“Los que están aprendiendo más cosas no son los actores con discapacidad, sino los espectadores”

Clàudia Cedó

Retrat de Clàudia Cedó. © Paula Jaume Sánchez

La relación de Clàudia Cedó (Banyoles, 1983) con la ciudad de Barcelona se puede trazar siguiendo los teatros donde ha estrenado sus textos. La dramaturga, directora y psicóloga se dio a conocer al público barcelonés en Sants (Sala Flyhard), tuvo su primer gran éxito en el Poblenou (Sala Beckett) y se ha consolidado en las Glòries (Teatro Nacional de Cataluña) y el Raval (Biblioteca de Cataluña). Hemos conversado con Cedó sobre teatro, discapacidad, psicología y teatros públicos, entre muchas otras cosas. Al mismo tiempo, hemos recorrido su trayectoria profesional, que se relaciona con su periplo vital. La Cedó es una máquina de crear historias, y el momento dulce en que se encuentra actualmente es el resultado de años de trabajo, rigor y compromiso con el teatro. Es decir, con la vida.

¿Cómo entró el teatro en tu vida? ¿En la escuela, pasaste por el teatro amateur o te venía de familia?

Empecé a hacer teatro cuando tenía 10 años, porque en Banyoles se creó el Aula de Teatro Municipal. En aquel momento el alcalde era Joan Solana, un apasionado por el teatro, y creó esta escuela gratuita. Siempre digo que, como el baloncesto se tenía que pagar y el teatro era gratis, acabé haciendo teatro [ríe]. En casa no me habían llevado nunca al teatro ni había tradición. Mi hermana y yo siempre nos inventábamos historias, haciendo funciones en casa donde mezclábamos personajes de diferentes cuentos y películas. Yo era un poco la marginada de mi clase, no era de las más populares. En la escuela de teatro nos encontramos todos los frikis, los raritos de varias escuelas. Eso es un clásico. 

¿Recuerdas algún espectáculo o experiencia teatral que te marcara especialmente, durante tu infancia o juventud?

Mis primeros recuerdos teatrales empiezan cuando ya era adolescente. Vi La reina de bellesa de Leenane, el montaje con Montserrat Carulla y Vicky Peña, que vino a Banyoles y me marcó mucho. Ya un poco más mayor, recuerdo especialmente El mestre i Margarida, que dirigió Xicu Masó en el Teatre Lliure. También recuerdo mucho el ambiente de teatro de Banyoles: los que empezamos en el Aula de Teatro creamos una compañía, cuando teníamos unos 14 años, Pocapuc Teatre. Yo empecé a hacer de monitora en el aula y dirigía los montajes de los alumnos más jóvenes. En aquellos años había mucha ebullición teatral en Banyoles y, sobre todo, muchas ganas de hacer las cosas bien hechas. Ensayábamos muchísimo y nos tomábamos los estrenos muy seriamente.

¿Para los espectáculos cogíais textos preexistentes o los escribíais? 

Todo lo hacíamos nosotros. Escribimos Vida a mida con David Marcé, el actor que ahora es conocido por el programa televisivo Polònia. También cogimos un relato del Julio Cortázar que se llama La autopista del sur y lo adaptamos. Normalmente trabajábamos a partir de improvisaciones y escribíamos nosotros los textos. Durante mi adolescencia y cuando empecé a estudiar psicología hice siempre teatro, y más adelante estudié el grado en arte dramático en El Galliner, en Girona. 

¿Te llegaste a plantear dedicarte profesionalmente al teatro? 

No, en ningún momento. En casa no es que me dijeran que no, pero no lo tenían en cuenta como una opción. Se tenía que estudiar alguna carrera “de verdad”, el teatro era una afición. Al cabo de los años, cuando yo ya estaba trabajando como psicóloga, me di cuenta de que estaba pensando en teatro todo el día. Es como estar casada y no poder parar de pensar en el amante. ¡Pues dejo al marido y me quedo con el amante! 

Antes de crear Escenaris Especials, en 2006 en Banyoles, estuviste unos años trabajando de psicóloga.

Cuando acabé la carrera trabajé durante dos años y medio en la Associació Canaan Pla de l’Estany, con personas con problemas de adicciones y en situación de exclusión social. Después hice de educadora social y psicóloga en varias prisiones. De noche hacía de educadora en la Fundación Mas Casadevall con personas con autismo. Mientras tanto seguía estudiando teatro, y pensé: “¿Por qué no hacemos teatro con todas estas personas?”. Fui al Ayuntamiento de Banyoles y les propuse que en el Aula de Teatro creáramos un grupo para gente con discapacidad funcional. Como enseguida se fueron sumando grupos de Girona y otras poblaciones, no tenía mucho sentido continuar vinculados solo a Banyoles, y entonces creamos Escenaris Especials. Al principio, como yo venía de estudiar psicología, solo pensaba en ejercicios para trabajar aspectos psicológicos. Con el tiempo nos hemos dado cuenta de que los que están aprendiendo más cosas aquí no son los actores con discapacidad, sino los espectadores. Estos son los que están abriendo su mirada, viendo el mundo con unos ojos que no son los suyos.

Entiendo que no se trata de adaptar a los alumnos con discapacidad al tipo de interpretación que vemos normalmente en el teatro o la televisión, sino que el público aprenda a mirar otras maneras de hacer y hablar en escena. 

Exacto. Otras voces, otras maneras de expresarse. A veces, cuando estoy dirigiendo montajes de Escenaris Especials no sé si, como directora, tengo que corregir o no una cosa concreta que hace un intérprete. Todo el rato me estoy preguntando si lo que estoy pidiendo lo hago desde mi mirada, y no estoy entendiendo la propuesta del actor. Eso pasa también con actores sin discapacidad. ¿Por qué siempre buscamos una especie de cuerpo e interpretación estándar? Por ejemplo, un actor gay a quien el director diga que tiene demasiada “pluma”… ¿Es que no se puede interpretar a un presidente de gobierno con “pluma”? ¿Por qué siempre buscamos una especie de cuerpo y gestualidad neutros, para empezar a trabajar? Encuentro que eso es muy injusto. 

Estudiaste en la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) y viniste a vivir a Barcelona durante los primeros años de carrera. ¿Cuál era tu relación con la ciudad?

Retrat de Clàudia Cedó. © Paula Jaume Sánchez Retrato de Clàudia Cedó. © Paula Jaume Sánchez.

La verdad es que mi relación con Barcelona ha sido mucho menos fructífera de lo que me habría gustado. Yo vivía en Horta, estaba empezando la carrera y era una alumna que no se perdía ni una clase. Por lo tanto, me pasaba el día en el tren y la universidad. Tengo la sensación de que no disfruté de la ciudad tanto como habría podido, descubriendo locales o aprovechando su oferta cultural. Estaba todo el día estudiando, y los fines de semana siempre volvía a Banyoles porque tenía ensayos o funciones. Más adelante fui a vivir a Cerdanyola del Vallès, porque todavía estaba más cerca de la UAB. Creo que Barcelona la he descubierto ahora, más de mayor. 

Durante aquellos años, ¿frecuentabas como espectadora los teatros de Barcelona? Si es así, ¿qué relación tenías con ellos?

Los teatros grandes los recuerdo, en aquella época, como totalmente inaccesibles. Podía ir a ver algún espectáculo, pero era como viajar a una especie de templo alejado de mi realidad. Ahora que he trabajado en ellos no lo veo así, pero durante aquellos años esta era mi impresión. Lo veía como otro mundo. Empecé a entrar en contacto, de verdad, con el teatro de Barcelona cuando empezó mi relación con la Sala Flyhard. 

Tortugues: la desacceleració de les partícules fue el montaje en que muchos espectadores te descubrieron. ¿Cómo fuiste a parar a la Sala Flyhard, escondida en la calle de Alpens del barrio de Sants?

Jordi Casanovas había visto De petits tots matàvem formigues, un tipo de wéstern que hicimos en Banyoles con la compañía El Vol del Pollastre, y le gustó mucho. Él me habló de la Flyhard, y cuando Jordi dejó la dirección de la Sala Flyhard, me llamó Clara Cols. Lo recuerdo mucho, me sorprendió que me llamaran, y me encargaron un texto. Yo estaba emocionadísima, no podía ni dormir. Entonces tenía la idea de Tortugues en la cabeza, se la expliqué y les gustó mucho. 

En poco tiempo pudimos ver Tortugues en la Sala Flyhard, Et planto en el Tantarantana y L’home sense veu también en la Flyhard. Tu nombre llegó a un público mucho mayor durante la temporada 2017-2018, cuando fuiste escogida dramaturga residente de la Sala Beckett.

Yo primero presenté otro texto, que no era Una gossa en un descampat. En aquel momento era bastante inconsciente y no conocía el panorama teatral de Barcelona como ahora. Me presenté sin saber muy bien qué representaba ser autora residente en la Beckett. Con el panorama de precariedad actual, no es tan fácil que te digan: “Escribe un texto, te pagaremos por ello y seguro que se estrenará”. Eso no es nada habitual, y todos los dramaturgos tienen los cajones llenos de textos, esperando a ser estrenados.  

¿De qué iba el primer texto que presentaste en la Beckett? 

Un día estaba en un pueblo de Girona y vi a un chico que iba en silla de ruedas y le pregunté dónde había un bar. Me dijo: “Ya te acompaño”, e tomamos un café juntos. Tenía mucho sentido del humor, era muy sarcástico y me cayó muy bien. Casi no tenía movilidad, y me explicó que de adolescente unos chicos lo habían apaleado y lo habían lanzado por un barranco. Desde entonces iba en silla de ruedas. A mí aquella historia me tocó mucho, y no podía parar de pensar en aquellos chicos, los culpables. ¿Qué había pasado con ellos? ¿Sabían que había quedado tetrapléjico? Quería hablar sobre las consecuencias que tienen nuestros actos, esta era mi idea original. 
Entonces perdí a mi hijo y, como no podía pensar en otra cosa, me puse a escribir sobre este tema. Ahora que han pasado unos años, me pregunto cómo es que no tuve miedo. Me acababa de pasar un hecho muy traumático y ni pensé que se haría un espectáculo. Sentí una necesidad tan fuerte de escribir que no dudé ni un solo momento.

El texto Una gossa en un descampat está basado en tu experiencia con la muerte perinatal. La obra se estrenó en el Grec de 2018 y se convirtió en un éxito de crítica y público. Contaba con un equipo artístico de lujo: dirección de Sergi Belbel, escenografía de Max Glaenzel, y estaba protagonizada por Maria Rodríguez y Vicky Luengo. ¿Qué recuerdos tienes? 

Lo recuerdo como una vivencia personal, más que como un espectáculo. Fue todo muy fuerte: pasar por una experiencia vital tan dura, pero al mismo tiempo poder compartirla, sentirte entendida por tu comunidad, porque hay unas actrices que te ayudan a explicarla y un público que llora contigo. Yo fui a un montón de funciones, no sé por qué, pero las quería ver todas. Todo fue muy catártico. Aquel espectáculo me ayudó a pasar el duelo. 

Supongo que todavía ahora hay mujeres y parejas que te hablan de ella. 

Sí, vino mucha gente que había pasado por lo mismo. A partir de cierto momento tuve que tomar un poco de distancia, porque era demasiado intenso. Yo ya había pasado por todas las fases del duelo y me encontraba en otro estado, y conocer a una pareja que acababa de perder un hijo me hacía removerlo todo. Entonces acababa haciendo de psicóloga, cosa que a mí tampoco me hacía ningún bien.

Si continuamos el recorrido profesional por los teatros de Barcelona, del Poblenou pasamos a las Glòries. El año pasado, en plena pandemia y con los aforos al 50%, estrenaste Mare de sucre, otro gran éxito, en el que se agotaron todas las entradas antes del estreno.

Mare de sucre ha sido un viaje precioso que hemos hecho en equipo. Cuando el Teatro Nacional de Cataluña (TNC) me hizo el encargo, la única buena idea que tuve era que este proyecto lo teníamos que hacer con Escenaris Especials. Hace mucho tiempo que trabajamos juntas con Anna del Barrio, Berta Camps o Marta Iglesias, y ya sabemos qué supone crear con personas con discapacidad. Quiere decir más tiempo y más dinero. Y eso, con respecto al diseño de una producción, es muy importante que quede claro desde el inicio. Después de tantos años con nuestro proyecto, fue muy bonito hacer un montaje con actores profesionales (Maria Rodríguez, Ivan Benet y Teresa Urroz) y actores con discapacidad, sin la etiqueta de “teatro social”. 

De hecho, de este espectáculo ha salido un segundo, un tipo de spin-off teatral de Mare de sucre.

Exacto. Els àngels no tenen fills surge como pieza de teatro documental, dentro del ciclo Verbatim que organiza la Sala La Planeta. Hicimos muchas entrevistas, con Andrea Álvarez y Marc Buxaderas, a mujeres con discapacidad, sobre todo aquello que rodea la maternidad. El mes de junio se podrá ver en el Teatre Akadèmia. 

Entre la multitud de cosas que haces, también formaste parte del comité de programación del Teatre Lliure que creó Juan Carlos Martel cuando ganó el concurso público. ¿Cómo fue esta experiencia?

En primer lugar, estoy muy contenta, porque durante aquella etapa aprendí mucho, con gente como Victoria Szpunberg, Albert Lladó, Marc Artigau y muchos otros. Fui consciente de la importancia que tiene la política en la toma de decisiones de un teatro público como el Lliure. Los posicionamientos ideológicos tiñen las decisiones que se toman como programador y gestor cultural. ¿Qué espectáculos escoges para que formen la programación de un teatro? Isaias Fanlo y yo llevábamos la parte más social, y velábamos por escuchar las luchas de varios colectivos, como Tinta Negra. Nosotros dábamos nuestra opinión, pero no teníamos poder de decisión. Con respecto a la accesibilidad del Lliure, se han notado cambios: ahora se programan muchas más funciones accesibles para todo tipo de públicos. 

Retrat de Clàudia Cedó. © Paula Jaume Sánchez Retrato de Clàudia Cedó. © Paula Jaume Sánchez

Siguiendo en el Lliure, en este caso en Gràcia, en marzo estrenas allí Síndrome de gel. El espectáculo trata del “síndrome de la resignación” que sufren muchos refugiados cuando llegan a Suecia, y firmas el texto con Mohamad Bitari.

Esta ha sido una las obras más difíciles que he escrito hasta ahora. Como la temática de los refugiados queda tan lejos de mi realidad, he tenido muchas dudas sobre si estaba escribiendo desde la óptica adecuada. Al final vi que lo más sensato era buscar a un compañero de viaje, y entonces entró en juego Mohamad Bitari, que es un periodista y escritor de origen sirio-palestino. Él me devolvía la pelota y me recordaba que yo tengo una mirada occidental, y me recomendaba libros como Orientalismo, de Edward Said. Creo que nuestra responsabilidad es ser conscientes del lugar desde donde escribimos. Ha sido un proceso muy interesante, porque me he acercado a una realidad que desconocía. Y el montaje lo dirige Xicu Masó, que fue profesor mío en el Aula de Teatro de Banyoles, cosa que me hace mucha ilusión.  

¿Y después de eso, qué? Estoy seguro de que tienes muchos proyectos en marcha.

Estoy haciendo una dramaturgia que me ha encargado el TNC para la próxima temporada, y de guionista en la serie de dibujos animados Jasmine & Jambo, donde también escribe Jordi Oriol y la música es de Marc Parrot. ¡Me lo estoy pasando bomba! Me parece que ya se puede decir que volverá Canto jo i la muntanya balla en la Biblioteca de Cataluña, espectáculo en el que hice la dramaturgia. También estoy convirtiendo el espectáculo familiar Les croquetes oblidades en una película de animación, y la productora Lastor Media me ha comprado los derechos de Mare de sucre para realizar un largometraje, lo que me hace muy feliz. 

Si a la Clàudia adolescente que hacía teatro en Banyoles le hubieras explicado todo eso, ¿qué crees que diría?

Seguro que fliparía… ¡No me lo puedo creer ni yo, ahora! Voy haciendo cosas trabajando, y al final todo es lo mismo, hay proyectos que llegan a más gente que otros. A veces, cuando paras un momento te dices: “Qué suerte he tenido, ¿no?”. Porque este es un mundo muy difícil y precario. Y todo se resume en el hecho de que si cobras para escribir puedes dedicar mucho más tiempo a ello y pensar todo tipo de historias. Yo sería feliz si pudiera dedicarme solo a escribir, y que me pagaran el alquiler y los gastos básicos. Yo invierto la misma energía si me pagan diez que si me pagan cien, la verdad. ¡Cosa que no tendría que decir públicamente, ahora que lo pienso! [ríe] 

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