“Cuando te sorprenden, es lo más maravilloso, en el teatro y en la vida”

Emma Vilarasau

© Eva Parey

Dos días después del estreno de Lali Symon en el Romea, en el marco del último Festival Grec, Emma Vilarasau llega al vestíbulo del teatro antes de encerrarse en el camerino para salir como una estrella de la comedia de stand-up, que nos mostrará su cara B en una obra dirigida y escrita por Sergi Belbel a propuesta de la propia Emma. Es su última interpretación, pero tiene proyectos teatrales hasta 2025. Esta santcugatense orgullosa de serlo se ha convertido en uno de los nombres clave del escenario catalán y en una de las sucesoras de Anna Lizaran (¡palabras mayores!). Se dio a conocer en Nissaga de poder y no esconde que el audiovisual (también ha hecho cine) le encanta. Como todo el mundo en su profesión, empezó sin otra ambición que la puramente artística y vocacional (y no es poco).

Emma Vilarasau (Sant Cugat del Vallès, 1959) es uno de los grandes nombres del teatro en Cataluña. Estudió interpretación en el Institut del Teatre y ha representado más de cincuenta obras, entre las que encontramos Les noces de Fígaro, La infanticida, Agost, Qui té por de Virginia Woolf?, L’oreneta y, la última, Lali Symon. También ha destacado en el sector del audiovisual, y se ha convertido en una de las caras más famosas del país con Nissaga de poder (TV3, 1996-1998) y otras series en el canal autonómico catalán, como Ventdelplà o Majoria absoluta, y, recientemente, con la serie Ser o no ser de Playz (RTVE). En cine, la vimos en Los sin nombre, Para que no me olvides o La fossa. Ha recibido la Creu de Sant Jordi (2015), el Premio Nacional de Cultura de Cataluña (2017), varios premios Butaca y Max de teatro, y el Sant Jordi de cine (2005).

¿Cómo decidió hacer teatro? ¿Fue un impulso vocacional?

Me viene de una adolescencia muy complicadilla por el tema físico: yo era gordita, no me gustaba nada a mí misma, me rebelaba contra todo, principalmente contra mí. Y en el teatro de mi pueblo, Sant Cugat del Vallès, al que entré porque iba una amiga, me di cuenta de que subir encima del escenario me tranquilizaba, y me daba igual estar gorda.

¿Una especie de terapia?

Exactamente. Ya no era yo. Empecé por este motivo, y fui al Institut del Teatre con esta amiga. Hicimos el primer curso y yo lo dejé, porque pensé que no llegaba, venía de un cole de monjas de Sant Cugat y, de repente, me veía en el Institut del Teatre. ¡Qué choque! Con profesores como Joan Enric Lahosa… Pensé: “¡Yo soy demasiado mierda para estar aquí!”. Y me fui a Magisterio. ¡Allí descubrí que lo que me hacía feliz era el teatro! Y volví. Sin embargo, empecé a hacer teatro porque me gustaba y porque no sabía qué hacer… No me había decidido. Nunca soñé que viviría de esto. Y menos en esa época.

Nadie lo sueña, en esta profesión. Muchos colegas suyos han dicho que la precariedad nunca desaparece: ahora estás arriba, después te pasas un año sin trabajo…

Cuando empecé, imagínate, estaban el Romea, el Lliure, el Teatre Barcelona, el Capsa ¡y poco más! TV3 no existía… Yo pensaba: “Hago esto y después ya haré Psicología o alguna otra carrera para vivir”. Y tuve la chorra de que, nada más terminar, me llamaran del Lliure. Si hubiera aguantado dos años sin hacer nada, habría optado por otra profesión. Lluís Pasqual realizó el taller de posgraduados de mi curso, un taller que hacía un director en activo dirigiendo una obra de teatro (fue L’impromptu de Versailles, de Molière) con nosotros, cobrando poquísimo, porque éramos como becarios, pero cobrando, ¡y salimos de bolos! Fue maravilloso: estaban Núria Comas, Andreu Benito, Mercè Arànega, Jaume Valls, yo… Y entonces Fabià [Puigserver] quería montar L’hèroe [de Santiago Rusiñol, en 1983] y le faltaba la damita joven. Pasqual le dijo: “Prueba a esta chica, que lo hace bien…”, y hasta ahora.

Uno de sus maestros ha sido el francés Philippe Gaulier, quien proclamaba que confundir personaje e intérprete es una tontería, y que lo que debe transmitir el teatro no es naturalidad, sino placer.

Sí, estuve en su escuela en 1985: máscara neutra, drama, melodrama, tragedia, clown, bufón…, tocaba todos los registros. Él sacó cosas de mí que yo no había mostrado nunca en el teatro: sarcasmo, locura, y también inteligencia. Pero con sus alumnos era muy duro. Cada mes y medio o dos meses, les decía a unos cuantos que ya podían irse. Así, directamente. Consideraba que había muchos actores en el paro en Francia, muy buenos, y que no hacía falta que un alumno se frustrara durante 40 años porque nunca sería actor. A mí me decía: “Está bien lo que haces, es lo que se espera de ti, pero a mí no me interesa; solo es lo correcto. Eres rápida, eso sí, pero ya está”. Yo pensé: “El discursito de siempre: ‘Sé tú misma…’”. ¿Cómo se hace esto cuando has tenido una educación de colegio de monjas? La verdad es que Pere Planella, en el Institut del Teatre, también me lo había advertido: “Tú eres muy rápida, y los directores no te dirigirán porque tendrán otro trabajo y ya les servirás, y nunca irás más allá”. Yo pensé: “¿Pero qué mierda es esta?”.

Pero lo superó.

Gaulier vino a decirme que lo que hacía era convencional. Y yo veía a gente que hacía locuras, pero que a mí no me gustaban, porque era locura por locura. Pero a él lo hacían reír mucho. Yo venía de dos años de Lliure: tampoco vale todo, en el teatro, revolcarse por el suelo y hacer gilipolleces… Cuando llegó el curso de bufón, allí saqué de mí este sarcasmo, la locura (cosas que tiene Lali Symon, por cierto). Me felicitó.

Tanto en el teatro como en el audiovisual, usted trabaja con la palabra. Ha dicho en alguna ocasión, incluso, que la palabra es la invención más importante de la humanidad.

Para mí, sí. Hay muchos registros, de gesto, de cuerpo, de danza…, pero las palabras son fundamentales, para mí. A veces hay frases que, no sé cómo, te atraviesan entera. Y después de todo, ¡si son cuatro palabras puestas una detrás de otra! ¿Por qué se me han clavado en el corazón? ¿O por qué me han hecho tanto daño? ¿O por qué me han dado tanta alegría? Creo que es uno de los inventos más bellos.

© Eva Parey

¿Considera que el teatro debe ser revolucionario, tener un mensaje, o si entretiene ya es suficiente?

Hay de todo, pero incluso en el teatro de entretenimiento, que es maravilloso, creo que debe haber un revulsivo, hay que remover algo.

Desclassificats, La cabra o qui és Sylvia?, Barcelona, Tots eren fills meus, Lali Symon…, por poner solo unos ejemplos. Todas estas obras tienen un mensaje, una reivindicación, una denuncia.

Hay dos cosas que deben tener: una es sorprender. Cuando te sorprenden, es lo más maravilloso que ocurre en el teatro; en la vida también: cuando alguien consigue sorprender es… ¡oooh! Tienes que poder sorprender, ya no como actriz, sino en el tema, en la forma de presentarlo, en la forma de entregarlo, en algo que aportas que nunca se ha aportado. Y después creo en el teatro social, en el sentido de que debe remover algo, cuestionar, que el espectador no salga del teatro y al día siguiente ni se acuerde de lo que ha visto. Es muy difícil hacer esto, y si solo lo haces para que el espectador pase bien dos horas y al día siguiente ni se acuerde, quizás no vale la pena.

Para ello, quizá sea necesario tener un bagaje, una carrera. No todo el mundo puede decir que no a un trabajo. ¿Se han de aceptar muchos proyectos que no convencen hasta poder elegir la obra que uno quiere?

Es muy difícil. Yo ahora sí, puedo decir que no, porque ahora tengo proyectos y creo que no me quedan tantos años, porque me estoy haciendo mayor y quiero hacer lo que realmente quiero hacer. Toda mi energía debe ir a cosas en las que yo tengo que estar muy implicada, debo creer mucho en ellas.

Lali Symon no solo fue una propuesta que cumplía sus principios, sino que se la propuso a Sergi Belbel. ¿Siente que se ha desnudado?

Más que desnudado… Evidentemente, hay una parte de mí y de mi madre. Pero hemos intentado hacerla más universal y que todo el mundo reconozca a su madre. Lo bonito que tiene la dramaturgia cuando es buena es que, aunque los personajes sean únicos, tocan teclas universales. Entonces todo el mundo se siente identificado. No porque hayas representado a la tópica y típica madre, porque no lo es, pero es lo suficientemente universal como para que todo el mundo vea a su madre. Y esto es muy bonito.

¿Cómo la trabajaron?

Sergi fue muy generoso. Aceptó encantado que trabajara con él, porque tenía que estar muy de acuerdo con todo lo que decía y hacía. En la primera reunión me leyó toda la obra, espléndida, pero sabía que había cosas que debían evolucionar. Aquí entraba yo, en esta primera reunión en la que nos lo teníamos que decir todo: porque si yo no te digo que un fragmento no me gusta porque te herirá, por ejemplo, pues no vamos bien. Se requiere absoluta complicidad, como si nos conociéramos (¡que nos conocemos!) de hace mucho tiempo.

Un homenaje a la gente mayor, a la mujer… y al teatro.

Es un homenaje al teatro.

Lo de confundir personaje e intérprete era aquí una línea muy fina.

Sobre todo para enseñarte la doble vida de ella. El espectador empieza creyendo que le están contando una historia y, de repente, le están contando otra cosa. Hay muchas capas. Me gusta mucho el monólogo en el que ella analiza la ficción y la realidad porque es lo que hemos hecho. Esto no es la vida real de Emma Vilarasau, ni de coña. Esto es teatro. Es ficción.

Lali Symon fue una idea suya. ¿Quiere decir esto que no encontraba lo que quería?

No, fue por la vivencia que tuve con mi madre, que me marcó porque duró mucho tiempo y fue muy dura, como en cualquier mujer. Quería hablar de eso y busqué obras ya existentes. Llegué a la conclusión de que no existen, porque nadie las ha escrito.

¿Faltan guionistas femeninas y de más de sesenta años?

Creo que no se escriben suficientes papeles de mujeres mayores en cine ni en las series porque las guionistas son muy jóvenes, todavía. Cuando lleguen a esta edad, quizás sí lo planteen.

¿Usted, tan amante de la palabra, no se plantea escribir?

No, ¡escribir es muy serio! Sobre algo que ya se ha escrito, sí puedo decir lo que creo que funciona y lo que no. ¿Pero escribir, desde un papel en blanco? No, no. Es un oficio precioso y se debe conservar, y debemos valorar a los autores. Que, a veces, están poco valoraditos…

Hubo una época dorada, hace unos diez o quince años, para la dramaturgia catalana, para la autoría y la dirección, con el proyecto T6, del TNC, con una compañía de nueve actores y actrices.

Era un proyecto muy importante y se cerró por un problema económico. Porque la Beckett, por ejemplo, ya ofrece apoyo a la autoría joven, pero con pocos medios, claro. Y tener un sitio donde un autor podía pensar un espectáculo de nueve personajes y hacerlo con buenos actores, porque se les podía pagar… es lo que necesitan los autores. Escriben buenas obras, pero, para estrenar, deben hacerlas para dos o cuatro personajes.

¿Es este el trabajo del teatro público?

Yo creo que el TNC debería programar, al menos una vez al año, a un autor de aquí, en la Sala Gran, y proporcionarle medios. Se ha ido haciendo; Albertí lo hizo con Justícia, de Guillem Clua, por ejemplo. Pero si no, ¿cómo ayudas a la autoría del país? Es cierto que hay salas pequeñas en Barcelona y compañías que apuestan por autores de aquí y salen cosas fantásticas. Mira La Calòrica, ¡en qué se ha convertido! Es maravilloso.

Barcelona, o el teatro público catalán, pues, ¿no cuida suficientemente de sus autores, de su teatro?

Yo creo que sí los cuida, ¡pero es que es delicado! Debe asumirlo un teatro público, si quieren escribir obras para más de tres personajes. La Villarroel está haciendo un trabajo muy importante con autores de aquí y es un teatro privado que arriesga mucho con estrenos como Amèrica, de Sergi [Pompermayer], la pasada temporada.

L’oreneta [La gaviota] de Guillem Clua, que interpretó usted con Dafnis Balduz en catalán, se estrenó fuera de Cataluña y se ha visto, incluso, antes fuera de España que aquí.

Cuando supe que Carmen Maura [que la interpretó en castellano] no la hacía aquí, pedí hacerla y, por suerte, estuvieron encantados. Pero creo que los catalanes no vamos demasiado por España, no sabría decirte por qué. Yo he hecho El sueño de la vida, con Pasqual, en el Teatro Español de Madrid [2019], y ya está...

¿Por qué?

Porque tengo trabajo aquí y siempre ha sido más fácil. Cuando se hizo Nissaga de poder hubo un momento en que habría podido dar el paso, porque Nissaga rompió muchas cosas, era muy potente, me convertí en una cara conocida de la gente. En Secrets de família, que fue anterior, yo entré hacia el final de la serie. Lo que pasa es que yo tenía dos niños pequeños y no tenía ganas de irme. No había tanta competencia ni tantas plataformas. Era un pelín más fácil, entonces (o quizás todo lo contrario… no lo sé). Esto depende de la ambición de cada uno: hay quien dice que lo que quiere es ser conocido por millones de personas, pues muy bien, vete a Madrid y después a Hollywood. Pero a mí me gusta el trabajo que tengo aquí.

Ha trabajado con casi todos los grandes directores de Cataluña, veteranos y jóvenes. ¿Tiene directores o directoras fetiche?

¡He trabajado con todos! Y se aprende mucho, de los veteranos, pero también de los jóvenes. Pere Riera, con Barcelona [estrenada en 2013 en el TNC, basada en los bombardeos fascistas sobre la capital catalana], hizo un trabajo maravilloso como autor, sí, pero es que lo dirigió de puta madre. A mí me llevó a hacer cosas que nunca había hecho. Y con Infàmia también me lo pasé muy bien. ¿Directores fetiche? Con Lluís [Pasqual] tengo un vínculo… Me gustaría seguir trabajando con él. Creo que es de las personas que más sabe de teatro y aprendes mucho con él. Con él trabajaría infinito. Pero también con Belbel, o con Mestres. Y con David Selvas, que nos entendimos tanto en Tots eren fills meus [estrenada este año en el Lliure]. Me encantaría volver a trabajar con él, y con Riera, y Sílvia Munt…

© Eva Parey © Eva Parey

También mujeres, por supuesto, aunque muchas menos.

Y Magda Puyo, y Carme Portaceli… Con todos aprendes cosas diferentes. Un actor debe adaptarse al director y viceversa. Cada director tiene un lenguaje distinto y a veces cuesta. Te preguntas: “¿Ahora qué narices me está pidiendo? ¿Cómo habla? Ahora no lo entiendo…”, pero tienes que adaptarte, intentar entenderlo, porque tenemos que crear algo juntos.

Uno de los actores con los que ha coincidido, tanto en teatro como en series de televisión, es Jordi Bosch, su pareja.

Con Jordi nos conocimos cuando yo entré a hacer L’hèroe [1983] y él hacía de secretario del héroe. Ya había entrado en el montaje anterior. Pero no nos liamos hasta Les noces de Fígaro [1989]… [Se ríe.]

¿Qué hay de lo de que trabajar con la pareja termina con la pareja?

No… Es un poco obsesivo, a veces, pero nosotros tuvimos dos niños enseguida, uno detrás de otro, y eso te quita mucha tontería. El rato que nos veíamos, que a veces era poco, porque yo rodaba o rodaba él, hablábamos de nuestros hijos. ¡Mucho mejor! Y ahora, en los últimos años, que hemos trabajado juntos en Caiguts del cel, o en La cabra… Ya somos mayores, estamos solos, los niños ya se han independizado, y es un placer hablar de teatro en casa. Es un placer porque a los dos nos gusta este trabajo. Uno enriquece al otro, le da su punto de vista. Está muy bien cuando no trabajamos juntos, porque viene a verte a un ensayo o a rodar, y desde fuera puede decirte cosas, porque te las sabe decir bien. Es importante saber decir las cosas, ¿no? En este trabajo somos tan vulnerables que enseguida nos rebotamos. Se agradece que te digan bien las cosas, y cuando toca.

A menudo se dice que los actores hacen televisión para hacerse famosos y ganar dinero. ¿Ha hecho tele para ganar dinero?

Muchos lo hacen para tener para comer. Pero a mí me gusta mucho la tele. Primero, porque es rápida, no es lo de ensayar muchos meses. [Chasquea los dedos.] Tienes que ser rápida, para hacer tele, que no quiere decir que no te lo tengas que currar, ¿eh? Yo llevaba las secuencias superpreparadas. Trabajaba mucho en casa y llegaba allí y en un plis plas estaba rodado, sobre todo la telenovela, y algunas series. Es un lenguaje muy distinto y muy agradecido. ¡Yo me lo pasaba bomba haciendo tele!

Después de varios años, ha vuelto a hacer series, no en TV3, sino en RTVE (en el canal Playz) con Ser o no ser, de la que ya han realizado una segunda temporada, sobre un adolescente trans, es decir, que también tiene su tono reivindicativo.

Un actor es una persona comprometida con su momento y con su sociedad. No solo los directores son comprometidos, no solo los autores, también los actores. Entonces, si puedes implicarte en proyectos que pueden hacer algo…

No sé si alguna vez había temido la censura. Se han desprogramado obras de teatro o películas en varios lugares de España.

Nunca he tenido ese miedo. Estoy convencida de que aquí, en Cataluña, no nos van a censurar nada, pero lo que está ocurriendo con la censura no es grave, es muy grave. Volver a oír la palabra censura, que creíamos que ya no oiríamos nunca más… Yo viví La torna, en los años setenta, estaba en el Institut y salimos a la calle, ¡y encarcelaron a Els Joglars! Y creíamos que ya nunca más, después de que se instaurara la democracia, oiríamos esta mierda de palabra. Y ahora la volvemos a oír. Es como… No lo sé, da mucha rabia.

¿Y miedo?

La derecha siempre hace lo mismo. La izquierda hace leyes, instaura derechos para que la gente pueda elegir si quiere ser trans, si quiere abortar, pueda elegir su vida. La izquierda simplemente te da la oportunidad, pero no te dice que tú tengas que abortar obligatoriamente. Si tú eres cristiana y no quieres abortar, no abortas. Punto. Aquí se acabó el problema. La derecha obliga o censura (que es una forma de obligar, sin que la gente lo vea). Por qué narices no dejan que la gente decida qué quiere hacer con su vida. Y quien no quiera, no se hará trans. Es que es muy fuerte. Siempre hacen lo mismo. ¡Ya basta de decirnos cómo debemos vivir!

Se ha logrado mucho con la lucha por los derechos civiles y sociales. ¿Se podría ir todo al traste?

Está pasando en toda Europa, no es solo aquí. ¿Por qué después de unos años de izquierda tiene que volver la derecha? No sé qué crítica puede hacerse a la izquierda, que seguro que sí, ¿eh? Lo que ocurre es que, cuando la gente juega con falsedades, con mentiras, con injurias, y da igual cuando se demuestra que es mentira lo que has dicho…, no vamos bien. Cuando fue asesinada una mujer en julio en la plaza Tirso de Molina, en Madrid, los de Vox enseguida salieron a decir que el asesino era un argelino, cuando quienes la mataron fueron un español y una española. No se puede ir injuriando y que no pase nada. Es lo que hizo Trump. Lo que se está comiendo todo un colectivo de gente que se lo cree. “Nos roban el trabajo, nos traen inseguridad…”, dicen, siempre. ¡Hombre! Se debería poder culpabilizar. Pagas una multa por capullo y a ver si dices otra.

Con la mujer también existe peligro.

También. Todas las políticas de igualdad, que tanto se han luchado, estos desgraciados se las intentan saltar porque resulta que la violencia de género no existe, porque también hay mujeres que matan a los maridos (¡ya ves tú!). El patriarcado lleva miles de años ejerciéndose y hay gente que lo tiene muy arraigado. Y perder ese poder que tienen sobre las mujeres les toca mucho las narices e intentarán hacer lo que sea para seguir con su parcela de poder, también sobre la mujer. Yo no puedo entender a las tías que votan a Vox. En fin, estamos en una democracia y se puede votar lo que uno quiera.

Dice que aquí estamos un poco lejos de eso, pero en Ripoll existe un ayuntamiento de extrema derecha.

Sí, indepes fachas. Fachas hay en todas partes. Es verdad que creo que Cataluña, al igual que el País Vasco, se ha diferenciado bastante de España. Somos diferentes desde hace mucho tiempo en muchas cosas, lo que no quiere decir que seamos mejores, que quede claro, pero venimos de otra cultura, de otra tradición, dudo mucho que aquí pudiera subir la ultraderecha.

Como parece que la censura no tiene que llegar… ¿qué proyectos tiene?

Estoy contenta, porque tengo proyectos hasta el 2025. Ahora, de lo que ya puedo hablar, es de una Ifigènia, con adaptación de Albert Arribas y que dirigirá Alícia Gorina en el Lliure entre abril y mayo del próximo año. También estarán Pere Arquillué, Albert Pérez, Pau Vinyals… De los otros proyectos poco puedo decir: uno seguramente será con Mestres, en La Villarroel… y será algo muy especial para mí, en otro sentido que Lali Symon, pero muy especial.

¿Le queda algún reto pendiente?

Uno que cuesta mucho cuajar porque es muy grande: La gaviota, de Chéjov. Espero no morirme sin haberla hecho, así que ya va tocando.

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