. Las prometedoras Las Karamba ni siquiera lo empezarán.
Las largas esperas permiten descubrir algunos detalles esperanzadores. Aquí la barra no la monopoliza una de esas cerveceras industriales que patrocina macrofestivales e impone al público unos precios indecentes por cualquier bebida. Tan llamativo o más que el precio de refrescos, aguas y cervezas artesanas es hoy el surtido de tapas: tortilla de patatas, croquetas de ceps, jalapeños rebozados rellenos de queso cremoso… Todas, a euro y medio. La lluvia no permitirá servir los pinchos de alcachofas marinadas de Marinaleda con salsa de calçots, pero ha quedado más que probado que existen formas de atender al público de los conciertos que no pasan por el atraco patrocinado.
Por contra, parece que el presupuesto de ‘L’Estiu, al Pati’ no llega para que la empresa encargada de la producción coloque unas regletas que protejan los cables que van de la mesa de sonido al escenario y prevenir así que tropiecen los vecinos. A pesar de la tormenta del día anterior, tampoco hay tiempo o ganas de montar algún tipo de cobertura para el escenario, francamente austero, que evite otra cancelación. Ante la amenaza de lluvia, varios vecinos de Nou Barris optan por la retirada y barceloneses que habitan en barrios lejanos deciden no venir. El plato estrella es, o debería ser, la Hot 8 Brass Band, pero los nubarrones vuelven a descargar.
Sin miedo, sin micro
Falta un cuarto de hora para que empiece el concierto de los de Nueva Orleans y sigue lloviendo. La decisión está tomada. Del camerino sale un trombonista. Otro. Un trompetista. Otro. Un saxofonista. Un tipo con una tuba. Todos dejan atrás el escenario y avanzan por los soportales hacia la salida. Pero no se van al hotel. Quieren tocar. Sin micrófonos, sin miedo. Peores temporales han sufrido en su ciudad. El primero aplauso no se llevarán ellos. La mánager de Las Karamba y una responsable del festival Say It Loud quieren transmitir cuánto lamentan tener que cancelar su actuación. Todo un detalle, dar explicaciones. Ovación. Ahora sí: el grupo estadounidense toma posiciones, desenfunda, apunta y dispara. Empieza el concierto cancelado.
El público se acerca excitado. Una abuela pide paso entre los más altos del lugar. Un chaval se ha colocado en primera fila. No baila porque usa un pie para pisar el balón con el que jugaba hace un rato. Es el único varón de la primera fila que se ha improvisado alrededor de los músicos. El resto son mujeres, lo cual invita a recordar aquel director de una prestigiosa revista musical de la ciudad que aseguraba, tan ancho, que a las mujeres les gusta menos la música que a los hombres. Los rostros serios de los músicos contrastan con las caras de entusiasmo del público. En Nueva Orleans esto es el pan de cada día, pero en Nou Barris, es realmente insólito.
La Hot 8 lleva diez minutos con la misma canción, ajustando piezas, caldeando el ambiente, desperezando pulmones. La tormenta está ahí fuera, pero en los soportales ellos están desatando otro chaparrón. Un chorreo de música afroamericana que partiendo del jazz de Nueva Orleans engulle funk, soul y hip-hop. Tras los metales, el baterista carga un bombo y un platillo sobre los hombros. De repente, un trompetista toma las riendas, lanza un par de órdenes al grupo para que acentúen la intensidad de la interpretación y se gira hacia los espectadores. ¡Manos en el aire! ¡De lado a lado! No es necesario conocer el repertorio. Ni saber inglés. “¡Wa wa wa yipiyó yipiyé!”, grita la banda. Y el gentío lo repite tal cual.
Con o sin paraguas
Es el lenguaje universal de la llamada y respuesta. Si el público no participa activamente, el concierto se cala. Los operarios ya están retirando el material del escenario. Desde ahí arriba, la estampa es gloriosa. La brass band toca ‘Sexual healing’ de Marvin Gaye en un rincón de la plaza totalmente acorralada por un público rendido a tan inesperado festín. Unos bailan bajo los soportales. Otros bailan bajo la lluvia. Con o sin paraguas. Una joven encaramada al ventanal refuerza el ritmo de la banda con una maraca en forma de huevo. Un tipo luce orgulloso su camiseta de Maig di Gras, el festival de música de Nueva Orleans que se celebra en Borriana. Sí, se ha cascado 300 kilómetros para ver a la Hot 8.
Será casualidad o tal vez alguien les haya explicado que este recinto fue antes un sanatorio, pero la Hot 8 Brass Band ha decidido abordar ahora ‘St. James Infirmary’, incunable del repertorio afroamericano que relata las últimas voluntades de un soldado moribundo en un hospital. Después seguirá la fiesta con su tórrida versión del ‘Love will tear us apart’ de Joy Division. La humedad ambiente es idéntica a la de Nueva Orleans. Los músicos se secan el sudor que les cae por la cara y los brazos con un gigantesco rollo de papel higiénico.
La lluvia amaina por fin. Ya solo descargan los trombones y trompetas. La banda sale del soportal al son del ‘Roots, rock, reggae’ de Bob Marley. El trompetista abre camino y señala al resto de músicos los obstáculos del suelo sin dejar de soplar. Y cuando parece que el concierto entra en una nueva fase, aún más vibrante, ¡se acabó! Apenas han sido 50 minutos. Breve pero intenso, sí. Un poco rácano, también, pero hay que tener en cuenta que todo esto era un concierto cancelado. En otras circunstancias, aquí no hubiese pasado nada.
“Who dat call the police!”, grita alguien del público. Se refiere a la canción del rapero Kilo que han adoptado varias brass band de Nueva Orleans para denunciar la violencia policial. Pero hoy no hay motivos para desalojar el Pati del Districte. Media hora después del final del concierto, muchos espectadores siguen aquí. Han decidido que no hay mejor plan para exprimir estos últimos minutos de la semana que quedarse. Lo mismo opinan varioos músicos, que charlan relajados con unas espectadoras. Dos de ellos improvisan unos pasos de baile tras la barra. Ya no quedan tapas, pero suena un sabroso son cubano.
(Publicat el 14 de juliol de 2019)