Percepciones y conflictos en torno al uso de la energía

Il·lustració. ©David Sierra

Al precio de la energía, una de las principales preocupaciones de la ciudadanía, se le suma otro frente abierto: el rechazo que genera el emplazamiento de infraestructuras energéticas, en particular, de renovables. Si, como parece, los motivos descansan en preocupaciones por formas de vida amenazadas, agravios comparativos entre territorios o pérdida de confianza en las instituciones, la resolución es muy compleja y requiere un proceso de construcción de vínculos para erigir proyectos en los que todo el mundo pueda sentirse reconocido.

En las encuestas del Eurobarómetro, que se realizan cada seis meses a la población europea, se incluye la siguiente pregunta: “¿Cuáles son los dos problemas más importantes a los que hace frente su país en este momento?”. Una de las respuestas más habituales es la preocupación por los “problemas energéticos, climáticos y ambientales”. Las encuestas de 2015 a 2022 revelan un aumento de personas afectadas por esta inquietud, que disminuyó levemente en el año de la pandemia (cuando las jerarquías de preocupaciones se modificaron), pero que se ha retomado con fuerza en los dos últimos años. A partir de 2020, la presentación de datos del Eurobarómetro se desglosa entre “problemas ambientales y de cambio climático” y “problemas de abastecimiento energético”, lo que permite observar el peso distinto de ambas cuestiones. Durante los años 2021 y 2022, las preocupaciones por el abastecimiento energético han superado con creces a las demás y, en el caso español, las duplican: un 12% de personas preocupadas por el medioambiente y el cambio climático, y un 25% de personas preocupadas por el abastecimiento energético. Las proporciones son aún más elevadas para el conjunto de la población europea.

A partir de estos datos, podemos plantear la hipótesis de que las preocupaciones ambientales (incluido el cambio climático) y las de acceso a la energía son dos fenómenos regidos por lógicas sociales distintas. Se observa que las primeras se mantienen como uno de los problemas importantes (el 20% de la población europea lo considera así, el 12% en el caso de España, según datos de 2022). Sin embargo, hay que tener presente que una cosa es lo que la gente piensa; otra, lo que dice; y otra, lo que hace. Que la población europea exprese esta opinión no significa necesariamente que se tenga que traducir en acciones o comportamientos coherentes con esa preocupación.

Por ejemplo, un estudio reciente sobre la estructura de las percepciones sobre el cambio climático en Cataluña (Espluga Trenc, 2019) a partir de una comparación de los argumentos entre personas concienciadas/preocupadas por el cambio climático y personas escépticas/negacionistas demuestra que se basan en estereotipos que difícilmente resisten una deliberación sistemática. Tal como ha sido presentado por los medios de comunicación, el cambio climático raramente interpela a personas, sino a entidades abstractas (y percibidas como lejanas), como países, estados, gobiernos, corporaciones, ONG internacionales…, lo que dificulta que la gente pueda percibirlo como algo que forma parte de su vida cotidiana. La población observa, además, una incongruencia entre la urgencia con que se plantea el problema y la lentitud de las respuestas políticas, lo que supone una cierta desconfianza respecto a la verosimilitud del problema y, especialmente, a las instituciones encargadas de gestionar sus soluciones.

Se observa también que definirlo en términos de “catástrofe” para intentar subrayar su urgencia puede derivar en actitudes de fatalismo y pasividad entre la población. Se produce una situación que los estudios de percepción de riesgos han definido como “ignorancia activa”, un concepto que remite a aquellas situaciones en que la falta de capacidad para actuar, o la excesiva dependencia respecto a otros actores, hace que la gente prefiera no tener más información sobre un riesgo, desentenderse y asumir la exposición al riesgo como una fatalidad ante la cual no vale la pena hacer nada. De ahí que uno puede estar muy preocupado y no hacer nada por solucionarlo.

No ocurre lo mismo con las percepciones sobre la crisis energética. A diferencia del cambio climático, el consumo de energía es algo mucho más concreto, de lo que todo el mundo tiene una experiencia directa, y forma parte indisoluble de nuestra vida cotidiana.

La creciente pobreza energética

Según datos de la Encuesta de condiciones de vida 2021 publicados por Idescat, en Cataluña, la proporción de personas que no pueden mantener su casa a una temperatura adecuada pasó del 9,4% en 2020 al 15,9% en 2021. Pese a ser una problemática que ya venía de antes, en Cataluña y España, a diferencia del resto de Europa, la situación se agrava considerablemente a partir de la pandemia y hasta hoy.

La preocupación social que supone esta situación se detecta también en los barómetros de opinión del Centro de Estudios Sociológicos (CIS), donde periódicamente suele preguntarse cuáles son los tres problemas que más preocupan a la población. Se trata de una pregunta abierta, para no condicionar la respuesta, que se codifica a posteriori. La evolución histórica de esta pregunta muestra que una de las preocupaciones crecientes es la subida de las tarifas eléctricas, que ahora mismo se sitúa por encima de las preocupaciones por problemas políticos, de vivienda o educativos. Solo los problemas económicos, de paro, sanidad, medioambiente y calidad de empleo pasan por delante de la preocupación por el acceso a la energía (en un largo listado de 68 problemas percibidos), lo que da una idea de la relevancia que ha adquirido el tema. En los dos últimos años, la proporción de personas que cree que es un tema preocupante ha pasado de ser muy minoritaria (0,1%) a ser de un 9%-11%.

El Consell Assessor per al Desenvolupament Sostenible realizó un informe (CADS 3/2014) en el que se identificaban tres causas de las situaciones de pobreza energética: los altos precios de la energía (electricidad, gas, etc.), la calidad insuficiente de las viviendas y la reducción de los niveles de renta. Quizá habría que añadir también un marco legal adverso que favorece a los oligopolios eléctricos.

Los estudios sobre pobreza energética muestran cómo las personas expuestas a este riesgo sí que actúan en consecuencia y ponen en práctica comportamientos de ahorro muy elaborados (Delgado y López, 2020). En este contexto, las medidas políticas encaminadas a facilitar el acceso a la energía se convierten en un tipo de política social indispensable, con unos beneficiarios muy claros.

El callejón sin salida de las infraestructuras

El otro frente abierto de conflicto es el de las infraestructuras. Cualquier sistema energético necesita desplegar infraestructuras sobre el territorio en forma de plantas generadoras, cables, tuberías, torres, almacenes… Son habitualmente elementos poco visibles para la ciudadanía en general, situados en terrenos poco habitados o periféricos, lo que facilita que pasen desapercibidos salvo para las poblaciones afectadas, que suelen ser minorías con poco poder de decisión. Desde hace años, los mapas de conflictos ambientales publicados en Cataluña (el de la federación Ecologistes de Catalunya de 2009, el del Centre per a la Sostenibilitat Territorial de 2016, el publicado por el diario Crític en 2020 o el mapa permanente de justicia ambiental del Instituto de Ciencia y Tecnología Ambientales (ICTA-UAB)) muestran que una parte importante de estos conflictos tienen que ver con el emplazamiento de infraestructuras energéticas, en particular, de renovables.

De acuerdo con las teorías de percepción del riesgo, la oposición o el rechazo a una tecnología, actividad o infraestructura radica en un conjunto de factores. Una parte tiene que ver con la percepción de posibles daños para la salud, la biodiversidad o el medioambiente en general; otra está relacionada con la percepción de potenciales pérdidas económicas; un tercer conjunto de motivos tiene que ver con la percepción de amenazas en las redes de relaciones sociales de la población afectada, en sus formas de vida, paisajes, identidades locales…, y, finalmente, un cuarto conjunto de factores incluiría la percepción de situaciones de injusticia o iniquidad, de agravios comparativos con otros territorios o poblaciones, y, sobre todo, la pérdida de confianza en las instituciones que promueven, gestionan o regulan esas tecnologías, actividades o infraestructuras.

Para entender las protestas ante las infraestructuras de energías renovables en Cataluña, se debería tener en cuenta cuál de estas cuatro dimensiones predomina en cada caso. Si los motivos del conflicto fueran principalmente preocupaciones por el medioambiente o por pérdidas económicas, este se podría intentar mitigar mediante la provisión de mayores garantías de respeto ambiental o de compensaciones más beneficiosas para las poblaciones afectadas. Pero si, como parece, los motivos descansan predominantemente en preocupaciones por formas de vida amenazadas, por percepciones de agravios comparativos entre territorios o por pérdida de confianza en las instituciones, la resolución es muy compleja y requeriría un proceso de construcción de vínculos para erigir proyectos en los que todo el mundo pueda sentirse reconocido.

La forma en la que se han diseñado y presentado muchos de los proyectos energéticos renovables comparte demasiadas características con modelos “extractivistas”, consistentes en tomar un recurso de un territorio sin dejar en este demasiados beneficios, pero sí muchos problemas y riesgos. Algunos estudios han mostrado que, por el modo en el que se han implantado los proyectos de energías renovables hasta ahora, la proporción de beneficios que se quedan en el territorio es mínima (Saladié, 2018) y, en cambio, las opciones de desarrollo endógeno se ven limitadas e hipotecadas a largo plazo. La historia de las infraestructuras energéticas en Cataluña está repleta de casos similares. La gestión de estos conflictos requeriría unos tempos a largo plazo y unos procedimientos de implicación ciudadana más integradores. De momento, probablemente no tenemos ni lo uno ni lo otro.

Conclusión

Tendemos a pensar que la transición energética consiste en sustituir combustibles fósiles por fuentes renovables. Pero la energía no es únicamente una mercancía que podemos comprar y vender, sino un prerrequisito que hace posibles todas las demás actividades sociales y económicas. Por eso la transición energética no se puede pensar sin la transición hacia modelos de producción y consumo distintos de los actuales.

Aquí estriba uno de los núcleos más potentes del conflicto socioideológico vinculado a la energía. Por ejemplo, en el estudio mencionado más arriba sobre percepción del cambio climático, lo que parecía diferenciar más a los dos grupos, escépticos y preocupados, es que estos últimos estarían dispuestos a cambiar de forma de vida, mientras que los primeros preferirían no hacerlo (algunos, por clara adhesión ideológica al modelo socioeconómico actual; otros, porque percibían los costes de transición como inasumibles para sus posibilidades). Si no queremos que el desarrollo de las energías renovables suponga problemas similares a los de los combustibles fósiles, necesitaremos sistemas políticos capaces de facilitar deliberaciones y consensos, formas de cooperación social inéditas, nuevas tecnologías y, sobre todo, nuevas formas de pensar y actuar, nuevas narrativas que nos permitan redefinir los modelos socioeconómicos de forma más justa y sostenible.

Referencias bibliográficas

CADS (Consell Assessor per al Desenvolupament Sostenible). Els reptes energètics de Catalunya en l’horitzó 2030. Informe CADS 3/2014. http://ow.ly/IO3V50LueVm

Idescat. Privaciones de los hogares: Población que no puede mantener el hogar adecuadamente caliente. 2022. http://ow.ly/4S9A50LueYQ

Delgado, L., y López, D. (coordinación). Emergencia habitacional, pobreza energética y salud. Observatori DESC, Agència de Salut Pública, Enginyeria Sense Fronteres, Aliança contra la Pobresa Energètica y Plataforma de Afectadas por la Hipoteca (PAH) de Barcelona, 2020.

Espluga Trenc, J., Ruscheinsky, A., y Prades, A. El concepto de riesgo y su aplicación al análisis de conflictos socioambientales. A. Vallejos-Romero, A.; Valencia Hernández, J., y Á. Boso (eds.). Riesgos, Gobernanza y Conflictos Socioambientales. Ediciones Universidad de La Frontera, 2018.

Espluga Trenc, J. El cambio climático y sus metáforas. Icaria, 2019.

Saladié, S. Conflicte entre el paisatge i l’energia eòlica. El cas de les comarques meridionals de Catalunya. Pagès Editors, 2018.

Espluga Trenc, J. El cambio climático y sus metáforas. Icaria, 2019.

Saladié, S. Conflicte entre el paisatge i l’energia eòlica. El cas de les comarques meridionals de Catalunya. Pagès Editors, 2018.

Publicaciones recomendadas

  • El cambio climático y sus metáforasDiversos autores. Icaria, 2020
  • Sociología ambientalLouis Lemkow y Josep Espluga. Icaria Antrazyt, 2017

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