Kingdom Harvest Church

Fotos: Joan Cortadellas i Nando Cruz

Kingdom Harvest Church

Via Trajana, 11 (La Verneda i La Pau)

Missa de Nadal

Domingo de gospel junto al río Besòs

La parroquia de Santa Juliana y Santa Semproniana está situada el número 1 de la Vía Trajana de Sant Adrià del Besòs. Allí acuden cada domingo los feligreses cristianos de los alrededores. Cruzando la calle Guipuzcoa y bajando unas escaleras metálicas oxidadas por el desgaste y la suciedad, continúa la Vía Trajana. Hay talleres, naves industriales, viejos edificios de oficinas y aceras sin asfaltar en las que se forman charcos. Echándole algo de imaginación, uno puede sentirse transportado al Bronx de los años 70. Más aún, cuando a lo lejos aparece una familia negra trajeadísima. Son migrantes nigerianos instalados en Catalunya que también acuden a misa. A la suya.

Hace casi veinte años que la Kingdom Harvest Church se instaló en la segunda planta del edificio de oficinas y talleres que hay en el número 11 de la Vía Trajana. Ni siquiera es el único templo de la finca. En la quinta planta hay otra iglesia que acoge migrantes latinoamericanos. El inmenso local de la comunidad nigeriana tiene sala de juegos, un despacho para el pastor, lavabo, cocina y, al fondo, un inmenso salón para las ceremonias. Hoy el salón está decorado con abetos, guirnaldas y detalles luminosos navideños. De todo ello se ha encargado Dora, que está acabando de fregar el suelo mientras llegan sus compatriotas.

Hoy la misa empezará más tarde de lo previsto. Su marido, Joe Psalmist, es el teclista de la banda que toca durante el oficio y acaba de terminar otra misa que tenía en L’Hospitalet. Cada domingo hace doblete. Además, dirige dos formaciones de gospel y es el cantante del grupo Alma Afrobeat Ensemble. Esta mañana Joe cumple la misión que se autoimpuso hace catorce años cuando llego a España: actuar cada domingo para su modesta comunidad. Hace un mes Joe estuvo en Lagos actuando al aire libre con su proyecto de gospel para 300.000 personas.

Por fin llega Joe

Por fin llega Joe con su teclado a cuestas. La batería ya está instalada. Los niños llevan un rato jugando con los globos. El blanco y rojo navideño dominan la decoración. Dora también viste de blanco y rojo. Las mujeres lucen trajes despampanantes, taconazos y, en algún caso, pestañas postizas. Los hombres visten chaquetas sobrias, zapatos de punta y, en algún caso, gafas de sol. Muchas niñas y niños parecen réplicas minúsculas de Papá Noel. Casi todos llevan su gorro rojo. Algún bebé lleva la diadema de Po, el teletubbie rojo. Están todos guapísimos. Un hombre prende las cuatro estufas del salón. Festus Davidson, el pastor, se acerca al altar, donde un letrero luminoso nos desea Feliz Navidad, y lanza el primer mensaje navideño. Ocho fieles ocupan sus puestos en el coro.

El pastor ofrecerá la misa en inglés. Predicar en yoruba incomodaría a los igbo, y viceversa. El público está separado en dos grupos: a la izquierda, frente al altar, los adultos. A la derecha, frente a los músicos, los menores. A los cinco minutos empieza a sonar la música. También en inglés. Dora es la primera en tomar la voz cantante. Tiene un chorro de voz imponente. También ayuda este equipo que ya querrían muchos bares y casals: dos monitores Pervey tras el altar y otros cinco de marca HQ Power distribuidos por el salón. Es un volumen realmente brutal para un repertorio de cánticos gospel y villancicos. Esto parece un concierto, pero a diferencia de un concierto, aquí nadie aplaude al final de cada canción. Silencio sepulcral hasta el pastor diga: “¡Praise the Lord!”. Solo entonces los presentes responderán: “¡Hallelujah!”.

El pequeño tamborilero

Sentado a la batería está Santos Eneh. Tiene diez años y maneja las baquetas estupendamente. El pequeño tamborilero recibe una orden de Joe: cambio de compás. De repente, el cancionero religioso adopta un carácter marcadamente nigeriano gracias a los ritmos woro que imprime el pequeño Santos sin apenas pestañear. El tópico dirá que lleva el ritmo en la sangre; si acaso, lo lleva en su cultura. El público ya no solo canta: ahora también baila. Tanto el flanco adulto, como el infantil. La misa se ha transformado en una fiesta. El subidón energético es irresistible. El pastor clama: “¿Sois felices este domingo?”. Y los fieles responden: “¡Yeah!”.

El asistente de la parroquia, que, por cierto, es el único que viste coloristas ropas africanas, reparte la letra de ‘A king is born’ fotocopiada en folios de la Entitat Metropolitana del Aigua. Es una canción de Ron Konely, un pastor de Kansas con una amplia y popular discografía cristiana. Lo que está ocurriendo aquí sí es un milagro. Un centenar de migrantes nigerianos está celebrando una misa en un local a escasos metros del Museu d’Història de la Inmigració y de la estación de metro de La Pau. E interpretan clásicos del gospel estadounidense sobre ritmos woro. Hay gente que viaja miles de kilómetros para ver una misa gospel en el barrio de Harlem.

Cautivar, cohesionar, liberar

El pastor se ha mantenido durante más de una hora en un discreto segundo plano. La música ha sido la protagonista, la encargada de amenizar este encuentro de la comunidad nigeriana, la única capaz de retener la atención de los menores, que no han dejado de cantar y bailar, y el vehículo a través del cual se han ido inoculando los mensajes religiosos. Porque aunque esto parezca una fiesta, seguimos en misa. Un contexto, el religioso, en el que desde hace siglos la música ha jugado un papel central: para atraer, cautivar, intimidar, evocar, someter, cohesionar o liberar, según sea el caso. La música sigue jugando un poder crucial en la casa del Señor. Y el mundo de los conciertos ha heredado y perpetuado infinidad de trucos de la liturgia eclesiástica.

El sermón solo dará comienzo cuando el público esté totalmente entregado. En la pantalla que hay sobre el altar se proyectan versículos que complementan las palabras del pastor: Mateo 1.23, Isaías 7.14… “Tenéis derecho a ser felices”, exclama Festus Davidson. Y la parroquia lo agradece. Un hombre, ojos cerrados, alza los brazos. Otro, con los puños también cerrados, mira al cielo. Tres filas atrás, una mujer canta con la mirada perdida y una diadema de teletubbie en la cabeza. Varios feligreses están visiblemente transportados por las palabras del pastor. Los más pequeños tienen ya ganas de salir de aquí y empiezan a hacer travesuras. Cuando por fin llega el momento dar limosna, señal inequívoca de que la misa acaba ya, los adultos primero y los menores después, saldrán danzando en fila al son de la música por el pasillo central.

¡Patata!

Han pasado dos horas desde que empezó la misa. Algunos llevan más de tres en la Kingdom Harvest Church. Y más que les queda porque hoy, además del oficio religioso, compartirán la comida. Hay buñuelos, pastas, chucherías y latas de un refresco de malta llamado Hyper Malt. Luego llegará el arroz con pollo. ¡Y los regalos! Hay que inmortalizar este encuentro con una foto de familia. Y entonces, mirando todos a cámara, mayores y pequeños, exclaman: ¡patata!

(Publicat el 30 de desembre de 2018)