Superar la vieja movilidad. El coche, de anfitrión a invitado

Il·lustració © Enrique Flores

Las ciudades son escenario del reto social, ambiental y económico que supone la movilidad sostenible. Es el momento de aplicar nuevas fórmulas como el uso compartido de vehículos, el fomento de la bicicleta, los desplazamientos a pie o modelos urbanísticos como las supermanzanas; y también de promover ejes verdes y transportes colectivos electrificados.

El cambio en la movilidad que se produjo con el confinamiento por la COVID-19 nos dejó una nueva realidad en las ciudades, ya que redujo drásticamente los desplazamientos motorizados, ya fueran por motivo de trabajo, estudio u ocio. Hemos disfrutado de ciudades con menores niveles de aire contaminado y, al mirar hacia arriba, hemos redescubierto el color azul de nuestro cielo. También hemos notado que el ruido de la circulación nos impedía apreciar los silencios y el canto de los pájaros. O que el espacio dedicado al coche era excesivo; por ejemplo, Barcelona le dedica más del 60% de su espacio público y tiene en sus calles una de las densidades de tráfico más elevadas, con 6.000 vehículos/km², el doble que Madrid y el triple que Londres,[1] a pesar de que en Barcelona el vehículo privado solo representa el 20% de la distribución modal.[2] Esta situación, como es lógico, tiene un coste para nuestra salud y bienestar.

Cuando la movilidad motorizada se redujo de forma sustancial, constatamos lo que algunos ya veníamos afirmando hace tiempo. Como declara el investigador del Instituto de Diagnóstico Ambiental y Estudios del Agua (IDAEA-CSIC), Xavier Querol, el problema es la ocupación de los coches del espacio público y sus emisiones contaminantes y de gases de efecto invernadero. Confirma esta hipótesis el hecho que los principales indicadores sobre emisiones contaminantes se desplomaron durante el confinamiento. A su vez, cayeron las emisiones de CO2 y los niveles de ruido se redujeron de forma notoria. Todo ello permitió, de repente, cumplir con los niveles máximos de contaminación fijados por Europa.

La necesidad de mantener la distancia social para prevenir contagios ha obligado a muchas ciudades a ampliar el espacio público destinado a los peatones con medidas de urbanismo táctico que restan espacio al coche en las calzadas. Barcelona, junto a otras ciudades como París, Bruselas, Berlín, Londres o Nueva York, ha liderado acciones para favorecer la movilidad de bicicletas y peatones como alternativa al coche privado. Estas medidas tomadas en tiempo de pandemia nos indican el camino a seguir para convertir nuestras ciudades en espacios más flexibles, habitables y saludables.

El cambio climático, la próxima pandemia

El Acuerdo de la Conferencia sobre el Cambio Climático (COP21) de París exige a los estados unos objetivos concretos de reducción de emisiones y obliga a las autoridades locales a que sitúen la eficiencia energética y la protección del clima en el centro de sus políticas de movilidad. En este sentido, la COP21 propone impulsar acciones concretas para transformar la movilidad de los centros urbanos y reducir progresivamente la circulación de los automóviles diésel y gasolina a partir de 2030, hasta su eliminación completa en 2050. Así, se daría paso también a un uso extensivo de las energías no fósiles al servicio de la movilidad urbana. Este es un requisito esencial para que la Unión Europea pueda cumplir sus compromisos, tanto en lo que se refiere a movilidad como en relación con la reducción de las emisiones de efecto invernadero y de la contaminación atmosférica. Recordemos que esta contaminación provoca alrededor de 3.000 muertes prematuras al año en el área metropolitana de Barcelona, más de 30.000 en España y más de 400.000 en Europa. Para alcanzar los objetivos habrá que priorizar los sistemas de transporte más limpios (tranvías, trolebuses, ferrocarril de cercanías, vehículos eléctricos, bicicletas, coches compartidos), los desplazamientos a pie y un urbanismo pensado para distancias cortas, la llamada “ciudad de los 15 minutos.”

La mera electrificación de la flota actual de vehículos es insuficiente para solucionar todos los problemas. La tecnología es una herramienta, pero tiene que ir acompañada de un cambio de comportamiento, o facilitarlo. Los diferentes niveles de la Administración —estatal, regional y local— deben realizar esfuerzos más decididos para impulsar el cambio de modelo de la carretera al transporte ferroviario, y han de conceder particular importancia a sistemas intermodales que combinen desplazamientos a pie, en bicicleta y en transporte público colectivo. A este respecto, es fundamental favorecer el uso de la bicicleta en las áreas urbanas y ampliar la densidad de vías ciclables; potenciar redes y servicios de transporte público, aumentando la frecuencia de servicio y las tarifas planas; y, además, garantizar la intermodalidad de los diferentes transportes.

[1] Carolyn Daher, presentación del curso de Gestión de la Movilidad de la Diputación de Barcelona, 2018.

[2] La distribución o reparto modal indica el porcentaje de viajeros que usa algún tipo de transporte en una ciudad.

Las ciudades son —deben ser— las líderes del cambio para hacer frente a la emergencia climática, con un urbanismo pensado en la proximidad. Las supermanzanas son un ejemplo de cambio de modelo urbano para reconvertir el espacio público cedido durante décadas a los coches y devolverlo a las personas y a sus relaciones. Ciudades como París y Pontevedra también son ejemplos de ello. El proceso de reconversión a una ciudad de distancias cortas y accesibles, de un urbanismo compacto que reduzca la energía necesaria para desplazarnos, también debe incorporar el verde urbano.

Planes de movilidad

Las autoridades locales deben disponer de planes de movilidad urbana sostenible creíbles e instar a la elaboración de planes de desplazamiento de empresa (PDE) para que todas las organizaciones —públicas y privadas— incorporen gestores y gestoras de movilidad al trabajo. También hay que integrar los planes de movilidad y los PDE en una estrategia más amplia de desarrollo territorial o urbano sostenible. Se debe alentar a las autoridades a que, en el marco de estos planes, sitúen a los ciudadanos en el centro de las políticas de movilidad y les ofrezcan la posibilidad de ser consultados antes, durante y después de su aplicación. Los planes son también un medio para promover acciones en favor de los objetivos de la Unión Europea en materia de emisiones de efecto invernadero, de contaminación acústica, de accidentalidad y de exclusión social relacionada con la movilidad.

Il·lustració © Enrique Flores © Enrique Flores

Para que la movilidad sostenible y segura tenga mayor presencia en las ciudades, hay que replantearse seriamente la velocidad de los vehículos, pacificar el tráfico y adoptar un nuevo límite de 30 km/h como medida para reducir el número de muertos y heridos en accidentes de tráfico. En España, los peatones representaron en 2019 casi el 22% de fallecidos en accidentes de tráfico. De ellos, el 65% perdieron la vida en vías urbanas. El cambio del reglamento de circulación de la Dirección General de Tráfico (DGT) va en la buena dirección al establecer la velocidad máxima de 30 Km/h en todas las calles de ciudades españolas con un solo carril de circulación a partir de 2021. Otro buen ejemplo es la limitación de la circulación de vehículos contaminantes en las zonas de bajas emisiones (ZBE) en Barcelona, en vigor desde principios de 2020 y con sanciones desde el 15 de septiembre a los vehículos que circulen sin distintivo ambiental de la DGT. Vitoria, Bilbao, Valencia y Sevilla son ejemplos de ciudades que también apuestan por la movilidad sostenible. Las conductas negacionistas del cambio climático y del daño que hacen los coches no tienen futuro. A partir de ahora, el coche debe perder su condición de anfitrión y pasar a ser un invitado en nuestras ciudades, y de este modo abrir paso a la ciudad vivible o post-car city.

El concepto de sostenibilidad en materia de movilidad urbana no ha de dejar de lado la distribución urbana de mercancías (DUM), hoy por hoy importante factor de congestión y de afectación de la calidad ambiental. La DUM se encuentra en crecimiento sostenido y debe ser regulada por las autoridades municipales. Se deben internalizar los costes ambientales y sociales de plataformas como Amazon que inundan nuestras ciudades de vehículos. Para ello es necesario aplicar una tasa por uso y ocupación del espacio público a la distribución de mercancías. El replanteamiento sostenible de los últimos kilómetros del transporte de productos hasta su destino es un reto fundamental. Una apuesta sumamente importante a este respecto es la generalización de una logística verde para las ciudades, con inclusión de bicicletas de carga (cargo bikes), furgonetas eléctricas, tranvías y autobuses.

La movilidad sostenible y segura es creación de empleo

Una movilidad urbana sostenible y segura requiere inversiones de calidad al servicio de la colectividad. De esta manera, se podrá contribuir a los objetivos de la Unión Europea relativos a la eficacia de los recursos, y en particular con respecto a aquellos relacionados con una “economía circular” creadora de empleo. De hecho, los datos disponibles indican que la ecomovilidad contribuye a crear empleo. El Estudio sobre la generación de empleo en el marco de una apuesta por la movilidad sostenible de CC. OO. apuntaba la creación de más de 450.000 empleos en el sector de la movilidad sostenible en una proyección de 2010 para 2020. La Federación Europea de la Bicicleta aporta más datos de los diferentes sectores que se benefician del incremento del uso de la bicicleta: fabricación, servicios, venta y alquiler, turismo e infraestructuras. La proporción entre personas empleadas en la fabricación de un millón de coches y de un millón de bicicletas es de 1,6 personas en el caso del coche y 4,89 en el caso de la bicicleta. Es decir, la fabricación de bicicletas genera tres veces más empleos que la fabricación de automóviles.

Muchos países europeos tienen aún infraestructuras vetustas y costosas, que podrían financiarse con la adopción de la euroviñeta, un sistema de peaje establecido para el uso de determinadas infraestructuras viarias aplicable a los vehículos pesados de más de 12 toneladas en las carreteras de aquellos países en los que se encuentra implantada (por ahora, Dinamarca, Luxemburgo, Holanda y Suecia). Un 50% de los ingresos por euroviñeta pueden destinarse a medidas de optimización de la movilidad urbana, y un 75% de peajes urbanos pueden canalizarse para mantener y desarrollar las infraestructuras de transporte urbano.

 

Otras medidas para fomentar la movilidad sostenible incluyen la adopción de un marco legal adecuado (ahora en proceso de consulta en nuestro país) en las ciudades y áreas metropolitanas, o la elaboración de una directiva comunitaria que fije la obligación de reducir los desplazamientos por motivo de trabajo. En nuestro país urge impulsar un instrumento para gestionar la movilidad, ahora fragmentada entre diversos ministerios, organismos y direcciones generales. Esto pasa por la creación de una Secretaría de Estado de movilidad sostenible y segura que fije una estrategia de gestión de movilidad en consonancia con las directrices europeas, por un lado, y con las políticas energéticas, ambientales, de seguridad vial y urbanísticas de nuestro país, por otro. Se trataría de apoyar a las ciudades y áreas metropolitanas con acciones que promocionen el transporte público y la ecomovilidad, y así diseñar planes para gestionar los trayectos al trabajo de forma diferente, toda una asignatura pendiente. Aquí cabría obligar a las empresas y administraciones a redactar planes de desplazamiento al trabajo a partir de los 200 trabajadores; crear un marco financiero y de incentivos fiscales que promocionen la bicicleta y el transporte público para los desplazamientos cotidianos; impulsar el coche compartido y el carsharing mediante plataformas tecnológicas; y promocionar el teletrabajo, tal y como establece la Ley de Orientación de la Movilidad de la Asamblea Nacional francesa[3] aprobada en 2019. Iniciativas como la reciente aprobación del pacto para la movilidad laboral, impulsado por el Ayuntamiento de Barcelona con la representación empresarial y las principales organizaciones sindicales, indican un nuevo camino a seguir.

En resumen, hoy y en el futuro, la movilidad urbana debe basarse en la ecomovilidad y en las redes de cooperación. En el marco de la puesta en marcha de nuevas fórmulas, como el uso compartido de vehículos, es muy importante que tales prácticas se inserten adecuadamente en la cadena de movilidad intermodal junto con el uso de la bicicleta, los desplazamientos a pie, un urbanismo de proximidad, la creación de nuevos modelos como las supermanzanas,ejes verdes y transportes colectivos electrificados de mayor frecuencia con tal de generar, también, más empleo ecológico.

Las ciudades son hoy escenario del reto social, ambiental y económico de primer orden que supone la movilidad sostenible, el cual a su vez aporta beneficios más que notables para el conjunto de la sociedad a corto plazo pero, sobre todo, y si se acompaña de visión estratégica, a medio y largo plazo.

[3] La ley francesa incentiva los desplazamientos en bicicleta hasta un importe máximo de 400 euros al año.

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