De cómo la espiritualidad se convirtió en saludable

Il·lustració. © Sandra Rilova

Si en las teologías medievales el tormento del cuerpo se consideraba una vía óptima para el crecimiento espiritual, hoy en día la espiritualidad contemporánea ha ido incorporando progresivamente valores como la salud, el bienestar, la felicidad o el desarrollo personal. La secularización y la hegemonía de la medicina han jugado un rol crucial en el ascenso de la dimensión saludable de la espiritualidad.

La mortificación o el ascetismo todavía no han desaparecido de las prácticas religiosas, pero lo cierto es que ya existe una indudable convergencia con la medicina, la psicología y la autoayuda que ha transformado completamente el panorama. Hoy no es raro que en el centro de salud nos recomienden hacer yoga o meditar. Ni es raro que especialistas espirituales diversos se llamen a sí mismos sanadores y sanadoras. Incluso más, resulta natural encontrar algún buda en medio de una tienda de cosméticos o en la pared de un centro de estética. En conjunto, son expresiones de la exitosa convergencia entre salud y espiritualidad que se ha ido forjando a lo largo del siglo xx y, en este contexto, una de las preguntas más interesantes es: ¿cómo hemos pasado de la mortificación a la cosmética?

Medicina, salud y espiritualidad

Por sorprendente que parezca, la secularización y la hegemonía de la medicina han jugado un rol crucial en el ascenso de la dimensión saludable de la espiritualidad. La literatura médica empezó a ocuparse seriamente de la espiritualidad como factor de la salud al menos desde que en 1961 empezara a editarse Journal of Religion and Health (publicada por la editorial Springer), pero sería ya en los inicios del siglo xxi, tras un inesperado auge de los sanadores cristianos en la década de los noventa, cuando se aprecia un crecimiento repentino de la investigación y la literatura médica en torno a la espiritualidad. Antes del año 2000 se podían contar más de mil investigaciones con resultados publicados en las que se examinaban cuantitativamente las relaciones entre religión/espiritualidad por un lado y salud por otro. Pero a mediados de 2010, ya había al menos dos mil estudios cuantitativos más que han dado lugar a unos tres mil informes originales de investigación empírica sobre la asociación entre religión/espiritualidad y salud mental, salud física y uso de los servicios sociales, como se indica en el Handbook of Religion and Health de la Universidad de Oxford (Koenig, King and Carson, 2012). Los estudios abarcan tanto la salud física como la salud mental, y en todos estos trabajos se apunta a un resultado similar: la espiritualidad parece tener efectos positivos sobre la salud y, de paso, los individuos que carecen de motivaciones de tipo religioso presentan una menor motivación en el cuidado de su salud.

Estas afirmaciones no están libres de controversias de todo tipo y, de hecho, como señaló en 2009 el profesor y escritor Jeff Levin en Journal of Religion and Health, la investigación se estancó por la abierta confrontación entre dos posiciones radicalizadas. Por un lado, los defensores a ultranza del modelo biomédico parecen decididos a perseguir toda forma de entender el cuerpo humano que no sea la suya, lo que incluye no investigar otras creencias y terapias. Y, por otro, los partidarios de una medicina holística y espiritual acusan de arrogante al modelo biomédico, al tiempo que dejan ver cierto exceso de confianza respecto a los resultados de las terapias holísticas y espirituales. Además de esto, también algunos teólogos han expresado su preocupación por la posible instrumentalización de la religión para fines no espirituales, como el mantenimiento o la mejora de la salud, como han indicado Joel J. Shuman y Keith G. Meador (Heal Thyself: Spirituality, Medicine, and the Distortion of Christianity, 2003), preocupados por la secularización de los medios religiosos. Ciertamente, numerosas técnicas como el yoga o la meditación, y también algunas basadas en la energía (como el reiki), son consideradas por muchas personas meras técnicas corporales, no necesariamente conectadas con creencias religiosas o cuestiones sobrenaturales. Pero la influencia de la secularización no se queda aquí.

Una espiritualidad secular

Otro de los elementos importantes en el giro saludable de la espiritualidad contemporánea consiste en que la espiritualidad hoy tiene un cierto aire secular, hasta el punto de que los ateos tienen prácticas espirituales y, por tanto, la espiritualidad como instrumento de la salud está disponible para cualquiera, sin doctrinas ni compromisos. Esto se puede apreciar en la escasa pero significativa estadística disponible sobre el uso de terapias de inspiración espiritual en el Estado español. Según datos del CIS para 2018, un sustancioso 45,6% de las personas que practican la meditación no se adscriben a ninguna confesión religiosa, y resulta llamativo que haya más ateos que católicos practicando la meditación (9,4% de ateos y 8,4% de católicos). ¿Tiene esto sentido? Lo tiene, porque la salud y la espiritualidad se han dado la mano, pero también porque el secularismo y el espiritualismo tienen una conexión poco conocida que ha facilitado las cosas.

La unión de secularismo y espiritualismo surge a finales del siglo xix, oponiéndose críticamente a lo “religioso”, a las iglesias y, especialmente, a las alianzas entre las iglesias y los estados. Es llamativa, en este sentido, la sensibilidad esotérica de algunos de los más destacados líderes del librepensamiento, como el agnóstico George J. Holyoake (conocido precisamente por haber inventado el término secularismo) o el ateo fundador de la National Secular Society del Reino Unido, Charles Bradlaugh, o también su socia en el proyecto secularista, Annie Besant, a su vez presidenta de la Sociedad Teosófica. También el padre del ocultismo contemporáneo, Eliphas Lévi (pseudónimo de Aphonse Louis Constant), destacó profesionalmente como periodista de izquierdas y difusor del anarquismo, siendo su obra Dogma y ritual de la alta magia un hito de la heterodoxia intelectual, además de un sólido exponente de la creencia en una única espiritualidad universal reprimida por las miserias de las religiones institucionalizadas. Un efecto de esta conexión es la idea de la espiritualidad como algo no necesariamente religioso que se experimenta como una dimensión más del ser humano individual.

Il·lustració. © Sandra Rilova © Sandra Rilova

Hacia la individualización terapéutica

Será en los años sesenta del siglo xx cuando la salud y esa idea de una espiritualidad individual (no necesariamente religiosa) converjan gracias a la revolución humanista en psicología y, en particular, al llamado Movimiento del Potencial Humano. Quizá el mayor legado del humanismo a la cultura contemporánea es el desplazamiento de la terapia desde la enfermedad mental hacia la salud mental y el bienestar emocional. Ese giro ya había comenzado en la medicina y se había hecho formal, aunque no sin controversia, cuando en 1948 la Organización Mundial de la Salud cambió su mirada desde la salud entendida como ausencia de enfermedad a la salud entendida como “bienestar físico, mental y social”, reconociendo tempranamente la importancia crucial de la experiencia subjetiva en la definición de la salud. En la medida en que esta dimensión subjetiva se reconoce como aspecto fundamental de la salud como experiencia vivida (y no únicamente como estado corporal), la evolución del humanismo en psicología pudo añadir la espiritualidad individual al paisaje y a las posibilidades de la salud humana.

El Movimiento del Potencial Humano se inspiraba en autores como Aldous Huxley, Alan Watts o Carl Jung, y mezclaba grupos, individuos, ideologías y técnicas de carácter tan diferente como el zen y el análisis transaccional, la cienciología y el reiki o la meditación trascendental y la gestalt. Se suele considerar iniciadores de la corriente a Abraham Maslow, Roberto Assagioli y Fritz Perls, que asumieron como objetivo propio una transformación del mundo y de la conciencia que dejara atrás la psicología, la religión y la moral de los años cincuenta, retratadas por el psiquiatra y psicoanalista Wilhelm Reich en 1968 como la causa de las neurosis, de los desórdenes psicosomáticos y de problemas sociopolíticos como el fascismo. Su principal contribución teórica, entre muchísimas otras, fue el concepto de “autorrealización”, basado en la premisa de que, habiendo resuelto las necesidades materiales y emocionales, el ser humano estará completamente pleno y será plenamente dueño de sí mismo cuando pueda dedicarse a cultivar la espiritualidad.

Para llevar a cabo lo que Wouter J. Hanegraaff llamó “la psicologización de la espiritualidad” (en su libro New Age Religion and Western Culture, 1998), no solo pusieron la espiritualidad en la agenda de la terapia, sino que domesticaron, secularizaron y sanearon la influencia oriental, otra de sus influencias clave. En el Instituto Esalen, centro emblemático del Movimiento del Potencial Humano, se empezó a usar la meditación como técnica complementaria y experimentaron con sus grupos, sacando la meditación del ámbito religioso y poniéndola al servicio de las rutinas cotidianas occidentales y el bienestar material. Un buen ejemplo de esta convergencia se refleja especialmente en la doctrina de Osho (alias del gurú Bhagwan Shree Rajneesh), que recibió a algunos miembros del movimiento en su ashram en India y entre cuyas múltiples técnicas se encuentra una versión espiritual de la catarsis de Wilhem Reich (la meditación activa).

Finalmente, será la literatura de autoayuda la que popularice, extienda y consolide los valores y prácticas de la espiritualidad terapéutica. En la línea del prevencionismo médico, que se extiende a partir de mediados de los ochenta del siglo xx defendiendo la prevención de la enfermedad como valor frente a la curación, la difusión de estilos de vida saludables incorporó definitivamente la ideología del bienestar como valor cultural en alza y terminó asociado a las formas contemporáneas de entender la espiritualidad como una práctica de valor terapéutico. Aunque san Juan de la Cruz abominaría de la asociación de espiritualidad y bienestar (“Es necesario que el camino y subida hacia Dios sea un continuo cuidado de acallar y mortificar los apetitos”, decía el místico), hoy son incontables los libros, videos, memes y consejos publicitarios que vinculan no solo el bienestar sino distintas formas de placer con la espiritualidad entendida como crecimiento personal y autocuidado de la salud. Quizá, sorprendentemente, eso no hubiera pasado sin la hegemonía de la medicina, la secularización y el humanismo, tres de los rivales más significativos de la religión institucional, que inesperadamente se convirtieron en aliados de las espiritualidades menos convencionales.

Referencias bibliográficas

Koenig, H., King, D. i Carson, Verna B. Handbook of Religion and Health. Oxford University Press, Oxford, 2012.
Levin, J. “Restoring the spiritual: Reflections on arrogance and myopia-allopathic and holistic”. Journal of religion and health, 48(4), 482-495 (2009).
Shuman, J. J. i Meador, K.G. Heal Thyself: Spirituality, Medicine, and the Distortion of Christianity. Oxford University Press, Oxford, 2003.
CIS. Barómetro de febrero. Estudio 3205. Madrid: Centre d’Investigacions Sociològiques, 2018.
Hanegraaff, W. J. New Age Religion and Western Culture. Brill, Leiden, 1998.
Puttik, E. “Personal Development: The Spiritualisation and Secularisation of the Human Potential Movement”, a Sutcliffe, Steven, Bowman, Marion (2000). Beyond New Age: Exploring Alternative Spirituality. Edinburgh University Press, Edimburg, 2002.
Van Der Veer, P. “Spirituality in modern society”, Social Research: An International Quarterly76 (4), 1097-1120 (2009).

Publicaciones recomendadas

  • La construcción antropològica de la religión: etnografía de una localidad manchegaMónica Cornejo Valle. Ministerio de Educación, Cultura y Deporte. Área de Cultura, 2008

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