“La mayoría de los arquitectos no somos ni élite ni cómplices de la especulación”

Carme Pinós

Retrat de Carme Pinós © Martí Petit

Carme Pinós es una arquitecta que ha abierto camino. En 1991 fundó su propio estudio en un ámbito en el que las mujeres eran una excepción, y después de muchos obstáculos y mucha perseverancia —sobre todo de mucho trabajo— se ha convertido en una de nuestras arquitectas más reconocidas internacionalmente. Acaba de recibir el Premio Nacional de Arquitectura 2021, el máximo galardón español en su campo, que suma a una larga lista de premios y menciones. Para ella, este arte es un reto, un juego y, sobre todo, una manera de ser; y su trabajo lo engloba todo: grandes edificios, reformas urbanas, obra pública, incluso mobiliario. Le interesan todas las escalas, porque la arquitectura está en todas partes y hace ciudad. Y sobre todo, como dice ella misma, porque la arquitectura “no es trabajo, es vivir”.

Carme Pinós (Barcelona, 1954) compartió su primera etapa profesional —y también vital— con el también arquitecto Enric Miralles. Juntos crearon un lenguaje propio e innovador que los catapultaría internacionalmente, con obras como el Cementerio de Igualada o las instalaciones olímpicas de tiro con arco de Barcelona. Ya en solitario, con su propio estudio, seguiría desarrollando esta arquitectura con libertad y gran potencia creadora, con la voluntad de arriesgar e investigar. Desde entonces, ha construido y ha dado clases por todo el mundo, con plena pasión y responsabilidad. Entre sus obras destacan el CaixaForum de Zaragoza, dos rascacielos en México y el proyecto arquitectónico y urbanístico de la plaza de la Gardunya, en Barcelona.

Después de tantos años trabajando tanto, ¿te sigue ilusionando tu trabajo?

¡Mucho! Es un estímulo increíble estar constantemente resolviendo retos. Me tomo la arquitectura como un servicio a la sociedad y, al mismo tiempo, como un arte. Y eso emociona.

¿Eso es lo que más te satisface del día a día?

Sí. Trabajar es una manera de estar en el mundo, ofreciendo tu trabajo. Siento que formo parte del mundo desde mi papel como arquitecta. Además, es un juego. Lo disfruto y lo comparto con mi gente.

¿Te gustaría seguir trabajando muchos años más?

Trabajaré siempre que pueda. Me encanta hacer arquitectura, pero en lugar de hacer, hacer y hacer, también me gustaría reflexionar. Mi ilusión es acabar mi vida en una fundación desde donde fomentar el pensamiento, el debate y el espíritu crítico. Porque el espíritu crítico está en crisis.

Es necesario construir ese espíritu crítico. También entender que la arquitectura es cultura.

¡La arquitectura es absolutamente cultura! Habla de trascendencia, de cultura y de arte. ¿Qué es el arte sino esta necesidad de trascender que tenemos? No sé si es un error o no, pero es lo que nos hace humanos.

Es evidente que la arquitectura la apasiona, pero también puede ser una profesión muy dura. ¿Qué es lo que más te frustra o defrauda?

Hay demasiadas reglas y obstáculos. ¡Nos tratan como a delincuentes! Las normas están para evitar malas praxis, para controlar a los especuladores, pero pagamos justos por pecadores. Al final, no queda espacio para la creatividad y es una gran frustración. También me frustra mucho cómo funciona el mercado. La arquitectura es una profesión en la que, para trabajar, debemos empezar pagando. Ahora estamos participando en un concurso y es complicadísimo; son muchos meses con mucha gente trabajando y perdemos muchísimo dinero... Y de los quince estudios de arquitectura que nos presentamos, solo uno cobrará. ¡El resto del trabajo se tira! Es como si le dijeras a un médico: “si me curas, te pago; si no, no”. O a un carpintero: “hazme cuatro sillas y ya veré si me quedo alguna”. 

¿La profesión se ha desvirtuado?

Mucho, ha caído en picado. La arquitectura se ha convertido en una mercancía. Y las viviendas. Todo. Ahora se construyen casas para ganar el máximo de dinero y el promotor se desentiende al cabo de un segundo de haberlas vendido. Ya no hay amor por lo que haces.

¿Hace falta más empatía?

Sí, sí. Entender el trabajo como un acto de generosidad. Es utópico, pero el trabajo debería ser una manera de formar parte del mundo, pensando en los demás. 

Expresas a menudo que la arquitectura es tu manera de formar parte del mundo. ¿Hasta qué punto el trabajo se ha convertido en tu vida?

Es que no es trabajo, es vivir. No separo las parcelas porque para mí forma parte de un todo. Entrego mis fuerzas para formar parte de algo que va más allá de mí misma. Soy arquitecta todo el día, no tengo horarios. Pero no en un sentido workaholic.

Cuando nuestra profesión es vocacional y pasional es una suerte. Pero al mismo tiempo, corremos el riesgo de trabajar y trabajar y dejar todo lo demás en un segundo plano. ¿La arquitectura te ha pedido mucho? ¿Has tenido que renunciar a otras cosas?

No he tenido hijos y no sé cómo sería si los hubiera tenido. Supongo que me habría espabilado, no soy la única mujer arquitecta. Pero ha ido así. No he formado una familia, pero de alguna manera mi familia es mucho más extensa.

Esta profesión también te ha aportado grandes vivencias y éxitos.

No me gusta la palabra éxito, porque comporta lo contrario, el fracaso. Y no entiendo la vida como un éxito o un fracaso. La entiendo viviéndola y disfrutándola. El éxito habla de cómo te ven, no tanto de cómo te sientes. Disfrutar o no sí que refleja lo que sientes.

¿Has disfrutado, disfrutas, la vida?

La disfruto muchísimo, cada día. No he tenido una trayectoria nada fácil, pero nunca he dejado de disfrutar de lo que hago.

Cuándo miras hacia atrás y ves todo lo que te ha llevado hasta aquí, ¿cómo te sientes?

Contenta. También preocupada por el futuro incierto que nos espera. Pero alucinada con todo lo que he vivido hasta ahora. ¡Quién lo iba a decir! (ríe)

Empezaste a construir de muy joven.

Cierto, con Enric Miralles coincidimos en una época en la que en España estaba todo por hacer. En los ochenta había muchas ganas de lograr cosas y dar paso a los jóvenes, y nos beneficiamos de aquel momento. Después me quedé sola y fue muy duro continuar. Sobrevivía como podía. 

Retrat de Carme Pinós © Martí Petit Retrato de Carme Pinós. © Martí Petit

Abriste tu propio estudio en 1991, el año en el que yo nací. Durante estos treinta años, y entre tu generación y la mía, muchas cosas han cambiado.

¡Sí! Te diría que sobre todo cambió después de la crisis económica de 2008. Marcó un punto de inflexión, a peor. Veníamos de una época de especulación, de burbuja inmobiliaria, de la arquitectura espectáculo. Ahí se reventaron muchas cosas. De pronto todo cae, los honorarios van a la baja y se desprestigia nuestro trabajo.

La arquitectura del espectáculo echó a perder la imagen del arquitecto. ¿Todavía lo arrastramos?

Absolutamente. Se tiró mucho dinero y se fomentaron las estrellas de la arquitectura. Y la estrella se construye, y no tiene por qué ser el mejor arquitecto. Hay un antes y un después con el Guggenheim de Bilbao, de Frank Gehry, que fue un acierto, transformó la ciudad. Pero todo el mundo quiso tener un Guggenheim y eso causó mucho daño. El boom especulativo tampoco ayudó. 

A lo largo de estos años, el papel de las mujeres en la arquitectura también ha cambiado. Antes, las mujeres arquitectas eran una excepción. Ahora, en las aulas de arquitectura las mujeres son mayoría.

Sí. Pero creo que eso también tiene mucho que ver con la crisis de la profesión. El hombre siempre va a buscar el éxito, cosa que yo odio. Y dado que hoy la arquitectura ya no da dinero, los hombres han ido a llenar otras universidades y carreras más rentables. Las mujeres no nos regimos por eso, somos más generosas, más empáticas. Históricamente, siempre nos hemos ofrecido a cuidar de los demás. Por eso ahora resistimos en la arquitectura. 

Pero al mismo tiempo debemos celebrar que las mujeres hayamos accedido a un ámbito históricamente masculinizado, que es un paso hacia la paridad.

Es que si tenemos espacio en la arquitectura es porque los hombres se han ido. Tengo esta sensación. El otro día estuve en una escuela de arquitectura de Madrid y diría que el 80 % de los alumnos eran mujeres.

Si estas mujeres diseñan los edificios y las ciudades que habitamos, ¿es una oportunidad para incorporar los cuidados y la empatía que echas de menos en la arquitectura?

Sí, y no solo es necesario en la arquitectura. En la política, en todo. La empatía no tiene por qué ser una cuestión de mujeres, el hombre también debería ser empático, pero nosotras tenemos todavía más capacidad empática por genética.

Retrat de Carme Pinós. © Martí Petit Retrato de Carme Pinós. © Martí Petit

¿No crees que en parte es una construcción social y cultural?

Creo que hay mucha biología. El hecho de que un bebé salga de ti no lo puedes obviar. La mujer es, sobre todo, madre. Yo no lo soy, pero me siento madre constantemente. No lo puedo evitar, cuido a mi gente.

Fuiste una de las primeras mujeres que lideró su propio estudio de arquitectura. ¿Cómo fueron los primeros años?

¡Difíciles! Porque no me daban oportunidades. Pero alegres, porque me encantaba proyectar. Empezamos con un equipo muy pequeñito, pero lo he mantenido y consolidado a lo largo de los años.

Se habla poco de la precariedad estructural que hay en este ámbito.

Desgraciadamente es un reto que afrontamos. Hoy en día puedes tener un proyecto en marcha y puede ser que al día siguiente, con una llamada, ya no lo tengas. Nos dan golpes por todas partes, en parte porque hemos sido cómplices de toda esa barbarie, y porque no sabemos explicarnos. Me gustaría preparar una exposición colectiva para mostrar el proceso creativo de los arquitectos. No el resultado, sino cómo hemos llegado a la propuesta, qué pretendemos, qué estudios hemos realizado y la carga que todo ello nos comporta. Acercar la arquitectura a la gente.

Nos ha faltado acercar la arquitectura al conjunto de la sociedad.

¡Sí! Somos demasiado elitistas. Nos gusta hablar de un modo que no se entiende. Debemos explicar qué es la arquitectura para que nos vuelvan a mirar con buenos ojos. La mayoría no somos ni élite ni cómplices de la especulación. Somos responsables y tenemos un compromiso con la sociedad.

No podemos olvidar que la arquitectura es la escenografía de nuestras vidas. Es esencial para todos y todas. 

Absolutamente. La arquitectura puede transformarlo todo.

¿Puede dar felicidad, la arquitectura?

No sé si felicitad o no, porque no sé muy bien qué es eso de la felicidad. Pero la arquitectura puede dar dignidad y también nos la puede quitar. La COVID-19 lo ha puesto de manifiesto. Confinar en espacios sin luz ni ventilación, sin poder ver nada, es quitar la dignidad. El último trabajo que realicé como profesora en la Universidad de Berkeley era un campo de refugiados, y pedía a los alumnos que, a través de la arquitectura, devolvieran la dignidad a una gente que lo había perdido todo. 

La docencia ha sido una parte importante de tu vida.

Nunca he dejado de dar clases en diferentes partes del mundo, pero ahora empiezo a decir que no, incluso a cargos muy altos. En el estudio lo soy todo. Y no puedo seguir con el mismo ritmo de antes. En pocos días pasaba de dar clases en Berkeley a trabajar en Australia, París o San Francisco.

Y de la etapa con Enric Miralles, ¿con qué te has quedado?

Con todo. Con Enric descubrimos una manera de hacer que después he seguido desarrollando. No ha habido una ruptura en mi arquitectura, ha sido una continuación total, pero al mismo tiempo, inconsciente. Siempre trabajo con mucha libertad, no me miro, no busco referencias. Es el consejo que daría a los jóvenes: que no se miren, que no se comparen. Compararse puede ser muy frustrante.

Creasteis un lenguaje muy propio, con Enric Miralles.

¡Sí! Por eso, porque nos concentrábamos en lo que hacíamos. Nos movíamos con mucha libertad, sin prejuicios de ningún tipo, y las geometrías salían según el lugar, el programa, lo que querías ofrecer. Y ahora también. Cada proyecto es diferente y no tengo una geometría que me pertenezca, cada lugar me pide una. 

Retrat de Carme Pinós. © Martí Petit Retrato de Carme Pinós. © Martí Petit

En cambio, vuestro lenguaje ha creado escuela y muchos imitan las geometrías Miralles-Pinós.

Sí, pero muy mal interpretado. Han surgido muchos seguidores de nuestra arquitectura, pero se han quedado en la superficie. Crean formas curvas porque sí. Para nosotros, cada curva respondía a algo: eran espacios, recorridos, integración. Nunca eran simplemente gestos. Pero si ha servido para que la gente se sienta más libre a la hora de crear arquitectura, genial.

¿Cómo recuerdas aquellos años?

Trabajando mucho, quizá con demasiada ambición. Ahora no tengo tanta, comparado con lo que era Miralles-Pinós. Sobre todo Miralles. Él tenía mucha energía, se quería comer el mundo, y yo no tenía este objetivo a la vida. Ahí había un cierto desequilibrio...

¿Hablábais de tú a tú en el estudio?

Cuando empezábamos un proyecto hablábamos en igualdad de condiciones. Podíamos compartir todo lo que pensábamos. Luego Enric tenía más capacidad para desarrollar los proyectos, para dibujarlos. Pero el inicio, el momento en el que surgían las ideas, era absolutamente de tú a tú.

¿Qué ha cambiado desde entonces?

El ritmo, la ambición. Tengo la misma mirada, pero mi ambición es hacer las cosas bien y poder continuar. No comerme el mundo.

¿Cómo abordas los proyectos? ¿Qué tienes en cuenta?

Contexto y sensibilidad. Lo más importante es entender dónde estoy actuando, saber escuchar, porque el lugar te habla. Y el programa, también. Al mismo tiempo, debes escuchar al cliente porque has de convertir sus sueños en realidad, has de saber interpretarlos y trabajar con sensibilidad. No quiero imponerme. Quiero dialogar, articular la ciudad y el paisaje, buscar el dinamismo, las vistas tangenciales y la simbiosis con la tierra. 

De entre todos los edificios que has diseñado, ¿de cuál te sientes más orgullosa?

De todos. Siempre digo que estoy enamorada del último que he hecho, pero la Torre Cube I, en México, fue un punto de inflexión en mi carrera. Los clientes depositaron en mí toda su confianza, y sin confianza no hay buenos proyectos.

Después de haber construido mucho en Cataluña durante la época Miralles-Pinós, empezaste a construir solo fuera. ¿Por qué?

A mí me salvó la internacionalidad. Cuando me separé de Enric, aquí me dieron la espalda totalmente, y en el extranjero recibí mucho más apoyo y entré en grandes universidades. En cambio, en la Escuela de Arquitectura de Barcelona me habían rechazado varias veces. Es cierto que nadie es profeta en su tierra, pero me he sentido mucho más valorada fuera que aquí.

¿Te sentiste sola o incomprendida?

Sí, absolutamente... En el año 1996 se organizó el congreso de la Unión Internacional de Arquitectos (UIA) en Barcelona y me ignoraron por completo. La gente sabía dónde estaba Enric Miralles, pero Carme Pinós había desaparecido.

¿Ahora te sientes más valorada en casa?

¡Sí! En general, en España, pero no especialmente en Cataluña. Presenté una exposición de mi obra en Madrid, en el Museo ICO, y todavía hay gente que me pregunta por qué no tuvo lugar en Barcelona. ¡Pues porque me llamaron en Madrid! Ahora también en San Sebastián, me han dedicado la exposición más importante de la Bienal. En Cataluña no me ha llamado nadie.

Recientemente ha sido el Año Enric Miralles y se han organizado diferentes actos y exposiciones en Barcelona.

A mí nadie me dijo nada. Solo me pidieron participar en una tertulia ridícula y me negué. Si lo único que les interesa de mí es que vaya y explique cuatro anécdotas… va a ser que no. 

 © Imatges Barcelona / Vicente Zambrano González La plaza de la Gardunya en 2015, cuando se había terminado la reforma que llevó a cabo el estudio de Carme Pinós. El proyecto urbanístico de la Gardunya incluía renovar y ampliar la fachada posterior del Mercado de la Boqueria (al fondo de la imagen), la construcción del nuevo edificio de la Escuela Massana (inaugurado en 2017) y un edificio con 39 viviendas de protección oficial (terminado en 2018).  © Imatges Barcelona / Vicente Zambrano González

Aparte de los proyectos que realizaste con Enric Miralles, finalmente volviste a construir aquí.

El concurso de la plaza de la Gardunya fue un proyecto muy importante para mí. Me seleccionaron para el concurso y finalmente lo gané. Sentí que apostaban por mí y confiaban en mí.

Allí hiciste arquitectura y ciudad: edificios y espacio público.

Totalmente. La arquitectura hace ciudad, es ciudad. 

¿Cómo es la ciudad que necesitamos ante los retos del siglo xxi?

Creo que necesitamos una ciudad de un tamaño adecuado. Es un error pensar que la ciudad puede crecer indefinidamente. Debemos pensar cómo articular las ciudades, el territorio, la naturaleza, la agricultura y la industria. Podríamos entender que toda Holanda es una ciudad formada por ciudades pequeñas bien articuladas entre ellas, con unas distancias y unas comunicaciones fluidas. El reto es cómo dar cabida al crecimiento de la humanidad y crear una buena convivencia con la naturaleza. ¿Cómo nos estructuramos en el planeta? Este es el debate. 

¿Qué podemos hacer como ciudadanas?

Respetar al otro. Fomentar el debate y participar. Escuchar y formular preguntas. Creernos que tenemos responsabilidades y que podemos aportar nuestro granito de arena.

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