Imaginar futuros emergentes para las biorregiones y sus ciudades

Il·lustració © Enrique Flores

Las urbes son un sistema vivo en sí mismo que depende de otros sistemas vivos que no basan su propósito en servir al ser humano. Desde el diseño, y su relación con la tecnología y la biología, debemos imaginar cómo intervenir en las ciudades, en colaboración con los agentes y sistemas que las hacen posible.

 

“Los principales problemas del mundo son el resultado de la diferencia entre cómo funciona la naturaleza y cómo piensa la gente”, Gregory Bateson, antropólogo y lingüista británico.

 

Las ciudades vuelven a ser objeto de obsesión en el siglo xxi. Durante generaciones, arquitectos, diseñadores, urbanistas, ingenieros, sociólogos, economistas, políticos y organizaciones hemos enfocado nuestras energías en imaginar y crear un “nuevo modelo” de ciudad: verde, sostenible, circular, inteligente, abierta y humana, por nombrar algunos adjetivos usados en esa búsqueda; y en imaginar nuevas relaciones entre lo natural y lo artificial, la biología y la tecnología, o la religión y la ciencia.

Debido a su complejidad e interdependencia con otros sistemas tecnológicos y biológicos, las ciudades no pueden ser consideradas objetos en sí mismas y tampoco independientes o autosostenibles, ya que son redes complejas de relaciones e interdependencias multiescalares. Las formas de vida no humana y los humanos (en tanto que individuos y comunidades) somos quienes tejemos las relaciones entre la ciudad y los sistemas que hacen posible su existencia. Estas relaciones se manifiestan especialmente en las lógicas de producción y consumo humanas, acentuadas especialmente a partir del siglo xv después de la ocupación de las Indias orientales y occidentales por parte de Europa y la subsecuente apropiación de recursos naturales y dominación cultural. Estas dinámicas nos han llevado a convertir el planeta en una mina industrial alimentada con un petróleo ficticiamente barato, con cadenas de suministro y distribución controladas a partir de la militarización de territorios y con nuevas formas de esclavitud para garantizar una mano de obra ficticiamente barata y así perpetuar dependencias económicas entre clases.

Gracias al acceso a una vasta fuente de recursos naturales nuevos, extraídos de comunidades nativas locales para satisfacer la creciente demanda de consumo, Europa llegó a uno de los periodos más ricos de su historia, abriendo las puertas al Renacimiento y, como consecuencia, a la Revolución Industrial. Paradójicamente, los procesos de conquista y los avances tecnológicos también trajeron consigo disrupciones internas. El modelo productivo dependía principalmente de los artesanos que solían trabajar y vivir en el mismo lugar en las ciudades de la Europa medieval, capaces de producir internamente y en territorios locales. Sin embargo, las máquinas cambiaron los procesos de producción y manufactura, y los nuevos territorios conquistados aumentaron los suministros.

Durante varios periodos de convergencia tecnológica y colonización, avances en la técnica como la imprenta y la navegación dieron paso a la máquina de vapor y al telégrafo, a los que siguieron las comunicaciones inalámbricas, las cadenas de ensamblaje y la explotación de una nueva fuente de energía, el petróleo, ya a principios del siglo xx. El petróleo y los avances en la industria militar dieron paso a ordenadores conectados a escala global gracias a internet. Las tecnologías digitales han cambiado casi todo lo que hacemos, al combinar unos y ceros para codificar mensajes, vídeos, fotografías, transferencias bancarias y objetos físicos, y han transformado nuevamente el diseño y la producción.

Con la combinación de realidades físicas y digitales, el diseño juega un papel fundamental para cambiar la forma en que vivimos, trabajamos y jugamos en las ciudades. Es desde el diseño y su relación con la tecnología y la biología desde donde tenemos que imaginar cómo intervenir en las ciudades, en colaboración con los agentes y sistemas que las hacen posible. Las ciudades no pueden ser entendidas desde lógicas antropocéntricas, ya que son un sistema vivo en sí mismo que depende de otros sistemas vivos que no basan su propósito en servir al ser humano. Es necesario entender los procesos de cambio como una evolución entre especies, biológicas y sintéticas, humanas, artificiales y naturales.

Dominación y manipulación del entorno

La especie humana ha desarrollado la capacidad de cambiar la morfología de entornos naturales para dar paso a la urbanización y configurar de este modo nuevas relaciones entre sistemas biológicos y tecnología. Del mismo modo, ha usado estas relaciones para la dominación y manipulación del entorno con el fin de generar un progreso que, desde una perspectiva antropocéntrica, se mide desde hace décadas a través del crecimiento económico. Para garantizar los suministros que hoy necesitan los asentamientos urbanos es necesaria la construcción de infraestructuras complejas, basadas en principios colonizadores, extractivos y lineales en cuanto a las materias ecológicas que las configuran. Para producir artefactos tecnológicos como los smartphones, elaborar hamburguesas australianas en Barcelona, fabricar ropa excesivamente “barata” o construir coches eléctricos autoconducidos se necesita energía, recursos naturales como el agua, o la explotación del suelo para la agricultura o la minería. El actual ritmo de producción y consumo de esos productos hace inviable la coexistencia del ser humano con otras especies; además, pone en peligro el equilibrio climático, el cual es necesario para la existencia de la vida y se ha mantenido durante miles de años de forma natural sin la intervención de la especie humana.

Durante los últimos dos siglos hemos perfeccionado los sistemas para el movimiento de átomos, a escala planetaria, en forma de materias primas, utilizando fuentes de energía asociadas a combustibles fósiles; también hemos transformado dichas materias en bienes de consumo, gracias a procesos industriales que provocan altas emisiones y una enorme generación de desperdicios. Este modelo económico, que se basa en el crecimiento infinito mediante el uso de recursos naturales supuestamente infinitos, prioriza los beneficios económicos sobre el cuidado de los sistemas biológicos y sociales. Pero, en realidad, la mano de obra, la energía y las materias primas asociadas a la mayoría de los productos que consumimos no son baratas, porque sus impactos ambientales y sociales no se calculan dentro de los costos reales de ningún producto o empresa. Dichos impactos serán asumidos por las futuras generaciones como un crédito que nunca firmaron.

Bajo este modelo económico lineal, la morfología y las dinámicas urbanas se han desarrollado con lógicas económicas principalmente neoliberales, alrededor de infraestructuras para el movimiento de átomos (aeropuertos, puertos y carreteras), con productos como automóviles, camiones, trenes o aviones, ya que la mayor parte del desarrollo del conocimiento y los avances del siglo xx se centraron en estas tecnologías. Las ciudades son las responsables de la mayoría de las emisiones de CO2 y también concentran la mayor cantidad de población del planeta. Estos impactos seguirán incrementándose, por lo que es necesario imaginar y poner en práctica un modelo económico de ciudad que sea regenerativo con respecto de los sistemas de los cuales depende; que permita la diversidad cultural en relación a la generación y circulación de valor a escala local; que contenga en sus principios lógicas de cuidado entre todos los sistemas naturales que intervienen en ella, incluyendo a sus habitantes; y que permita integrar, al servicio de las personas, tecnologías que interactúen en la ciudad y sus biorregiones, y no al contrario.

La iniciativa global Fab City —nacida entre Barcelona y Boston— toma todo esto como punto de partida para poner en marcha un modelo en el que los átomos, para llegar a nuestras manos y estómagos, dejan de viajar miles de kilómetros; al contrario, se mantienen circulando a escala local. En cambio, los bits de información viajan grandes distancias alrededor del planeta, gracias a la revolución digital y las telecomunicaciones, y los modelos de fabricación se han convertido en la clave para desarrollar, durante las próximas décadas, un modelo urbano enfocado al desarrollo de ciudades y de biorregiones productivas. La fabricación y la producción locales podrían aumentar la resiliencia de los ciudadanos y recuperar la capacidad de satisfacer las necesidades de las comunidades, proporcionándoles tecnología que podría ayudar a:

- Impulsar la producción de una gran cantidad de alimentos de proximidad respecto de los centros urbanos, reduciendo el consumo energético en el transporte, mejorando la calidad nutritiva de los mismos y la transparencia en las cadenas de suministro.

- Transformar el modelo de producción de energía a escala local, utilizando tecnologías complementarias de microgeneración y distribución.

- Aumentar el uso de nuevas materias primas a partir de materiales considerados como residuos, asociados al aumento de la demanda de la capacidad industrial existente en las ciudades y las zonas periurbanas.

- Reducir el movimiento de materiales a escala global y el exceso de producción, ya que las ciudades pueden producir lo que necesitan bajo demanda, utilizando principalmente materiales locales.

- Repensar la infraestructura urbana necesaria para proporcionar a las ciudades la capacidad de ser productivas, y también para transformar el metabolismo urbano, incluidos los biodigestores, las biorrefinerías, las bibliotecas de materiales, las fábricas flexibles y los fab labs como centros de aprendizaje y de creación de prototipos.

- Desarrollar repositorios de diseños y nuevas tecnologías en código abierto para la regeneración de los sistemas vitales naturales en las ciudades y en sus biorregiones.

- Aumentar la soberanía tecnológica de las ciudades, gracias al aumento de la infraestructura y la formación, con el objetivo de disponer de un modelo de innovación local, conectado a redes de conocimiento a escala global.

Si queremos imaginar futuros emergentes para ciudades productivas que puedan mantener los átomos a escala local en biorregiones y mover bits de información a escala planetaria, es necesario habilitar procesos en los que la urbanización pueda volverse restauradora, regenerativa y productiva, y de ese modo reconfigurar las relaciones entre las especies y las formas de vida que hacen que sea posible pensar, leer o escribir y pasar por la experiencia de vivir.

 

Bibliografía

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