Trabajar en la metrópolis postcovid

Il·lustració © Maria Corte

La pandemia de la covid-19 ha acelerado la automatización y la digitalización. ¿Desplazarán los robots y la inteligencia artificial el trabajo humano? ¿Qué nuevos roles y demandas surgirán? ¿Cuál será el saldo entre la destrucción y la creación de puestos de trabajo? Las respuestas invitan tanto al pesimismo como al optimismo. Estamos a tiempo de crear un próspero futuro del trabajo.

En 2008, el arquitecto británico Frank Duffy publicó Work and the City, un librito en el que especulaba acerca de las implicaciones que tiene la introducción de las tecnologías digitales en la organización espacial del trabajo. El teletrabajo, sobre el que se empezó a hablar en los años setenta, había empezado a ser una realidad a finales de los noventa gracias a internet y la telefonía móvil, cuyo primer símbolo fue la BlackBerry.

En el centro del análisis de Duffy se planteaba que las personas de una misma organización no necesitaban trabajar en el mismo sitio y en el mismo momento, y que, por tanto, se precisaba mucha más flexibilidad en los usos de los edificios y en las formas de trabajar.

El australiano James Calder, también arquitecto, concretó en 2009 en el documento 14-Hour City una propuesta para organizar el trabajo en turnos de siete horas, para sacar así el máximo partido a la infraestructura construida. La propuesta buscaba mejorar la amortización económica, pero también ambiental, ya que se estima que los edificios son los generadores del 30 % de las emisiones de gases de efecto invernadero.

Ha pasado más de una década, y la dinámica de un mercado de trabajo cada vez más digitalizado, acelerada por el impacto de la covid-19, pone en duda incluso que el parque urbano de oficinas pueda estar ocupado en la clásica franja 9 to 5, como cantaba Dolly Parton a inicios de los ochenta.

Y entonces, ¿hacia dónde vamos? ¿Cuáles son los principales efectos sobre el tejido urbano que podemos vislumbrar con el estallido de la digitalización y el auge del teletrabajo que estamos viviendo? ¿El poder de los centros urbanos como grandes imanes de actividad económica y ocupación se va a reforzar o se va a diluir?

Estrategias de las ciudades y las empresas

Hay que admitir que quizá aún es demasiado pronto para aventurar cuáles serán los efectos reales a medio y largo plazo sobre los entornos urbanos. Como siempre, todo dependerá en gran medida de las estrategias que sigan tanto las ciudades como las empresas, pero se pueden hacer algunas reflexiones sobre la influencia del teletrabajo y la flexibilización de horarios en los lugares que habitamos.

La generalización del trabajo a distancia tiene como principal consecuencia la reducción de la movilidad obligada por motivos laborales. A su vez, la mayor flexibilidad horaria debería permitir distribuir de modo más eficiente el tráfico y el uso del transporte público, evitando las horas punta y los atascos. Hasta aquí, todo positivo. Sin embargo, encontramos un primer interrogante en cómo evitar que los desplazamientos, presumiblemente más esporádicos, con varios propósitos y, por tanto, más distribuidos (frente a los desplazamientos lineales casa-trabajo), favorezcan una mayor utilización del vehículo privado. El otro reto para la gestión de la movilidad en la metrópolis será cómo asegurar la viabilidad económica del transporte público si se reduce el número de personas usuarias.

El trabajo remoto también abre nuevas oportunidades para el desarrollo de las ciudades pequeñas y medianas, incluso para los entornos rurales. Las empresas podrán utilizar modelos como el hub and spoke, con una sede central más reducida y otros centros distribuidos por el territorio, a menudo basados en espacios de coworking (una opción mejor, desde el punto de vista social, que la del teletrabajo doméstico). Para favorecerlo, los tejidos urbanos con una mezcla de usos y una oferta variada de servicios accesibles sin necesidad de transporte motorizado, rebautizados como “la ciudad de los 15 minutos”, deberán combinarse con una buena conectividad en transporte público con los principales núcleos urbanos que concentren los servicios más especializados (“la región de los 45 minutos”).

La digitalización también tendrá su impacto en la actividad económica a pie de calle. La enésima crisis del comercio minorista la obligará a reinventarse por enésima vez. En esta ocasión parece que el comercio de barrio y el de los núcleos urbanos pequeños, de la mano del teletrabajo, ha tenido mejor fortuna que el resto. Mientras tanto, muchos locales comerciales de lugares céntricos se están reconvirtiendo en puntos de abastecimiento para riders, tanto de mercancías como de comida (las llamadas ghost kitchens) o de cualquier otra cosa que deba servirse a domicilio. Muchos locales, pues, tendrán actividad, pero no de cara al público.

Il·lustració © Maria Corte Ilustración © Maria Corte

La ciudad autosuficiente

Un caso particular serán los espacios de fabricación, donde los llamados makers, ya sean neoartesanos manuales o equipados con impresoras 3D, impulsen la revolución de la llamada Fab City, la ciudad que tiende a la autosuficiencia integrando tecnología y economía circular en la fabricación a pequeña escala.

Algunos locales derivarán en eso que se conoce como terceros lugares: espacios híbridos que combinan trabajo, ocio, acción comunitaria, servicios públicos y restauración en dosis variables, y que serán una alternativa esencial al romper el aislamiento del teletrabajo doméstico. No es descartable que terceros espacios a gran escala sean los nuevos revitalizadores de determinados centros urbanos o de polígonos industriales. En este sentido, un interrogante importante es si los grandes centros comerciales revivirán, especialmente los que están situados en emplazamientos suburbanos, teniendo en cuenta que ya existía una tendencia de cierres progresivos en países anglosajones.

Finalmente, todos estos cambios también suponen redoblar la importancia del espacio público como punto de encuentro y los espacios naturales como protagonistas más cotidianos del ocio.

Se dibuja, así, una metrópolis que está verdaderamente en red, si las inversiones en conectividad (física y digital), en dotación de servicios y en deslocalización de grandes equipamientos (culturales, por ejemplo) acompañan. Como reclama el movimiento de la Foundational Economy, se debe articular un “contrato espacial” entre territorios, análogo a lo que significó el contrato social, que garantice una dotación suficiente de infraestructuras en todos los territorios para que sea posible aprovechar plenamente sus capacidades.

En cualquier caso, el auge del teletrabajo no debe hacernos olvidar que, para una parte muy importante de trabajadoras y trabajadores, esta modalidad no es aplicable y que, a pesar de que la localización de sus lugares de trabajo puede variar junto con las transformaciones generales, la vida cambiará poco o nada. Como relata el economista Tim Bartik, cuando el trabajo implica movilidad no es tan importante encontrar lugares de trabajo en el mismo barrio como dentro de una región bien interconectada y, de nuevo, la disponibilidad de transporte público es el factor decisivo para mejorar las opciones de esta población.

Más allá de las dimensiones de barrio y de región, el teletrabajo y la flexibilidad horaria potencian, en último lugar, los movimientos internacionales de ciertas categorías profesionales. Eso que Richard Florida llamaba clase creativa ya no se caracteriza hoy por dónde vive y trabaja (y los salarios que se pagan allí), sino por el hecho de que puede vivir donde quiera y durante el tiempo que quiera, trabajando para cualquier (gran) empresa del mundo o por libre. Por eso es clave resituar como centrales las conexiones ferroviarias y aéreas con ciudades del centro y el norte de Europa con las que parece más factible establecer unas relaciones de commuting internacional. También hay que tener en cuenta que la eficacia en las medidas sanitarias o la solidez del sistema de salud tendrán un papel clave en la elección de dónde establecerse. Posicionarse en estos ámbitos será tanto o más importante para atraer talento como lo habían sido hasta ahora el clima o la oferta de ocio.

En conclusión, el dilema se sitúa ahora en cuál es la estrategia a adoptar: ¿incentivar la mayor explotación de los edificios de oficinas, como proponía Calder, manteniendo los grandes centros urbanos como núcleos fundamentales de la actividad económica, o bien promover una mayor distribución de la actividad en el territorio, favoreciendo la proximidad? Dicho en otras palabras, ahora la pregunta ya no es hasta dónde se pueden explotar las economías de aglomeración antes de llegar al colapso, sino cuál es el mínimo de masa crítica requerido para obtener beneficios.
 

Bibliografía
- Bartik, T. J., “How Long-Run Effects of Local Demand Shocks on Employment Rates Vary with Local Labor Market Distress”, W. E. Upjohn Institute for Employment Research, Upjohn Institute Working Paper, 21-339, enero de 2021.
- Berbel, S. (coord.), El treball i el futur de les ciutats. Reflexions per a una nova política econòmica local. Barcelona Activa, 2018.
- Diez, T., “Dels ‘fab labs’ a les ‘fab cities’”. Barcelona Metròpolis, núm. 93, p. 10-11, 2014.
- Duffy, F., Work and the City. Black Dog Publishing, 2008.
- Krauss, G. y Tremblay, D. G., Tiers-lieux. Travailler et entreprendre sur les territoires: espaces de coworking, fablabs, hacklabs… PU Rennes, 2019.
- Schafran, A., Smith, M. N. y Hall, S., The Spatial Contract: A New Politics of Provision for an Urbanized Planet. Manchester University Press, 2020.

El boletín

Suscríbete a nuestro boletín para estar informado de las novedades de Barcelona Metròpolis