Antivirales para los nuevos tiempos políticos

Il·lustració © Laura Borràs Dalmau

La pandemia del coronavirus, pese al impacto económico que muchos vaticinan, no generará una crisis generalizada de desafección como la que provocó la Gran Recesión si las reacciones de unos y otros se mantienen en la onda de la solidaridad y la generosidad, los principales antivirales en estos nuevos tiempos políticos. Un artículo de Belén Barreiro.

Más allá del dolor que sufren tantísimas personas por la pérdida de familiares y amigos y por el trauma de no poder siquiera despedirse de ellos, el parón provocado por la pandemia amenaza con sacudir nuestra economía de forma virulenta. Desde el inicio del confinamiento, cuando aún estábamos acostumbrándonos a vivir sin salir de nuestras casas, los estudios de opinión detectaron un cambio rápido en la ciudadanía: de pronto, tres cuartas partes de la población empezó a consultar varias veces al día las noticias sobre el virus. Pocos asuntos han provocado un consumo de información tan extenso e intenso, y de manera tan abrupta, como el coronavirus en las primeras semanas de encierro. Confinados en nuestros hogares, con las fronteras de nuestro país cerradas a cal y canto, la crisis sanitaria —un acontecimiento de consecuencias impredecibles— está dejando una huella profunda en nuestra sociedad.

Con el recuerdo aún demasiado cercano de la Gran Recesión, la preocupación por una nueva crisis económica —presente de forma incipiente en los últimos meses— se disparó en las semanas de encierro. El temor a la recesión y al desempleo constituyen ahora las principales preocupaciones de los españoles, eclipsando otros asuntos que hasta hace nada ocupaban un gran espacio en el debate público, como el conflicto catalán, el cambio climático, la igualdad real entre hombres y mujeres o el futuro de las pensiones. A día de hoy, el 70 % de los ciudadanos cree que el coronavirus tendrá un impacto negativo y duradero en la economía española. Los ciudadanos temen también por la economía de sus hogares: sólo el 20 % opina que no tendrá apenas impacto, y algo más de un tercio piensa que afectará a la economía de su hogar de manera permanente, ya sea porque se haya perdido el empleo o debido a una reducción salarial.

Son las personas más vulnerables las que más temen los efectos económicos del coronavirus: el contagio es trasversal, pero, desde luego, sus consecuencias no lo son. Los estudios llevados a cabo por 40dB nos están dando las primeras pistas: las clases sociales bajas y medias-bajas son las más afectadas por las consecuencias económicas de la pandemia y, dentro de ellas, los daños materiales se agudizan entre las familias con hijos a su cargo, así como entre las monoparentales.

Muchos hogares españoles se están preparando para una “economía de guerra”. Así, cerca de un 40 % de los ciudadanos ya ha retrasado o paralizado una inversión, gasto o compra prevista (un coche, por ejemplo). Una proporción similar admite que controlará en mayor medida sus gastos cuando termine el confinamiento. Y un tercio reconoce que, a la hora de hacer la compra de productos de alimentación, bebidas, cuidado del hogar e higiene personal, da ahora más importancia a los precios y se fija más en las ofertas y las promociones. Una parte importante de los consumidores retoma así los hábitos austeros que caracterizaron los años de la Gran Recesión. Renuncias que creíamos ya olvidadas, como dejar de comprar carne y pescado o anular una consulta urgente al dentista, se extienden a más velocidad de la deseada en estos tiempos de pandemia.

Por su parte, los jóvenes, que afrontan con cierto sentimiento de invulnerabilidad un virus que a ellos no les mata, son plenamente conscientes de los efectos del coronavirus sobre su situación laboral, pues son ellos los primeros en caer en las empresas con contrataciones temporales, que en España son la mayoría. Azotada por la crisis de 2008 y ahora por la pandemia, la generación precaria se enfrenta a más obstáculos de los que ya tenía. Muchos tendrán que esperar aún más para construir sus sueños y llegar a ser lo que quieran ser.

Enfado social

¿Qué cabe esperar del futuro? ¿Volverán los tiempos de la última crisis económica, aquella que provocó tantos daños materiales y emocionales? ¿Nos lleva el coronavirus hacia la desafección política e institucional? Los primeros estudios sobre el impacto de la pandemia muestran que algunas cosas podrían llegar a ser bien distintas. La Gran Recesión provocó un enfado social sin precedentes. En un país con escasa tolerancia a la desigualdad, la crisis económica fracturó la sociedad y separó a los ciudadanos pertenecientes a una élite socioeconómica y política percibida como poderosa y privilegiada que reaccionó, a ojos de la mayoría, con indiferencia hacia los problemas de los ciudadanos, de espaldas a la sociedad. En esos años de “austericidio” se forjó una rebelión contra las élites que dañó la legitimidad tanto del sistema político como de la economía de mercado. La insatisfacción con el funcionamiento de la democracia se disparó y la confianza en las distintas instituciones del Estado cayó en picado. Ninguna se libró: el Gobierno, el Parlamento, las instituciones autonómicas, el ejército o la policía. El tradicional europeísmo de los españoles también se desmoronó. Sin duda, la manifestación más clara de la fractura ciudadana para con la élite fue la crisis que sacudió al bipartidismo en aquellos años, de la que nacería tiempo después el sistema actual compuesto de cinco partidos por encima del 10 % del voto.

La desafección no sólo afectó a la política, también se extendió a la economía, y el respaldo al capitalismo se derrumbó; España pasó de ser uno de los países del mundo más favorables a la economía de mercado a ser uno de los más críticos. Se desplomó la valoración de las grandes empresas y de los bancos, a los que muchos ciudadanos hacían responsables de la hecatombe económica. La crisis provocó un auténtico rechazo hacia “los de arriba” que se tradujo en lo que algunos denominaron la “bancofobia”. Fueron los años de los “consumidores rebeldes”, quienes llegaron a representar una cuarta parte del total de la ciudadanía: eran aquellos que sentían un rechazo frontal hacia la economía de mercado y sus protagonistas.

La crisis del coronavirus, pese al golpe económico que muchos vaticinan que provocará, está despertando actitudes muy distintas en la sociedad. A diferencia de lo que ocurrió durante la Gran Recesión, en la que los ciudadanos culparon a unos de la crisis (sobre todo, a los bancos) y a otros de no haber sabido reaccionar ante ella (sobre todo, a los gobiernos), en este caso no se están señalando culpables de la pandemia. Ahora, además, la lección está aprendida: ante el sufrimiento ciudadano, la receta no es otra que arrimar el hombro. En estas últimas semanas, muchas instituciones y colectivos así lo han hecho. Hemos visto contribuciones generosas por parte de grandes empresas para la compra de material sanitario (mascarillas, respiradores, batas…), así como también a la policía y al ejército asegurando que el confinamiento se cumple y amparando a quienes lo necesitan. Como consecuencia de ello, en las semanas de confinamiento, la reputación de muchas instituciones y colectivos, ese intangible tan preciado, fue en aumento. Ahora no solo obtienen mejor valoración los sanitarios, sino también las cadenas de supermercados, los bancos y las grandes empresas, así como el ejército, la policía y otras instituciones como los ayuntamientos, que ahora se sitúan entre los primeros en los rankings de reputación.

Es desde esta óptica de la generosidad y la solidaridad desde donde debe interpretarse el descenso de reputación de la Unión Europea, el organismo que más ha caído desde el inicio de la crisis sanitaria. La falta de acuerdo sobre el establecimiento de los “coronabonos”, un instrumento con el que poder afrontar los enormes costes económicos de la pandemia y que España ha reclamado en los foros supranacionales, ha desencadenado una crisis de reputación de la UE, vista por muchos ciudadanos como un organismo que camina hacia el bando de los insolidarios en un momento en el que se espera que todo el mundo arrime el hombro.

Polarización de percepciones

En estos tiempos difíciles, ¿qué observamos con respecto a la valoración del Gobierno? ¿Benevolencia o desafección? Los estudios internacionales no traen buenas noticias para el ejecutivo español. Este se sitúa, junto con el francés, como el peor valorado de entre los ejecutivos europeos. Sin embargo, es necesario examinar los datos y analizarlos con mayor detalle. Así, el Gobierno de nuestro país mejora su valoración si la comparación se hace entre los periodos posterior y anterior a la crisis sanitaria, no incluida en los estudios internacionales. Esta mejora de la reputación se debe sobre todo a las valoraciones más positivas de los ciudadanos progresistas, ya sean del PSOE o de Unidas Podemos. Además, se detecta igualmente que son los ciudadanos en situaciones de mayor vulnerabilidad los que ven con mejores ojos al ejecutivo, que gana en reputación durante esta crisis, pero sigue recibiendo muchos suspensos por parte de los votantes de los partidos conservadores, tanto del PP y de Ciudadanos como de Vox. Es muy probable que esta polarización de las percepciones no se produzca en otros países de nuestro entorno, en los que la dinámica política no sufre de tanta crispación como la que vivimos en nuestro país.

Por otro lado, llama la atención que las medidas del Gobierno reciban un respaldo masivo de la ciudadanía, al margen de la opción partidista de cada uno. Así, durante los momentos más duros de la cuarentena, ha habido un apoyo claro al confinamiento estricto de los niños, a la prohibición de los despidos mientras dure el estado de alarma, a la prohibición de hacer deporte al aire libre o salir a dar un paseo, o a la aprobación de una renta básica para los colectivos en mayor situación de vulnerabilidad. La crítica al Gobierno no parece centrarse tanto en lo que hace como en lo que es: un gobierno de coalición entre un partido socialdemócrata y otro situado en posiciones marcadamente de izquierdas.

La crisis del coronavirus, en suma, no generará una crisis generalizada de desafección como la que provocó la Gran Recesión si las reacciones de unos y otros se mantienen en la onda de la solidaridad y la generosidad, los principales antivirales en estos nuevos tiempos políticos. Los movimientos en la intención de voto durante las semanas de confinamiento, con más apoyos para un Ciudadanos cooperativo y menos para un PP que una parte de la ciudadanía percibe como cicatero, parecen indicar que la generosidad se premia tanto como se castiga el egoísmo. Si seguimos ayudando a los que van a estar peor, no volverán los tiempos en los que “los de arriba” vivían encapsulados en una realidad paralela, insensibles ante los daños materiales y emocionales de una parte importantísima de la sociedad. En nuestras manos está evitarlo.

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