Un nuevo contrato social

Il·lustració © Maria Corte

La revolución digital, la robótica y la inteligencia artificial están cambiando la forma de trabajar. La crisis que experimenta el mundo laboral es tan solo el preludio de los grandes cambios que están por llegar.

En 1930, John Maynard Keynes fue invitado a viajar a Madrid a impartir la conferencia “Las posibilidades económicas de nuestros nietos”. No le gustaba lanzar predicciones a largo plazo, pero vaticinó que, en cien años, gracias a los incrementos de la productividad, el ingreso per cápita aumentaría entre cuatro y ocho veces, y que se crearía suficiente riqueza como para poder ganarnos la vida trabajando tan solo 15 horas a la semana. La primera parte se ha cumplido, pero para que se cumpliera la segunda sería necesario que la riqueza y el trabajo se distribuyeran de forma mucho más equitativa. Y lo que está sucediendo es precisamente lo contrario. La riqueza se concentra cada vez más y el trabajo está perdiendo su función como principal elemento de incardinación de las personas en la vida económica y social.

El mundo laboral está en plena metamorfosis. La inteligencia artificial y la robótica se encuentran en condiciones de asumir gran parte de las tareas repetitivas y pesadas que realizan los humanos. Las tecnologías digitales van a destruir muchos puestos de trabajo, pero, igual que ha ocurrido en revoluciones anteriores, también se crearán otros nuevos. Todavía no sabemos cuál será el balance final, pero sí sabemos que estamos a las puertas de un nuevo ecosistema laboral y que el gran reto es repartir el trabajo y la riqueza con el fin de poder garantizar una vida digna a todo el mundo.

De momento, al intentar predecir el futuro del trabajo, encontramos más elementos de inquietud que de esperanza. La perspectiva de un trabajo seguro para toda la vida se desvanece: no solo tendremos que cambiar de trabajo varias veces, sino posiblemente de profesión. La inseguridad y la precariedad laborales se han instalado en la vida de gran parte de la población. El sistema productivo se está haciendo añicos en una interminable fragmentación de tareas, y los procesos de externalización y deslocalización están cambiando la fisonomía de las empresas. El nuevo sistema deja a millones de trabajadoras y trabajadores fuera de las redes de protección social hasta el momento vinculadas al trabajo. Convertidos en mercancía y crecientemente aislados, pasan a ser considerados los únicos culpables de los fracasos laborales que no pueden evitar. Cada vez es más evidente que, si queremos construir un futuro del trabajo digno y justo, necesitamos un nuevo contrato social.

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