Políticas para los jóvenes

Il·lustració © Joan Alturo

Por primera vez vivimos un retroceso generacional. El ascensor social, que tanto había mejorado el estatus de las generaciones anteriores, se ha detenido. Hasta hoy, las políticas de bienestar se han centrado en la protección de las personas mayores y los más desvalidos, pero ha llegado el momento de diseñar también políticas sociales para los jóvenes.​

Uno de los cambios menos esperados y que más repercusión puede tener en el futuro es la situación de precariedad generalizada a la que se enfrentan las generaciones más jóvenes. No son solo los diez años perdidos por culpa de la crisis; la realidad con la que se han encontrado una vez superada la recesión difiere mucho de sus expectativas, y mucho más de las que tenían sus padres a su edad. Tras décadas de estabilidad y progreso social, el incremento de las desigualdades y el descenso de la movilidad social han creado un cóctel explosivo que está provocando revueltas y conflictos en todo el mundo.

En nuestro caso, vivimos por primera vez un retroceso generacional. El ascensor social, que tanto había mejorado el estatus de las generaciones anteriores, se ha detenido. La igualdad de oportunidades se encuentra en peligro. El empeoramiento de las condiciones laborales condenan a muchos jóvenes a un horizonte plagado de incertidumbres o, lo que es peor, a la pobreza.

Estas mutaciones sociales están provocando cambios profundos en la forma de vivir y de pensar de los jóvenes. Son muy destacables, por ejemplo, los cambios en el comportamiento electoral: las generaciones nacidas en democracia viven la política de una manera muy diferente a la de sus predecesores. Son mucho más conscientes de la emergencia ambiental, han abrazado el feminismo y, a pesar de ser más individualistas, están impulsando también nuevas y nutritivas formas de relación solidaria y cooperativa.

La adaptación a las circunstancias forma parte de la capacidad de resiliencia, pero los cambios que están protagonizando los jóvenes —a través de pancartas, a través de pequeñas decisiones cotidianas— van mucho más allá de la mera resistencia. Llevan el germen de una profunda transformación. Hasta el momento, las políticas de bienestar se han centrado en la protección de las personas mayores y los colectivos más desvalidos. Sin embargo, ha llegado la hora de diseñar también políticas sociales para los jóvenes, políticas activas de empleo y medidas predistributivas que les garanticen el derecho a una seguridad vital y a un bienestar.

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