La Barcelona negra. ¿Por qué nos fascina tanto el true crime?

La fiebre del true crime ha arraigado en Cataluña en los últimos años a través de productos tan heterodoxos como el programa Crims de Carles Porta, los libros de Clàudia Pujol o el pódcast Psycholand creado por Kiko Amat y Benja Villegas. Aprovechando que el festival BCNegra está a punto de celebrar su decimoctava edición, nueve personajes estrechamente vinculados a la cultura del true crime catalán explican por qué funciona tan bien entre las audiencias.

El auge del true crime es uno de los fenómenos más sofisticados y, a la par, conflictivos de la narrativa contemporánea. Sus códigos se mueven entre la exploración de la psicología criminal, la crónica de sucesos y, en ocasiones, una cierta vocación morbosa que pone a prueba la sensibilidad del espectador. Tiene precedentes prestigiosos como el A sangre fría de Truman Capote, aunque los inicios de esta época dorada que vive en la actualidad coinciden con el éxito del pódcast de investigación Serial que conduce la periodista Sarah Koenig y que, desde el lanzamiento de la primera temporada, en 2014, ha batido récords de descargas en todo el mundo. En el momento en que Netflix se impone como el gran proveedor de entretenimiento de nuestros tiempos es cuando el true crime consolida su influencia a través de series que ya son clásicos, como Making a murderer y Mindhunter, seguidas de otras más recientes como El hombre más odiado de internet, que se estrenó el pasado verano.

La capacidad de impacto que todos estos productos tienen entre las nuevas audiencias del streaming ha dado lugar a estudios tan exhaustivos como el que lleva a cabo el catedrático de criminología Vicente Garrido en el libro True crime. La fascinación del mal (Ariel), un texto de más de 600 páginas que analiza el interés que nos generan las historias de homicidios truculentos basadas en hechos reales. En este, Garrido habla, entre otras cosas, de la relación que el espectador establece con la experiencia del peligro. Si, como dice el autor, el ser humano está programado, por naturaleza, para anticiparse a todo aquello que pueda resultar una amenaza para su supervivencia, tanto si se trata del mordisco venenoso de una serpiente como de la picadura letal de un escorpión, no debería extrañarnos que también quiera conocer de cerca el modus operandi de un asesino en serie que podría ser el vecino de arriba. Desde un punto de vista sociológico, esta es una de las principales razones de la admiración que suscita el true crime.

Es un hecho que, en Cataluña, el true crime tiene una tradición propia y bien arraigada, con herencias evidentes de la cultura popular americana, aunque muy asimilada al contexto territorial. Vivió un primer boom hacia 2005, con la publicación de Tor, tretze cases i tres morts (La Campana) del periodista Carles Porta, en la actualidad responsable del programa Crims, que en 2018 se estrenó en formato radiofónico en Catalunya Ràdio y que, desde hace tres temporadas, lidera audiencias en TV3 en su versión televisiva. Desde las parrillas de BCNegra, el gran festival de novela negra que comisaría el escritor Carlos Zanón, hace tiempo que este género en boga es tema de análisis, estudio y debate. Porta y Zanón son, justamente, dos de los nueve personajes a quienes hemos pedido su opinión.

Jordi Canal
Bibliotecario y estudioso del género negro y policíaco

La novela negra en Barcelona vive un momento dulce: BCNegra es un festival consolidado; existe una estructura editorial importante que publica este tipo de novela (incluso demasiado, quizás); existe un relevo generacional de autores, algunos de los cuales han abierto nuevos mercados más allá de nuestras fronteras… Solo faltan los lectores. Tenemos unos índices de lectura bajos y, en el caso de la novela negra, existe un envejecimiento progresivo de los lectores y no parece que las nuevas generaciones sigan.

El true crime, que siempre se había llamado crónica negra o sucesos, tiene un punto de morbo, y, dado que vivimos en la sociedad del espectáculo, no deja de ser la actualización del semanario El Caso en tiempos de los reality shows. La explotación mediática de un crimen real siempre causa un poco de repulsión por el aspecto de la violación de la intimidad: un drama que afecta al entorno del criminal y de la víctima, convertido en espectáculo. Evidentemente, existe un buen periodismo de sucesos, pero lo introduciría dentro del periodismo, no de la literatura.

La ficción siempre ha sido una reelaboración de la realidad, pero la distancia y la reflexión creo que son necesarias. Lo que, desde una vertiente periodística, hacía Pedro Costa en TVE en La huella del crimen: “La historia de un país es también la historia de sus crímenes. De aquellos crímenes que dejaron huella”. Algunos autores actuales, desde la ficción, se acercan al pasado en busca de las raíces de los problemas contemporáneos, y unen literatura y memoria a partir de un hecho criminal. Un camino interesante.

Carles Porta
Periodista y escritor. Director de Crims

El true crime ha existido siempre. Antes se llamaba crónica negra o de sucesos y era mejor que lo que se hace ahora. Lea Amor y sangre en la oficina de Josep Martí Gómez y me dará la razón. Martí explicaba los crímenes con un estilo literario, contaba historias truncadas de vidas reales. Ese modelo, ese estilo narrativo, es lo que yo he hecho en mis Crims. Martí ha sido el gran referente. No se limitaba a explicar los hechos, intentaba transmitir el trasfondo que permitía entender a los criminales, a quienes los detenían y juzgaban, a sus carceleros y a sus víctimas.

Lo que se hace ahora en la mayoría de las televisiones y radios no es true crime, sino sucesos sin trasfondo, golpes de efecto, sangre y morbo. No se cuentan historias y, cuando se lo proponen, carecen de estilo. Nuestra virtud, la causa del éxito de Crims, ha sido esa voluntad estilística y narrativa que ha hecho que la gente nos valore. Y la forma de mirar a los protagonistas de los hechos. Intentamos entender que detrás de un crimen hay un gran fracaso colectivo, la vida rota de una persona a quien han fallado la familia, la escuela, el trabajo… la sociedad.

Explicando la cara oscura de la vida hacemos algo muy difícil de lograr: llegamos a las emociones de las personas, hacemos que se indignen, que sientan rabia o alegría… Pero el éxito, la audiencia, se puede conseguir de forma truculenta (pienso en el caso de Alcàsser), con morbo y sangre. O primando la curiosidad sobre la morbosidad, la historia sobre el hecho aislado, el estilo narrativo sobre la astracanada.

Clàudia Pujol
Directora de la revista Sàpiens y escritora de novela negra

El true crime, los crímenes reales, es una tendencia que llega de fuera y que en los últimos tiempos está ganando espacio en las televisiones, las radios o el mundo editorial. Aquí ha encontrado muchos seguidores porque la novela negra tiene muchos lectores desde hace décadas; ha encontrado un terreno bastante abonado.

Este modelo, aparte de ejercer una gran fascinación porque hace experimentar sensaciones peligrosas sin peligro, permite contar historias de forma mucho más realista. Y las historias basadas en hechos reales y, sobre todo, los crímenes reales son dos de las tendencias del mercado audiovisual internacional actual. En Cataluña, la serie Crims de Carles Porta ha contribuido a este interés creciente y ha hecho emerger lo que podríamos llamar “detectives de sofá”, espectadores y oyentes que esperan poder ayudar a solucionar casos no resueltos.

Que en los años sesenta Manuel de Pedrolo impulsara la colección “La Cua de Palla” ayudó a que la novela negra y policíaca empezara a tener presencia, sumara lectores y despertara el interés de escritores catalanes por adentrarse en este terreno.

Cuando escribí Diari d’un forense y En l’escena del crim, mi principal preocupación era no retraumatizar a las víctimas y a sus familiares. No abrir viejas heridas. Realizar una aproximación a los hechos desprovista de los aspectos morbosos innecesarios. A mí, del true crime me interesa la vertiente psicológica —intentar comprender cómo una persona aparentemente normal puede cometer una barbaridad—, la vertiente detectivesca —descubrir cómo se consigue resolver los crímenes y que encajen las piezas del rompecabezas— y la vertiente social —la crónica negra es una buena taquígrafa del espíritu del tiempo—.

Carlos Zanón
Escritor y comisario del certamen BCNegra

No soy demasiado fan del true crime. Como lector me interesa más la ficción y no tanto que me narren los crímenes; me atrae más saber por qué se han cometido, los motivos. Lo que me interesa es que me cuenten la verdad con mentiras, que es de lo que se trata, en cierto modo, la literatura. Pero entiendo que hay lectores que se han cansado de la ficción y necesitan el interés que genera hablar de casos y personajes reales, cercanos.

Con el true crime está sucediendo lo mismo que ocurrió con el género de ficción. Parecía que solo interesaran las novelas que pasaban en Nueva York o en Londres, pero empezaron a imponerse los hechos locales. La gente tenía interés por saber qué pasaba aquí. Y ahora interesan los crímenes y los sucesos locales, los que la gente tiene cerca.

Pero interesan porque se está haciendo un trabajo de calidad. Existe un trabajo periodístico donde prima la voluntad literaria y donde se intenta ir más allá y profundizar en la psicología de los personajes, ver qué ha motivado un desenlace; y los buenos libros de true crime exceden el trabajo periodístico, aunque, a diferencia de la ficción, no pueden omitir pruebas.

También es cierto que se observa un cambio hacia una mayor calidad para intentar ganar la partida al sector audiovisual. Entre leer un true crime periodístico puro y duro y verlo en televisión, la gente prefiere esta segunda opción. Además, ahora está en un momento álgido porque se realizan programas que están muy bien, como Crims de Carles Porta.

Ángel Sala
Director del Festival Internacional de Cinema de Sitges

Cataluña siempre ha sentido una inclinación por el misterio, por lo desconocido y extraño. En los noventa, series como Expediente X o Twin Peaks lideraban las audiencias con índices muy por encima del resto de España. No es extraño, pues, que el misterio documentado del true crime haya encontrado aquí el nicho de audiencia más amplio.

Además, Barcelona ha tenido una tradición de novela negra y una escuela de cine policíaco en los años cincuenta y sesenta enormemente fértil con directores como Coll o Rovira Beleta… y, más tarde, con Jordà y Balagué.

El true crime deriva de un tipo de thriller muy meticuloso en el proceso narrativo y descriptivo de los métodos de investigación que empieza a despuntar desde ficciones cercanas al terror, como El silencio de los corderos, y que después adopta un tono más realista e incluso de crónica, como en Zodiac. En los últimos años, el true crime se ha desarrollado como un subgénero televisivo con una gran influencia del reality, aunque con el paso a las plataformas ha ganado en rigor y concepción formal. Se ha etiquetado como una ficción híbrida propia del streaming moderno.

La curiosidad por las cosas morbosas, por la personalidad criminal y por las vidas de los demás forma parte de la cultura popular universal, una especie de programas del corazón en clave oscura; un saber del otro aunque sea monstruoso. En definitiva, la eterna simpatía por el diablo y la curiosidad constante que hace que nos detengamos en la carretera para ver un accidente.

Teresa Solana
Escritora de novela negra

El true crime siempre ha sido un género muy popular que los lectores han seguido a través de las crónicas periodísticas de los periódicos. Los asesinos reales nos fascinan, basta con pensar en Jack el Destripador y toda la literatura que ha generado… El éxito reciente de este género en las librerías y las pantallas de televisión se debe a dos factores: el primero, que posiblemente el mercado está saturado de novelas sobre crímenes de ficción, y el segundo, que el true crime explica historias de personas reales que son capaces de hacer lo que nosotros estamos convencidos de que nunca haríamos. Existe una parte de curiosidad morbosa que entronca con los reality shows, pero también una parte de curiosidad que es del todo legítima, justamente porque no estamos hablando de ficción.

El género negro es arte, es ficción, y los lectores lo saben, y por eso entran en el juego de un mundo paralelo en el que la tragedia de un crimen se convierte en goce estético. La buena literatura no debe competir con la realidad, sino que debe reescribirla. En este sentido, una buena novela negra es mucho más que el mero relato de un crimen y de una investigación; permite reflexionar sobre la condición humana y sobre el mundo desde la distancia interpuesta de la ficción.

No es lo mismo escribir novela negra que true crime. La novela negra está llena de policías y detectives peculiares que emplean unos procedimientos que no se ajustan a cómo realmente se investiga un crimen. Los autores solemos prescindir de la parte más burocrática y tediosa de la investigación, nos inventamos un mundo que se asemeja un poco al mundo real, pero que, en realidad, no existe. Además, el género negro a menudo sirve de excusa para realizar un retrato crítico de la sociedad en la que vivimos, mientras que el true crime se centra casi exclusivamente en explorar los perfiles psicológicos del asesino y la víctima.

© César Núñez

Kiko Amat
Escritor, guionista y productor de los pódcast Psycholand y Pop y Muerte

Leo true crime porque me interesan la violencia, la muerte y la criminalidad. Vengo de una cultura oral donde es habitual hablar en el bar de historias violentas, dramáticas o sanguinarias en clave de comicidad o mordacidad. Y esto es lo que hago con Benja Villegas en Psycholand y en Pop y Muerte. Si hay violencia, a la gente le interesa.

Nosotros combinamos un 50% de erudición salvaje sobre estos temas, porque he estudiado de una forma no académica todo lo relacionado con el true crime y forma parte de mis intereses, y el otro 50% es el gracejo y el cachondeo que acompañan a esta información. La combinación de ambos es lo que hace que sea algo inusual y atractivo para determinada gente. Conversamos sobre serial killers, homicidios, catástrofes o muertes en el mundo del rock, con un elemento de chanza. Si te gusta, lo vives como puro entretenimiento.

Además, el true crime lo ha petado siempre. Los grandes libros que se vendían en los años cincuenta y sesenta eran historias de casos reales; los periódicos sensacionalistas que existían en los años setenta eran de casos reales, aunque exagerados o dramatizados hasta el punto de ser completamente irreales. El true crime siempre ha interesado al público: la gente quiere oír casos de violencia, de muertes y de homicidios reales.

Y los libros de ensayo sobre casos reales, ya sean homicidas, catástrofes o bizarros, son grandes historias sin la versión novelesca; aunque algunos se acercan a la narrativa, son la versión veraz y atestiguable de lo ocurrido.

Mireia Lite
Editora en Rosa dels Vents, La Campana y La Magrana

El boom del true crime aterriza en nuestro país de la mano de las plataformas digitales y de los canales de televisión tradicionales. Hay más espacio de “sucesos” en la prensa y mucha más presencia del true crime en las mesas de novedades de las librerías.

En España y en Cataluña hace mucho tiempo que se consume este tipo de contenido. En 1952 nació el semanario El Caso, que en 1959 vendió más de 400.000 ejemplares en un año. Con un tono sensacionalista se dedicaba a los sucesos, más específicamente, a los crímenes. Bajo esa misma línea informaba Interviú, que detrás de portadas eróticas escondía reportajes de investigación firmados por periodistas reconocidos como Cela, Umbral, Vázquez Montalbán o Millás.

Uno de los primeros éxitos editoriales del género se dio en Cataluña, en el pequeño pueblo protagonista de Tor, tretze cases i tres morts (2005, La Campana), del periodista Carles Porta. Porta es uno de los referentes del true crime catalán por la “precocidad”, así como por la capacidad de experimentar con nuevos formatos; ahora es uno de los referentes presentes en radio, televisión, plataformas y libros.

El true crime no debería ser ningún tipo de competencia para la ficción, ya sea novela negra o thriller policíaco. Quien se acerca a los crímenes reales a menudo lo hace movido por la nostalgia de un hecho conocido que de algún modo sacudió a la sociedad, es un “querer saber más” de un hecho que, más por mal que por bien, ha dejado una cicatriz en la sociedad, para buscar unas respuestas o entender un suceso pasado que altera la convivencia.

Como ocurre con todas las modas, el momento de suflé del true crime que vivimos decaerá, pero en ningún caso desaparecerá, porque siempre ha estado aquí.

Montse Clavé
Librera experta en novela negra y criminal

Sigo poco los libros sobre crímenes reales; me gustan más otros subgéneros, pero recuerdo haber leído, aparte de A sangre fría o La dalia negra, El adversario de Emmanuel Carrère o Dentro del monstruo de Robert K. Ressler. Y, de autores de nuestro país, varias versiones del caso Enriqueta Martí, la supuesta asesina de El Raval, o Tor, tretze cases i tres morts, del famoso Carles Porta.

No puedo negar que a través de diversas plataformas he seguido algunas series de crímenes reales, como Mindhunter o El caso Alcàsser. Lo que busco es pasar un buen rato o “un mal rato”, según se mire, siguiendo la vida de los demás desde la seguridad que proporciona el sofá de casa. Los personajes podrían ser hasta mis vecinos. En unos casos, seguir esta temática es curiosidad y morbo; en otros, es seguir un excelente relato sobre un suceso real.

Lo que ahora ocurre no creo que sea un hecho puntual. El seguimiento más o menos morboso de un crimen está arraigado en la sociedad desde hace siglos. En el siglo xix se vendían aleluyas sanguinarias; más tarde, libretos u hojas con crímenes muy morbosos. En los años cincuenta, en España se publicaba El Caso, crónica de sucesos. Ahora se realizan documentales para plataformas y programas de radio. En cuanto a los libros, el true crime es un subgénero dentro de la novela negra y criminal.

Hay libros de crímenes reales con sangre y vísceras, y otros que parecen una crónica periodística. Por ejemplo, Operación Masacre de Rodolfo Walsh, o el excelente Guillem de Núria Cadenes.

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