Noches tropicales, noches tórridas, un nuevo riesgo climático

Barcelona Metròpolis 123 - Bretxes digitals

Uno de los indicadores del cambio climático es el incremento de la temperatura, que eleva el riesgo de mortalidad en las personas mayores o con enfermedades crónicas. Las olas de calor serán uno de los riesgos climáticos más importantes en las próximas décadas y, junto con ellas, las islas de calor y las noches tórridas.

Los más de 7.800 millones de humanos —que a mediados del siglo actual serán casi 10.000 millones— y el sistema socioeconómico capitalista imperante constituyen ya la sexta componente del sistema climático, que tradicionalmente estaba constituida por la atmósfera, el océano, la superficie emergida, la biosfera y la criosfera. Esto es así porque, desde hace unas cuatro décadas, ya dejamos huella a escala global en las demás componentes del sistema natural. La primera manifestación de ello es el calentamiento global, la parte más visible del cambio climático.

El calentamiento global es inequívoco a la luz de un enorme conjunto de datos y observaciones de diferente tipo, sean las convencionales de los observatorios meteorológicos, las que nos remiten los satélites artificiales, las de variables oceánicas o los indicadores naturales, que dibujan un planeta progresivamente más cálido. No hace falta ser un sabio para asumir que somos los humanos los causantes del calentamiento global, por el enorme consumo de recursos y la ingente producción de residuos que realizamos cotidianamente.

Hace apenas un año, en agosto de 2021, vieron la luz los resultados del primer grupo de trabajo del sexto Informe del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC), a partir del análisis de las series de datos climáticos y afines, y las proyecciones climáticas. El sexto IPCC actualiza el comportamiento reciente y futuro del clima del planeta, así como regionalmente. En este informe se evalúa el aumento actual de la temperatura del aire en superficie en 1,1 °C sobre el promedio de la segunda mitad del siglo xix. No parece mucho cuando el ciudadano está habituado a una variación bastante mayor de la temperatura en una sola jornada. Sin embargo, tal valor es considerable y supone un gran almacenamiento de calor en el sistema natural. La causa principal del calentamiento está en las emisiones de gases de efecto invernadero, fruto del consumo masivo de combustibles fósiles y de cambios generalizados en los usos del suelo, incluyendo los agrarios.

Cuando se aplica el zoom en la cuenca del Mediterráneo, a la cual pertenece Barcelona como ciudad destacada, el aumento térmico roza ya 1,5 °C. Y si analizamos las mejores series de temperatura del municipio de Barcelona, que son las del Observatorio Fabra, perteneciente a la Reial Acadèmia de Ciències i Arts de Barcelona, cerca de la cima del Tibidabo, con datos desde 1914, el aumento se cifra en 2 °C, lo que es un valor considerable[1]. Como hecho que refleja de forma muy clara el calentamiento de todo el municipio barcelonés, hoy en el observatorio Fabra la temperatura media anual es la que se registraba en el llano de Barcelona hace medio siglo, aproximadamente. En esos 2 °C de aumento está impreso el calentamiento global, más el plus térmico de la cuenca del Mediterráneo y otro incremento adicional derivado del crecimiento de Barcelona y su área metropolitana.

El fenómeno de la isla de calor

A los pies del Observatorio Fabra se extiende una ciudad de algo más de 1,6 millones de habitantes y un área metropolitana que supera los 3 millones. Como es sabido, las áreas urbanas desprenden calor, como si de calor metabólico se tratara, por hacer el símil con el caso de los animales de sangre caliente. A las ciudades llega una ingente cantidad de energía (electricidad, gas natural, gasolina, etc.), necesaria para nuestros usos, como la iluminación, el transporte, las calefacciones y refrigeraciones, y otros usos domésticos. Pero en esos procesos se desprende calor.

Además, los materiales de construcción de los edificios y de recubrimiento de las calles tienen un alto calor específico, almacenando durante el día el calor que desprenden a la atmósfera nocturna. También la morfología de las calles y edificios, a modo de cañones, atrapa los rayos solares y reduce la radiación nocturna desde ellos hacia el cielo. Igualmente, las superficies impermeables que dominan y la eficacia de los sistemas de drenaje, con la extensa red de alcantarillado, impiden que el agua de lluvia o de riego empape el suelo, para que, después, evaporándose, pierdan calor latente esas superficies y el aire en contacto con ellas. Todo ello da lugar al fenómeno de la isla de calor, que se manifiesta por unas temperaturas nocturnas relativamente elevadas en los centros de las ciudades por contraste con el medio rural o más naturalizado circundante.

En el caso de Barcelona, los estudios realizados desde los años ochenta del siglo pasado han mostrado elevadas intensidades de la isla de calor, de hasta unos 7-8 oC, entre la plaza de la Universitat o el cruce entre la Gran Via y paseo de Gràcia, y el kilómetro 18 de la autovía de Castelldefels o el aeropuerto Barcelona-El Prat Josep Tarradellas. Evidentemente, las necesidades de calefacción en invierno son claramente inferiores en el corazón de Barcelona respecto a las de los barrios periféricos.

La isla de calor se consideraba, en los años ochenta, un fenómeno anecdótico, y, en todo caso, positivo, por el mencionado ahorro energético. Sin embargo, hoy contribuye al exceso de calor que sufren los barceloneses en verano, en especial los que viven en el centro de la ciudad, como el Raval y la parte baja del Eixample. Más todavía, la isla de calor se ha convertido en un nuevo riesgo climático en el contexto del calentamiento global. El caso es que en las noches de verano la isla de calor barcelonesa da lugar a temperaturas mínimas muy altas, que impiden claramente el descanso nocturno. La estación automática Barcelona-el Raval[2], del Servei Meteorològic de Catalunya, situada en la calle de Montalegre, tiene un promedio de 90 noches tropicales al año, es decir, noches en las que la temperatura mínima es de 20 oC o superior.

A más temperatura, más morbilidad y mortalidad

En los últimos años ha empezado a aumentar el número de noches con una temperatura mínima de 25 oC o superior, para las cuales propusimos la denominación de noches tórridas. En el verano de 2020 hubo en el centro de Barcelona una veintena de noches tórridas. Algunas medidas en el interior de viviendas en habitaciones orientadas al oeste de pisos altos, que el sol calienta durante las largas tardes de verano, han dado valores de más de 30 oC y 32 oC en la medianoche. Resulta imposible descansar y conciliar el sueño en estas condiciones, más si se tiene en cuenta la humedad elevada del litoral.

Se ha observado que las personas mayores o con enfermedades crónicas o preexistentes padecen mucho bajo estas condiciones ambientales, lo que aumenta su morbilidad —los ingresos hospitalarios— y la mortalidad durante las olas de calor. Investigadores del Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal) estiman en más de un 20% el aumento de la mortalidad en Cataluña durante las olas de calor. Muchos de los fallecimientos se deben al agravamiento de las enfermedades de varios tipos (cardiovasculares, renales, respiratorias, etc.) que sufren algunas personas mayores. La situación es especialmente grave en el caso de que esas personas estén en una situación de pobreza energética, es decir, que no dispongan de un aparato de aire acondicionado o que, disponiendo de él, no puedan usarlo por el elevado coste del recibo de la luz.

Las proyecciones climáticas señalan, precisamente, las olas de calor como uno de los riesgos meteorológicos más importantes para Barcelona en las próximas décadas, y, junto con ellas, las islas de calor y las noches tórridas. La planificación, selección y adecuación de refugios climáticos para las horas centrales del día no es una acción superflua. Hay que estar preparados para los veranos muy cálidos que se avecinan.

Hemos de velar, desde las instituciones públicas y desde el vecindario, por la protección de nuestros mayores, vulnerables al exceso de calor y al nuevo riesgo climático en que se han convertido las islas de calor urbanas, alertándoles de la ocurrencia de las noches tórridas, acondicionando sus pisos con el aislamiento térmico adecuado, proporcionándoles la ayuda económica necesaria para afrontar el recibo de sus consumos energéticos y, en todo momento, con el acompañamiento social y sanitario para velar por su seguridad y garantizar la atención médica y la calidad de vida. Es una medida más de adaptación, en este caso ética e insoslayable, para disminuir al máximo los riesgos del cambio climático. 

 


[1] Ver la evolución de la temperatura media anual de Barcelona en los datos recogidos por el Observatorio Fabra: http://ow.ly/e48h50IPs7q

[2] Datos de la estación automática Barcelona-el Raval: http://ow.ly/9zI850IPs92

Publicaciones recomendadas

  • Llibre: Apaga la luz. El libro sobre el cambio climáticoDavinci Continental, 2010

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