El individuo arrinconado en el mercado

Il·lustració. Retrat de Richard Sennett © Guillem Cifré

Richard Sennett parte en sus ensayos de las formas de vida que el capitalismo va lanzando por la borda. Se enfrenta a los mecanismos alienantes del mercado con la mirada puesta en formas de producción más humanas, capaces de restituir a los trabajadores su dignidad.

Con motivo de la inauguración de la edición Espai Públic, del Arxiu CCCB (archivo del Centre de Cultura Contemporània de Barcelona), Richard Sennett (Chicago, 1943) impartió una conferencia sobre El artesano (Anagrama, 2009), título de su último libro y primero de una trilogía sobre la cultura material. Más allá de sus indudables méritos académicos, la vasta producción intelectual de este profesor de la London School of Economics destaca por su repercusión pública. Sus ensayos, desde el seminal The Hidden Injuries of Class (1966, en colaboración con Jonathan Cobb), hasta el ya mencionado El artesano, pasando por La corrosión del carácter (Anagrama, 2000) y varios otros, han traspasado los límites de la universidad para dirigirse a una nueva franja de lectores que no se conforma con el creciente adelgazamiento de la opinión pública. En este respecto, su obra es comparable a la de Zygmunt Bauman en la medida en que ambos ponen al servicio del lector medianamente informado una mirada a la realidad contemporánea que trasciende los clisés sin renunciar a la claridad.

Hace tiempo que han quedado atrás las formas de la sociología basadas exclusivamente en las estadísticas, las encuestas y los estudios de campo. Es cierto que, sin un mínimo apoyo empírico, la sociología carecería no solo de todo prestigio, sino también de toda credibilidad. Como ciencia humana, la sociología no puede aspirar a la exactitud de las ciencias de la naturaleza o de las ciencias exactas, sino que debe encontrar su propia concepción del rigor, de la competencia, su propio método que haga justicia al hecho de que el observador y el observado, el sujeto y el objeto de esta ciencia coinciden en una misma entidad, a saber, el ser humano. Con esta complejidad en el punto de mira, la sociología no se puede conformar con describir cómo son las sociedades, cómo se configuran los comportamientos humanos y de qué manera estos han cambiado con el paso de las generaciones. Una sociología exclusivamente descriptiva corre el riesgo de empobrecer las ciencias humanas académicas que, bajo las exigencias de la eficiencia institucional, han abandonado toda aspiración normativa o prescriptiva, quedando recluidas en el limbo de las disciplinas inútiles bajo permanente amenaza de desaparición.

En sus ensayos, Sennett bebe continuamente de su propia experiencia. Así, su educación musical le permite una mirada atenta a la complejidad de los trabajos artesanales, de la cual extrae sus conclusiones sobre la devoción que se requiere para lograr la excelencia productiva. Otro autor traducido y editado por Anagrama, representante asimismo de la tradición divulgativa estadounidense, Oliver Sacks, suele aproximarse a los asuntos que estudia desde el mismo prisma subjetivo, lo cual no debe ser considerado únicamente una estrategia retórica para ganarse al lector, sino más bien un modo de apropiarse del asunto de estudio y de transmitirlo con la mayor autenticidad posible. Esto corrobora que las ciencias humanas, como se ha dicho más arriba, suponen la fusión de la perspectiva subjetiva con la objetiva, que el sujeto que mira estudia su propia mirada, que la ciencia sociológica debe incluir necesariamente al experimentador, pues en caso contrario se convierte en una disciplina vacía y gris que difícilmente contribuirá a hacer legible una realidad que se ha vuelto incomprensible para la gente.

De anécdota vital a categoría sociológica

La sociología de Sennett (o etnografía, como él mismo describe en ocasiones su tarea) no se limita a describir lo existente, ni menos aún a justificarlo. El sociólogo que no se compromete con un horizonte normativo o que toma prestadas de la realidad las pautas políticas e ideológicas es funcional a las presiones de la actualidad y llega a confundirse con las exigencias de las instituciones vigentes. En cambio, cuando el afán descriptivo se insiere en un horizonte normativo, la empresa sociológica adquiere sentido y se eleva a la máxima expresión de sí misma. La sociología puede, pues, establecer alianzas, peligrosas, pero necesarias, con la cuestión del bien, de aquello que es bueno para nosotros, la fuente donde se alimentan nuestros esfuerzos. La reivindicación de la figura del artesano como modelo de actividad humana prosigue sus reflexiones en torno a uno de los hilos rojos de su obra, a saber, que los cambios propiciados por el nuevo capitalismo “no han liberado a la gente” (La cultura del nuevo capitalismo, Anagrama, 2006).

Con Sennett el lector se adentra en las experiencias de individuos retratados en detalladas estampas vitales. La anécdota vital se eleva a categoría sociológica: el punto de partida son las formas de vida que el capitalismo va lanzando por la borda. Las reflexiones de Sennett orbitan, pues, en torno, al capitalismo: esa es su elección normativa, la que presta verdad a su mirada. Sin perder pie en los estudios de campo, Sennett se enfrenta a los mecanismos alienantes del mercado, con la mirada puesta en formas de producción más humana, que restituyan a los trabajadores su dignidad perdida (El respeto, Anagrama, 2003).

El trabajo bien hecho, un valor en extinción

Las formas de producción capitalista han arrinconado a la artesanía, olvidando así los procesos que caracterizan la creación humana y que implican una concepción compleja de nuestra naturaleza. La calidad del trabajo en las sociedades ordenadas según la flexible lógica del capital desvincula al trabajador del compromiso, en la medida en que le requiere únicamente que se adecue a las expectativas de eficiencia. El capitalismo ha erosionado el valor de las cosas que producimos, pues estas son intercambiables, indiferentes a la mano que las ha pensado. Las máquinas y la manufacturación masiva han convertido al artesano en una figura del pasado, una especie en extinción cuya presencia es meramente simbólica.

Lo que se ha perdido con el desprestigio de la artesanía es el valor del trabajo bien hecho. La artesanía es, para Sennett, “hacer algo bien por el simple hecho de hacerlo bien”, para lo cual se requiere un alto grado de autodisciplina y autocrítica. La labor artesanal persigue la calidad como un fin en sí misma. ¿Por qué un director de orquesta alarga los ensayos a pesar de que suponga un coste económico para el empresario? Porque, a pesar de los sufrimientos que los largos ensayos comportan, mejorar la prestación es un valor en sí mismo que no puede ser cuantificado en términos exclusivamente económicos.

Efectivamente, el hecho de que la calidad del producto artesanal sea más importante que los costes económicos de la producción contribuye a su desprestigio, pero no es su única causa. La actividad práctica tiende de manera creciente a ser vista como parte subsidiaria de la actividad intelectual. Esto se debe a que la artesanía es vista como una mera repetición mecánica que en modo alguno se puede parangonar a la complejidad del pensamiento abstracto.

En El artesano Sennett sostiene que, por así decir, pensamos con las manos. Para ilustrar la conexión entre la mano y el cerebro, Sennett se vale de múltiples casos extraídos de tradiciones dispares, bien sea los problemas de adaptación de un pianista de formación clásica para aprender a tocar jazz moderno, hasta la historia de los cuchillos de cocina en la gastronomía china, pasando, por ejemplo, por el proceso de deshuese de un pollo o por la influencia de los programas de diseño por ordenador en la arquitectura contemporánea. Contando las historias concretas de artesanos, Sennett esboza una historia de la habilidad: la combinación de factores corporales e intelectuales es necesaria para lograr la acción precisa de los dedos así como la posterior coordinación de la mano con la muñeca y el antebrazo, la cual solo tendrá éxito si va acompañada de una fina calibración del ojo. Así pues, la destreza necesaria para ejecutar manualidades complejas, las del ebanista, el mecánico o el albañil, y las del violinista, el cocinero o el ingeniero, no son reducibles a procesos intelectuales, ni tampoco al talento, sino que la repetición y el tesón son imprescindibles e, incluso, suficientes para que el individuo manifieste en toda su plenitud su naturaleza de animal laborans.

Se trata de habilidades que nunca siguen un proceso lineal, que no siempre –en realidad casi nunca– se utilizan o practican de manera consciente, y que, por tanto, no pueden ser simplificadas o racionalizadas, pues, como escribe el sociólogo, somos organismos complejos. Sennett hace hincapié en la importancia de la repetición y la disciplina. La adquisición de una destreza puede medirse. Así, para lograr el grado de excelencia artesanal, son necesarias unas diez mil horas de práctica. Al cabo de este tiempo, la habilidad se convierte en conocimiento tácito, en una manera de ver el mundo, o mejor, en una manera de transformar el mundo, de humanizarlo, de hacerlo “para la mano”, en términos de Heidegger. Y solo así podemos también habitar el mundo: transformado, solucionado, embellecido.

La humanidad sobrevive y progresa encontrando y solucionando simultáneamente los problemas que le plantea el entorno. Enfermedades, transporte, comida, etc., son un reto para la humanidad desde sus orígenes. Los artesanos, desde sus formas más rudimentarias hasta las más sofisticadas en el mundo globalizado digital, no son meros solucionadores de problemas, sino que su trato con los objetos conlleva siempre el descubrimiento de nuevos problemas que, en última instancia, redundan en el perfeccionamiento de los modos en que habitamos el mundo.

Il·lustració. Retrat de Richard Sennett © Guillem Cifré Richard Sennett © Guillem Cifré

La eficiencia requiere libertad creativa

El mundo burocratizado y mercantilizado asedia la libertad para trabajar bien. La verdadera eficiencia no pasa siempre por una buena planificación centralizada, sino que requiere libertad creativa. El trabajo creativo no se justifica por el mayor rendimiento de operarios que se sienten satisfechos de su actividad, sino porque solo así pueden los humanos efectivamente desempeñar de manera más eficaz sus tareas, solo así reciben una recompensa emocional, tanto o más valiosa que la pecuniaria.

Las comunidades de artesanos se basan en principios como el servicio y la lealtad, sin los cuales no es posible acumular bastante experiencia para lograr la excelencia productiva. En la nueva economía, caracterizada por la flexibilidad del mercado, los individuos se desarraigan, y la experiencia necesaria para hacer un buen trabajo reduce el valor de quien la acumula. Lo que da sentido a la artesanía se invierte. La estructura del capitalismo del siglo XXI expulsa a los márgenes al artesano, pues no recompensa el esfuerzo sostenido a lo largo de toda una existencia, no respeta la narración de sí, centrada en la devoción a una actividad.

Uno de los elementos del capitalismo que ha contribuido en mayor medida a la corrosión de la artesanía son las máquinas. El trabajo con ordenadores, por ejemplo, impide que la gente aprenda repitiendo gestos, reduciendo la actividad a algo intelectual. Sennett ilustra este mal uso de la informática al hilo del diseño asistido por ordenador, el conocido programa CAD. Ciertamente, en el campo de la ingeniería este programa ha mejorado la producción de productos, desde los tornillos a los automóviles. Pero en la arquitectura se ha abusado de él, de modo que el profesional pierde la visión de totalidad. Al trazar con la mano un edificio o un terreno, el arquitecto se apropia de su objeto, lo conoce. Igual que un tenista que debe repetir sus golpes infinidad de veces para perfeccionarlos, la repetición del gesto manual con el lápiz conlleva un mejor conocimiento de aquello que se está produciendo, una maduración del pensamiento. El paso del dibujo a mano al trabajo de pantalla elimina lo táctil, lo relacional y lo incompleto, las experiencias físicas que ocurren en el acto de dibujar.

No se trata, sin embargo, de que sea necesario abandonar la tecnología para recuperar formas primitivas de producción. Nos hallamos, antes bien, ante un desafío, “el de pensar como artesanos que hacen un buen uso de la tecnología”. Con este fin, el arquitecto debe aunar la simulación informática con el trabajo sobre el terreno, reconociendo que, sin el aparentemente nimio gesto del albañil, no hay un verdadero conocimiento del producto.

Uno de los ejemplos de esta actividad cooperativa en la que se reproducen las habilidades de los artesanos es el sistema Linux, a cuya comunidad abierta Sennett pertenece. El proceso de mejora constante de Linux se asemeja al de un bazar, en el que todo el mundo puede participar, descubriéndose y solucionándose los problemas simultánea y colectivamente. Es la propia comunidad la que establece los estándares del trabajo bien hecho, y la que los va modificando a medida que se acelera la evolución de las habilidades. El sistema de conocimiento abierto produce mejores resultados que el cerrado, el cual puede tener un éxito momentáneo, pero su dificultad de adaptación no resiste los embates del tiempo.

La creatividad encuentra mayor incentivo en la cooperación que en la competencia; es un proceso orgánico que no debe ser acometido de manera sectorial ni individual. A partir de esta afirmación, Sennett desarrolla su propio taller filosófico, en el que predomina la visión pragmática de la realidad humana. “Las capacidades de nuestro cuerpo para dar forma a cosas físicas son las mismas en que se inspiran nuestras relaciones sociales”. Las formas de producción basadas en sistemas verticales, maquinizados e individualizados, redundan en el debilitamiento del tejido social, en El declive del hombre público, como anunciaba el sociólogo en un título de 1974 (Península, 2002).

El saber artesanal se vincula con el pragmatismo y con la democracia, pues no restringe de manera elitista el acceso a las capacidades básicas para habérselas con la complejidad del mundo. Si el requisito básico de la democracia es que existan ciudadanos demócratas, entonces los modos de producción artesanal, la democratización de las habilidades y la superación de la simple imitación, son recetas, antiguas y revolucionarias, para insuflar algo de dignidad en la agonizante ciudadanía.

 

Bibliografía

Sennett, R. (2009). El artesano. Barcelona: Anagrama - Colección Argumentos.

Sennett, R. (2006). La cultura del nuevo capitalismo. Barcelona: Anagrama - Colección Argumentos.

Sennett, R. (2000). La corrosión del carácter: las consecuencias personales del trabajo en el nuevo capitalismo. Barcelona: Anagrama - Colección Argumentos.

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