Escola Barrufet

Fotos: Álvaro Monge i Nando Cruz

Escola Barrufet

Passatge del Vapor Vell, 7 (Sants)

Dansa de tisores

Sorpresa a la salida del colegio

Son las cinco de la tarde y el amplio pasaje que conecta la Biblioteca Vapor Vell con la Escola Barrufet de Sants es un enjambre de niños, niñas, padres y madres. Es la histeria que precede al fin de semana. Cada viernes es igual, pero hoy las familias están tardando más de la cuenta en tomar el camino de vuelta a casa. A través de la Ampa y de varios grupos de whatsapp de familias del colegio ha corrido la noticia de que esta tarde habrá una actuación en la calle.

Unos niños han trazado un círculo en el suelo con una tiza. Eso será el escenario. También han escrito un rótulo: Dansa de Tisores del Perú. De la biblioteca salen tres hombres ataviados con ropajes imponentes. El mayor luce pantalón y casaca dorados con lentejuelas y bordados como de conquistador colombino. Es Rómulo Lifoncio, alias El Internacional, un danzante peruano afincado en Sants. Tras él aparecen su hijo Joel Henry y su sobrino Maycon con trajes más coloridos que también evocan la estética de los conquistadores de América. Los tres portan unas tijeras gigantes. Crisóstomo, un violinista también peruano, completa el cuadro.

Tijeras, sí; recortes, no

Los cuatro avanzan hacia el colegio para atraer al mayor número de alumnos. Sus atuendos provocan que al instante se forme a su alrededor un séquito de varias decenas de niños sorprendidos e hipnotizados como ratoncitos de estos hamelines peruanos. La clave está en las tijeras. No tienen el tornillo que une las dos cuchillas, de modo que, al agitarlas, producen un sonido como de campanillas. Al pasar por la puerta del colegio, una pancarta amarilla anuncia la posición de la Escola Barrufet ante los recortes en educación: ‘Per una escola publica catalana laica i de qualitat’. Ilustra el cartel la ya famosa señal de prohibido usar tijeras.

La tijera debe ser el utensilio con peor imagen en España ahora mismo, pero ahí están Rómulo y sus parientes dispuestos a devolverle su dignidad. Los tres danzantes llevan un guante en la mano derecha para no dañarse al agitar las tijeras y porque así el tintineo será más nítido. Pero lo más llamativo de todo son sus coreografías. Brincan al son de las melodías andinas que toca el violinista golpeándose el talón de un pie con la punta del otro pie, saltan para quedar con pies de punta o para caer de piernas abiertas; ahora como James Brown, ahora como un cosaco. En el pasaje nadie entiende nada, pero todo el público aplaude a rabiar. La curiosidad ya ha dado paso a una admiración total.

La danza de tijeras, típica de la provincia peruana de Ayacucho, fue declarada Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la Unesco en 2010. Está documentada desde principios del siglo XVII, aunque tiene sus orígenes en un ritual chamánico precolombino que, debido a la influencia europea, incorporó elementos de la jota, la contradanza y el minuet. A ojos de un barcelonés del siglo XXI, es una extraña mezcla de breakdance prehispánico y ballet acrobático. Apenas quedan 450 danzantes en Perú capaces de bailar esta danza. Sin embargo, esta tarde hay casi doscientas personas aplaudiéndoles. Y algunos niños incluso intentan imitar sus pasos.

El breakdance de los incas

Joel Henry y Maycon han pasado ya a hacer volteretas hacia atrás y caer de pie. Por supuesto, sin dejar de agitar las tijeras. La escena es tan chocante que la alarma del CAP que hay al fondo del pasaje se dispara sola. Una niña con coletas está tan boquiabierta que se ve la lengua azulada por el chupa-chup. Otra niña golpea el suelo con una botella de plástico. Es su forma de aplaudir más fuerte que nadie al ver cómo ese señor de cincuenta y muchos, El Internacional, mantiene el cuerpo en equilibrio apoyado sobre la cabeza. Lo dicho: los incas inventaron el breakdance.

Los niños y niñas siguen sentados en el suelo respetando la línea de tiza que delimita el escenario, pero cuando Joel Henry se acerca de nuevo para bailar, antes debe chocar los cinco con decenas de niños y niñas de primera fila que le tienden la mano. Una vez cumplido el rito de su sobrevenida fama, se lanza de nuevo al suelo y brinca sobre su propio cuerpo tumbado boca arriba y moviéndose en círculo. Su primo le seguirá con otro espectacular número: ahora baila sentado en el suelo mientras se muerde el zapato. Siglos atrás, ese zapato era de cuero de llama.

Cuando acaba el espectáculo, es muy evidente que los adultos han disfrutado y alucinado tanto como los menores. Un padre grita: “¡Bravo!”. Otro exclama: “¡Gracias!”. Rómulo se siente tan feliz al ver tantos niños y niñas que no quiere marcharse del pasaje sin hacerse una foto con sus entusiastas admiradores. Desgraciadamente, los chavales son tan entusiastas como fugaces y a los tres segundos ya se han esfumado con sus patinetes y sus mochilas.

Y ahora viene lo mejor. La Biblioteca Vapor Vell de Sants y la asociación Pájaros, especializada en programar actuaciones de artistas latinoamericanos, planearon esta actuación hace apenas dos semanas. Al no necesitar escenario, altavoces ni microfonía, ha sido muy fácil conseguir el permiso del ayuntamiento. El pasaje se ha revelado como un espléndido espacio para acoger actuaciones. No hay que arrastrar al público porque siempre hay gente por aquí. Y su predisposición es extraordinaria. ¿Y si, de repente, se extendiera la costumbre de programar espectáculos a la salida de las escuelas?

(Publicat el 15 d’octubre de 2017)