La democracia cultural

Mujeres mayores cantando mientras ejecutan una coreografía con las manos. © Laura Guerrero

Para que la cultura pueda contribuir a crear comunidad, el consumidor de arte tiene que ser participativo y no un simple espectador. La participación permite ensanchar la mirada y democratizar la relación de la cultura con la ciudadanía. ¿Cómo debe ser esta participación? ¿Debe ser una finalidad en sí misma? ¿Cómo se pueden conseguir procesos creativos innovadores?

Las prácticas comunitarias son uno de los ejes de la nueva democracia cultural. La incubación de proyectos culturales hoy ya no se valora solo a partir de su retorno económico o impacto mediático, sino por su capacidad transformadora. La cultura tiene que contribuir a la conciencia, al tejido ciudadano, a la comunidad. El objetivo es que el ciudadano se libere de la camisa de fuerza que supone ser un mero consumidor y se emancipe de un modelo vertical impuesto en el que la cultura se impartía desde arriba. Los equipamientos tienen que ser generadores de actividad y no simples contenedores.

El proyecto Cultura Viva, impulsado desde el Instituto de Cultura de Barcelona (ICUB), o el Decálogo Mutare, de la Fundación Carulla, son dos muestras, pública y privada, de esta intención de facilitar unas prácticas culturales orientadas a una participación más horizontal. Debemos tener en cuenta que el público ha cambiado, ya no está formado por los usuarios habituales. Ahora aparece en nuevos ámbitos, como la sanidad, el turismo o las empresas, sobre los que la cultura tiene también capacidad transformadora.

¿La participación puede volverse una finalidad en sí misma o tiene que ser un medio para lograr objetivos? Si todo el mundo participa, ¿dónde queda el público? ¿Qué espacio reservamos al artista en este nuevo ecosistema cultural? ¿Qué valor tiene la excelencia? ¿Hay que exigir a un artista subvencionado que rinda cuentas en términos de público?

Retrato de Pepe Zapata

PEPE ZAPATA. Director del Club TR3SC.

El debate sobre la participación de la ciudadanía en el hecho cultural y artístico es apasionante, y es perfectamente aplicable a cualquier ámbito de interrelación e interacción en toda sociedad democrática. Jacques Rancière ya lo expuso con éxito con el concepto de “el espectador emancipado”, y ha generado toda una corriente filosófica y de activismo.

¿La participación tiene que ser una finalidad en sí misma? En algunos casos sí, y puede dar resultados perfectamente válidos como una forma más de encarar la práctica artística, diferente pero compatible con otras formas más tradicionales de entender el proceso de comunicación que se establece entre artista y público, que tan bien definió Peter Brook con el concepto de “el espacio vacío”.

Asistimos a propuestas de interacción entre artistas y espectadores durante los procesos de creación que a menudo acaban siendo más interesantes y enriquecedoras que los resultados finales. Hacer partícipe al público y proponer la interacción en fases diferentes del proceso creativo son prácticas habituales hoy en día.

El rol del público es cada vez más neurálgico, tanto si se trata de sujetos pasivos como si no. Esta es la gracia: que todas las propuestas sean compatibles y que el público decida en todo momento. A la hora de evaluar los proyectos culturales, se deberían incorporar nuevos indicadores cualitativos para valorar el éxito de un espectáculo.

Y, todo ello, sin que la otra variable de la ecuación, la de los creadores, pierda su función tradicional de proyectar una visión personal del mundo.

Retrato de Carme Fenoll

CARME FENOLL. Bibliotecaria. Jefa de gabinete del rectorado de la UPC.

En las mejores universidades se trabaja en equipo y se resuelven retos reales que la sociedad les hace llegar. Sus alumnos, y aquí ya abrimos el abanico también de nuestras universidades, organizan hackatones, trabajan en la nube y en espacios de trabajo compartido y algunos de ellos son wikipedistas. Este ejército de la wikipedia cambió, hace ocho años, buena parte de la percepción de mi labor como bibliotecaria: se tenía que trabajar en entornos de acceso abierto, comunidades wiki y abrir canales horizontales para la programación de las bibliotecas.

No veo vuelta atrás: en la cultura y en el ámbito profesional líder, tendrán ventaja los actores que entiendan que el talento no es vertical, las administraciones que capitalicen mejor el conocimiento y que premien las apuestas que incluyan al público como actor. Los mejores creadores y directores tendrán muy en cuenta un público que ya crece opinando de todo y de todo el mundo a golpe de clic y verán las posibilidades de desmarcarse que ofrece disponer de más cultura. Veo menos espacios para las atalayas y más espacio para las ágoras.

Retrato de Laia Ramos

LAIA RAMOS. La Fundició.

Desde La Fundició trabajamos a favor del cooperativismo y de una cultura más democrática. Impulsamos espacios de creación colectiva de conocimiento, de nuevas prácticas culturales y nuevas formas de relación. Hay grupos sociales que han sufrido un proceso de destitución simbólica, han perdido la capacidad de representarse a ellos mismos y esto los pone en una posición de subalternos. De facto es cómo si no existieran. Talmente como si sufrieran colonialismo interno, estas comunidades generan ciertas resistencias que son síntomas de buena salud.

Tenemos que superar el modelo extractivista, la obsesión por las cifras de público. Las políticas sociales no se tienen que limitar a apoyar a la industria cultural, sino que tienen que procurar sostener un espacio donde se puedan desarrollar procesos de trabajo a largo plazo, que no se amolden a lógicas de producto tan apresuradas. Hay que aglutinar comunidades que puedan impulsar procesos creativos que tengan sentido para las personas y que las ayuden a tener una vida cotidiana más rica.

Retrato de Eduard Arderiu

EDUARD ARDERIU. Coordinador del programa Cultura Viva.

La participación cultural tiene que ser una de las finalidades de la política pública, que no solo tiene que articular sectores o buscar un rendimiento (turístico, urbanístico) externo en su explotación, sino que también tiene que saber reconocer espacios desde donde ya se está produciendo cultura y darles herramientas, recursos y visibilidad para desarrollarse como procesos vivos de transformación social. Esto es lo que impulsa el programa Cultura Viva del Instituto de Cultura de Barcelona para defender la autorrepresentación de cualquier sujeto o colectivo en la definición de lo que es cultura.

A partir de aquí, los roles tradicionales (artistas, gestores culturales, programadores…) evolucionan para responder a nuevas necesidades de producción, circulación y participación cultural. Son muchos los artistas que ya actúan como facilitadores de procesos creativos comunitarios, una función tan valiosa y enriquecedora como la manifestación artística por sí misma. En este sentido, no hay papeles buenos ni malos, pero la incorporación de la perspectiva política en la intervención artística —como en todas las esferas públicas— o la haces o te la hacen.

Con todo, ¿quién define la excelencia cultural y a qué intereses beneficia cuando se diferencia de otra cultura? Por un lado, un incremento de la participación en la producción cultural ayuda a romper la lógica única de mercado. Por otra, permite ensanchar las miradas, pero también las voces y los puntos de vista y, por lo tanto, diversificar y dotar de sentido crítico el diálogo cultural, y a la vez igualar oportunidades de acceso a determinados recursos.

Retrato de Ismael Peña López

ISMAEL PEÑA LÓPEZ. Director general de Participación Ciudadana y Procesos Electorales en la Generalitat de Cataluña.

La tentación de traspasar la cuarta pared para convertir al espectador pasivo en un actor partícipe de la obra no es nueva. Tampoco lo son el arte y la cultura para la transformación social.

La revolución que supone que todo lo que hacemos se convierta, de forma automática, en un hecho comunicativo global, ha dado un nuevo significado a este arte que comunica para transformar. La introducción de la cotidianidad —como los objetos encontrados de Duchamp o la obra más popular de Andy Warhol—, del transeúnte —como las performances de Abramovic— o de la intimidad personal —el caso de Ai Wei Wei— ha multiplicado exponencialmente el alcance de la creación y también su configuración.

Así, el artivismo y la performance son precursores del hacktivismo y el cooperactivismo: espacios de redefinición cultural donde la reflexión, la estética y el impacto se dan a menudo de forma más articulada que programada, donde el creador teje una red posibilitada por actores en contacto mediante pequeñas expresiones culturales: datos, memes y líneas de código.

Cuando todo es comunicación, cuando todo el mundo puede comunicar, solo hace falta que unos cuantos nodos tomen conciencia para que la práctica comunitaria sea acción cultural, creando tendencia, facilitando masas críticas y desarrollando patrones.

Vivimos en un mundo transmedia con muchas historias, formatos y canales. Como en una realidad cuántica, será arte, cultura, entretenimiento, acción política o transformación cívica en función de cuándo abramos la caja de Schrödinger. Que dentro nos encontremos a un creador, un rebelde o un impostor, dependerá de cuándo lo abramos. Y de si la abrimos.

Retrato de Efraín Foglia

EFRAÍN FOGLIA. Guifi.net (guifi.net/exo.cat).

Desde donde operamos, existen prácticas culturales contemporáneas que no nos podemos imaginar de otro modo que no sea como un sistema horizontal. Desde su nacimiento, internet consistía justamente en compartir, pero se ha ido privatizando y sorprende que todavía hoy haya tanta gente que no sepa en qué consiste una licencia Creative Commons. Algo no se ha hecho bien. No postulamos que la cultura más piramidal o empresarial tenga que desaparecer, pero sí tendríamos que ver cuál es su responsabilidad y su impacto en la sociedad.

Así mismo, los proyectos vinculados a comunidades o sectores que reciben dinero público, tendrían que responder de forma simétrica a ese beneficio público. Desde guifi.net estamos convencidos de que si alguien recibe una subvención para un proyecto que implique un desarrollo tecnológico, es justo que después se libere el código para que redunde en beneficio de todos. Es así como la economía se vuelve más sana y robusta. Así mismo, no entenderíamos que desde la Administración se nos pidiera desarrollar un proyecto que después quedara cerrado en ella.

No se tiene que enfrentar el modelo capitalista extractivo con el comunitario, ni demonizar la cultura privada. Si hay proyectos privados que dan lucro a unos cuantos no hay que penalizarlos porque sí, pero hay que revisar su relación con la Administración y valorar su impacto en la ciudadanía. Cuando se apoya desde el sector público un macrofestival, por ejemplo, se debe de hacer compatible con el derecho en la ciudad.

Retrato de Marta Esteve

MARTA ESTEVE. Directora de Fundació Carulla.

La participación en los proyectos culturales es una oportunidad y rompe el binomio de artista y espectador, apostando por un conjunto que nos habla de la capacidad de los proyectos culturales para transformar la sociedad.

Tenemos que abrirnos a nuevas miradas que no contrapongan la excelencia y la participación, la alta cultura con la cultura popular, la cultura intimista con la creación comunitaria... Tanto da el proyecto, lo importante es plantearse cómo dialoga, cómo afecta y transforma a las personas y los colectivos. De este modo, la participación no excluye ni ningunea en ningún caso la excelencia de la propuesta, que tiene que ver con la calidad estética e intelectual, y no está reñida con la participación y el impacto.

Es importante promover un sistema educativo que apueste por la educación artística y cultural, que nos dé herramientas para crear, participar y disfrutar de la cultura y las artes.

Con Mutare, en la Fundación Carulla hemos apostado por aprender conjuntamente con el sector la manera de cultivar la ambición de transformación social desde la cultura. Por eso nos hacemos preguntas importantes: ¿Cómo implica este cambio de perspectiva a las políticas públicas y al sistema de financiación? ¿Cómo podemos generar incentivos que lo promuevan?

Retrato de Carme Mayugo

CARME MAYUGO. Educomunicadora. Coordinadora de Teleduca.

Hay creadores que, ya hace años, nos posicionamos dentro de un espacio de mediación para que nuestra acción facilitara la expresión de colectivos sociales. Quince años atrás nos centrábamos mucho más en el proceso y no nos importaba tanto el resultado. Ahora vemos que el resultado es tan importante como el proceso, si queremos que las personas se sientan reconocidas y empoderadas, y que lo que han hecho merece la pena. Por nosotros la excelencia consiste en la concordancia entre el proceso y el resultado.

La democracia cultural se basa en hacer aflorar una serie de historias y expresiones que no saldrían a la luz si todo el mundo adoptara la actitud del creador individualista. Nuestra producción cultural coge fuerza cuando se inscribe en un barrio, un distrito, en el marco de la vida cotidiana de las personas, puesto que es en el ámbito colectivo donde salen ideas que después derivan en propuestas transformadoras de su realidad.

Vivimos colonizados por las imágenes que producen los medios de comunicación y las industrias culturales. Queremos subvertir el mainstream creando relatos y pensando imágenes de una manera más autogenerada. La subversión consiste en ofrecer microdiscursos paralelos que hagan de contrapeso a las formas mediatizadas de la cultura de masas.

Retrato de Maite Esteve

MAITE ESTEVE. Directora de Fundació Catalunya Cultura.

El arte nos abre la mirada y nos interpela sobre cómo queremos vivir. Nos forja y contagia el espíritu crítico innato que tienen los artistas. La cultura es lo que hace que una sociedad sea como es. La cultura, igual que la sociedad, está viva y vive en una transformación constante. Tanto en lo que se refiere a los acontecimientos culturales como al consumo mismo de la cultura, vivimos una necesidad de adaptarnos a la utilización de herramientas tecnológicas capaces de permitirnos expresar, crear, llegar a públicos e impactar como nunca se había podido hacer.

Aun así, el talento, la creatividad y la innovación no pueden olvidar la necesidad de la viabilidad del proyecto cultural, muy importante a la hora de ser valorado y conseguir apoyo. En la Fundación Catalunya Cultura queremos impulsar proyectos que tengan una mirada más amplia. Proyectos corresponsables y de impacto, que busquen la sintonía con su entorno, así como nuevos espacios para conectar con su público. También muchas empresas sienten actualmente la necesidad de ser corresponsables con su entorno y con la cultura del país. La Fundación Catalunya Cultura incide y actúa de puente entre el sector cultural y empresarial, propiciando espacios de encuentro y nuevas experiencias de colaboración.

Retrato de Roberto Gómez de la Iglesia

ROBERTO GÓMEZ DE LA IGLESIA. Consultor. Plataforma Conexiones Improbables.

La idea de participación no es nueva. Las prácticas culturales de los años ochenta y la idea de animación cultural dieron lugar, entre otras cosas, a los centros cívicos de Barcelona. Allá ya emergió la idea de cultura comunitaria y de situar a las personas en el centro. También se empezó a dar más importancia al proceso, y en los noventa, con la proliferación de nuevos equipamientos culturales, el proceso se profesionalizó. Los animadores pasaron a ser responsables y los gestores se convirtieron en programadores. Y aquí empezó la desconexión con el público.

La participación no es una finalidad en sí misma, sino un medio que empodera y democratiza la relación de la cultura con la ciudadanía. Necesitamos metodologías de mediación que promuevan de manera natural los procesos participados. Y esto coincide con la aparición de nuevos públicos, que son participativos. A partir de aquí, cambian los papeles del gestor y de artista, del que no se espera únicamente que genere un artefacto, sino que implique a  la ciudadanía en los procesos de generación de estos artefactos, que ya no responden solo a su mundo interior, sino a las preocupaciones de la sociedad.

Tenemos la falsa percepción —quizás es una rémora de los años ochenta— de que el trabajo cultural no requiere excelencia, o que lo que es próximo no puede ser excelente. Eduard Miralles decía el contrario: “Excelencia en la proximidad y proximidad en la excelencia”. El reto está al hacer un trabajo excelente desde la proximidad y ser próximo desde el excelencia.

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