“Para que nazcan cosas nuevas tienes que despegarte de lo que estás haciendo”

Oriol Broggi

La productora teatral La Perla 29 ha celebrado dos décadas de existencia en plena ebullición, con nuevos retos y grandes funciones. En los últimos años, Oriol Broggi ha vuelto a montar Hamlet, 28 i mig y Els ulls de l’etern germà, obras que han marcado su trayectoria, pero no se ha dedicado únicamente al revival, ha avanzado con una manera de hacer teatro que lo define y que lo hace reconocible en todas partes, más allá del recinto del antiguo hospital de la Santa Creu. Al director le gusta mirar atrás con nostalgia y ejerce la autocrítica como pocos, pero también sabe que el espectáculo debe continuar y que la experiencia del año pasado en La Colline parisina, donde exhibió 28 i mig durante un mes, representa una oportunidad que no quiere dejar escapar. Pillamos a Broggi ensayando Coralina, la serventa amorosa, de Carlo Goldoni.

Es difícil Goldoni, ¿verdad?

Cuando todo el mundo decía que era difícil, yo no me lo acababa de creer. Y ahora que lo tengo encima… Cuando haces Hamlet, ya tienes el tono, y si le pones un poco de drama, lo coge. Pero aquí no hay drama posible. Todo es estridente, cómico. El primer día de ensayo, todo funciona: la primera escena, con cuatro gritos se va. Cuando te pones a hacerlo seriamente, todo eso entra en crisis. El primer día te lo crees, al actor, pero, el segundo, no… También podríamos decir: “No ensayamos y hacemos la obra directamente”. Todo es cuestión de puro ritmo. Lo tienes que ensayar mil veces para que funcione. Además, tienes que actualizarlo con el estilo de hacer teatro que tenemos aquí. Y, al final, te armas un lío monumental.

En la comedia, el ritmo es fundamental.

En Goldoni, aún más. Si no, no se entiende nada. Siempre se mezcla un poco de amor, un poco de crítica, no pasa casi nada. Los enfados son siempre por tonterías. Por la tarde, se ha arreglado todo.

¿Por qué sigues haciendo teatro?

Últimamente, me lo he replanteado mucho. Durante la pandemia, tuve la sensación de que cerraba un ciclo. Pero hago teatro porque siempre he tenido muchas ganas de hacerlo. Es cierto que no sabría hacer otra cosa. Me levanto por la mañana y me vienen ideas de escenas, de colores, de sensaciones. Y necesito ponerlas en marcha, hacer esas pruebas. Tanto decir: “Ahora haremos esta obra y explicaremos esta historia de esta manera” como “ahora probaremos esta escena, este ritmo, este momento, esa situación en que…”. Me apetece venir aquí, a la Biblioteca de Catalunya, y pintar una madera para ponerla detrás del actor. Y se me ocurre que me gustaría que entrara la luz por una ventana y el actor dijera un texto. Nunca pienso: “Quiero hablar de esto”. Eso no me ocurre. No tengo ganas de cambiar el mundo ni de reinventarlo. Tengo ganas de trabajar, de hacer.

¿Tienes una pulsión más estética que ética?

Creo que sí. Separaría el hecho de tener una compañía y un espacio y la posibilidad de hacer cosas, de querer explicar unas cosas concretas. También tengo una pulsión épica: las ganas de querer contar esa historia. No porque sea actual, sino porque me viene a la cabeza y quiero explicarla. Eso te arrastra. Cada vez más, siento la necesidad de pasar el relevo, de cerrar etapas, de cambiar de escenario. Me siento un poco colapsado con mis ideas. A veces, pienso que me estoy repitiendo. No creo que repetirse sea lo opuesto a arriesgarse. Al contrario, repitiéndote puedes arriesgarte mucho. Pero me da la sensación de que hay trabajos que ya los he agotado. Y quizá necesito parar un poco de hacer teatro para poder airearme, ver las cosas de otras maneras.

¿Quieres dejar de hacer teatro?

No, no, me gustaría cambiar de perspectiva. El hecho de llevar un teatro y, al mismo tiempo, dirigir dentro y fuera, me abruma un poco. Estamos intentando abrir lo internacional y también el espacio. Si fuésemos más, más creadores, más programadores, más directores, moviéndolo todo, estaría bien… Sí, estoy un poco agotado.

¿La obra 28 i mig que hicisteis en La Colline de París en 2022 no fue una golondrina de verano?

Hay momentos en que estás en un lugar, cuando has llegado a cierta centralidad, y necesitas reinventarte. O seguir inventándote. Las fronteras que has creado empiezan a ser un límite y tienes que construir otras nuevas. El hecho de querer ir más a Europa, sobre todo a raíz del éxito de 28 i mig en París, cuesta. Quizás es que no nos dedicamos a hacerlo lo suficiente. Se necesita tiempo. Este año lo hemos intentado. Estoy, por ejemplo, pensando en un Macbeth con un grupo de música inglés que se llama The Tiger Lillies. Ahora empezamos a trabajar en este proyecto. También estamos haciendo contactos con teatros de Nápoles a través de Enrico Ianniello, con la intención de hacer girar un poco más 28 i mig. La pandemia interrumpió la gira de Bodas de sangre… Tienes que inventarte proyectos, pero, para ello, debes despegarte un poco de lo que sucede en casa. Igual que cuando haces una obra, que debes despegarte de lo que hace el actor en una escena concreta para ver cómo harás las transiciones, cómo respira la obra entera.

En el fondo, entre La Perla 29 de Oriol Broggi y el Cheek by Jowl de Declan Donnellan tampoco hay tanta diferencia.

Ellos son ingleses. En La Perla 29 no tenemos los apoyos que tienen ellos. Aquí, al contrario, todo son bofetones. Yo no voy en contra de nadie. Para crecer tienes que inventar mucho y trabajar muchísimo. En París vimos que aquello funcionaba. Tuvimos muy buenas críticas y el público se dejaba llevar por nuestra energía. Allí notamos que podíamos hacerlo. A veces, como decía, para que nazcan cosas nuevas debes despegarte de lo que estás haciendo, de ti mismo, para tener nuevos retos que te interpelen.

Esta temporada has vuelto a hacer Els ulls de l’etern germà, una obra que estrenaste en 2002. ¿Cómo has cambiado desde entonces?

En ese momento no cuestionaba tanto las cosas que pensaba. Aquella apuesta era más fresca. Estaba más desacomplejado. Con el tiempo vas acumulando complejos. Por eso necesitas parar de vez en cuando para sacudírtelos… Repetir este espectáculo no me ha ido del todo bien. Estaba un poco más rígido. Creo que la energía y la fuerza que tenía al principio eran menos miedosas.

Retrato de Oriol Broggi © Frederic Camallonga

Debes ser el único director de este país que ha podido volver a montar una obra.

Aquí es imposible, porque es muy complicado mantener una compañía. Pero son repeticiones diferentes. Con Hamlet volvimos a empezar desde cero. ¡Peter Brook hizo La tempestad cuatro veces! Cuando te queda algo por hacer, siempre piensas: “¿Y si lo enfoco de un modo diferente?”. Cuando vas a una función y ves la obra, te dices: “¿Por qué decidimos hacer esto así? Quizá no se necesitan esta escenografía ni este vestuario, esta idea sobra…”. Te das cuenta de ello más tarde y tienes ganas de repetir la obra. Nos gusta el teatro de repertorio, haber podido hacer Natale in casa Cupiello durante tres años, que el año que viene podamos volver a hacer Filumena Marturano, que hayamos podido hacer tres años consecutivos Antígona

¿Qué obra volverías a hacer?

Quiero hacer Macbeth y La tempestad, con Lluís Soler. Y volvería a hacer Hamlet y El rey Lear.

¿Harías un tercer Hamlet?

Por supuesto… Pensé que, saliendo del enclaustramiento de la pandemia, nos apetecerían todas esas preguntas. Pero, mientras lo ensayábamos, ya vi que no sé… Volvería a hacer las obras que no me quedaron bien, como El cercle de guix caucasià. Algo falló. Aquellas obras que no han acabado de funcionar. Aquellas en las que habrías pedido poder ensayar un poco más. Es tan hermoso, ensayar…

Pensaba que a la pregunta de por qué sigues haciendo teatro me responderías: “Porque me encanta ensayar…”.

Es así. Me gusta ensayar, retocar la escenografía, el vestuario, la utilería, entre ensayo y ensayo. Cuando los actores se van, tienes un mundo en la cabeza y puedes repintar el suelo, cambiar las sillas… Si pudiera cambiarlo todo, cambiaría hasta la disposición del público.

¿Tienes la sensación de que, después de Wajdi Mouawad, no ha pasado nada más en el teatro contemporáneo europeo?

No estoy demasiado enterado. Hace tres años me propusieron dirigir Catarina e a beleza de matar fascistas, de Tiago Rodrigues, y me costó meterme en la obra. Estoy poco al corriente. Vuelvo a Mouawad porque lo encuentro apasionante. Ya sé que es un poco repetitivo, insistente… El año que viene haremos Tots ocells, que es una maravilla. Solo con hacer los castings, con dar los papeles a los actores, todo el mundo está muy emocionado. Echo de menos que el teatro contemporáneo evolucione y vaya explotando cada día; pero eso es imposible, hacer obras inmensas y grandes que puedan perdurar.

¿No te habría gustado dirigir el Jerusalem de Jez Butterworth?

Me gustó mucho, sobre todo ese personaje. Ya ves que no estoy demasiado enterado: se me escapan las cosas.

¿Eres el menos anglosajón de los directores catalanes?

Sí. Shakespeare va aparte. En la Biblioteca sí que hemos hecho obras, pero yo, no muchas. Soy más francés e italiano.

¿Por qué Italia?

Cuando voy a Italia siento algo especial, una conexión muy fuerte. Y tienen tanta riqueza, no solo de autores, sino de formas, de maneras de hacer. Ahora que estamos ensayando Goldoni, que sucede en una plazoleta en Venecia, ves que hay un núcleo europeo, que hay Boscos. Lo que los grandes directores han llevado a escena en los últimos años viene de una chispa italiana.

La comedia, italiana… ¿Y el drama, francés?

Exacto.

¿Por qué hay actores y actrices que vuelven a ti?

Esta mañana [2 de mayo], en el ensayo, estaba a punto de ponerme muy nervioso y he pensado: “No te alteres, porque mañana tenemos que seguir trabajando y luego tenemos que hacer más cosas. No vale la pena…”. Se crea un ambiente, un clima, en los ensayos, que es respetuoso, que quiere que esto sea un juego al que jugamos todos juntos. No estoy hablando de buen rollo, sino de la sensación de que estamos haciendo algo especial juntos, y que yo hago de director, organizo y mando en última instancia, pero que el actor tiene la tranquilidad de poder explicar las cosas a su manera. Y que esto no se agota en sí mismo, sino que pretendemos que siga adelante, que sea algo grande.

Hay algunos muy importantes que, si tienen dos proyectos sobre la mesa, siempre te eligen a ti.

Eso pasa con Clara Segura. Por confianza… También es cierto que estos proyectos que hemos hecho, con estos actores, los hemos trabajado juntos. Hemos cogido, nos hemos ido a comer y nos hemos preguntado: “¿Qué podríamos hacer juntos?”. Es diferente llamar a un actor para proponerle un papel que hacer una obra juntos. También me dicen que no…

¿Eres nostálgico?

Sí, pero cada vez menos. Fui un adolescente y un joven muy nostálgico. Entonces me costaba mucho dejar algo, un objeto, porque tenía miedo de que se perdiera. Me gusta mucho estar arraigado a las cosas y valoro la melancolía dentro del mundo cotidiano, dentro de la alegría. Me siento incómodo cuando todo es alegre y ya; me estimula la frivolidad, pero no la sé crear. Me gustaría saber no ser nostálgico y vivir al día, porque ser nostálgico, en el fondo, quiere decir que vives al día pensando en cosas anteriores. Me gustan los terrenos conocidos. Hasta hace diez años, por ejemplo, me costaba viajar a lugares que no conocía. En cambio, ahora voy a lugares que no conozco de nada y que incluso pueden darme miedo. Si hablamos de teatro, me gusta estar dentro de un espacio que conozco y poder, desde aquí, salir de él. Estéticamente, el tono nostálgico, anaranjado, me permite explicar la vida de una forma mejor. La melancolía me parece útil.

¿No crees que una de las claves del éxito de la Biblioteca de Catalunya como teatro es esta nostalgia?

Los espectadores vienen a ver espectáculos a la Biblioteca porque tienen unos referentes, quizás del Lliure de los años setenta y de nosotros mismos. Creo que es algo bueno, pero que no es completo si no le das otro toque. Ahora estamos intentando encontrar el modo de renovarlo.

¿Eres consciente de que el hecho de que La Perla 29 lleve casi veinte años gestionando este espacio de la Biblioteca de Catalunya genera muchas envidias dentro del sector teatral?

Sí. Pero nosotros creamos esto desde cero. Si alguien más lo quiere, que haga algo parecido. Creo que hemos arriesgado mucho en las obras que hemos hecho, en una línea que nos ha permitido ganar algo de dinero para poder pagar el espacio. Innovar o arriesgar en esta línea es difícil.

¿Cómo ves la Biblioteca dentro de cinco años?

Creo que debe existir sin mí. No es que tenga que irme, pero debe entrar alguien diferente, que renueve las relaciones con el equipo, con los espectadores, con las paredes. El espacio manda mucho. Es necesario renovar también la relación con las generaciones, con las nuevas perspectivas sociales, éticas y estéticas. Uno se agota, de cansancio y de él mismo. Me imagino que con alguien diferente, con un equipo parecido, un equipo que haya mudado. Lo que decía Peter Brook de las obras, que el estilo aparece cuando las personas se apartan un poco. Cuando el artista desaparece, aparece el estilo. El de La Perla tiene que acabar de aparecer cuando yo desaparezca. Yo tendría que estar haciendo otros proyectos.

Es generoso por tu parte.

Esto es una empresa privada con vocación pública. Estas envidias que comentas surgen cuando se mezcla lo público y lo privado. Nosotros somos privados, como Dagoll Dagom, pero hacemos las cosas como un teatro público… En los últimos diez años, han pasado por la Biblioteca más obras que no he dirigido yo que hechas por mí. Aquí han comenzado muchas compañías, desde La Brutal [David Selvas] hasta la Companyia Solitària [Pol López, Júlia Barceló y Pau Vinyals]. Pero yo tengo que retirarme un poco.

¿Os cabe todo?

No. Y la Biblioteca de Catalunya no debe convertirse en un teatro que programe y ya está. Deben caber historias muy diferentes. Creo que somos un centro de artes escénicas donde se gestan unos proyectos que nacen dentro de la casa, las producciones propias. También tenemos invitados, como el Travy de Oriol Pla, que vendrá la próxima temporada. A medio camino, hacemos coproducciones.

El espacio marca mucho, ¿verdad?

El espacio y la manera de hacer teatro. Cualquier cosa no nos vale: tenemos que entendernos. El enfoque forma parte de las producciones.

Te presentaste para dirigir el TNC hace una década. ¿Habríamos perdido la Biblioteca?

Sí… Dentro de cinco o seis años volveré a plantearme esto de los grandes teatros. Y ya será demasiado tarde. Tenemos que acabar de calzar bien nuestro proyecto, que yo me airee un par de años… Y hacer cosas.

El boletín

Suscríbete a nuestro boletín para estar informado de las novedades de Barcelona Metròpolis