La lucha por el nomenclátor en la Barcelona democrática

Los cambios que se producen en los nombres de calles y plazas de la ciudad son el reflejo de cada mandato municipal. Por acción u omisión, el nomenclátor dice mucho del ADN ideológico. Superado el periodo franquista, ya se pueden ver cuáles han sido los cambios —y cómo se pueden interpretar— durante los mandatos de los alcaldes Serra, Maragall, Clos, Hereu, Trias y de la alcaldesa Colau.

El nombre de las calles ha sido un elemento de gran importancia para la representación política y el control de la memoria. A lo largo del tiempo, el nomenclátor se ha ido modificando en sincronía con los distintos poderes municipales, ofreciéndoles una imagen bastante exacta de cada etapa de nuestra historia. Ha sido así especialmente en los siglos xix y xx, en que las sucesivas denominaciones de un mismo espacio nos muestran el combate permanente por la construcción de un relato que refuerce determinados sistemas de valores. Ninguna dedicatoria pública es inocente, la designación de nuestras aceras es un auténtico campo de batalla que genera ríos de tinta en los periódicos; y, a menudo, provoca debate.

Después del remolino de permutaciones vividas durante el periodo republicano y el posterior franquismo, el nomenclátor no fue ninguna prioridad para los ayuntamientos predemocráticos de Barcelona, entre 1976 y 1979. Aparte de algunos cambios puntuales, el debate se centró especialmente en el idioma de las rotulaciones, exigencia que se apropió de la campaña “El català al carrer” impulsada por el Congrés de Cultura Catalana en 1977. Así pues, las principales transformaciones deberían esperar hasta la primera alcaldía democrática.

Durante el mandato de Joan Clos se bautizaron los jardines de los Drets Humans, en el barrio de la Marina de Port, y se dedicaron calles y plazas a Martin Luther King, Gandhi o Amnistia Internacional. © Área de Ecología Urbana. Ayuntamiento de Barcelona

Con el poder municipal en manos de Narcís Serra, entre 1979 y 1982, se le devolvió el nombre original a la avenida Diagonal, al Paral·lel o a la Gran Via de les Corts Catalanes. También se recuperó la antigua denominación de cerca de sesenta calles, como la Via Laietana o Nou de la Rambla, bautizando de nuevo la avenida de las Drassanes, la plaza de Francesc Macià o el paseo de Lluís Companys. Decisiones todas ellas con gran contenido emocional. Por fin se rotularon los nombres en catalán y, en 1980, se creó la Ponencia de Nomenclátor. Esta fue seguramente la etapa más dinámica en cuanto a cambios, dedicada a borrar el nomenclátor de la dictadura.

Durante el mandato de Pasqual Maragall, entre 1982 y 1997, se retornaron denominaciones populares, como es el caso del Torrent de l’Olla, la rambla del Poblenou, la calle del Bisbe o la plaza de la Revolució del 1868. Así mismo, se estrenaron nuevos espacios, con nombres de alto contenido político y reivindicativo, como las plazas de Salvador Allende, John F. Kennedy, Karl Marx, Buenaventura Durruti, Països Catalans o Primer de Maig. Sin embargo, la principal transformación de esta época fue resultado de la organización de los Juegos Olímpicos de 1992, que supuso grandes modificaciones en zonas concretas de Barcelona, como el Port Vell, el Poblenou o la montaña de Montjuïc.

En este mandato aparecieron espacios como la plaza de los Voluntaris Olímpics, el paseo de Minici Natal o la calle de Pierre de Coubertin. Algunos lugares fueron rebautizados y adecuados a los nuevos tiempos, como las plazas del Poble Romaní, de Alfonso Comín o de John Lennon, y las avenidas de Josep Vicenç Foix o Manuel Azaña. Cabe destacar el cambio discutible del paseo Nacional de la Barceloneta, en 1993, de sonoridad franquista a pesar de que se trataba de una calle del siglo xix que recordaba a la Milicia Nacional, que pasó a llamarse paseo de Joan de Borbó.

La plaza de Antonio López ha sido rebautizada recientemente como de Idrissa Diallo, un migrante africano fallecido en el Centro de Internamiento de Extrangeros de la Zona Franca. © Imatges Barcelona / Àlex Losada

El siguiente consistorio fue el de Joan Clos, entre 1997 y 2006, que se caracterizó por la continuidad. A estela del sueño olímpico, se presentaron el distrito 22@ y el Fórum de las Culturas de 2004. El nomenclátor adoptó un enfoque más neutro, dedicado a recordar causas humanitarias. Así, aparecieron calles como Martin Luther King y Amnistia Internacional, los jardines de Gandhi y de los Drets Humans, o las plazas de Ernest Lluch y Willy Brandt. Además de la Rambla del Raval, a cuyo alrededor se pretendió pacificar la vertiente sur del barrio.

Siguió la alcaldía de Jordi Hereu, entre 2006 y 2011, protagonista de la fallida consulta popular sobre la reforma de la Diagonal, que no fue más allá de rebautizar espacios como las avenidas de Vallcarca y de Francesc Ferrer i Guàrdia o los jardines de la Segona República. Los dos cambios más significativos de su mandato fueron el renombramiento de la antigua plaza de Rius i Taulet con el nombre de Vila de Gràcia; y, sobre todo, la campaña vecinal contra la calle Duc de la Victòria, dedicada a Baldomero Espartero, el general que bombardeó Barcelona en 1842, que fue rebautizada como la más discreta calle del Duc.

Después de dos ayuntamientos poco combativos con el nomenclátor, el mandato de Xavier Trias, entre 2011 y 2015, introdujo nuevas controversias. La primera se produjo en 2012, cuando la placa del pasaje de La Canadenca, que conmemoraba la huelga de 1919, fue sustituida por otra que recordaba al fundador de la empresa, Fred Stark Pearson. En esa ocasión, el consistorio se vio obligado a devolver la rotulación original. Al año siguiente, el debate giró en torno al proyecto municipal de bautizar el paseo Olímpic de Montjuïc como paseo de Joan Antoni Samaranch. La idea tampoco triunfó. De hecho, durante el gobierno de Trias hubo pocos cambios, aparte de la plaza de Josep Puig i Cadafalch, la calle de John Maynard Keynes o el parque de Winston Churchill. Mención aparte merece la dedicatoria de dos jardines de Les Corts a personajes femeninos: Maria Àngels Anglada y Maria Teresa Vernet.

La plaza de Francesc Macià adquirió este nombre durante el mandato de Narcís Serra, cuando la avenida Diagonal recuperó su denominación original. © Imatges Barcelona / AL PHT Air Picture TAVISA

La llegada al consistorio de la actual alcaldesa Ada Colau, en 2015, significó un alud de cambios que no se había visto desde los tiempos de Serra o Maragall. El enfoque hacia este tema vino marcado, por un lado, por la retirada de los últimos nombres que quedaban de época franquista: se cambió Ramiro de Maeztu por Ana María Matute y Aviador Franco por Mecànic Pablo Rada. Por otro lado, se eliminaron nombres monárquicos, como es el caso de la plaza de Joan Carles I, que ahora se llama del Cinc d’Oros; de los jardines del Príncep de Girona y de las Infantes, llamados del Baix Guinardó y de Magalí; o de las avenidas de Borbó y del Príncep d’Astúries, que han pasado a llamarse de los Quinze y de la Riera de Cassoles, respectivamente. También ha habido una reformulación de espacios dedicados al feminismo, como la plaza del Vuit de Març, o a la clase trabajadora, como la plaza del Moviment Obrer.

Entre las actuaciones más debatidas de este mandato figuran la reconversión de la calle Almirall Cervera por Pepe Rubianes o del Secretari Coloma por Pau Alsina. Y, sobre todo, el polémico cambio de denominación de la plaza de Antonio López, transformada en las placetas de Correus y de Idrissa Diallo, un migrante africano muerto en el Centro de Internamiento de Extranjeros de la Zona Franca. Además de la permutación de la antigua calle de Sant Domènec del Call por Salomó ben Adret, reivindicando así la desaparecida judería barcelonesa.

Entre las modificaciones más recientes, figuran varias dedicatorias femeninas, con la finalidad de equilibrar la proporción de mujeres que dan nombre a nuestras calles. El pasado 8 de octubre se inauguró la plaza de Angelina Trallero, en Sarrià, y se han confirmado las calles de Dolors Batlle, Elisa Moragas o Emília Llorca, las plazas de Carmen Balcells y de las Treballadores de la Numax, los jardines de Margarita Brender y de Carme Claramunt, o el pasaje de Dolors Canals. Quedan pendientes las propuestas aprobadas en marzo de 2022 para dedicar plazas a Valerie Powles, Rosa Galobardes, Ramona Fossas, Lolita Torrentó, Francesca Vergés o Lluïsa Alba, y calles a Felícia Fuster o a Josefa Vilaret La Negreta, esta última para sustituir a la actual calle del Duc. También hay un proyecto para rebautizar el paseo Marítim, dedicándolo a Oriol Bohigas, la avenida de la Reina Maria Cristina por la avenida de Catalunya, el paseo de Isabel II por paseo de Mar y la plaza de la Reina Maria Cristina por la de Carme Claramunt, la primera mujer fusilada por el franquismo durante la posguerra.

Otras iniciativas, muchas de ellas surgidas del movimiento vecinal, podrían suponer en un futuro el cambio de la Gran Via de Carles III por Ronda de Les Corts, que el parque del Emperador Carles I sea rebautizado en memoria de la escritora Mercè Rodoreda, o que la calle Joan Güell de Sants lleve el nombre de Núria Feliu. Las próximas elecciones nos aclararán si estas modificaciones cogen fuerza. O si el sesgo ideológico vuelve a cambiar, y con él el nombre y la memoria de nuestras calles. Sea cual sea el resultado, la fuerza simbólica de las pequeñas placas de mármol que dan sentido a la vida urbana volverá a abrirse camino en las páginas de los periódicos. Y estaremos ahí para comentarlo.

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