“El dramaturgo tiene que hablar de cosas que le afectan”

Jordi Casanovas

Retrato de Jordi Casanovas © Santiago Sepúlveda

Jordi Casanovas iba para inventor, pero por culpa de los autores argentinos Rodrigo García i Javier Daulte, el virus del teatro se le metió en el cuerpo. Casanovas, uno de los dramaturgos más prolíficos del país, creó la compañía Flyhard y dirigió la sala del mismo nombre con producciones revolucionarias que engancharon al público joven al teatro. Ahora tiene una productora teatral y continúa escribiendo y dirigiendo. El teatro documental le fascina. Dentro de este género escribió Jauría, basada en los hechos del caso de la Manada, y ahora está preparando una obra, también documental, sobre la lengua entre Girona y Valladolid con una dramaturga de esta ciudad, Lucía Miranda.

Tu vocación más temprana no fue con el teatro. Parecía que serías un hombre de ciencias, que ibas para inventor...

Estaba convencido desde los 12 años de que quería ser ingeniero. Quería ser inventor. Me gustaba mucho toquetear los juguetes que tenía, y los de mi hermana, y crear otros trastos. Todo el mundo me decía que tenía que ser ingeniero. Y a los 18 años lo tenía clarísimo. Empecé la carrera de Ingeniería de Telecomunicaciones, pero una vez allí me decepcionó. Era muy técnica, nada creativa, y tuve una crisis... Entonces me apunté a hacer teatro durante el verano.

Cuando me planteé cambiar de carrera, tenía como opciones el Institut del Teatre, l’Escac o Bellas Artes, y ganó la más asequible. Durante un año, hacía Bellas Artes por la mañana y Telecomunicaciones por la tarde. Solo tenía que cruzar la Diagonal, pero fue una locura y ya me di cuenta que tenía que dejar telecos. Mientras estudiaba Bellas Artes hacía cursos en la Beckett, iba de oyente al Institut, escribía teatro e iba montando cosas, primero en Vilafranca y después en Barcelona.

¿Hay temas recurrentes a tus obras? ¿Cómo los eliges?

Alguna gente dice que hay mucha violencia a mis obras, pero es más bien un miedo a la violencia, un terror al momento en el que se acaba el diálogo y la capacidad de razonar. ¿Cómo se gestiona la violencia? La mayoría de nosotros, yo mismo, no tenemos manera de defendernos ante la violencia, y eso me produce pesadillas. La violencia verbal o psicológica está muy presente. A veces me he podido sentir víctima y, aun así, he sentido que yo mismo aplicaba algún tipo de violencia psicológica. Y todo esto, está claro, no deja de ser un enigma.

Para empezar cualquier proyecto, nos reuníamos con mi compañía, la Flyhard, para descubrir qué nos preocupaba, qué nos pasaba en aquel momento, y hablar de ello en las obras teatrales. Teníamos claro que el ámbito audiovisual no nos interesaba, que queríamos invertir absolutamente en el teatro, alejarnos de lo que ya había y hacer una cosa diferente, más joven. Buscábamos como público a los jóvenes que se sentían lejos del teatro y decirles que hacíamos algo para ellos. Con algunos temas de las primeras obras nos anticipamos a la realidad, como pasó con La ruïna, donde hablábamos de la crisis económica un año antes de que estallara y todo el mundo nos decía que cómo podía ser que lo hubiéramos acertado.

Eres un hombre de teatro que haces todos los papeles: autor, director, productor... ¿Con cuál te sientes mejor?

Como autor disfruto escribiendo, pero es un trabajo solitario, porque no tienes contacto con nadie más. El trabajo de dirección es todo el contrario: comporta crear una familia, establecer unas relaciones. En la escritura, el trabajo es interno, propio, aislado. En el proceso de dirección, durante los ensayos, confrontas, debates, encuentras, investigas conjuntamente. Es más relajado, menos pesado.

Y el trabajo de producción me interesa por dos motivos: por los momentos en los que no tienes ideas o las ideas que tienes no interesan. Mantener esa pulsión en la producción es útil por si falla alguna de las patas. Tienes que estar fresco y al día.

Hablemos de las ayudas públicas al teatro. ¿Están bien planteadas?

Creo que, como país, tenemos unas políticas de subvención potentes, pero que no se han revisado como convendría. Hay compañías históricas que tienen una dimensión y hacen un trabajo que ya no tiene nada que ver con lo que hacían antes, pero disponen de las mismas ayudas que hace 40 años y no se han revisado los proyectos que se continúan impulsando desde entonces. Desde la administración pública hay una dinámica de “dejar hacer”. Mientras tanto las productoras y las compañías pequeñas actuales sufren mucho y no reciben recursos.

En los años 80 hubo una explosión de libertad y aparecieron compañías creadas por gente joven, que tenían alrededor de veinte años. Disfrutaron de todos los recursos para crecer de manera espectacular, tuvieron el talento y las ayudas. Ahora las mantienen fondos públicos y están en las postrimerías: han perdido interés en el ámbito creativo. En cambio, toda la gente que ahora tiene veintipocos años no dispone de recursos. Se acostumbra a hacer el análisis de que ahora no hay tanto talento como antes, pero es mentira, lo que no hay son ayudas.

Los primeros montajes de estas compañías históricas eran un churro, pero en aquel momento se necesitaba que salieran y crecieran. Nos encontramos en un paradigma social nuevo, en el que los creadores han de ser libres, y por eso se les tiene que dar recursos. Hace pocos meses, el grupo Tres per 3, formado por las compañías Dagoll Dagom, Tricicle y Anexa, vendió el Teatro Victòria al Mago Pop. A estas compañías, en su momento, se las subvencionó para que compraran el teatro. El dinero que han obtenido de la venta, ¿retornará a la sociedad? No. Se están haciendo mal las cosas por desidia, no se está revisando cómo se reparten las ayudas y es una pena, porque hay más talento que nunca.

¿Qué papel debe jugar el teatro público?

El último encargo de teatro público que tuve es de 2012. He tenido otro en 2019 del Teatre de València. Si como dramaturgo solo dependiera del teatro público, como les pasa a muchos compañeros, no podría vivir. Afortunadamente, he podido escribir alguna comedia que ha funcionado, pero hay dramaturgos que tienen una línea teatral con puntos más arriesgados y no tan populares que con lo que reciben solo del teatro público no pueden sobrevivir. En estos casos, yo ya habría cerrado. Eso es peligroso y, además, no es justo.

Que el Teatre Nacional de Catalunya haga un bloqueo radical al 90 % de la dramaturgia que hay en Cataluña, o que haga una apuesta concreta por 3 o 4 dramaturgos, me parecería muy bien si hubiera recursos para todo el mundo. Pero es que no hay... Los autores que necesitan este apoyo público para vivir y para poder seguir experimentando y creciendo en una línea creativa concreta, simplemente no tienen acceso.

¿Qué motivos crees que hay para apostar por determinados dramaturgos o compañías y no otros?

Creo que se hace por desidia y conservadurismo. Los gestores se han ido haciendo mayores. Entraron con una libertad mental y creativa brutal, pero ahora están a punto de retirarse. Con 20 años tienes ganas de cambiarlo todo y con 60 tienes más en la cabeza el momento de retirarte y no te quieres complicar. No sé si habrá un relevo generacional en algún momento o si quedará enquistada una manera de ir tirando y de ir repitiendo. Y eso en el sector teatral es determinante.

Juan Carlos Martel ha ocupado la dirección del Teatre Lliure después de la marcha accidentada de Lluís Pasqual. ¿Ves un cambio de rumbo?

De entrada, como mínimo, esta generación de compañías con personas de cerca de los 30 años que no habían tenido la oportunidad de entrar a ningún teatro público, ahora con Martel la tendrán. ¿Qué significará esto? ¿Qué les pasará? Si su único puntal es el teatro público, difícilmente saldrán adelante, porque no les darán continuidad, puesto que el Teatre Lliure tiene que dar oportunidades a todo el mundo. Y si no tienen continuidad, seguramente tendrán que cerrar... Pero si después de pasar por el Lliure pueden dar el salto y apostar por un teatro más comercial, es posible que encuentren la vía para seguir trabajando. Por ahora solo podemos analizar lo que Martel ha hecho desde septiembre de 2019, cuando ocupó el cargo. Ha sido valiente al ir a buscar gente que estaba a punto, que ya hacían mucho trabajo, pero que nunca tenían recursos. Ahora la pregunta es: ¿esto es solo un caramelo o habrá más posibilidades?

Hoy el Lliure lleva a cabo montajes de compañías jóvenes que no podrán hacer gira. Hace cuarenta años, Dagoll Dagom, Comediants, Joglars, La Fura eran compañías que hacían ciento bolos por Cataluña y de ahí obtenían los recursos. Hacer temporada solo en Barcelona es muy desgastante. Como productora, nosotros siempre buscamos que la obra pueda girar mucho, porque eso supone trabajo para todo el equipo durante tiempo.

¿Cómo se puede cambiar esa dinámica?

Tenemos pocos recursos, pero soy muy reticente a pedir para el ámbito cultural, porque creo que hay ámbitos que lo necesiten con más urgencia. De hecho, he pedido siempre lo contrario, que no hubiera subvenciones. El cambio paradigmático sería ver qué pasaría si todas las compañías y los teatros privados que reciben subvenciones no tuvieran. Todo el mundo tendría que trabajar para atraer al público, porque los espectadores serían su fuente de recursos y todo cambiaría mucho. Hay un sistema de castas muy enquistado en el medio teatral.

Es una opinión radical...

No lo deseo, porque provocaría sufrimiento a mucha gente. Si se pudiera hacer sin que nadie sufriera, querría que se tuviera que empezar de cero y ver quién se espabila, quién tiene el talento, quién está explicando cosas que interesen y no al revés. Ahora mucho público se traga los montajes que les dan y no necesariamente los que querría ver.

¿De qué tiene que hablar el teatro?

Un dramaturgo es una antena de aquello que está pasando en cada momento. Creo que me pasa a mí y a todos los compañeros que hablamos de cosas que nos afectan, ya sea desde una vertiente personal, política o social.

¿Últimamente te interesa más el teatro documental, que habla con testigos de casos reales y los lleva al escenario.

Llegué ahí en un momento en el que ya tenía consolidado el oficio. No invento nada, solo experimento con la forma de presentarlo, con la técnica. Juego mucho con técnicas de tensión y de dosificación para mantener el interés. Es un ejercicio matemático y también de cuestionamiento intelectual o moral.

En estos temas basados en casos reales, cuando te pones a investigar, no todo es blanco o negro, hay muchos matices, como por ejemplo en el caso de Jauría, obra que hice basada en el caso de la violación múltiple a una chica por el grupo de chicos conocidos como la Manada. La información desde los medios de comunicación era diaria e inmediata. En cambio, nosotros hicimos un trabajo de investigación sobre los hechos durante un año para concentrarlos en una hora y media de espectáculo, mostrando las complejidades, las miradas diferentes. Este trabajo es peligroso porque es muy delicado, es un tema con gente que está viva, pero a la vez tenemos unos resultados extraordinarios. En el caso de Jauría, la fiscal vio la función y se emocionó muchísimo. Si un día vienen doscientos jueces a ver la función y algunos que tenían prejuicios se van poniéndolos en entredicho, estaremos consiguiendo una cosa que no podíamos imaginar que se pudiera conseguir con una obra de teatro.

¿Veremos cada vez más teatro documental en la cartelera?

El teatro documental se tiene que hacer con rigor. Lo que hago es dramaturgia sobre material encontrado. No lo provoco. Esta línea de teatro se mantendrá en cartel siempre que sea de calidad. No se puede hacer rápido y barato. Ahora llevaremos a cabo un proyecto con Lucía Miranda, una autora de Valladolid. Nos planteamos un trabajo durante dos años haciendo entrevistas sobre la lengua, haciendo un viaje entre Valladolid y Girona. Por un lado, vamos a la zona más hostil contra la lengua catalana y, por el otro, vamos a la zona más reivindicativa del catalán, a hacer preguntas como estas: ¿Por qué escuchar a alguien que habla otra lengua nos provoca rabia? ¿Por qué poner en entredicho la inmersión lingüística en el ámbito de la lengua catalana es una cuestión que va directamente al estómago? A partir de esta investigación miraremos de hacer una dramaturgia que sea interesante.

Retrat de Jordi Casanovas © Santiago Sepúlveda
Retrato de Jordi Casanovas. © Santiago Sepúlveda

¿Y qué otros proyectos tienes entre manos?

Estoy reescribiendo Sopar amb batalla (2010), una comedia negra que se reestrenará. También estoy escribiendo Alguns dies d’ahir, sobre cómo una familia vivió la situación política previa y posterior en la celebración del referéndum por la independencia del 1 de octubre de 2017. Incluiré un epílogo con la vivencia de las movilizaciones de octubre de 2019 a raíz de la sentencia judicial del Tribunal Supremo, que condenaba a los políticos presos por los hechos del 1 de octubre del 2017. Presento una familia con diferentes miradas y trato de analizar cómo se vivió con toda su complejidad, no solo desde la visceralidad ni desde la polarización emocional. Serán un padre, una madre, un hijo y una hija, y la dirigirá Ferran Utzet. En el teatro inglés o norteamericano hacen este género, como es el caso de Richard Nielson, un autor americano a quién el Public Theatre, el año de las elecciones en qué ganó Donald Trump, le encargó tres obras de conversaciones familiares alrededor de la situación política. Miraré de coger esta estela, no será tanto un trabajo de trama sobre qué le pasa a la familia, sino como están viviendo, debatiendo y discutiendo lo que pasó aquellos días. Será un viaje interesante para el espectador rememorar todo lo que pasó, pero de una manera diferente de cómo lo han hecho los documentales.

Como país, ¿en qué situación se encuentra la dramaturgia?

Ver que la generación que nos ha precedido y mi generación tenemos éxito en el extranjero, anima a mucha gente a escribir teatro pensando que podrá vivir de él. Lo están consiguiendo dramaturgos como Jordi Galceran, Pau Miró, Esteve Soler, Marta Buchaca... Decenas de dramaturgos estamos viviendo de la profesión, enviando textos por todo el mundo y, por lo tanto, tenemos mercados abiertos. En el exterior se conoce que la dramaturgia catalana es comedia dramática con contenido social, con obras como El principi d’Arquímedes, de Josep Maria Miró i Coromina, o Els jugadors, de Pau Miró... Estas obras, vistas desde el extranjero, forman parte de un conjunto, de una manera de hacer teatro, pero no estamos utilizando esta circunstancia para promocionar más el teatro catalán en el exterior. Como productor he hecho giras en el extranjero con los títulos Idiota (que también firmé como autor); El test, de Jordi Vallejo; y Laponia, de Cristina Clemente y Marc Angelet, que se hará en México, Argentina, Madrid... Con todas estas obras, que son exportables, los que vengan detrás ya tienen una vía muy abierta. Aquí estamos en mal momento para la exhibición comercial, pero fuera no. Ahora es el mejor momento de la historia, porque tenemos las puertas abiertas en todo el mundo.

¿Tenemos un problema con el público joven para hacerlo entrar en las salas de teatro? ¿Están más pendientes de lo audiovisual?

En mi caso, lo audiovisual siempre ha estado presente. Yo me chupé mucho Bola de drac. Personalmente, descubrí el teatro tarde, a los veintipocos años, y lo descubrí cuando vi que hablaba de mí. El teatro que habla de ahora, aunque esté por pulir, engancha más que una obra de hace cien años. La rambla de les floristes, que se está haciendo en el Teatre Nacional de Catalunya, puede ser maravillosa. La han ido a ver un montón de institutos, pero no es el tipo de teatro que hará que aquellos chavales se enganchen, sino que pensarán que el teatro es arqueología. Los tenemos que llevar a ver cosas de ahora. Los teatros públicos tienen la potencia de atraer autocares llenos de estudiantes, pero los mueven en una dirección poco adecuada.

Con el boom de las series, ¿has tenido alguna propuesta para hacer de guionista?

Me lo paso muy bien en el teatro y tengo bastante para vivir. El teatro es más sólido, siempre estará. Las series llaman la atención. Yo mismo soy consumidor y espectador, pero quizás se está creando una burbuja a su alrededor. Ahora, muchos actores aparecen en tres series a la vez y es una locura. Solo se alimenta un canal y se están desestimando los demás. Y si Netflix desaparece, se hundirá todo. El teatro, en cambio, aguantará tormentas y granizadas.

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