“Tenemos que asumir la responsabilidad de cambiar para que el mundo cambie”

Elvira Dyangani Ose

Retrat d'Elvira Dyangani Ose. © Álex Losada

Los fotógrafos aseguran que determinadas personas enamoran a la cámara. Si eso es cierto, Elvira Dyangani Ose es una de estas personas. En las fotos profesionales, los altos cargos no suelen sonreír, pero la directora del MACBA lo hace y con todo el rostro, no solo con los labios. Es una sonrisa que brota desde muy adentro, la de una mujer satisfecha y confiada, con las ideas claras y la capacidad para llevarlas a cabo, la de una mujer que ha luchado lo suficiente para disfrutar con plena consciencia del puesto que ha alcanzado y no tiene que agradecer ni pedir perdón a nadie. Fue nombrada directora de un MACBA alicaído, sacudido por los conflictos y las polémicas, y cada vez más alejado de la ciudadanía. Y, justo al empezar, tuvo que introducir el covid-19 en una ecuación ya de por sí compleja.

Elvira Dyangani Ose (Córdoba, 1974) es la primera mujer al frente del Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona (MACBA). Fue seleccionada mediante un concurso público y para asumir el cargo dejó el centro de arte Showroom de Londres, que dirigía desde 2018. Se formó en Barcelona, donde se licenció en Historia del Arte por la Universitat Autònoma de Barcelona y forjó su carrera en un recorrido impecable que desde el Centro Atlántico de Arte Moderno de Las Palmas de Gran Canaria la llevó al Centro Andaluz de Arte Contemporáneo de Sevilla y, finalmente, a la Tate Modern de Londres, donde ejerció de comisaria de arte internacional entre 2011 y 2014. En 2019 formó parte del jurado del Premio Turner y este año presentará su tesis doctoral. Es madre de un niño de 4 años. Ahora, que acaba de presentar su primera temporada, Elvira Dyangani nos cuenta quién es y qué quiere.

Usted nació en Córdoba, pero su familia es originaria de Guinea Ecuatorial. ¿Por qué decidieron trasladarse a España? ¿Qué presencia e importancia tuvieron la cultura y el idioma de Guinea en su infancia y formación, y qué importancia tienen ahora para la educación de su hijo?

Mis padres llegaron a España en los años setenta para estudiar, y aquí nacimos mis hermanos y yo. En aquel momento la comunicación era mucho más difícil, y la memoria de Guinea para mis padres era muy importante, así como aquellas raras llamadas de teléfono. En Guinea hay varias culturas, nosotros somos ndowé, una comunidad de la costa, asentada entre el sur de Camerún y el norte de Gabón. La cultura ndowé ha sido siempre parte de mi vida. Aunque nuestros padres sentían que no lo habían compartido todo con nosotros, había una suerte de nostalgia por los olores, la comida, los relatos —una de mis tías era cuentacuentos—, el gesto tradicional, el ejercicio de los rituales domésticos y los bailes populares como el mekuyo o el ibanga. Viajábamos mucho a Guinea y teníamos muy claro nuestro origen. Vivíamos una situación de contrastes que te hace crecer de otra manera; sientes que no todo es finito. Durante mi infancia nos mudábamos mucho —el campo de Chiclana, Sevilla, Córdoba…— y, más allá de dejar los amigos o los lugares conocidos, esto suponía una posibilidad de reinvención individual constante. Ahora que tengo un hijo, mis hermanos y mi madre son fundamentales; crecer con una madre fuerte y sola me ha dado la certeza de poder hacerlo también. Mi hijo, por cierto, habla ndowé con su abuela.

Sobre Barcelona, usted dijo: “Hace 30 años yo escogí esta ciudad y ahora ella me ha elegido a mí”. ¿Por qué la eligió en su juventud y qué ha significado volver en su plena madurez?

En ese momento, para mí, Barcelona era como Nueva York, una ciudad sexy, libidinosa, sugestiva, cercana, apetecible casi a nivel fisiológico. Esa Barcelona, esa Cataluña, fue muy especial para mí. Tenía muchas conversaciones con mi padre sobre la lengua. Yo no había vivido en una Guinea colonizada como ellos. La lengua es un elemento de enriquecimiento muy potente: puede constituir una capacidad de adaptación al medio o un trauma. Para mí, el idioma catalán representaba la reivindicación de la libertad de expresión, pero al mismo tiempo una cierta imposición, de modo que se creaba una situación contradictoria con el entorno, la ciudad y la lengua. Trabajar en Catalunya Ràdio marcó mi inmersión desde el punto sociopolítico en la realidad de Cataluña. Conocí a intelectuales, escritores y pensadores fundamentales. Todo esto me llevó a participar en un proyecto de Coco Fusco que desembocó en el vídeo Els Segadors, que ahora forma parte de la colección del MACBA [una de las personas nacidas fuera de Cataluña, que canta el himno nacional, es la propia Dyangani, si bien curiosamente en la información que proporciona la web del museo no se menciona este detalle]. Es una obra que habla de esta complejidad del sentido de la lengua en relación con cuestiones jerárquicas y de poder. Plasma la Cataluña del deseo hecho acción, cosmopolita y abierta, por un lado, pero también cerrada por el otro. Sin embargo, siendo negra y sujeto postcolonial, una aprende que hay muchas verdades por desmentir, y esta formulación del otro que tú tendrías que ser te proporciona una cierta libertad. Además, yo he sido siempre muy echada pa’lante; de hecho, mi nombre en ndowé significa ‘agarrar algo con fuerza’.

¿Diría que usted ha cambiado con la ciudad?

Alguien dice que haber vuelto parece justicia poética —quizás no tanto—, pero hay un simbolismo personal muy fuerte, porque aquí viví muchas de las cosas que te hacen persona. Barcelona es la ciudad del mundo en la que más tiempo he vivido, y en estos años la ciudad ha crecido, para bien o para mal. En algunas cosas ha mejorado, en otras ha sido capturada por su propia imagen. Ha evolucionado mucho y aún sigue teniendo mucho potencial; es una Barcelona que sigue inspirando, superconectada, que tiene la capacidad de cambiarlo todo. Sigue siendo una ciudad en constante transformación, un lugar al que le apetece crecer, que no se acobarda ni se esconde, pero, desgraciadamente, a menudo, esta actitud, esta fuerza y esta energía de la ciudadanía no se reflejan en las instituciones.

En la presentación de su primera programación ha insistido mucho en la relación con la ciudad y no solo con el barrio en el que hacían más hincapié sus predecesores. ¿Cómo se desarrollará esta relación y por qué es tan importante?

Siempre hablo del contexto, que es Barcelona, el Raval y el MACBA. Debemos reflexionar sobre nosotros mismos. Creo que existe una forma de comunicarnos en el MACBA a través de pequeños grupos, que ya se está llevando a cabo en los programas públicos y educativos, y me gustaría que este sentido de lo próximo, este social engagement, se refleje también en el programa expositivo. Hay que considerar al espectador como un usuario. La palabra espectador lo aleja del sitio, lo sitúa en la posición de alguien que observa y, en cambio, es importante que participe, que habite el museo. Esta relación ya existe en el museo, quizás en petit comité y quizás no la transmitimos como deberíamos. Solo debe escalar otros peldaños del museo, reflejarse en toda la institución y que surja de un diálogo real con la comunidad. Quizás haya pasado el tiempo de la visita casi religiosa, entre murmullos. Está bien que se plantee una nueva dramaturgia del museo. Como buen objeto de estudio, pero también de reinvención, esta dramaturgia tiene que cambiar en función del apetito de los públicos.

¿Cómo llevará la relación con la comunidad artística catalana, que muchas veces se ha sentido ninguneada por el MACBA y reivindica más atención y apoyo?

Es fundamental que el MACBA sirva a los artistas como plataforma para ser conocidos nacional e internacionalmente. Esto se consigue haciendo exposiciones relevantes para el resto del mundo y esenciales aquí. Pero las muestras por sí solas no son suficientes; es un trabajo de larga duración, que se plasma en diversas acciones. Debemos tener una visión holística del museo, como plataforma que está intentando ser consciente de su historia para superarla.

¿Qué importancia ha tenido en su desarrollo vital y profesional el paso por diversos países y sobre todo por Londres?

Londres es el lugar donde nació mi hijo y donde empecé una trayectoria profesional que me permitió crecer, presentar proyectos, viajar a África y formalizar una serie de redes que hasta aquel momento había llevado de manera más personal que profesional. La Tate Modern de Londres me dio la posibilidad de conocer África mucho más y descubrir ciertas conexiones con el continente, más allá de mi origen y de una idea genérica de africanidad. Me permitió contactar con agentes culturales, intelectuales, activistas…, gente increíble que me enseñó mucho. Yo pienso mucho desde la ciudad, y la experiencia en el African Centre for Cities de Ciudad del Cabo, en Sudáfrica, fue crucial. De pronto experimenté la relación con una África madura, que demandaba al mundo occidental que se la entendiera en sus propios términos estéticos, sociales, económicos y sociopolíticos.

¿Qué significa ser mujer negra en el mundo del arte contemporáneo? Muchos aseguran que en este preciso momento histórico es incluso una ventaja…

Retrat d'Elvira Dyangani Ose. © Álex Losada Retrato de Elvira Dyangani Ose. © Álex Losada

Seguramente no era una mujer negra quien lo decía. Hablé de esto en la presentación que hice en el Park Avenue Armory de Nueva York y de Carrie Mae Weems, una artista que expondremos en el MACBA entre octubre de 2022 y enero de 2023. El mundo ha cambiado, hay mucha más representatividad negra en el orbe cultural, económico y político, y, sin embargo, hay gente que aún tiene miedo a lo que ya ha llegado. Es cierto que hay más negros, hombres y mujeres también, liderando instituciones que hace unos años, pero eso no quiere decir que no hayamos hecho un trabajo —en mi caso, durante más de veinte años— para merecernos el puesto que tenemos, independientemente del color o del género. Antes muchas otras mujeres han abierto paso para que yo esté aquí, mujeres que han impulsado el womanism [o mujerismo, como teoría que busca erradicar las desigualdades desde una perspectiva del cambio social basado en los problemas y experiencias de las mujeres negras y de otras mujeres de minorías], porque hay ciertos feminismos en los que las mujeres negras no nos reconocemos, pero no solo eso nos ha llevado hasta aquí. Por ejemplo, mis padres nunca jamás se quejaron por lo duro que había sido venir a Europa, ni me hablaron de los muertos en las aguas del Atlántico, y sin embargo ese esfuerzo también tiene que ver con que yo esté hoy aquí.

¿Cuáles han sido sus lecturas? En particular, ¿qué importancia tuvo un autor que ha mencionado en varias ocasiones, Édouard Glissant, novelista, poeta y ensayista francés que desarrolló los conceptos de mestizaje y criollización?

Glissant habla de la noción de opacidad, que me parece muy importante, y de la historia como una experiencia participativa, de la relación entre los elementos de la historia como de una obra abierta. Enlazando con Umberto Eco, nos impulsa a un acercamiento poético más que filosófico. Para Glissant la reflexión se hace desde la perspectiva del caos mundi, construyendo una relación de constelaciones, algo que haremos en el PEI, el Programa de Estudios Independientes del MACBA, un dispositivo de aprendizaje cuyo objetivo fundamental es movilizar el pensamiento crítico y activar la imaginación política. Glissant también plantea la idea del oasis como lugar de resistencia, la noción del archipiélago como lugar de estéticas múltiples, autosuficiente pero interconectado, multilingüe en su esencia, que asume el caos como un posible principio de organización. Es la noción del tiempo circular que articula mi pensamiento y se pone de manifiesto en una exposición sobre mi trabajo curatorial y crítico, recientemente organizada por el Bard College de Massachusetts, que toma su título, The Open Work, del libro homónimo de Umberto Eco (en italiano, Opera aperta).

Usted plantea una visión heterodoxa del museo, definiéndolo como el lugar de los afectos y los cuidados, “un sitio donde uno pueda esconderse”. ¿Cuál es la función del museo del siglo XXI y más concretamente del MACBA?

Hay que empezar desde una escucha activa, una comprensión y aprendizaje mutuos para recuperar la historia de la institución y luego ir más allá de las intenciones. Queremos que la gente se sienta cómoda cuando visita el MACBA y eso se consigue desde la cercanía, haciendo que el espacio sea físicamente más acogedor, mostrando nuestra cara humana y cuidando al usuario, pero también a los trabajadores. Es un equipo que ha pasado por mucho y es importante crear un sentimiento de comunidad. Relacionarme con un equipo formado al 90% por mujeres ha sido mi prioridad. Juntas hemos pensado en el museo posible y en lo que necesitamos para reformular el MACBA. Entendemos que existe una institucionalidad obsoleta de la que era el representante principal y queremos generar otras formas de hacer, empezando por sacar a la luz las tareas invisibilizadas y romper con una productividad exacerbada e impuesta. Nunca he sido amante de los grandes gestos y creo que tenemos que hacerlo poco a poco. Todo el mundo me pregunta: ¿cuándo veremos el nuevo MACBA? Y yo contesto que ya, pero son cambios lentos y progresivos que los visitantes deberán explorar por sí mismos.

¿Cuál es su MACBA posible?

Un espacio de transformación abierto a su propio cambio, que no tiene miedo a la idiosincrasia, que va cambiando y cambiará mucho más. No se trata solo de romper con el pasado, sino con una idea fija e inamovible de museo. Queremos un MACBA con una colección que no se detiene en lo objetual y atiende también lo procesual, que busca nuevas plataformas internacionales y nuevos agentes que ahora no se sienten interpelados. Queremos reformular la colección de forma poética y política, sacar a la luz figuras olvidadas como, por ejemplo, Josep Grau Garriga, que tendrá un lugar privilegiado en la torre del museo. La colección tendrá un desarrollo temático y no cronológico, expondremos las nuevas adquisiciones que aún no se han visto y pondremos en valor prácticas que no tuvieron la justa atención. Este año arrancamos la programación con dos exposiciones heredadas, la de Teresa Lanceta y la brasileña Cinthia Marcelle, a las que se suma la colombiana María Teresa Hincapié. Son tres artistas que a partir de lo doméstico y lo cotidiano piensan en cuestiones universales, como la lucha de clases, el poder, las jerarquías, lo profano y lo sagrado. Enseñaremos sus formas de hacer y a través de su trabajo, especialmente el de Lanceta, activaremos las relaciones con los vecinos.

¿Cómo se enfrenta a la relación con el consorcio que rige el MACBA (formado por Generalitat, Ayuntamiento, Ministerio de Cultura y Fundación MACBA) y su posible injerencia que a menudo el sector del arte catalán ha identificado como el origen de todos los males del museo?

Mi llegada estuvo marcada por unos despidos que se aprobaron el mismo día de mi nombramiento. En mi primera salida pública pedí que nos dejaran trabajar. Lo pedí a todos. Antes de aceptar el nombramiento, me entrevisté con todos los integrantes del Consorcio y desde el primer momento empezamos a trabajar para cambiar las cosas, adaptar el organigrama a las nuevas exigencias, repensar el museo desde una perspectiva más holística, transversal y abierta. Yo siento y quiero creer que hay un verdadero diálogo con las instituciones, que me están dejando trabajar y entienden que es necesario este MACBA con una relación mucho más directa con la ciudadanía.

Ha habido muchos cambios en el comité asesor, no solo en cuanto a sus integrantes (Jessica Morgan, Naomi Beckwith, Pablo Lafuente, Shumon Basar y Martí Manen, más Chris Dercon, que es el único miembro que permanece de la antigua comisión), sino a sus funciones…

El comité asesor no debe servir solo para legitimar las compras. Planteo un panorama distinto al de mis predecesores en el cual el diálogo, el debate y la crítica constructiva son fundamentales. Todos los nuevos miembros son personas a las que conozco muy bien y con los cuales sé que podemos realizar proyectos. Somos la voz de una nueva generación. De los miembros de la anterior comisión se mantiene solo Chris Dercon, porque es alguien capaz de reinventarse a sí mismo y representa la continuidad. El MACBA tiene que estar de tú a tú con el Raval, pero también con la escena internacional, y estas personas pueden contribuir a que así sea. Habrá colaboraciones, pero también me interesa el lado de camaradería y amistad que hay con todos ellos.

Retrat d'Elvira Dyangani Ose. © Álex Losada Retrato de Elvira Dyangani Ose. © Álex Losada

¿El proyecto de ampliación del museo se adapta bien a su visión del MACBA?

Intervendremos en la medida de lo posible en la ampliación para que responda al MACBA que queremos. De hecho, ya se están cambiando cosas del proyecto inicial y la gente lo puede ver en la web. Estamos preparando un plan de usos a través de un proceso participativo para ayudar a los arquitectos a comprender los desafíos que esperan al museo. Creo que hay que trabajar con lo que uno tiene, en cualquier espacio, sea un museo o una sala de exposiciones. Ante todo, hay que entender la naturaleza de su propia arquitectura y a partir de ahí intervenir y readaptar. Al final el edificio se amoldará a nuestra visión del museo. Es muy importante pensar en todos los espacios como en un único equipamiento que dé cabida a las necesidades de todos los departamentos del MACBA.

Usted ha trabajado en diversos países e instituciones. ¿Cuáles considera que son la fuerza y la debilidad del arte español y catalán?

Desde la institución tenemos que pensar qué podemos hacer para abanderar ciertas prácticas y acompañar a los artistas; es importante la formulación de museo posible y tener la capacidad de generar proyectos en los que se combinen la innovación artística y tecnológica con la participación ciudadana. El archivo como interlocutor de la colección, la estructura de los programas públicos, todo debe concurrir. Quiero ser positiva, no pensar en los fallos del pasado, sino en las oportunidades del presente. Mi naturaleza es atender a los cambios desde la oportunidad que te ofrecen. Hemos pasado una crisis muy dura no solo por el covid-19, y los artistas la han padecido. El Estatuto del Artista será una herramienta fundamental. El museo es un microcosmos donde se pueden experimentar iniciativas y situaciones que después podemos exigir a las autoridades. Tenemos que vivir el museo como si el mundo que queremos ya existiera y asumir la responsabilidad de cambiar para que el mundo también cambie.

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