Barreras educativas invisibles

Il·lustració. © Laura Watcher

La brecha digital va más allá del acceso a las tecnologías y el conocimiento básico sobre cómo funcionan. La brecha más invisible es la del aprovechamiento. La educación en digitalización debe acompañar a las personas para que sean capaces de extraer todos sus beneficios en todos los ámbitos (profesional, social y personal) y que, al mismo tiempo, sepan utilizarlas de forma crítica para evitar los riesgos que conllevan.

A menudo, lo más importante de la vida no se ve a simple vista: el amor, la democracia, la admiración, el compromiso o la libertad. Solo una mirada más pausada e incisiva puede superar la tentación de una lectura superficial centrada en lo evidente y tangible que podemos tocar, comprar y vender.

Por eso, a menudo, cuando hablamos de la digitalización, nos cuesta ir más allá de los ordenadores, los móviles o el acceso a internet. Una situación que hay que mejorar y que inspira estas líneas humildes, pero llenas de convicción y esperanza.

Sabemos[1] que existen (al menos) tres brechas digitales. La primera es la denominada “de acceso”, que ya anticipábamos como la más evidente. Esta brecha engloba las desigualdades básicas a la hora de disponer de hardware, software y conexión a la red de internet. De las tres brechas, es la más fácil de resolver, por goleada, porque “solo” requiere recursos económicos, coordinación logística de distribución y cierta voluntad política. Asimismo, es la brecha más agradecida de cerrar, debido a que los réditos para decisores y destinatarios son tangibles a corto plazo y los resultados, fáciles de entender para todo el mundo. ¿A quién no le gusta regalar o recibir un regalo? Sin menospreciar este tipo de acciones, que son indispensables, pero que en ningún caso resultan suficientes para eliminar la brecha digital por completo, seguiremos desplegando aquí una opinión que busca enriquecer las visiones del reto. Sigamos.

La segunda brecha es la de los “usos”, y hace referencia a disponer de los conocimientos y competencias necesarios para poder trabajar, disfrutar y participar utilizando las tecnologías disponibles. Para que esto sea posible se necesitan procesos de formación o autoformación, o un acompañamiento con referentes, no solo enfocados a dominar el funcionamiento instrumental de cada recurso, sino a proporcionar un criterio de uso que sea significativo, saludable, responsable, ético, crítico y seguro[2]. En ese caso, superar la brecha ya no es tan fácil. Hay que reconocer que en los últimos años se ha ofrecido una formación creciente, en gran parte gratuita, para poder cerrar esta brecha, pero todavía queda mucho por hacer.

La llegada de los fondos de recuperación Next Generation tiene que servir a este propósito. Ahora bien, deberemos estar atentas a ciertos riesgos en cuanto a su desarrollo. Por un lado, el exceso de burocracia para acceder a los fondos puede comerse el impacto deseado y la energía de las personas que deben tirar adelante los proyectos. Por otro lado, recaer en el furor certificador de cursos que no responden a un propósito o cambio concretos no resolverá inercias enquistadas de desigualdad, al igual que no funciona recetar soluciones homogéneas, descontextualizadas y que no aprovechen el sotobosque civil existente. También sería una lástima que las prisas y el cortoplacismo nos alejaran de proyectos tractores que aceleren oportunidades educativas avanzadas, aprendiendo de las mejores y asumiendo riesgos, así como catalizando debates, dibujando futuros y cocreando soluciones de una forma más abierta y participativa. Hay que resistir estas tentaciones, muy comprensibles, para no caer en errores ya conocidos, pero no muy reconocidos.

En los próximos años tendrá lugar una aceleración digital sin precedentes en el ámbito socioeducativo. Prácticamente todo el mundo dispondrá de dispositivos, conectividad y una formación digital básica de acceso. Según Idescat, en Cataluña el 97% de los hogares dispone ya de acceso a internet de forma estable. Esta cifra se encuentra muy por encima de territorios como, por ejemplo, Nueva York, donde en 2019 casi el 15% de los hogares no disponía aún de internet. Pero no podemos bajar la guardia, ni conformarnos con la frialdad de los datos. Seguramente la digitalización será irregular y habrá que activar dispositivos que garanticen que nadie queda fuera por razones económicas.

La brecha de aprovechamiento

Con una conectividad de los hogares creciente y el acceso garantizado a formación básica, ¿dónde queda, entonces, la gran brecha digital? Llegamos así a la tercera, la brecha invisible, la Big Boss de las brechas, que requerirá grandes dosis de recursos, talento y colaboración.

Estamos ante la brecha de “aprovechamiento”, esa que determina qué beneficios podemos extraer del uso de las herramientas digitales. En otras palabras, es el motor de oportunidades que cada uno es capaz de acelerar con sus activos digitales. O visto de otro modo: en qué medida la digitalización se convierte en un ascensor educativo, social y cultural. Es aquí donde, de forma decidida, hay que ponernos a trabajar entre todas.

Imaginemos por un momento a dos estudiantes de secundaria. Ambas disponen de un ordenador en el aula y una figura docente de referencia capacitada digitalmente. Tienen teléfono móvil propio y también conexión a internet en el centro, en la biblioteca y en casa. Ahora bien, la primera estudiante incorpora los recursos digitales en proyectos educativos vibrantes, donde conecta con otras personas y entidades, desarrolla su creatividad, el pensamiento crítico y otras competencias en proyectos propios, y, al mismo tiempo, tiene muy claro que todas estas herramientas implican riesgos a calibrar. Su familia, por las tardes, le ha inscrito en una actividad extraescolar en la que aprende a programar y realiza experimentos científicos con alumnos de otros centros. En casa, su padre le ayuda a hacer los deberes, y con su madre comparte la afición por la fotografía digital. De algún modo, sabe que su presente y su futuro pasan por conocer y dominar la tecnología, aunque todavía no tiene claro qué quiere ser de mayor.

La segunda alumna es digitalmente capaz, realiza las tareas asignadas a través de los canales establecidos por el centro. Le gusta la tecnología, pero le genera inseguridad y cierta ansiedad a la hora de hacer los deberes. No es muy consciente de los riesgos y oportunidades que conllevan las tecnologías, y, por tanto, tiene con ellas una relación irregular, mucho más enfocada al ocio y al entretenimiento. En casa, ni su padre ni su madre se ven capaces de ayudarla u orientarla con los deberes o en el uso de dispositivos digitales. Más bien recae en ella el peso de ayudarles a la hora de realizar trámites telemáticos. Por las tardes, cerca de casa, no encuentra espacios de ocio donde poder conectar con personas distintas con las que aprender cosas nuevas. En el futuro, no se ve trabajando en nada relacionado con la tecnología.

Más allá de la caricatura, estos ejemplos son un llamamiento a cambiarnos las gafas para ser capaces de ver la brecha digital invisible: esa que está condicionando los futuros de nuestros niños y niñas, adolescentes y jóvenes, y que, por desgracia, se suma a otros ejes de desigualdad de género, origen cultural o perfil socioeconómico.

Tenemos precedentes, como el proyecto “One Laptop per Child[3] del MIT Media Lab o el proyecto “1x1” en nuestro país, que confirman que las teorías del cambio basadas en el instrumentalismo tecnológico no suelen funcionar. Tener un ordenador disponible es solo uno de los primeros pasos, pero los condicionantes contextuales y las desigualdades existentes en las comunidades suelen tener más peso. Se necesitan mecanismos y recursos adicionales de carácter socioeducativo para que la tecnología caiga en un suelo fértil. Estamos hablando de generar expectativas altas, realizar acompañamientos personalizados, involucrar a las familias, recodificar identidades digitales de manera individual, generar confianza colectiva y otras estrategias indispensables para acercarnos a la transformación social que deseamos. Hay que educar la digitalización. Y esto solo podemos hacerlo las personas, no las máquinas.

Estamos en un momento decisivo, y hay que aprovechar todas las tecnologías que tenemos a nuestro alcance para revertir las desigualdades, ¡no para ampliarlas!

Entre la utopia i la distòpia

En una societat cada cop més polaritzada se’ns demana constantment adoptar un posicionament monolític en opcions dicotòmiques: Platja o muntanya? Barça o Madrid? Nesquik o ColaCao? Blanc o negre? Posicionar-nos a favor o en contra en qualsevol repte o temàtica. Pel que fa a la transformació digital en l’àmbit educatiu, proposo que fem l’esforç, en cap cas fàcil ni instantani, de treballar en escenaris de grisos, de matisos, fins i tot imaginant una paleta de colors més rica i diversa.

Se’ns dibuixa un escenari on les persones més optimistes, les early adopters i les motivades per les noves tecnologies veuen en les eines digitals una revolució sense precedents de les maneres d’ensenyar i aprendre. Troben noves possibilitats a l’hora de millorar les competències i la motivació de l’alumnat. I es meravellen amb totes les novetats que apareixen dia rere dia, sovint d’una manera massa acrítica i superficial. A l’altre costat trobem les pessimistes i escèptiques, que anticipen els perills i les pegues a unes tecnologies que sovint no dominen i que no es plantegen incorporar, ja que van en contra dels seus principis o maneres de fer. Les primeres viuen la utopia d’un canvi digital revolucionari que transformarà la societat per a bé i les segones pronostiquen una distòpia apocalíptica on les màquines ens dominaran i robaran els llocs de feina.

De nou, més enllà del dibuix extrem de perfils, vull defensar i promoure un posicionament, un moviment, que requereix les dues mirades i sensibilitats. Totes dues errònies i totes dues encertades. Només des de l’equilibri de l’optimisme escèptic, que supera la dicotomia per situar-se en situacions d’aprenentatge i experimentació, som capaces de dibuixar futurs més ambiciosos i assolibles.

Podem començar per arrencar una nova generació de polítiques públiques d’equitat digital que posin al centre les persones, per sobre de les màquines: que entenguin que formar-se serveix per transformar-se, que enderroquin els biaixos que ens avergonyeixen, que elevin les expectatives de qui ja no té forces, que fomentin l’autonomia i no la dependència tecnològica, i que ens permetin capacitar-nos per ser agents de creació, no només de consum.

Però no podem esperar assegudes que tot això passi. Fem el pas. Cadascuna des de la seva comunitat i el seu entorn. Hi ha espai i reptes per a tothom. Per a les docents compromeses amb la seva tasca que volen oferir la millor educació possible. Per a les famílies inquietes que busquen les millors oportunitats per als seus fills i filles. Per a les emprenedores que cerquen nous horitzons i s’arrisquen per nosaltres. Per a l’Administració, que es deu a una ciutadania cap cop més exigent, però també necessitada de suport. I, sobretot, per a un alumnat que ha de liderar marcant el rumb d’uns canvis que sovint depassen la nostra capacitat de digestió. En aquesta paleta digital de colors diversos totes som imprescindibles. La bretxa digital invisible només la tancarem treballant plegades.


[1] Fundació Ferrer i Guàrdia. Bretxes digitals: noves expressions de les desigualtats (2020).

[2] Fundació Jaume Bofill. Educació híbrida. Com impulsar la transformació digital de l’escola (2021).

[3] Shah, N. A Blurry Vision: Reconsidering the Failure of the One Laptop Per Child Initiative. Boston University Arts & Science Writing Program 150, Paper 3.

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