Un vinito y un bolerazo
Si una de las grúas instaladas en la Sagrada Família se desplomase en dirección norte, aplastaría uno de los pocos escenarios que dispensan algo de alegría en estos días tan grises. Así de cerca está la bodega Sagrades Tannines del templo gaudiniano. El local ocupa una amplia planta baja en el discreto pasaje Simó que antaño había albergado unos baños públicos; porque este era un barrio obrero antes de transformarse en barrio turístico. Y, además de servir vinos y tapas, los domingos la bodega también suele programar conciertos a la hora del vermut.
En los últimos seis años han desfilado por su informal tarima Joan Garriga, Dolo Beltrán, Macaco, Joan Colomo, Amparo Sánchez y Maruja Limón, entre otros. Cuentan que algún concierto se ha prolongado más de tres horas. Y que otros ni siquiera se anunciaron por miedo a colapsar el local y el callejón. Pero todo esto fue antes del coronavirus, claro. Ahora, el aforo es de treinta personas y se programan dos pases: uno a las cinco de la tarde y otro a las siete y media. Eso sí, la entrada incluye un copazo de Al Fresco, aperitivo de vino espumoso y tónica que te pone en órbita rápidamente. En el Sagrades Tannines, un domingo por la tarde parece cualquier cosa menos un domingo por la tarde.
Embajada de Santa Coloma
Esta bodega funciona también como embajada no oficial de Santa Coloma de Gramenet en Barcelona. Sus dueños provienen de esa ciudad, en la que funciona el Tannines original. En lo alto de una nevera, a modo de escudo regional, reposa el bombo más viejo de Muchachito Bombo Infierno, ilustre colomense que ha capitaneado más de un sarao en el local. Por ahí andaba el domingo, como Jairo por su casa; como un espectador más del segundo pase de De La Carmela, dúo también colomense integrado por el cantautor y guitarrista Daniel Felices (del grupo D’Callaos) y la cantante y también rapera Queralt Lahoz.
Lahoz suele arrancar sus actuaciones con tal ímpetu que a la primera canción ya te da a entender que estás en el mejor sitio posible y que ella se empleará a fondo. Pero el otro día fue aún más notorio. El dúo agarró por las solapas el clásico salsero ‘Llorarás’ de Oscar D’León y le arreó tal meneo flamenco que en cinco minutos la bodega ya era una fiesta. Sin tiempo para respirar, repitieron jugada con ‘Ojos negros’, del cantautor cubano Kelvis Ochoa. Si tras esos dos números, hubiesen dado el pase por finalizado, nadie se habría quejado. Los diez euros de la entrada estaban más que amortizados. “Yo sé de un lugar que tiene ríos intensos en su interior”, cantaban. Y aunque los versos de Ochoa se refieren de Cuba, el domingo parecían hablar de esta bodega donde las canciones también bajan intensas y caudalosas.
El directo de De La Carmela se nutre principalmente de versiones: de La Lupe, Lila Downs, Celia Cruz, Silvio Rodríguez, Luis Eduardo Aute… Y de boleros de veinticuatro quilates: ‘Bésame mucho’, ‘Adoro’, ‘Quizás’, ‘Dos gardenias’, ‘Historia de un amor’… Así, por escrito, puede sonar previsible, pero De La Carmela hace añicos el tópico del concierto de versiones. Hasta aferrada al taburete, la sonera mayor de Santako es un volcán que aprovecha sus dotes como improvisadora para añadir versos a las partituras clásicas. Y el imprudente Felices no hace más que avivar el incendio. “Con Daniel no gano pa rimel”, bromeó ella. No fue la única a la que le costó contener esas lágrimas negras. Porque, a ver, ¿a quién le amarga un buen bolerazo con la que está cayendo?
Heroicidad, devoción y entrega
Estos días, los conciertos que están consiguiendo salir adelante tienen un añadido de heroicidad, devoción y entrega. Tanto artistas como público han tenido que vencer recelos y dudas para citarse alrededor de un escenario y todo eso se palpa en el ambiente. El domingo había hambre de concierto y se notaba en la salvaje sintonía del dúo. “Tenía muchas ganas de que pasara esto”, confesó ella. “Yo llevo todo el día muy ansioso y muy nervioso”, añadió él. También había sed de música entre el público y se percibía en los aplausos, inusualmente ruidosos para los pocos que éramos. Un espectador golpeaba la mesa con ímpetu para caldear aún más la juerga. Bueno, un espectador, no; era Jairo.
Y el aperitivo dio paso a las cervezas y los vinos. Y luego salieron croquetas y tablas de quesos. Y el local entero cantó el estribillo de aquel bolero que Queralt ha compuesto estos días durante sus largos viajes en metro. Y ella dio gracias al público hasta ocho veces por haberse acercado al Sagrades Tannines. Y llegó aquel bis con sabor a cantina mexicana. Y el respetable alzó sus copas para brindar. Y Muchachito gritó: “¡Queremos otro pase!”. Y, aunque suene a tópico, salimos como nuevos. Con las pilas cargadas y vacunados de espanto.
(Publicat el 6 de desembre de 2020)