Desmadre disco-funk en el bar sin nada
La plaza de la Vila de Gràcia está sembrada de confeti. La cabalgata de los Reyes Magos ha pasado esta tarde, pero a las diez de la noche las calles del barrio ya han recuperado la calma. ¿Todas las calles? No. Decenas y decenas de jóvenes se están apelotonando frente al número 7 de la calle del Diluvi, un bar de toda la vida que parece vivir ajeno a la gentrificación que azota la zona. Es La Gaviota. A finales de los años 80 ya tenía una extraña doble vida: por las tardes era destino de los viejos del barrio que se sentaban allí a no hacer nada y por la noche se llenaba de músicos del vecindario como Dr. Calypso.
Pero en el bar La Gaviota no hay nada. Por no haber, al fondo del local no hay ni cobertura. Precisamente por no tener más que unas mesas, unas sillas, una tele donde ver el fútbol y una barra como la de cualquier bar de pueblo, mucha gente lo considera un refugio al margen de modas. En la esquina de enfrente venden sopa de miso y yakisoba. Aquí no. Con este nombre, La Gaviota podría ser una taberna portuaria de cuando apenas llegaban extranjeros a la ciudad. ‘Tourists go home’, han escrito en el portal de la rehabilitadísima finca del número 14. Entrar en La Gaviota es volver a la Barcelona del siglo XX.
Ni sillas ni mesas
Hoy en La Gaviota no hay sillas ni mesas. Ha corrido como la pólvora un mensaje de Whatsapp que decía: “Jam Gaviotera – 05/01/2019 – 22h (C/ Diluvi, 7)”. Lo ilustraba un fotomontaje de Stevie Wonder con Alberto, el dueño del bar. Varios músicos habituales del local han organizado una verbena rockera para la noche de Reyes. Con una batería, un teclado, dos micros y seis cables han transformado La Gaviota en un local de conciertos de guerrilla. El escenario serán todas las baldosas que no pise el público. En la barra, además del patrón Alberto, tres jóvenes sirven cervezas. Dentro de un rato, lo harán otros tres. Los clientes se transforman en camareros sin necesidad de hacer un cursillo.
Sin previo aviso, empieza la jam con el ‘I saw her standing there’ de los Beatles y el ‘Like a rolling stone’ de Bob Dylan. Desde la barra no se puede saber quién toca qué. Cuesta llegar a la zona con visibilidad. Tres leves codazos, un vaso derramando cerveza en el zapato, una finta de cadera para sortear un bolso, dos “perdona”, tres “cuidado, que paso” y… Ese de la batería toca en un grupo llamado Manel. El del bajo, también, pero como no veía muy claro el futuro del proyecto montó otro, The Seihos, con ese de la sudadera amarilla que ahora está cantando ‘So lonely’. Uf, ‘So lonely’, de The Police, otra de esas canciones que han quedado totalmente esterilizadas y aguadas de tanto tocarlas. Pero, atención, esos dos son los guitarristas de A Contra Blues y, contra todo pronóstico, extraen las últimas gotas de jugo al original y prenden el bar. Alguien grita sobreexcitado: “¡Hijos de puta los que no aplaudan!”. Y en ese preciso instante el televisor del rincón confirma la heroica victoria del Huesca sobre el Betis.
Todo apunta a un monográfico de clásicos del siglo XX, pero la jam da un salto vertiginoso y se planta en 2013. Suena ‘Get lucky’, de Daft Punk; podría ser de 1978, sí. Hacia el final brotan los acordes de ‘Smooth criminal’, pero en este bar Michael Jackson no podría bailar como en aquel videoclip porque aquí ya no cabe ni un sombrero de ala ancha. El teclista recuerda que esto es una jam abierta. El bajista de Manel cede su instrumento y enfila hacia la barra a por bebida fresca. Un hombretón con camiseta de Morrissey atraviesa todo el local con cuatro cervezas y no derrama casi nada.
Fiebre del sábado noche
La banda ataca el ‘Get down on it’ de Kool & the Gang, incunable disco-funk cosecha del 81. En las paredes, aún cuelgan guirnaldas, papanoeles y el muérdago de plástico típico de estas fechas. Faltaría la bola de espejos, pero el techo es tan bajo que alguno se abriría la cabeza. Más aún si lo que suena ahora es ‘Bad girl’, de Donna Summer. Entre el público hay miembros de otras bandas locales como Falciots Ninja y El Último Vecino. Nada tienen que ver musicalmente entre sí ni con Manel ni con A Contra Blues, pero también saldrán a cantar. Ya sea el ‘Girls & boys’ de Blur o el ‘Ritmo de la noche’ de toda Europa. Entre tanto hit de pachanga tabernera, el ‘Who’ll stop the rain?’ de Creedence Clearwater Revival cae como agua de mayo. Más aún en esta calle Diluvi.
Los músicos son como el agua: siempre buscan una grieta por la que colarse, ese resquicio con el que recuperar, aunque solo sea una noche, aquella sensación primigenia de estar aprendiendo el oficio, de recibir esos primeros aplausos tan distintos a los que recibes como artista consagrado. Esos aplausos los recibió Manel hace una década en el Heliogàbal, un bar a siete calles de La Gaviota. Se rumorea que el que ha cogido ahora el micro es un dentista que antaño cantaba en Se Atormenta Una Vecina, grupo de versiones disco-funk a rebufo de la Fundación Tony Manero del que salieron muchos de los músicos que hoy capitanean la jam. Él también está reviviendo la sensación de defender una canción y temblar de emoción empapado en sudor.
Ídolos del pop catalán, obreros del circuito blues-rock, músicos de la zona baja de la tabla y cantantes retirados comparten esta esquina de un bar de barrio, cada vez más pequeña porque el público ha ido tomando baldosas y baldosas. La Gaviota es una olla a presión. Como tantas tabernas que décadas atrás, una noche cualquier, sin anuncio y sin motivo aparente, acogían tremendas juergas al fondo del local. Hasta que un día empezaron a aparecer en las paredes de los bares esos carteles de “Prohibido cantar y tocar palmas”. Y las ciudades empezaron a morir un poco.
La jam gaviotera está totalmente fuera de control. Los herederos de Michael Jackson podrían pedir indemnización por daños y perjuicios si oyesen la toma vocal de ‘Beat it’, pero hoy no lo harán. Dos espectadores se mueren de la risa ante tantos errores en la letra de ‘I want to break free’ de Queen. Hoy da igual. Mejor marcarse dos instrumentales para evitar males mayores, piensan los guitarristas de A Contra Blues. ¡Ojo! Vuelve el dentista, agarra el micro y se desgañita con el ‘Black in black’ de AC/DC. Y ya a pecho descubierto borda el ‘Proud Mary’ de Creedence Clearwater Revival.
Un apagón inolvidable
Por alguna razón, todas las versiones de esta noche son del cancionero anglosajón. Por alguna razón, las únicas mujeres que han pisado el escenario iban camino del baño que hay detrás. El concierto ha sido solo cosa de hombres. La excepción a ambas reglas se va a romper en el último tema de la noche. Es ‘Las chicas son guerreras’, himno del heavy patrio que las mujeres de la primera fila corean a placer. Un apagón intencionado para precipitar el final del concierto provoca una escena imborrable: el público botando y cantando a oscuras. Cuando vuelve la luz y, como por arte de magia, el clásico de Coz se transforma en otro hit disco-funk de Kool & the Gang: ‘Celebration’.
Esto no hay quien lo pare, pero esto tiene que parar. Es medianoche. Alberto ha pactado con una vecina que el concierto acabará a las doce y lo va a cumplir. “Id saliendo, porque tela lo que hay aquí metido”, gruñe. “Vamos, fuera”, insiste, hasta que la mayoría de la clientela sale a la calle. Alberto es camarero, jefe del dispositivo de seguridad y lo que haga falta. Baja la persiana a media asta, recoge algunos vasos tirados en la calle y presiona a los más perezosos a dispersarse. “Venga, iros a la plaza”. No quiere problemas con el vecindario y aún menos con esos otros que tú sabes. Esto no es un local de conciertos. Es solo un bar de barrio. Pero esta noche había que liarla un poquito.
A la vuelta de la esquina, un sintecho intenta dormir. En el suelo.
(Publicat el 6 de gener de 2019)