Hacia un rediseño del tejido cultural de la ciudad

Recorregut amb pilotes gegants creat per l’artista Albert Gusi en col·laboració amb el Centre Cívic de Navas i l’Associació de Memòria Històrica del barri. © Albert Gusi

En 2021 el Ayuntamiento de Barcelona se dotó de un plan de Derechos Culturales con el que quiere fortalecer la cohesión social, con el reconocimiento del derecho a las prácticas culturales, e impulsar la acción comunitaria en los barrios. El plan promueve una serie de medidas estratégicas que buscan la descentralización de la programación cultural y, a su vez, generar estímulos para crear nuevos públicos en los distintos barrios de Barcelona y del área metropolitana donde la actividad cultural ha sido más bien escasa.

Ante todo, hay que tener bien clara una cosa: la cultura es un derecho. Así lo recogen los textos de un buen pliego de tratados y convenios internacionales, empezando por el artículo 27 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que dice que “todo el mundo tiene derecho a tomar parte libremente en la vida cultural de la comunidad, a gozar de las artes, y a participar y beneficiarse del progreso científico”. La cultura es un derecho, aunque en muchos contextos este derecho tenga, aún ahora, una validez jurídica ambigua o incluso inexistente. Hay buenas razones para pensar que, a escala global, esto podría estar empezando a cambiar.

A mediados del año 2020, mientras la pandemia desestabilizaba una fórmula de convivencia social que dábamos por hecha, también proliferaba un debate polifónico para reconsiderar cuáles deberían ser los parámetros de lo que podríamos identificar como una democracia cultural con garantías. Eran meses duros para el sector de la cultura, de incertidumbre y preocupación. Fue entonces cuando se firmó la Carta de Roma, un documento preparado y firmado en la ciudad de Roma, pero elaborado por diferentes miembros de la Comisión de Cultura de la organización Ciudades y Gobiernos Locales Unidos, con una clara vocación internacional, que intentaba recordarnos que “la cultura es la expresión de los valores, un recurso común y renovable que nos pone en contacto a unos con otros, con el que aprendemos lo que nos puede unir y cómo abordar las diferencias en un espacio compartido”. Estas ideas son la piedra angular de las políticas culturales que exige la ciudad contemporánea y la forma de definir el perfil de sus públicos.

En junio de 2021, el Ayuntamiento de Barcelona daba a conocer su Plan de Derechos Culturales, que tiene la misión de fortalecer la cohesión social a través del reconocimiento del derecho a las prácticas culturales y el impulso de la acción comunitaria en los barrios. De acuerdo con esta voluntad, impulsa el desarrollo de una serie de medidas estratégicas vinculadas a la necesidad de fomentar la descentralización de la programación cultural y, al mismo tiempo, de generar estímulos para la creación de nuevos públicos en determinadas zonas de Barcelona y de su área metropolitana donde la actividad cultural era más bien escasa. “Esto supone un cambio importante, porque hace hincapié en la necesidad de reconocer la cultura como un derecho”, declara Esteve Caramés, director de Programas Culturales del Ayuntamiento. “Y no solo desde el punto de vista del acceso, sino también desde la participación ciudadana, que va de la mano de temas como la interculturalidad, el apoyo a la creación, la paridad de género y los usos del espacio público y de los equipamientos. Nosotros, siempre que programamos, lo hacemos según todos estos factores”.

Fotografies del barri de Virrei Amat impreses en grans lones al terra davant del Centre Cívic Can Basté. © Albert Gusi Fotografías del barrio de Virrei Amat impresas en grandes lonas en el suelo frente al Centre Cívic Can Basté. © Albert Gusi

Así se dibujan las líneas de un modelo de metrópolis policéntrica e inclusiva, que debe ser capaz de movilizar a públicos en todo el territorio, diversificando los focos de actividad. El impacto de esta reorganización del tejido cultural de Barcelona se puede evaluar a través de ejemplos concretos y bien conocidos, que van desde la redistribución de los escenarios de las Fiestas de La Mercè hasta el papel que se quiere dar a la Fabra i Coats como equipamiento cultural de referencia fuera de los circuitos habituales.

¿Qué significa educar a los públicos?

Uno de los ejes que vertebran el rumbo de las políticas culturales de Barcelona, probablemente el más importante, consiste en fortalecer el vínculo entre cultura y educación. Es un ejercicio interesante, desde el punto de vista de la democratización de la cultura, pero tiene un equilibrio delicado. En primer lugar, porque, según cómo se aplique, el concepto de educación puede tener connotaciones paternalistas. “Lo que nosotros nos proponemos llevar a cabo es una descentralización, no una desconcentración”, puntualiza Caramés. “Es decir, no se trata de ir a los barrios a decir qué se debe programar. Se trata de facilitar que la cultura emerja en ellos, de forma natural, asignándole espacios de referencia”.

En este ámbito se despliega la labor del equipo de Cultura y Educación en los Barrios del Instituto de Cultura de Barcelona (ICUB) mediante dos programas itinerantes, que se mueven por los diez distritos de la ciudad a través de la red de centros cívicos. Se definen por un elemento común: ambos programas tienen el compromiso compartido de articular nuevas fórmulas de interacción entre el público y los creadores que, de una u otra forma, los acerquen. Estos programas son, por un lado, Temporals, enfocado al fomento y la difusión de las artes visuales contemporáneas, todavía en una fase piloto, que por el momento circula por trece de los 52 centros cívicos; y, por otro, Barcelona Districte Cultural, dedicado a las artes escénicas, de celebración bianual, que reúne a 32 centros cívicos y que cuenta ya con once ediciones celebradas, a lo largo de las cuales ha acumulado más de 150.000 espectadores.

Tanto Temporals como Barcelona Districte Cultural destinan buena parte de sus recursos a realizar una labor educativa y de relación con la comunidad. Trabajan con un grupo de conectores culturales, distribuidos por todo el territorio, que hace de puente con colectivos, asociaciones y centros de enseñanza de cada barrio, para crear sinergias y fomentar la participación en los programas. La selección de la programación funciona también de forma abierta. “Hay un buzón de proyectos que se abre una vez al año, durante un período de tiempo, y allí todo el mundo puede dejar sus propuestas”, dice Modes Roda, coordinadora de Temporals. “Después de cerrar el buzón, hay un comité de selección. En el caso de Temporals, está integrado por seis de los trece centros cívicos, que forman parte de este de manera rotatoria, dos asesores que cambian cada año, una mediadora y dos secretarios, que somos yo y la persona que lleva la gestión y el montaje de las exposiciones, que tenemos voz, pero no tenemos voto”.

El proceso tiene diferentes fases, pero las decisiones no se toman nunca de forma unilateral desde el Ayuntamiento: la idea es facilitar que sean los centros cívicos, en sintonía con las necesidades de cada distrito, quienes hagan la selección, a menudo formando a su vez comisiones de espectadores. “Ofrecemos, sobre todo, una cobertura de coordinación y producción”, explica Marta Llatcha, a cargo de Barcelona Districte Cultural. “A largo plazo, esto también se traduce en un apoyo al desarrollo de los espacios, por ejemplo, dotándolos de material técnico, según los requisitos de cada espectáculo que tiene lugar en ellos”. La base filosófica de estas dos iniciativas consiste en aumentar la capacidad de interpelar a nuevos públicos e invitarlos a formar parte, de libre y voluntariamente, de la vida cultural del lugar en el que viven.

Taula rodona "La llibertat o la vida?" al Pati de les Dones davant de l'edifici modern del CCCB en el marc de la Biennal de Pensament d'octubre de 2020. © Imatges Barcelona / Miquel Taverna Mesa redonda “¿La libertad o la vida?” en el Pati de les Dones frente al edificio moderno del CCCB en el marco de la Bienal de Pensamiento de octubre de 2020. © Imatges Barcelona / Miquel Taverna

Un buen ejemplo para entender la magnitud de este propósito son las dos actividades que el artista Albert Gusi ha convocado este año en el calendario de Temporals. La primera, organizada alrededor del Centre Cívic Navas, proponía un itinerario por la historia de Navas, diseñado con la complicidad de la Associació de Memòria Històrica del barrio. Los participantes iban empujando unas pelotas hinchables enormes, de casi dos metros y medio de diámetro, que Gusi ha utilizado en muchos de sus proyectos anteriores. “La propuesta es concebir el espacio público como un espacio de juego, lúdico, divertido”, explica Gusi. Las pelotas iban rodando por la avenida de la Meridiana y se perdían entre el trazado de las calles limítrofes. A lo largo del recorrido, la comitiva iba haciendo diferentes paradas en puntos relevantes donde algunos de los vecinos y vecinas de más edad relataban, en primera persona, un puñado de eventos y anécdotas del pasado del barrio.

La segunda actividad tuvo lugar en torno al Centre Cívic Can Basté. En este caso, la propuesta consistía en hacer una radiografía fotográfica de la zona de Virrei Amat, que acabó con la reconstrucción colaborativa de una serie de fotografías de gran formato, impresas en lonas gigantes, en el suelo de la plaza donde se encuentra el centro cívico. Gusi ha preparado una tercera actividad, para otoño, en torno a la exposición que acoge el Centre Cívic Joan Oliver-Pere Quart, junto al Camp Nou.

El espectador metropolitano

Todos estos esfuerzos en el ámbito cultural están adscritos a un discurso de ciudad que se ha ido alimentando en los últimos años. Así, por ejemplo, Barcelona estableció un precedente en la forma de articular los eventos culturales cuando, en marzo de 2018, se celebró la primera edición del festival Dansa Metropolitana, un programa compartido con otros once municipios del área metropolitana, que participan de forma transversal y en igualdad de condiciones. “Es cierto que la ciudad de Barcelona ejerce un liderazgo inevitable por sus dimensiones y el volumen de gente que vive en ella”, explica Esteve Caramés, “pero se trabaja desde una paridad total, con complicidad, y con la idea de que el resto de los ayuntamientos implicados puedan hacerse suyo este liderazgo”.

Más allá del incentivo necesario que el festival supone para el sector de la danza y del atractivo de su cartel, la importancia del Dansa Metropolitana es que impulsa un nuevo modelo a la hora de delimitar el territorio: desacredita la idea nuclear de Barcelona y busca abrir conexiones entre ciudades como Sabadell, Cornellà o Granollers. Las rutas que se han creado a partir de esta experiencia de municipios confederados están sirviendo de base para planificar otras citas culturales de gran envergadura. Por ejemplo, la bienal de arte Manifesta, un programa de artes visuales nómada y de renombre internacional que Barcelona ya se prepara para acoger en su próxima edición, en verano de 2024. “Estamos convencidos de que la cultura debe ser metropolitana, y pensamos, cada vez más, en un perfil de espectador metropolitano, acostumbrado a coger el metro o los ferrocarriles para ir a ver lo que le interesa”, declara Caramés.

Sin embargo, es probable que este espectador del que habla Caramés aún no exista, que sea más un deseo que una realidad. Esto se ve muy claro si, por ejemplo, comparamos el número de visitas que reciben a lo largo del año los dos centros de cultura contemporánea de referencia de Barcelona, la Fabra i Coats y el CCCB, con una oferta de programación que apela a públicos objetivos similares: según datos oficiales, en 2021, la Fabra i Coats, situada en Sant Andreu, recibió un total de 11.328 visitas; en cambio, el CCCB, que encabeza con el MACBA el itinerario de los equipamientos culturales que se concentran en el Raval, recibió 185.802.

Lo que demuestran estas cifras es evidente: no existe una ruta suficientemente consolidada entre el CCCB y la Fabra i Coats que permita traspasar públicos de un lugar al otro, en parte porque la frontera psicológica que separa el centro de Barcelona del resto de la ciudad se mantiene intacta. El espectador metropolitano es, todavía, muy minoritario. Se formula más bien como un proyecto, una fantasía de futuro. Y, sin embargo, esta es la clave del debate. La Barcelona descentralizada, que no solo abre su radio de acción hacia los barrios periféricos, sino también hacia las ciudades vecinas, a las que históricamente ha dado la espalda, desea dos cosas: por un lado, quiere ver aparecer nuevos públicos allí donde no había; por el otro, quiere que los públicos que ya existen se desplacen sin reservas hacia lugares donde, hasta ahora, la oferta cultural no los tentaba, por dispersa o residual. El reto que esto implica tiene, al menos, dos dimensiones.

Repensar el mapa de la ciudad

La primera de estas dimensiones es de carácter cartográfico: hay que repensar la forma en que imaginamos el mapa de la ciudad. En este sentido, son cruciales las contribuciones de una serie de iniciativas que se dedican a replantear el paisaje cultural de Barcelona dejando atrás el patrón centrípeto como única opción y creando redes de complicidad entre diversas entidades que están distribuidas por todo el territorio geográfico, para formar rutas alternativas de la cultura.

Diàleg "El futur ha estat cancel·lat" a la Fabra i Coats en el marc de la Biennal de Pensament d'octubre de 2020. © Imatges Barcelona / Christian Bertrand Diálogo “El futuro ha sido cancelado” en la Fabra i Coats en el marco de la Bienal de Pensamiento de octubre de 2020. © Imatges Barcelona / Christian Bertrand

Es lo que hacen, por ejemplo, los miembros de la plataforma On el teatre batega, desarrollada desde la Associació d’Empreses de Teatre de Catalunya, con el objetivo de consolidar una red de teatros de pequeño formato repartidos por todo el país. “Intentamos trabajar conjuntamente para fortalecer los valores que aporta el teatro de proximidad y buscar estrategias para difundir estos valores”, explica Marina Marcos, desde la codirección del Maldà, uno de los espacios que forman parte de la plataforma. “Conectamos zonas de Barcelona muy diferentes, con perfiles socioeconómicos y demográficos muy heterogéneos, porque queremos potenciar el intercambio de públicos. Por eso hemos creado el primer abono teatral multisalas de Barcelona”. Marcos anuncia, con alegría, que a través de ese abono ya han puesto en circulación más de 1.400 entradas.

En una tesitura similar, el colectivo GRAF trabaja para facilitar el contacto habitual entre diferentes espacios de toda Cataluña que programan bajo el paraguas del concepto de arte contemporáneo. “Buscamos movilizar al público de Barcelona, pero, sobre todo, nos interesa que las sinergias entre los equipamientos de Barcelona y lo que ocurre en las inmediaciones despierte el interés de un público local”, comenta Marc Vives, artista y miembro de GRAF.

El espectador dentro del proceso creativo

El reto de reformular la relación con los públicos tiene una segunda dimensión indispensable, que tiene que ver con la forma en que imaginamos la implicación del espectador en el proceso creativo. En los últimos años, este ha sido un tema de discusión central en la agenda de muchas ciudades del mundo, como Roma o Ciudad de México, en las que Barcelona busca y encuentra referentes. Lo demuestra el libro A Restless Art, publicado en 2019, donde el artista e investigador François Matarasso analiza la incidencia del arte participativo, y en especial del arte comunitario, gracias a la normalización de su práctica, a través de los casos concretos de quince países distintos.

En el capítulo final del libro, el de las conclusiones, que se articula casi como un manifiesto político, Matarasso escribe: “El acto artístico es una forma de incidir en el mundo, una forma de hablar y de ser escuchado. Cuando lo llevan a cabo artistas profesionales y no profesionales a la vez, se convierte en una expresión de humanidad compartida, de diferentes voces en armonía que se escuchan unas a otras. Se convierte en un compromiso con la idea de que hay más cosas que nos igualan que cosas que nos separan, empezando por el rasgo común de la dignidad humana”.

No existe una fórmula mágica capaz de aplicar este ideario de forma unívoca y hacerlo efectivo. Quizás porque lo que vienen a decirnos estas palabras tiene que ver con el viejo proverbio del ensayo-error, de ir picando piedra y, poco a poco, hacer camino, para acumular experiencia y engendrar nuevos antecedentes. Esto es lo único que, a largo plazo, puede hacernos más sabios.

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