Estrategias para hacer frente a la falta de agua

Vista del cauce del río Besòs, desde el puente del Molinet. © Imatges Barcelona / Àlex Losada

Como reza la conocida canción de Raimon“en mi país la lluvia no sabe llover: o llueve poco o llueve demasiado; si llueve poco es la sequía, si llueve demasiado es la catástrofe (…)”. La  sequía que vivimos este año es un hecho característico y habitual de las zonas mediterráneas. El cambio climático y el retraso en las inversiones en infraestructuras de reutilización y desalinización han agravado el episodio de este año.

La escasez de agua es un problema global y local, sobre todo en las grandes ciudades y en sus entornos, que se ha agravado en las últimas décadas a causa del cambio climático, la urbanización desbocada, el aumento de la población y las desigualdades sociales. De hecho, un tercio de la población mundial sufre episodios anuales de sequía que castigan a los grupos más pobres y vulnerables.

Un estudio actual publicado hace poco en Nature Sustainability analiza cómo la crisis climática y la falta de precipitaciones han hecho activar la alerta por sequía en ochenta ciudades del mundo, entre las cuales, Barcelona. El estudio, centrado en Ciudad del Cabo (Sudáfrica), muestra que en las grandes urbes existe una brecha del agua. En esta ciudad en concreto, los hogares más ricos representan menos del 14% de la población y consumen más del 51% de los recursos hídricos de la ciudad. En cambio, los hogares con ingresos bajos suponen el 62% de la población y consumen el 27% del agua disponible en la metrópolis.

Así como el código postal es importante cuando hablamos de salud, también lo es cuando se trata de consumo de agua: las élites urbanas consumen más agua para el ocio personal. En el caso de Barcelona, por ejemplo, en Sarrià - Sant Gervasi, el distrito con mayor renta per cápita, el consumo medio doméstico asciende a 128 litros por persona y día. En Nou Barris, el distrito con menos renta, es de 92 litros. Estas cifras se explican, en gran parte, por la huella hídrica de actividades como el riego de jardines privados o el llenado de piscinas en los hogares con más recursos.

Sin embargo, Barcelona es una de las ciudades de Europa que menos gasta en términos de consumo de agua: alrededor de 106 litros por persona y día. Se dan dos hechos que lo explican. Por un lado, el tipo de vivienda característico de Barcelona son los bloques de pisos, donde, a pesar de la alta densidad de población, no se gasta tanto como en otros modelos residenciales. Por el otro, la gran sequía de 2008 dejó huella en la conciencia ciudadana: la cultura de un cierto ahorro se ha consolidado. La política tarifaria —el precio del litro de agua sale más caro cuantos más litros consumimos— también ha contribuido.

Aportación de agua regenerada en el río Llobregat. © Agència Catalana de l’Aigua Aportación de agua regenerada en el río Llobregat. © Agència Catalana de l’Aigua

Pero aún queda margen de mejora para lograr el objetivo de gastar menos de 100 litros diarios por persona que plantea el Ayuntamiento de Barcelona de cara al año 2030. Mejorar la eficiencia dentro de casa, instalando sistemas de aprovechamiento de aguas grises o utilizando el agua potable solo para beber y no para otros usos municipales, permitiría un consumo por debajo de los 100 litros a medio plazo. De hecho, en Barcelona, un 80% de la limpieza de las calles se lleva a cabo con aguas subterráneas, que también se utilizan para regar zonas verdes y para llenar las fuentes ornamentales. En el conjunto de la ciudad hay una treintena de depósitos de agua freática, distribuidos a través de una red de 78 kilómetros, que los servicios municipales utilizan para estas tareas.

En cuanto al agua potable, el consumo total de Barcelona en 2021 fue de 88,04 hm3 (desde 1999, ha disminuido en 26,4 hm3). El consumo doméstico supuso un 72%; la industria y el comercio, un 22%, y los servicios municipales, un 6%.

La cultura del ahorro de agua, como mínimo en Barcelona y el área metropolitana, es un hecho; pero, en el actual contexto climático, puede ser insuficiente para garantizar el abastecimiento futuro, lo que obligaría a la Administración a tomas medidas radicales. La sequía meteorológica de los últimos meses no es un fenómeno nuevo, y volverá. Hay que recordar los episodios del 2000, de 2005 y, especialmente, el ya mencionado de 2008. Los inicios de sequía de 2012 y 2018 no llegaron a poner el sistema en situación preocupante, pero ya apuntaban a un incremento de este tipo de episodios, como el que hemos vivido este año.

¿Qué explica la creciente escasez de agua y que las sequías sean más habituales en nuestro entorno, más allá de las características propias del clima mediterráneo que cita Raimon? ¿El cambio climático es la causa principal del empeoramiento de los episodios de sequía, o bien la Administración pública catalana no ha hecho los deberes cuando tocaba? Pues ambas cosas.

Cambio climático y gestión de los bosques

El cambio climático de origen antropocéntrico provoca un incremento de la temperatura global, más acusada en el Mediterráneo, según los modelos climáticos. Llueva más o llueva menos, el aumento de temperatura afecta a la evapotranspiración de los bosques y, por tanto, condiciona el agua de lluvia que va a parar a los ríos. En el caso de Cataluña, el gran crecimiento de la superficie de bosques por la pérdida, en los últimos años, de la superficie dedicada a cultivos y pastos, así como la falta de gestión de estos bosques —más de un 80% están en manos privadas—, provoca unos altos niveles de evapotranspiración, que es la suma de la evaporación y la transpiración vegetal desde la superficie del suelo hacia la atmósfera terrestre. La evapotranspiración es fundamental en el ciclo del agua. Por lo tanto, la situación de la superficie boscosa en Cataluña explica en parte la sequía hidrológica de los ríos del país. Si no se mejora la gestión de los bosques para facilitar la infiltración de las aguas pluviales en los acuíferos, en un futuro los ríos mediterráneos acabarán secos, sin agua.

Vista aérea de la desalinizadora de El Prat de Llobregat. © Agència Catalana de l’Aigua Vista aérea de la desalinizadora de El Prat de Llobregat. © Agència Catalana de l’Aigua

El aumento de la masa forestal de las últimas décadas y un crecimiento urbanístico que ignora la escasez de los recursos hídricos y la dinámica de los sistemas naturales —solo en el tramo bajo del Llobregat hay actualmente más de cien nuevos proyectos urbanísticos— se suman a la emergencia climática. Un cúmulo de factores que, como indica el Plan estratégico del ciclo integral del área metropolitana de Barcelona (2023), conjeturan para 2050 una reducción del 12% de los recursos hídricos superficiales y del 9% de los recursos subterráneos en el territorio metropolitano.

El cambio climático también afecta a los glaciares de las montañas: existen estudios que indican que en 2050 habrán desaparecido todos los del Pirineo. Y, sin nieve, los embalses sufrirán una disminución de agua. Por lo tanto, los datos que aporta la ciencia nos abocan a un escenario de reducción y de mucha variabilidad en cuanto a la disponibilidad de recursos hídricos.

El cambio en la cultura del agua

En enfoque de las políticas de gestión del agua cambió a principios del siglo xxi. El modelo tradicional consistía en hacer llegar el agua a cualquier lugar, a satisfacción de la demanda y sin atención a los objetivos ambientales, planificando sin escuchar a los ciudadanos a partir de una filosofía de despotismo técnico supuestamente ilustrado.

Las alertas sobre los efectos del cambio climático, el conflicto por el trasvase del Ebro y la Directiva Marco del Agua de la Unión Europea (2000) modificaron las reglas del juego. La nueva mirada sobre esta cuestión se centraba en la gestión de la demanda de agua y la racionalidad en el uso del recurso, en la consecución de un buen estado ecológico de los sistemas acuáticos y en la participación de la sociedad en la toma de decisiones.

En 2003, en Cataluña, se impulsó un cambio radical en las políticas de gestión del agua. El Departamento de Medio Ambiente y Vivienda, con el consejero Salvador Milà, encargaron el estudio Aigua i canvi climàtic, coordinado por Narcís Prat y Andreu Manzano, en el que participaron los principales expertos del país; un trabajo que anticipó y acertó los impactos que hemos vivido posteriormente.

En 2009, el Departamento y la Agencia Catalana del Agua (ACA) aprobaron el Plan de gestión del agua de Cataluña, que concretaba las medidas y las inversiones que se llevarían a cabo para garantizar el abastecimiento y la calidad ambiental de las masas de agua. Pero llegó la crisis de los recortes y el plan se quedó seco, sin los recursos previstos. Así, entre 2009 y 2017, no se llevaron a cabo las inversiones necesarias para hacer frente a situaciones de sequía como la actual. Por tanto, la política de gestión del ciclo del agua en Cataluña lleva casi una década de retraso. Y ahora lo estamos sufriendo, aunque las inversiones se retomaron en 2017. Hasta 2027, hay prevista una inversión de 2.400 millones por parte de la ACA para adaptarnos a nuevos episodios de escasez y sequía. También se cuenta con el Plan de gestión del distrito de cuenca fluvial de Cataluña, que se ha activado frente al episodio de este año.

Estrategias contra la escasez

Frente a la escasez creciente de agua, la estrategia que se impone es depender cada vez menos del agua de la lluvia y abocar esfuerzos en las inversiones tecnológicas y en la cultura del ahorro. Esta es claramente la apuesta de la ACA y de las diversas administraciones de Barcelona y el área metropolitana. Hoy, el 58% de los recursos hídricos que consume Barcelona provienen de la desalinización o la reutilización, mientras que el 42% proceden de ríos y pozos, un porcentaje que habrá que disminuir a consecuencia, en parte, de los efectos y la adaptación al cambio climático.

Con referencia a la desalinización, Cataluña dispone de las plantas de El Prat de Llobregat i de la Tordera, fundamentales para hacer frente a la sequía actual. En los próximos años, está previsto ampliar la planta de la Tordera y construir una nueva en la cuenca del Foix, que ya estaría funcionando de no ser por los recortes de 2009. Esta tecnología se ha utilizado con moderación, dado el alto gasto energético que supone.

La reutilización es la gran apuesta de futuro. En Cataluña se vierten al mar 490 hm3/año, es decir, 15.770 litros por segundo, que provienen de las depuradoras. Por tanto, hay mucho recorrido, siempre considerando las limitaciones que marca la legislación en los ámbitos sanitario y ambiental. Hay experiencias que son fuente de inspiración, como la de la ciudad de Singapur, donde el agua depurada va directamente, como agua de boca, a la red de distribución. De hecho, en los últimos meses, el agua regenerada de la planta del Llobregat, que puede llegar a reutilizar 2.000 litros por segundo, se ha utilizado para alimentar el tramo final del río, para usos agrícolas y, más recientemente, para abastecer el área metropolitana.

El gran proyecto previsto, estratégico para garantizar el abastecimiento en el área metropolitana, es regenerar el agua del Besòs, emulando la iniciativa en marcha en el Llobregat. Asimismo, la Generalitat quiere construir 25 estaciones de producción de agua regenerada en las cuencas internas. Los sistemas de tratamiento de las aguas residuales en los edificios y en las casas, así como las instalaciones de recogida de agua de lluvia, también supondrían una buena estrategia de ahorro y de reaprovechamiento.

Las acciones individuales en casa también son clave: durante la crisis de 2008 supusieron un ahorro del 20%. Asimismo, el agua regenerada es una gran oportunidad para las industrias, que, ya en los últimos años, han realizado esfuerzos para ahorrar.

Hacer llegar el agua a ciudades y núcleos de población ha sido siempre un reto. Los griegos inventaros los pozos, las cisternas y las fuentes. Los romanos fueron unos grandes innovadores en el transporte del agua e inventaron los acueductos a base de arcadas. La innovación y la tecnología han hecho posible que en casa abramos el grifo y salga agua. Si queremos garantizar el abastecimiento futuro, debemos invertir en tecnología —desalar y regenerar—, pero, al mismo tiempo, tomar conciencia de que el agua es un recurso escaso. Podemos mantener el bienestar sin consumir desmesuradamente los recursos. La alternativa es que la falta de agua nos ahogue.

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