“Las lenguas que están en una campana de cristal no evolucionan”

Teresa Cabré

Retrat de Teresa Cabré. © Álex Losada

La lingüista y filóloga Maria Teresa Cabré i Castellví (Argentera, 1947) fue elegida, en junio de 2021, presidenta del Institut d'Estudis Catalans. Se convertía así en la primera mujer al frente del IEC, la primera institución científica catalana, tras presidir en los últimos años la Sección Filológica, donde ha impulsado la aprobación de una nueva Ortografia y la redacción de una nueva Gramàtica.

La carrera de Cabré en el mundo de la lingüística es larga: doctorada en Filología Románica por la UB, en 1990 obtuvo la cátedra de Lingüística Descriptiva Catalana en la Universidad de Barcelona y, a partir de 1994, ocupó la de Lingüística y Terminología de la Universidad Pompeu Fabra, donde creó el Instituto de Lingüística Aplicada.
En 1985, Teresa Cabré recibió el encargo de la Generalitat de Cataluña de fundar y dirigir el TERMCAT, el centro de terminología de la lengua catalana para impulsar la normalización terminológica, es decir, fijar las nuevas propuestas terminológicas necesarias para el desarrollo del conocimiento en los diversos ámbitos de especialidad del catalán. Miembro del Institut d’Estudis Catalans (IEC) desde 1989, a partir de 1993 dirigió las Oficinas Lexicográficas y trabajó en el nuevo Diccionari de la Llengua Catalana del IEC, publicado en 1995. Galardonada con la Creu de Sant Jordi, es doctora honoris causa por la Universidad de Ginebra.

¿De qué forma marca nacer en un pueblo pequeño como Argentera, en 1947?

Argentera era un pueblo muy pequeño que nos parecía más bonito que el pueblo de al lado. Entonces todavía pensábamos que vivíamos en el ombligo del mundo. Estudié en la escuela unitaria de Argentera, hasta los 9 años, cuando pasé al Institut de Manresa.

¿Por qué en Manresa?

En el pueblo nos quedamos sin maestra en el año en que nos preparaban para ir al instituto. Me habría correspondido ir a Reus. Pero, como no ponían ninguna sustituta y mis padres temían que perdiera ese curso tan crucial, unos tíos de Manresa me propusieron que fuera a vivir con ellos y que intentarían encontrar plaza allí. En Manresa hice toda la preparatoria y el bachillerato, hasta PREU.

Salió de casa a los 9 años.

Con todas las consecuencias que eso conlleva. Separarte de tus padres, de tus hermanos... Ten en cuenta que tampoco era de una familia acomodada. Veía a los padres tres veces al año: en Navidad, en Pascua y durante vacaciones de verano.

¿A qué se dedicaban sus padres?

Mi padre tenía tierras que no llevaba él y, además, tenía la panadería de L’Argentera. Era panadero, pero también un hombre de gran iniciativa, con un enorme interés por la actualidad y una gran capacidad organizativa que quizás he heredado de él. Siempre buscaba proyectos en los que pudiera implicar a la comunidad. Por ejemplo, impulsó la iniciativa de construir una piscina por suscripción popular en L’Argentera a principios de los sesenta, una granja cooperativa en la que todo el pueblo podía participar y una promoción de casas baratas.

Estudió en la Universidad de Barcelona, ​​donde se doctoró con una tesis titulada “Lenguajes especiales: estudio léxico-semántico de los debates parlamentarios”.

Entonces me interesaba mucho ver cómo, a través del lenguaje, se manifestaban las ideologías. Y como me gustaba el léxico, debía hacerlo a partir del estudio de las palabras. Me dirigió la tesis el doctor Antoni Badia i Margarit, en quien encontré siempre una acogida fantástica, pero me di cuenta de que debía irme fuera a buscar metodología. Me fui al Centro de Investigación de Lexicología Política de París, que entonces estaba en la Escuela Normal Superior de Saint Claude, y allí me encontré con Maurice Tournier y un grupo de lexicometría surgido del Mayo del 68. Por tanto, había una acumulación de sabios de pensamiento progresista. El más derechista era Tournier, que era socialista. Era un mundo de enorme ebullición.

¿Cómo se tomaron sus compañeros franceses la cuestión catalana?

Obviamente hablábamos de Cataluña, de la nación, etc., y eso a los franceses les parecía de ultraderecha. En algunos momentos lo pasé mal, porque en ese laboratorio tan izquierdista me consideraban de ultraderecha, porque no podían aceptar la cuestión catalana, pero lo entendieron y publicaron un libro titulado Los nacionalismos en España, en los años setenta. Incluso me pusieron en el consejo editorial de la revista Mots, que era su órgano.

Con todo lo que ha pasado en los últimos años se podría continuar el estudio...

El quid de la lexicometría era que ibas midiendo cuestiones relacionadas con las palabras que te permitían ver cuál era el discurso subyacente en el discurso superficial. Entonces ya se ponía de manifiesto que solo los partidos de raíz catalana tenían una verdadera preocupación por la autonomía catalana y que el resto, pese a discursos inflamados, no tenían ningún interés. Todo esto tiene continuidad en la labor de Albert Morales, que ha trabajado sobre las diferentes versiones del Estatuto de Autonomía del año 2006, y ahora ha seguido trabajando sobre la pandemia. Sigue con este método a partir de discursos políticos propios de Cataluña.

Es usted la primera mujer presidenta del IEC en los 114 años de vida de la institución. ¿Qué supone?

Supone, en primer lugar, un honor, pero también una oportunidad. Los cargos por los cargos no me gustan, y cada vez que he aceptado uno es porque he tenido un proyecto en mente. Aunque éramos candidatura única, era importante ver qué margen de confianza daban los miembros del Institut para actuar. Y actuar significa trasladar tu proyecto a la institución y modelarla, manejarla, orientarla según un proyecto compartido con los demás compañeros de candidatura.

Tuvo un apoyo amplísimo.

Un 93% de votos positivos.

Su equipo lo forman dos vicepresidentas, Marta Prevosti y Maria Coromines. Sin embargo, el IEC solo tiene un 18% de mujeres.

Efectivamente. Busqué a estas personas para mi equipo, en primer lugar, para que guardaran un equilibrio dentro de la institución. El IEC lo forman cinco secciones y tiene que haber una representación más o menos proporcional de cada una. En el equipo hay cuatro secciones representadas y el secretario científico es de la sección que no quedaba dentro del equipo de gobierno. Busqué a personas con las ideas claras, que hubieran demostrado capacidad de trabajo y que lo quisieran, como las dos mujeres que lo forman, Prevosti y Coromines, y el único hombre, el secretario Àngel Messeguer.

Ha demostrado que no le gustan los cargos por los cargos. En la Sección Filológica ha elaborado una nueva Ortografia y una nueva Gramàtica.

Más bien he contribuido a cerrar, con mi capacidad ejecutiva y de gestión, todo lo que eran carpetas abiertas y que habrían seguido abiertas para siempre, posiblemente. En cuanto a la periodización, la sistematización, la distribución racional de los recursos humanos que teníamos... he hecho mucho trabajo de fondo para cerrar carpetas.

Dicho de otro modo, en su mandato se han tocado cosas que desde Pompeu Fabra no se habían movido.

Como la Ortografia. Pero piensa que el proyecto de reforma de la Ortografia ya lo encontré en marcha, impulsado por el anterior presidente de la Sección Filológica, Isidor Marí. A raíz del centenario de las Normes ortogràfiques, se tomó la decisión de volver a estudiar la Ortografia, un melón que nunca se había abierto, porque tocarla da mucho miedo. En relación con la Gramàtica, llevábamos un proceso larguísimo. Desde después del mandato del doctor Badia ya se estaba realizando un nuevo proyecto, que iba variando de modelo cada vez.

En cuanto al Diccionari, ya participé en la primera edición del DIEC, porque entré para ayudar a Joan Bastardes, director de las Oficinas Lexicográficas. Cuando se retiró, a los setenta años, yo era relativamente joven y no me tocaba, pero no me quedó otro remedio que ponerme a ello. El doctor Badia me lo pidió. De ahí salió la primera edición del DIEC, que había que tener listo en cuatro años.

¿Por qué tantas prisas?

Porque el gobierno de la Generalitat de Cataluña puso como condición para seguir financiando al Institut que había que sacar un diccionario a toda costa. La única solución era tomar la actualización del Diccionari de Pompeu Fabra, en la que se estaba trabajando en las Oficinas Lexicográficas, y convertirlo en un nuevo diccionario. Fue un trabajo muy duro y desagradecido, porque se hizo rápida y apresuradamente. Luego inicié la segunda edición, pero volví a la Universidad. Gracias a la primera edición se pudo realizar la segunda, una revisión sistematizada de la primera. Si la primera se hizo en cuatro años, la revisión se realizó en once. Esto no se dice nunca, y no quiero colgarme medallas, pero tengo capacidad de gestión y ejecución, porque, de lo contrario, el DIEC no se habría hecho en cuatro años.

Retrat de Teresa Cabré. © Álex Losada Retrato de Teresa Cabré. © Álex Losada

Ha anunciado un nuevo diccionario normativo pancatalán.

Lo anunciamos porque la Sección Filológica ya ha empezado a trabajar en él. Ahora que ya tenemos publicada la Ortografia —y se ha terminado la moratoria y es definitiva—, tenemos gramática que se ha desplegado. Para extraer la normativa del discurso se ha programado una Gramàtica en formato digital más simplificada y la Gramàtica Bàsica i d’Ús, que es la clave. La más universal y útil. Nos falta el Diccionari, porque han pasado muchos años desde la segunda versión y es un diccionario deudor de la lexicografía del Institut, es decir, de Pompeu Fabra, ampliada con entradas del Diccionari de l’Enciclopèdia, de Coromines, etc. Pero la base es Fabra, y siempre se ha presentado como una actualización de Fabra. Hemos ido actualizando y retocando el Diccionari en versión digital cada tres meses, pero había que elaborar un nuevo Diccionari sobre unas bases diferentes, y durante mi mandato en la Sección Filológica ya acordamos empezar a trabajar. Lo llamamos Diccionari Normatiu y parte de unas bases distintas.

¿Cuáles son estas bases?

En primer lugar, no parte de diccionarios anteriores, sino del corpus textual de la lengua catalana, del discurso real de la lengua. También existe un cambio en lo que se considera estándar. Hasta ahora se consideraba estándar lo que estaba presente en al menos dos dialectos. Ahora, en cambio, se considera que lo es lo que está presente en más de un dialecto o solo se encuentra en uno y tiene prestigio o es solución única. De esta forma, cualquier hablante de un territorio encuentra en el estándar aquellas palabras que ha usado toda la vida o son solución única en su territorio. Por eso hablamos de un estándar inclusivo y al diccionario lo llamamos “pancatalán”, porque cualquier hablante de cualquier rincón del territorio tiene que poder sentirse identificado. Nos gustaría que todos los hablantes de catalán tuviéramos un solo diccionario, del mismo modo en que tenemos una sola Ortografia, porque las demás instituciones se han adherido a ello.

Habla del pacto histórico con la Acadèmia Valenciana de la Llengua (AVL). Hace unos años este tipo de acuerdo habría generado titulares y, sin embargo, ha pasado desapercibido.

También tiene su lógica que ocurra discretamente. En el Principado ha sido bien recibido, pero hay otros territorios en los que todavía existe una contestación contra todo lo que signifique unidad de la lengua catalana. Este pacto ha sido recurrido al Tribunal Superior de Justicia de la Comunidad Valenciana, por considerarlo la derecha una traición al pueblo valenciano. Pero lo cierto es que el gobierno valenciano ha cambiado, como también ha cambiado la gran mayoría de miembros de la AVL. Y si los miembros de la AVL creen en la unidad de la lengua, debes emprender ese camino.

Sin embargo, lo más polémico ha sido la eliminación definitiva de gran parte de los acentos diacríticos.

Esto es normal, y yo me lo he tomado como una hoguera que se irá aplacando, pero los hechos acabarán imponiéndose, porque todos los órganos de difusión de la normativa y del modelo de lengua la han aceptado: los diarios, las editoriales, la escuela y la Administración. En la escuela se aceptó a través del Departamento de Educación, y en los medios, a través del pacto que hicimos con los responsables lingüísticos de los medios a través de la Academia Oberta.

¿Qué ha supuesto ser presidenta de la Sección Filológica del IEC en un país donde la lengua preocupa tanto y todo el mundo lleva un filólogo dentro?

La academia debe escuchar a todo el mundo, y, cuando tomas una decisión, por muy consensuada que sea, si la gente no la sigue es un fracaso y tienes que echarla atrás. Pero no es el caso. El debate sobre la lengua es positivo, porque significa que la lengua preocupa a mucha gente, pero cuando lees a algunas personas que se declaran fanáticas de los diacríticos tradicionales, ves que cometen faltas de ortografía elementales en sus escritos. Hay muchos prejuicios y cierto miedo a desaprender algo que ha tenido una representación mental gráfica. No se ponen en la piel de quien se introduce en la escritura, como el niño o la niña que empieza a escribir y al que tienes que darle las cosas lo más claras posible. Y el tema de los diacríticos —que recordemos que Fabra no los quería, porque no quería tildes—, cada vez iba creciendo más, sin normas claras.

Cuando se acusa al IEC de simplificador, a menudo se olvida que el gran simplificador de la lengua fue Fabra.

En una academia debes consensuar las decisiones, y él, con los diacríticos y las tildes, no tuvo éxito. Se aprobaron las normas con tildes y con diacríticos. Ahora existía una posición muy amplia de eliminación del acento diacrítico como tal, pero prevaleció la negociación y en el acuerdo se mantuvieron unos casos que para algunos eran irrenunciables.

En la sociedad existe una doble preocupación: la pérdida de hablantes de catalán y la pérdida de la calidad del catalán y de sus formas más genuinas.

Todas las lenguas tienen sus dificultades de aprendizaje. Pienso que a veces falta aceptar que las lenguas evolucionan, salvo aquellas que están dentro de una campana de cristal, que no lo hacen. Las que sacas de la campana de cristal pero tienen mucho poder evolucionan al ritmo de sus hablantes, y esto se considera muy natural. Como las lenguas están en contacto unas con otras, existen lenguas que evolucionan por presión exterior de las otras. Se trata de defender que la lengua evoluciona porque está viva y, al mismo tiempo, defender que la presión exterior puede ser legítima siempre y cuando no te invadan y puedas controlar lo que se consolida. En el momento en que pierdes el control de la consolidación, la lengua es invadida por otra y corre el riesgo de sustitución.

¿El peligro del catalán es acabar así?

Tiene que haber una insistencia enorme, que se está despertando de nuevo, en asegurar la fortaleza de la lengua vehicular en la escuela. Es necesario salir de la escuela con una buena estructura mental y lingüística en la lengua propia para después adquirir una nueva lengua, y no tener que traducir. Solo con una estructura consolidada en la lengua propia puedes aprender otra.

Usted creó el TERMCAT. ¿La lengua evoluciona rápidamente a la hora de crear nuevos términos y aceptar neologismos?

La forma de crear nuevos términos en una lengua es crear conocimiento. Especialmente en el terreno especializado, surgen neologismos cuando tienes necesidad de bautizar cosas que inventas, que creas, que descubres. En el momento en que hay comunidades que no crean conocimiento sino que lo importan, estos términos vienen bautizados. ¿Cómo deben actuar estas lenguas para no ser invadidas por nuevas determinaciones?

Supongo que el adversario debe ser el inglés...

Durante un tiempo era el castellano, porque el inglés nos llegaba a través del castellano, y ahora lo importamos directamente. No se trata de no aceptar ningún anglicismo, porque si nuestros científicos tuvieran una fortaleza suficiente en la lengua propia, a la hora de crear discurso científico en catalán crearían y adaptarían los préstamos. Adaptarían el préstamo fonéticamente o buscarían una nueva palabra. Habría un discurso espontáneo catalán, con terminología catalana, aunque procediera del inglés. El problema es que no tenemos esa fortaleza lingüística y lo más fácil es o dar la clase en inglés o tomar todos los anglicismos. Y una lengua que va perdiendo dominios de comunicaciones es una lengua que está perdiendo parte de su territorio. A medida que vas perdiendo territorios especializados se crea cierta diglosia. No es que el catalán no sirva o sea poco rápido, sino que carece de fortaleza y capacidad para crear neologismos a partir de la propia vitalidad lingüística.

¿Y qué piensa del debate sobre el género no binario?

Habrá que afrontarlo en el momento en que esté lo bastante generalizado. Ahora hay círculos o núcleos militantes, que respeto, y que hacen bien yendo a todas por lo que creen. Pero para que la Gramàtica normativa cambie, es necesario que el uso generalizado, el estándar, presione. Tiene que haber mucha más aceptación para que se produzcan estos cambios. Ahora bien, cualquiera es libre de utilizar lo que crea.

En ocasiones creemos que el IEC es el Tribunal Supremo de la lengua, y no es su función.

¡La academia no es un “ordeno y mando”! Cuando la academia fija la norma, no lo hace por real decreto, sino porque existen unos usos que presionan. Hay que estudiarlos, observarlos de cerca y, en el momento en que tienen suficiente generalización y se corresponden con la lengua, se introducen en la norma.

Precisamente uno de los objetivos fundacionales del IEC era elaborar pensamiento e investigación científica en catalán.

Tras dos largos siglos en los que, más allá de pequeños grupúsculos sin visibilidad, no había discurso formal en catalán ni ciencia en catalán, la creación del IEC respondía a la necesidad de tener una estructura que se dedicara a estudiar, recopilar y describir el patrimonio catalán en todos los sectores, ya fuera jurídico, arqueológico, literario o científico.

¿El IEC ha estado encerrado en sí mismo?

A las instituciones grandes e históricas les cuesta adaptarse a los cambios de una forma ágil. Por ejemplo, la comunicación se ha dejado algo abandonada. Era más importante que los miembros pudieran incorporarse en investigaciones que comunicarlas, y quizás buena parte de la labor del IEC no ha sido bien exteriorizada ni publicitada. A menudo, si las cosas están muy bien hechas pero se meten en el cajón, no tienen ninguna incidencia.

¿Es esta tradición del IEC un peso o un privilegio?

La tradición es una ventaja y una desventaja. Como lastre, siempre encontrarás personas que se aferrarán mucho al legado y, si te lo tomas como un ancla, no te permite dar pasos adelante. Pero que las instituciones sean históricas te acolcha, porque han consolidado una serie de cosas que te aseguran que no se pueda echar marcha atrás y que la institución no desaparezca. Por eso creo que es bueno que los mandatos estén pautados a cuatro años con posibilidad de cuatro años más, porque cuando una persona empieza tiene nuevas ideas y eso es básico. Si no fuera así, el peso de la historia te arrastraría.

El IEC fue fundado por Enric Prat de la Riba desde la Diputación de Barcelona. ¿Qué relación mantienen con las instituciones públicas?

Voy a luchar para que el IEC se convierta en una referencia también para las instituciones públicas por el interés de nuestro trabajo. No de forma gratuita, no solo porque fuimos fundados por el poder político. No me planteo que los poderes públicos tengan que sostener al IEC de una forma única, sino que debe tener los recursos necesarios para hacer lo que cree que es eficiente y que servirá al país. Se trata de creer en los sueños, que te permiten ir un poco más allá. Si no crees en un horizonte más lejano, es difícil que hagas grandes cosas. Y si solo crees en el presente y no miras al futuro, solo haces hervir la olla.

¿Qué legado le gustaría dejar dentro de ocho años?

Me gustaría que, de puertas adentro, el IEC estuviera ordenado y con un cambio de cultura sobre su forma de funcionar, a través de proyectos concretos, con transparencia y rendimiento de cuentas, etc. De puertas afuera, me gustaría que el Institut tuviera una incidencia a través de su opinión autorizada y científica; concentramos una masa de especialistas de todo el territorio de lengua y cultura catalanas en todas las materias científicas. Lo último que me gustaría es que la Sección Filológica recuperara la energía y el tiempo necesario para llevar a cabo proyectos científicos, como hacen todas las secciones que no deben ocuparse de la normativa.

El boletín

Suscríbete a nuestro boletín para estar informado de las novedades de Barcelona Metròpolis