500 años de vida en la calle Montcada

Llibre: El carrer Montcada, Albert García Espuche

En La gent del carrer Montcada, Albert Garcia Espuche recoge quinientos años de vida de una de las calles más emblemáticas de Barcelona. El autor elabora un fresco de la vida cotidiana de un barrio de mujeres trabajadoras y hombres de oficio, un relato casi poético de viejas calles que nos cuentan unas historias que también son las nuestras.

La gent del carrer Montcada. Una història de Barcelona (segles XIII a XVIII), de Albert Garcia Espuche (2020), editado por el Ayuntamiento de Barcelona en dos volúmenes de 475 y 725 páginas respectivamente, es uno de los poquísimos libros que pueden considerarse “una obra de vida” porque, literalmente, ha sido imprescindible dedicar toda una vida académica para llevar a cabo un proyecto de tal magnitud. Garcia Espuche, quien ya documentó exhaustivamente la vida cotidiana de los habitantes del Born y los oficios de la ciudad en el 1700, nos ofrece ahora una obra exhaustiva que recoge quinientos años de vida de una de las calles más emblemáticas de la ciudad, la calle Montcada.

Núcleo hoy en día de la actividad museística, y en gran parte gentrificado, la calle Montcada fue durante siglos una de las principales arterias de Barcelona. “La calle Montcada era uno de los lugares clave de la ciudad donde se creaban relaciones de negocios y se acordaban enlaces matrimoniales entre personas de un cierto nivel social y económico” (vol. I, pág. 137); Garcia Espuche, al acumular y ordenar una documentación ingente, obra la magia de devolvérnoslo tal como fue a lo largo de cinco siglos. Una cantidad inmensa de documentos notariales y otras fuentes primarias forman en su libro un auténtico torrente de vida. Afirmar que de la documentación que nos aporta surgirán argumentos para un buen puñado de novelas históricas es prácticamente una banalidad.

Cualquiera que, armado con un poco de sensibilidad, repasa la documentación casi en su mayoría inédita sobre compraventas, disposiciones testamentarias, préstamos y censales que se menciona en el libro imagina sin mucha dificultad los latidos y los días de hombres y mujeres de siglos pasados que lidiaban con las mismas tribulaciones y alegrías que pueden afectar a un contemporáneo nuestro. Una muerte súbita que deja una casa antigua intestada, un negocio que no ha funcionado y obliga a endeudarse, separaciones e intrigas familiares… Todo ello lo documentaron ayer, igual que hoy, legiones de notarios, y Garcia Espuche lo convierte en un fresco de la vida cotidiana. No sé si hay muchas ciudades europeas que dispongan de un libro tan exhaustivo sobre una calle, observada durante quinientos años. En Francia, Alèssi Dell’Umbria ha documentado la vida cotidiana en las calles marsellesas en las 725 páginas de su Histoire universelle de Marseille. De l’an mil à l’an deux mille [Historia universal de Marsella. Desde el año mil al año dos mil] (Agone, 2006), pero no llega ni de lejos al nivel de precisión documental del libro que nos ocupa. James S. Amelang aclaró ciertos aspectos sobre la vida cotidiana barcelonesa en La formación de una clase dirigente: Barcelona 1490-1714 (Ariel, 1989), pero el nivel de concreción hiperrealista de Garcia Espuche es incomparablemente más detallado.

Los dos volúmenes de este libro certifican el temple de una ciudad que al día siguiente de un bombardeo o de un incendio ya reconstruye sus casas solariegas porque en ello le va la vida. Así descubrimos que después del asedio de Barcelona de 1713-1714, la casa de los Nadal i Despujol “prácticamente arruinada del todo de la gran copia de balas y bombas que dieron en ella y sólo tiene un cuarto habitable por haberse reparado, teniendo lo demás de ella gran riesgo de asolarse por estar las paredes todas abiertas y muy cascadas” (vol. II, pág. 454). O que, en 1589, como dice un cronista: “Encendiose (sic.) tanto en Barcelona la peste que no hubo calle corta y pequeña que fuese en la cual aquella no penetrase. Y apenas hubo casa secular habitada en la que no enfermase” (vol. I, pág. 199). Pero también encontramos las fiestas de Carnaval de los felipistas y los interiores lujosos con “trapos de raso ‘de personajes’, ‘de verduras’, ‘de follajes’, ‘de herbajes’ y ‘de arboledas’” (vol. I, pág. 152).

La plaça Major del Born, en una pintura anònima datada al voltant de 1775. © MUHBA La plaza Mayor del Born, en una pintura anónima fechada alrededor de 1775.
© MUHBA

El frufrú de las sotanas, el bum-bum de las comadres, el rumor de unas vidas pequeñas que se vuelven inmensas, queda recogido por Garcia Espuche con un amor y una delicadeza que rezuman de la cuidada descripción de los ajuares domiciliarios y de las posesiones de los distintos propietarios que, siglo tras siglo, van ocupando las distintas casas de la calle. La documentación de archivo exhumada nos permite trazar una microhistoria casi poética al tiempo que precisa como corresponde a una obra de ambición exhaustiva. Así vemos nacer talleres como el que Jaume Codina, en 1530, tenía en casa: “una fabrica o obratge de llanes per fer draps contrays, mescolats, setzens, vernins [teles fines], per la qual fabrica e obra tenia en casa llogats per majordom de dita llana e fabrica lo senyor Lluís Rossell, paraire” (vol. II, pàg. 466) y también muertes dolorosas o viajes inciertos.

Façana de la casa Móra, cap al 1930. © AFB
Interior de la casa Taverner, cap al 1936. © AFB

Todo aficionado al urbanismo que se precie sabe que, en lo referente a la historia filosófica de las ciudades, hay tres libros que son, como dicen en Francia, incontournables. La ciudad antigua, de Fustel de Coulanges (1864), La ciudad en la historia, de Lewis Munford (1961) y El libro de los pasajes, de Walter Benjamin (1927-1942, 1.ª ed., 1982) nos han enseñado que las ciudades, aunque producen fenómenos inéditos, son también una continuación y una recreación de su pasado. Las viejas calles nos explican unas historias que son también las nuestras. Los territorios ciudadanos están unidos, más allá de los siglos, por un hilo civilizador que nos une al pasado pero que, inevitablemente, en la sociedad burguesa, resulta definitivamente provisional.

En las calles se encuentran, a menudo a disgusto, amos y siervos, propietarios y desposeídos, gente de toda la vida y forasteros, en una peripecia cotidiana y en una confusa mezcla de signos casi imperceptibles para quien se encuentra en ella inmerso. Pero bajo la mirada del historiador, y con la distancia de los siglos, esta amalgama cobra un sentido y una coloración magníficos. Tal como escribió Walter Benjamin en su Crónica de Berlín: “quien pretende acercarse a su propio pasado debe comportarse como un hombre que cava […], porque los estados de las cosas solo son almacenamientos, capas, que tras la más cuidadosa de las exploraciones nos entregan los auténticos valores que se esconden en el interior de la tierra”. El libro de Garcia Espuche hace que resulte imposible seguir manteniendo el mito de una calle Montcada de aristócratas y grandes casas y nos la muestra repleta de mujeres trabajadoras y hombres de oficio, con periodos ufanos y grises. Hoy, la de Montcada es una calle tomada por los turistas y, en gran parte, descafeinada, como descafeinada e “higienizada” ha sido, para bien y para mal, la Barcelona Vieja desde que hace un siglo se abriera la Vía Laietana. Pero La gent del carrer Montcada de Garcia Espuche quedará como un monumento historiográfico impresionante y como un recuerdo y homenaje a la Barcelona popular.

La gent del carrer Montcada. Una història de Barcelona (segles XIII a XVIII), Albert Garcia Espuche

Ayuntamiento de Barcelona

Volumen I, 475 páginas; Volumen II, 725 páginas

Barcelona, 2020

El boletín

Suscríbete a nuestro boletín para estar informado de las novedades de Barcelona Metròpolis