La máscara es tan humana como la cara

Dos bustos amb passamontanyes (un vermell i un blau) exposats a la mostra La màscara no menteix al CCCB. © Martí E. Berenguer

La máscara no miente nunca, la exposición del CCCB que han comisariado Servando Rocha y Jordi Costa a partir de un libro escrito por el primero y titulado Algunas cosas oscuras y peligrosas (Editorial La Felguera, 2019), muestra un inventario exhaustivo de las posibilidades, las significaciones y las funciones que, a lo largo del último siglo y medio, ha tenido el hecho de ponerse una máscara.

Una máscara siempre sirve para ocultar el rostro, pero la ocultación puede tener múltiples sentidos, según las circunstancias, las necesidades y las intenciones. Si no son lo mismo la cara de un supremacista blanco acomodado que la de un negro pobre marginado; si no cumplen la misma función social un curandero en la Alaska de hace un siglo que un grupo de disidentes anti-Putin en la Rusia actual, es obvio que sus rostros enmascarados tampoco serán equivalentes. Y es obvio, también, que unos y otros no se enmascararán por las mismas razones, persiguiendo unos mismos objetivos.

Una virtud de La máscara no miente nunca, la exposición del CCCB que han comisariado Servando Rocha y Jordi Costa a partir de un libro escrito por el primero y titulado Algunas cosas oscuras y peligrosas (Editorial La Felguera, 2019), es que muestra un inventario exhaustivo de las posibilidades, las significaciones y las funciones que, a lo largo del último siglo y medio, ha tenido el hecho de ponerse una máscara.

Y exhaustivo, aquí, quiere decir también contradictorio. Porque la máscara puede servir para esconder tanto la identidad del malvado que quiere cometer un abuso sin tener que rendir cuentas ante la justicia como la del héroe que quiere impedir la comisión del abuso. Igualmente, el rebelde se pone un antifaz para no ser aplastado por la tiranía, pero los esbirros de los tiranos también se tapan la cara para poder aplastar mejor. No es paradójico: es la versatilidad de aquello que nos es tan propio que sirve para todo. Hay máscaras que sirven para reforzar y perpetuar ritualmente un sentido y un orden del mundo, como sería el caso de las indumentarias usadas en las ceremonias de las logias masónicas, y hay que tienen como finalidad última deshacer el orden del mundo y demostrar que nada tiene sentido, como fue el caso de Marcel Janco y los espectáculos dadaístas en el Cabaret Voltaire.

Siete ámbitos

La exposición está dividida en siete ámbitos. Aunque cada uno de ellos tiene una especificidad más histórico-política, o más artística, o más antropológica, o más reivindicativa, o incluso más pandémica, todos los ámbitos presentan motivos recurrentes y abordan temas similares. Lo hacen desde perspectivas antagónicas, pero complementarias: el racismo del Ku Klux Klan, el cómico y la serie de Watchmen, el personaje de Fantômas, el arte de Magritte y de Carrington, los pasamontañas de las Pussy Riot tocando y bailando punk en la catedral de Moscú, las máscaras estridentes de los luchadores mexicanos, las protestas de Anonymous, la omnipresencia de las mascarillas quirúrgicas por la COVID-19… Así, la exposición establece un diálogo audiovisual, textual e iconográfico sobre las reelaboraciones y las manipulaciones de la identidad, sobre las relaciones de los individuos con el poder, sobre las formas infinitas del terror y sobre las argucias de la resistencia.

Una de les sales de l’exposició La màscara no menteix, al CCCB, plena de màscares de diferents tipus. © Martí E. Berenguer Una de las salas de la exposición La máscara no miente nunca, en el CCCB, llena de máscaras de diferentes tipos. © Martí E. Berenguer

La verdad es que impresiona, y en cierto modo resulta inquietante, constatar hasta qué punto es polimórfica la naturaleza del objeto máscara. Lo es todo, puede serlo todo, sirve para todo: recurso para ejercer el poder de manera brutal e impune (como las capuchas y las túnicas del Ku Klux Klan); instrumento de protección ante las armas del enemigo (las máscaras antigás de la Primera Guerra Mundial) o ante los estragos de una pandemia; forma de invocación de realidades fantásticas o atávicas (las caretas de demonios, habituales en ciertas fiestas populares); estrategia para mantener el anonimato y así esquivar unos poderes cada vez más omnímodos e invasivos (las capuchas de las protestas feministas); intento de reconstruir una identidad física desfigurada que es, al mismo tiempo, una identidad moral y anímica devastada (las prótesis faciales para los soldados que volvieron destruidos de las trincheras)… Ya lo he dicho: una máscara lo es todo, puede serlo todo.

Podemos pensar que no —en la vida de cada día nos tranquiliza pensar que no—, pero las máscaras son tan propiamente humanas como las caras, y eso es así incluso cuando nos deshumanizan, es decir, cuando nos hacen trascendentes, o monstruosos, o heroicos, o secretos, o únicos, o multitudinarios. Las máscaras son humanas incluso cuando nos deshumanizan, porque la inhumanidad, al fin y al cabo, también forma parte de la condición humana.

La máscara no miente nunca
Comisarios: Servando Rocha y Jordi Costa
Centro de Cultura
Contemporánea de Barcelona (CCCB)
Hasta el 1 de mayo

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